Es un festival de cine, pero es uno político. Las manifestaciones contra el Gobierno de Chile no pasaron inadvertidas durante la 70ª Berlinale. Con esos antecedentes, la directora Dominga Sotomayor, jurado en una sección del evento, se detiene unos minutos para conversar. “Siento que, como directores y toda la gente de Chile que está en Berlín, se ha tomado en serio la idea de que son las voces del país afuera”. Después del 18-0, dice, “la política volvió a la gente y todos nos sentimos responsables de llevar este cambio sobre los hombros”. Para ella, apoyar el cine es importante, porque “es nuestra memoria, patrimonio y la posibilidad de ver el mundo desde otras perspectivas”. También habla de su nuevo proyecto: un cine de barrio. “Lo que me motiva es la idea de trabajar en comunidad y conectarse con gente con la que quiero pasar tiempo”.
Hay dos palabras que se leerán con frecuencia en esta entrevista: política y visibilizar.
No es casualidad que Dominga Sotomayor, directora de cine, las utilice en sus respuestas. Lo que ha sucedido durante la última semana en la 70ª Berlinale se podría resumir en esas palabras.
Chile es el País en Foco en el Mercado de Cine Europeo (EFM) que se desarrolla paralelo al festival. La presencia de autoridades de Gobierno generó manifestaciones durante la gala de apertura y frente al museo Martin Gropius Bau, el fin de semana último. En su interior colgó durante varios minutos un lienzo con la leyenda: «El Estado chileno viola, tortura y asesina a su gente», en inglés. Y la foto oficial de la delegación se convirtió en un acto de protesta colectivo: hubo ojos tapados, una bandera de Wallmapu y carteles a favor de una nueva Constitución.
En Berlín, Dominga aterrizó para sumarse como jurado de Encounters, una recién creada sección del festival que demuestra –según ella– la impronta de los nuevos directores: Carlo Chatrian y Mariette Riesenbeck. “Mi impresión es que tiene mucho que ver con el corazón de lo que quieren que sea Berlín de ahora en adelante”. Ella deberá ver 15 películas, junto a la directora alemana Eva Trobisch y el productor japonés Shôzô Ichiyama, para otorgar tres premios: mejor película, mejor dirección y premio especial del jurado.
-¿Cómo recibiste esta invitación para ser jurado?
-Me mandó un correo Carlo Chatrian. Me contó sobre esta nueva sección y que le gustaría invitarme a ser parte. Es una gran responsabilidad y un honor ser parte del primer jurado de la primera edición de esta sección. También tiene que ver con cómo se viene el cine para adelante. ¿Por qué hacer películas hoy? ¿Cuáles son las nuevas voces? ¿Cómo nos imaginamos que el cine puede evolucionar en este momento tan crítico para la política y la cultura? Esas nuevas formas implican decisiones políticas.
-¿En qué consiste esta sección del festival?
-Es un lugar de encuentro de miradas particulares. Son películas que abren perspectivas a cosas desconocidas y que no podrían haber hecho otras personas. Son voces fuertes y la selección es ecléctica. Hay películas libres, no convencionales. Apoyar la libertad en el cine también tiene que ver con una decisión política del festival. En estos tiempos oscuros, críticos e inciertos que se viven a nivel global, también uno se replantea cuál es el sentido de un festival de cine. Apoyar la libertad en el cine, las nuevas voces, tiene que ver con respetar la tolerancia y apoyar la democracia.
-El mundo del cine se ha manifestado en Berlín, en el marco del EFM, en apoyo a las causas sociales que se están reclamando en Chile. ¿Cómo ves estas instancias?
-Es significativo que Chile sea el país en Foco del EFM en un momento en el que nosotros tratamos de visibilizar cómo se violan los Derechos Humanos, y la represión brutal. Esa represión desde las minorías tiene que ver con detener cambios mientras que todos intentamos empujar los cambios. Desde la industria audiovisual ha sido difícil encontrar nuestro lugar. Uno no es enfermero para curar una herida. Uno no es abogado constitucionalista para hacer una asamblea y explicar a la gente. Pero cada quien puede hacer algo y nosotros podemos visibilizar lo que no se está mostrando en la televisión.
-¿Han repercutido de alguna forma estas manifestaciones en el Festival?
