Mareos, confusión e inflamación en el cerebro son algunas de las manifestaciones neurológicas que han presentado pacientes con COVID-19. Sin embargo, la vía que usa este virus para ingresar al sistema nervioso sigue siendo un enigma.
Como cada mañana, Romina, de 34 años, se levantó para ir al consultorio donde trabaja como kinesióloga en la Región Metropolitana. Hacía 3 días que su apetito había disminuido, acentuándose porque no le sentía demasiado sabor a lo que comía. Comenzó con intensos dolores de cabeza, fotofobia y dolores musculares que le impidieron ir a trabajar al día siguiente, pero el reposo no ayudó. No podía moverse muy rápido debido a fuertes mareos que incluso le dificultaban ir al baño, por lo que decidió acudir al médico. “Nunca tuve tos o síntomas respiratorios”, nos dice Romina, pero su resultado de la prueba dio positivo para el SARS-CoV-2.
El SARS-CoV-2, llamado así por su predecesor SARS-CoV, causante del síndrome respiratorio agudo severo en el brote del año 2003, es un coronavirus que produce la enfermedad denominada, por la Organización Mundial de la Salud (OMS), COVID-19. Este tipo de virus tiene la capacidad de adaptarse rápidamente, por lo que le es relativamente fácil cruzar las barreras entre especies, favoreciendo el desarrollo de epidemias y pandemias. En general, el trastorno ha sido mayormente descrito como un cuadro respiratorio que incluye fiebre, tos y fatiga, pero han comenzado a aparecer reportes de manifestaciones neurológicas asociadas a la enfermedad en una proporción notable.
El primer trabajo que analizó los síntomas neurológicos de pacientes con COVID-19 fue realizado en China por el equipo de Ling Mao del Departamento de Neurología del Hospital Unión durante enero y febrero del año 2020, donde se estudiaron los datos de 214 pacientes de 3 centros hospitalarios de Wuhan. Se analizaron los registros médicos, exámenes de laboratorio e imagenológicos y se separaron en dos grupos: los que según la Sociedad Torácica Americana eran casos severos y los que no lo eran.
[cita tipo=»destaque»]Cuando los investigadores chinos revisaron los exámenes de laboratorio del grupo “severo”, tales como el hemograma o perfil bioquímico, observaron que presentaban evidentes señales de procesos inflamatorios, tendencia a la formación de coágulos y alteraciones en múltiples órganos como el hígado o riñón, en los casos más graves. Por otra parte, en pacientes con compromiso neurológico se observaron alteraciones menores en sus exámenes de laboratorio como resultado de una respuesta inmune más activa.[/cita]
Por otra parte, las manifestaciones neurológicas se clasificaron, por un lado, en las que podían afectar al Sistema Nervioso Central (Cerebro y Médula Espinal), observándose como mareos, dolores de cabeza, deterioro de la consciencia –somnolencia, estupor, coma–, confusión, accidentes cerebrovasculares (ACV), convulsiones o falta de coordinación de movimientos, y por otro, en las que comprometían al Sistema Nervioso Periférico (nervios), presentando alteraciones o pérdida del gusto y olfato, así como discapacidad visual o daño muscular.
Los pacientes tenían en promedio cerca de 53 años y 127 eran mujeres (59,3%); 88 casos fueron clasificados como severos y 126 como no severos. De todo el grupo, 83 individuos (38,8%) presentaban una patología preexistente, principalmente diabetes e hipertensión. Un 61,7% presentaba fiebre y un 50% tos, que eran parte de los síntomas clásicos. Pero llamó la atención que los casos severos presentaban en muchas ocasiones menos síntomas comunes y más signos neurológicos como ACV, alteraciones de consciencia, desorientación o confusión y daño muscular. Este grupo, clasificado como “severo”, además estaba asociado a pacientes de 58 años de edad en promedio y con alguna patología crónica preexistente, principalmente hipertensión.
En total, de los 214 pacientes, 78 presentaron manifestaciones neurológicas (36,4%). Las más frecuentes a nivel del SNC fueron mareos y dolores de cabeza (53 individuos; 24,8%) y, en el SNP, alteraciones del gusto y olfato (19 personas; 8,9%). Curiosamente, la mayoría de estos síntomas ocurrían al inicio de la enfermedad, entre los días 1 y 3 desde la admisión en el hospital. Además, en algunos casos, los pacientes presentaron dolores de cabeza y otros síntomas neurológicos antes de manifestar fiebre o tos.
Cuando los investigadores chinos revisaron los exámenes de laboratorio del grupo “severo”, tales como el hemograma o perfil bioquímico, observaron que presentaban evidentes señales de procesos inflamatorios, tendencia a la formación de coágulos y alteraciones en múltiples órganos, como el hígado o riñón, en los casos más graves. Por otra parte, en pacientes con compromiso neurológico se observaron alteraciones menores en sus exámenes de laboratorio como resultado de una respuesta inmune más activa.
