Se ha escuchado a algunos líderes de opinión e incluso gobernantes, referirse a este coronavirus como un “enemigo silencioso” contra el cual hay que poner todo el esfuerzo para exterminarlo. Así, este virus es visto por algunos como algo extraño que hay que eliminar a la brevedad, para volver a nuestras vidas anteriores. Esta tragedia debe ser vista, sin embargo, como una oportunidad para darnos cuenta de que nosotros somos los responsables de esta pandemia y, por supuesto, de otras calamidades ambientales. Esto ya había sido advertido por científicas y científicos de todo el mundo.
Aislado en mi casa, pero conectado con el mundo, sigo con mucho detalle la evolución de esta pandemia; no puedo dejar de relacionar lo que nos está ocurriendo con la novela La guerra de los mundos, escrita por HG. Wells el siglo XIX.
En esa novela se relata una historia ficticia en que los microbios de la Tierra eliminaron a los extraterrestres que venían a conquistarnos, convirtiéndose así en nuestros aliados inesperados.
Esta situación también me ha hecho recordar cómo nuestros microbios devastaron a las poblaciones de amerindios, sin defensas también, durante la Conquista de América.
En esta oportunidad, nos tocó a nosotros. Tenemos un virus en nuestros países y no tenemos defensas biológicas contra ellos.
Por mi sesgo profesional, no puedo de dejar de mirar la propagación del coronavirus como un fenómeno natural.
Los virus son algo así como una transición entre la materia inerte y la materia viva; para poder reproducirse deben entrar a una célula y apropiarse de su maquinaria metabólica.
Los virus son parásitos obligados pues su reproducción ocurre solo dentro de las células. Han tenido millones de años para evolucionar y ser muy eficientes para infectar y propagarse por el mundo. Tienen además una pasmosa capacidad de mutar, generando así nuevas variantes con el potencial de adaptarse a nuevos huéspedes durante su propagación.
De hecho, para el SARS-CoV-2, el coronavirus causante de esta pandemia que nos aqueja, ya se han documentado, a lo menos 40 mutaciones. Así como nosotros como especie humana podemos coexistir con nuestros propios virus (y otros microorganismos), las demás especies de animales y plantas también los poseen.
Sin embargo, los virus pueden “saltar” de una especie a otra, si es que se incrementan los contactos entre estas.
He escuchado a algunos líderes de opinión e incluso gobernantes, referirse a este coronavirus como un “enemigo silencioso” contra el cual hay que poner todo el esfuerzo para exterminarlo. Así, este virus es visto por algunos como algo extraño que hay que eliminar a la brevedad, para volver a nuestras vidas anteriores.
Yo sostengo que esta tragedia debe ser vista como una oportunidad para darnos cuenta de que nosotros somos los responsables de esta pandemia y, por supuesto, de otras calamidades ambientales. Esto ya había sido advertido por científicas y científicos de todo el mundo.
¿Cuáles han sido estas advertencias?
En primer lugar, existe consenso en que la destrucción de los hábitats naturales, como consecuencia de una expansión sin control de las fronteras agrícolas y urbanas, está aumentando la posibilidad de entrar en contacto con especies nativas de lugares remotos, las cuales poseen sus propios microorganismos.
Esto ya ocurrió en Asia con varios coronavirus. La destrucción de la selva tropical, habría forzado a murciélagos frugívoros a utilizar los árboles que existen en las ciudades para dormir o alimentarse. El resultado: un incremento de los contactos entre estos animales y la gente, favoreciendo así el paso de los virus a las personas.
En Estados Unidos, en tanto, la deforestación de los bosques nativos de la costa Este, ha permitido que las garrapatas, propias de animales silvestres como ciervos y roedores, entren en contacto con las personas y las infecten con la bacteria que produce la enfermedad de Lyme, una rara patología que es padecida por aproximadamente 25 mil personas cada año.
En segundo lugar, el comercio mundial de mascotas exóticas, que implica ganancias de millones de dólares, es otra manera en que hemos aumentado el contacto con culebras, iguanas, tortugas y aves tropicales provenientes de regiones remotas, con el consiguiente incremento de nuevas enfermedades emergentes en las personas. El consumo de fauna silvestre también es otra práctica que ha acrecentado los contactos de las personas con fauna nativa.
Si bien esta ha sido una práctica ancestral en muchas partes del mundo, una mala manipulación de animales para su almacenamiento y consumo ha incrementado el contagio de microorganismos a las personas.
La pandemia que nos aqueja, es una tragedia de dimensiones globales. Hasta hace muy poco tiempo, las pandemias eran vistas como algo lejano, propio de países subdesarrollados, pobres e ignorantes; ahora, se ha colado intempestivamente en todos los países (pobres y desarrollados) y no se puede hacer nada para evitarlo.
El coronavirus nos muestra además lo frágil que es nuestra sociedad global: sistemas sanitarios y económicos por el suelo, temor y desconfianza en la población, todo lo cual pone en cuestión las promesas de un mundo mejor. La paradoja es que nunca antes habíamos tenido tanto conocimiento científico para saber que algo así podía suceder y que estaban todas las herramientas técnicas disponibles para anticiparnos si es que se hubiera escuchado a quienes investigan.
¿Qué podemos hacer para disminuir la posibilidad de que esto ocurra nuevamente? Debemos repensar nuestra sociedad hacia un modelo que se relacione de manera más amable con los ecosistemas naturales. Ya existen propuestas bastante interesantes que se están discutiendo ahora en Europa bajo el concepto de Economía Circular.
En esta transición, tendremos que revalorar la ciencia y el conocimiento que hemos adquirido de las complejas interacciones que se establecen entre las especies (microorganismos incluidos). Estas piezas de información deberán ser claves para la toma de decisiones relacionadas con la salud pública y el medio ambiente, y deberían tener preeminencia sobre cualquier consideración económica.
Independientemente de nuestros deseos, deberemos tener muy claro que las funciones ecosistémicas tienen límites que deben ser respetados a toda costa. Pero para que esto realmente ocurra, los científicos tendremos que estar disponibles para asesorar a quienes empiecen a tomar decisiones basadas en evidencia científica. Afortunadamente, las nuevas generaciones de científicas y científicos están mucho más preparadas que las anteriores, y mucho más conscientes de la importancia de esta tarea.