-Cualquier instancia que tengamos para decir lo que está pasando en Chile es significativa. Hay una micropolítica y desde la industria audiovisual se usará cualquier tipo de espacio para mostrar que en Chile el Gobierno ha tomado decisiones incorrectas y se han violado los Derechos Humanos. Yo me lo he tomado como una responsabilidad política de que por algo me ha tocado viajar mucho y que, a través de las películas, de las entrevistas, tratar de apoyar desde nuestro lugar lo que está pasando. Siento que, como directores y toda la gente de Chile que está acá, se ha tomado en serio la idea de que son las voces del país afuera. Hay que usar los festivales de cine para visibilizar lo que sucede en Chile.
-Después del 18-0 en las redes sociales de tu productora Cinestación publicaron fotografías y videos relacionados con el estallido social, ¿por qué tomaron esa decisión?
–Está más que claro que los medios tradicionales mienten. No son un reflejo de lo que pasa. Me parecen peligrosas las redes sociales, porque también hay un montón de información falsa. Es un arma de doble filo. Pero esta revolución fue una con medios que no conocíamos. Me imagino qué hubiera pasado en la dictadura si hubiéramos tenido la posibilidad de grabar con nuestros teléfonos cuando estaban torturando a un amigo al lado, ¿qué le hubiera pasado a esa generación? Ahora, si a un niño lo llevaban detenido, esa información ya estaba en nuestros teléfonos. Al mismo tiempo se ha democratizado la información y, si yo quiero decir lo que pienso, lo digo. Creo que la política volvió a la gente. Hay una sensación de que la política estaba como en otra esfera y de repente nos sentimos todos responsables de llevar este cambio sobre los hombros.
-El año pasado se anunció el fin del fondo del BancoEstado para el cine, ¿se ha complicado el tema del financiamiento para el cine en Chile durante los últimos años?
-La realidad del cine chileno no cambia por este fondo. La verdad es que era un fondo muy pequeño. Lo que pasó es que fue como una gota que rebalsó el vaso. Su cierre fue como ¡además nos van a sacar ese poco dinero que hay! Entonces se visibilizó. Fue como que no eran 30 pesos, eran 30 años. No era el BancoEstado, es que no han crecido los fondos, no se valora la cultura. Es que los apoyos en Chile son limitados, competitivos. Tiene que ver con gobiernos que, como no pueden poner en un Excel el real impacto que tiene la cultura, porque no es medible, no se valora. No se pone como una prioridad y siento que es clave que sea una prioridad.
-¿Por qué es importante apoyar el cine y el arte en general, qué beneficios implica para un país?
-Hay que apoyar el cine porque es nuestra memoria, nuestro patrimonio, la posibilidad de ver el mundo desde otras perspectivas, cuestionarnos cosas. Apoyar la libertad en el cine y las artes es proteger la democracia, y estar abierto a nuevas voces y nuevas formas es político, nos ayuda a entendernos y ser más tolerantes
Si tuviese que escoger un cine al que asistir por última vez, Dominga sabe cuál sería. “Volvería a la Sala 3 del cine Las Lilas, con mi abuelo, a ver una película de matiné un domingo a las cuatro de la tarde”. Su abuelo ya no está. El cine tampoco. “A cada uno le ha tocado ver cómo destruyen sus cines de infancia”. Para ella fue el cine Las Lilas. Antes de que ocurriera asistió a velatones e intentó, junto a vecinos del barrio, detener la destrucción. Al pasar por aquella esquina siente un dolor muy violento. “Desde esa rabia por la destrucción viene esta idea de construir de nuevo un lugar”.
-Estás desarrollando un proyecto llamado Centro de Cine y Creación (CCC), inspirado en el concepto de lo que eran antes los cines de barrios. ¿En qué consiste?
-Creo nostálgica y fielmente en la experiencia colectiva de ver una película. En el diálogo que se genera a partir del encuentro humano. Quizás el gran objetivo de CCC es ser un lugar de encuentro a través del cine y de otras disciplinas afines. Pensamos en cómo hacer atractivo de nuevo ir al cine, que no es solo ver una película, sino que ir al cine y que sea tocable. Que haya un director que te hable de la película, que te puedas tomar un café con un amigo o que tengas una reunión ahí. Que puedas tener una experiencia de barrio como existía antes. Involucrarse en un proyecto como CCC ha sido una decisión política. Pausar mi trabajo como directora por cuatro años después de mi última película. También es muy emocionante ser parte de este lugar que creo que va a ser importante. A veces son películas, a veces espacios físicos, pero me motiva la idea de trabajar en comunidad y conectarse con gente con la que quiero pasar tiempo.