Si bien este estudio chino es uno de los más detallados, en otros lugares del mundo también se han descrito alteraciones del sistema nervioso en pacientes con COVID-19. En Estrasburgo, Francia, Julie Helms, del Hospital Universitario de Estrasburgo, y su grupo de investigadores observó entre marzo y abril de este año que de 58 pacientes con infección severa de SARS-CoV-2, 49 (84%) presentaban manifestaciones como confusión, agitación, falta de atención, desorientación o dificultad para organizar los movimientos, mientras que las resonancias magnéticas indicaban signos de encefalitis (inflamación del cerebro), meningitis (inflamación de las membranas que rodean el cerebro y médula espinal) o hemorragias.
Por otra parte, Andrea Giacomelli, del Departamento de Ciencias Biomédicas y Clínicas de la Universidad de Milán (Italia), junto a otros investigadores, decidieron enfocarse en encontrar síntomas menores que permitieran detectar la enfermedad en etapas tempranas. Es por esto que, en marzo de este año, realizaron un cuestionario a 59 pacientes diagnosticados con COVID-19. De ellos, 20 informaron de al menos una alteración olfativa o gustativa, y 12 presentaron los síntomas incluso antes de ser admitidos en el servicio de salud. Antes de la hospitalización eran más frecuentes las alteraciones de gusto que de olfato, siendo estas más comunes en mujeres. Sin embargo, una vez terminada la hospitalización, las alteraciones de olfato y gusto eran igual de frecuentes en hombres y mujeres.
Recientemente fue publicado un artículo en la revista Nature Medicine, donde Cristina Menni y su equipo desarrollaron una aplicación para dispositivos móviles en Reino Unido y Estados Unidos, de manera que las personas pudieran registrar sus síntomas en ella. Más de 2 millones de personas registraron sintomatología, de las cuales 789 mil tenían potenciales signos de COVID-19, pero de ellas solo 7.178 dieron positivo en la prueba de detección del virus: 6.452 en Reino Unido y 726 en EE.UU. De los infectados, más del 60% reportó haber tenido pérdida de gusto u olfato.
Estos investigadores realizaron una serie de análisis estadísticos con el fin de averiguar qué síntomas estaban asociados de forma más consistente con la presencia del virus, desde dolor abdominal, delirios o diarrea a simple falta de apetito. Aunque los síntomas son autorreportados y tales datos no reemplazan la evaluación clínica, en este trabajo los investigadores informan que la pérdida de olfato y gusto puede ser un predictor potencial de COVID-19, junto con otros síntomas ya más establecidos, como fiebre y tos persistente. Además, identificó una combinación de síntomas como fatiga, tos y pérdida de apetito que, en conjunto, podrían identificar a individuos con COVID-19.
Para entrar en las células de nuestro cuerpo, el SARS-CoV-2 utiliza el receptor para la enzima convertidora de angiotensina 2 (ACE2), que se encuentra en muchas células de nuestro organismo: en las vías respiratorias, vasos sanguíneos, riñones e intestinos, así como en neuronas y células gliales del cerebro y sistema nervioso. Aunque no se conoce exactamente la ruta que sigue el virus para llegar al sistema nervioso, las principales teorías plantean que invade directamente las terminales nerviosas, actuando de forma muy similar a la versión anterior del virus (SARS-CoV).
Las neuronas, que son las células que conforman nuestro sistema nervioso, tienen mecanismos que les ayudan a transportar moléculas y señales entre ellas, por lo que, si son infectadas por un virus, este podría migrar e infectar otras neuronas. La organización y disposición anatómica que poseen los nervios olfativos que están dentro de la nariz favorecen la comunicación directa con las neuronas del bulbo olfatorio y la zona anterior del cerebro, de manera tal que, si respiramos las pequeñas gotitas que emite alguien que tose y que posee el virus, este podría llegar al cerebro a través del tracto olfatorio y causar daño nervioso.
El otro principal postulado hace alusión a que, una vez que el virus está dentro de la célula, se replica muchas veces siendo liberado a la circulación sanguínea. Esto activa la respuesta inmune, produciendo altos niveles de proteínas que regulan procesos inflamatorios (citoquinas), que causan que la red de vasos sanguíneos y de células estrechamente unidas, que en condiciones normales evita que sustancias dañinas penetren en el cerebro (barrera hematoencefálica), se haga más permeable, promoviendo que el virus ingrese al cerebro y, por ejemplo, se inflame (encefalitis).
Finalmente, aunque en Chile los casos de COVID-19 ya han superado los 200 mil, y nos hemos transformado en uno de los países con más casos por millón de habitantes, solo hay reportes menores de síntomas fuera de los habituales. Aún no conocemos completamente el comportamiento de este virus, cómo opera a nivel nervioso y si las consecuencias del daño neurológico pueden permanecer en el tiempo. El llamado es a estar alerta y atentos a la nueva información que los investigadores recién comienzan a profundizar.
*Este artículo surge del convenio con el Centro Interdisciplinario de Neurociencia de la Universidad de Valparaíso.