-¿En qué está el proyecto?
-Está listo. Obtuvimos el apoyo inicial de una de las empresas de Andrés Navarro, que quiso ayudarnos en adquirir la casa. Después ha sido una mezcla. Hicimos un crowdfunding, ganamos un fondo público para reconstruir el lugar, fondos específicos para trabajar con el barrio, para talleres, de Pro Chile. O sea, es un proyecto del que somos conscientes que no puede ser ni público ni privado, sino una mezcla para que sea sostenible en el tiempo. Remodelamos el espacio durante un año. La inauguración estaba planeada para cuando fue el estallido social. Entonces ha sido súper movilizador darse cuenta que el lugar ha servido para reunirnos con #OjoChile. Estaba en el aire la idea que faltaba un lugar para juntarse. Ahora se hizo más evidente y el espacio ha cumplido un rol. Creo que la revolución ha acelerado las cosas.
-¿En qué consiste Ojo Chile?
-Ha sido muy bonito lo que ha pasado como industria audiovisual también. Hace cuatro meses cada uno estaba aislado con sus propios proyectos, con una agenda súper personal, autoral. Desde el 18-O instantáneamente se creó una red de gente. Apareció el colectivo. Hay un montón de organizaciones, pero una de las que yo formo parte es Ojo Chile. Era tan compleja la cantidad de cosas que había que hacer que fijamos las metas de Ojo Chile: visibilizar lo que no es visible, las demandas sociales, apelar por que se sigan defendiendo los Derechos Humanos. Ojo Chile es bien significativo porque es que se están abriendo los ojos, pero al mismo tiempo nos están quitando los ojos. Como cineastas podemos ayudar a visibilizarlo.
-Tu cine se ha caracterizado por ser un retrato de espacios íntimos (familiares o de amistad), pero siempre hay algo que incomoda. ¿Podrías profundizar sobre esta forma de narración y sobre cómo tus decisiones estéticas han dado ese matiz político a tu cine?
-Lo que más me interesa es documentar emociones, más que grandes momentos políticos o históricos. Me interesa lo que está entremedio de lo importante. He querido escarbar en lo cotidiano y en aquello que en apariencia no es importante. En Tarde para morir joven (2018) fue una decisión política dejar la política afuera. El objetivo tenía más que ver con retratar un estado colectivo de las cosas. Siento que una visión sobre lo que tengo cerca hecha pública, a través de una película, igual es algo político. Lo político es el hecho de retratar una realidad desde tu punto de vista y querer mostrarlo. También lo es hacer películas que son frágiles, que son incompletas.
-¿Qué nos entrega el cine?
-El cine te puede regalar un tiempo. Eso es algo político. La posibilidad que te dé y no te quite tiempo. Me motiva saber cómo puede ser sustentable regalar a alguien una película. Te regalo dos horas de esta película para que sea un tiempo para ti. A mí me gustaría que, más que a la gente le gusten o no mis películas, sea un tiempo para ellos. Un tiempo de reflexión, conexión y de no olvidarte de ti mismo. Aquello lo hace más el cine estadounidense: dos horas para que pongas en pausa tu cerebro y te entretengas. No me entretiene entretenerme. Me parece interesante la detención. Y creo que hay que hacer pocas películas.
-¿Por qué?
-El camino es hacer lo que uno siente, ir de a poco, hacer cortos primero y siempre hacer películas que sean necesarias de alguna manera para uno. No hacer una película por querer hacer una película. Eso solo lo puede saber una directora o un director. Yo creo que hay que ser honesto con esas urgencias, tomarle el peso a lo que significa en tiempo y energía hacer un proyecto de principio a fin. Si una película no se tiene que hacer, es mejor que no se haga, hay demasiadas películas y los rodajes generan un impacto enorme. Creo que es importante desarrollar muy bien los proyectos, ser curioso, saber de todas las áreas, cuestionarse todo, asesorarse, trabajar con gente que uno quiere pasar tiempo. Lo ideal para mí es que los proyectos ganen peso y capas con el tiempo antes de ser filmados.