Claudio Hetz, director del Instituto Milenio de Neurociencia Biomédica de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, adelanta un posible agravamiento en patologías neurodegenerativas y psiquiátricas. Confinamiento en espacios hacinados, falta de interacción social y sedentarismo tendrán un impacto significativo sobre estas poblaciones, según el investigador. El académico recalcó además que el mayor riesgo de que adultos mayores sufran complicaciones por coronavirus tiene que ver, entre otros factores, con un aumento de la inflamación crónica.
Claudio Hetz, director del Instituto de Neurociencia Biomédica de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile (BNI, por sus siglas en inglés), proyecta un eventual aumento en la incidencia y severidad de los cuadros de enfermedades cerebrales en adultos mayores para los próximos meses, como consecuencia de la pandemia por el COVID-19.
El investigador explicó que factores sociales, entre ellos, el hacinamiento y la pérdida de interacción, y sanitarios, tales como sedentarismo y falta de actividad física, tendrán un impacto significativo en el incremento de condiciones patológicas que afectan al cerebro asociadas a la vejez, principalmente la demencia, de manera simultánea a un mayor riesgo de avanzar hacia estados más graves al ser infectados de coronavirus.
“Con millones de personas encerradas, y los adultos mayores en su gran mayoría aislados, al ser los que están en mayor riesgo, es altamente probable que se registrará un aumento en la incidencia y severidad en los cuadros de enfermedades cerebrales y neurodegenerativas”, señaló el Dr. Hetz, dedicado al estudio de la neurodegeneración.
Para el científico nacional, los impactos de la pandemia en poblaciones de la tercera edad obligarán a los estados a adoptar medidas paliativas con suma urgencia. Con una de las tasas de longevidad más altas de América Latina, Chile podría ser una de las naciones más golpeadas a nivel regional en este escenario en el mediano plazo.
“Va a ser importante monitorear este fenómeno en términos científicos y sociológicos”, subrayó el director del Instituto de Neurociencia Biomédica –quien además indaga en mecanismos celulares con implicancias en el desarrollo de enfermedades neurodegenerativas, como Parkinson, Alzheimer, enfermedad de Huntington y Esclerosis Lateral Ameotrófica (ELA)3–.
“Estamos viviendo un escenario nunca visto en la historia de la humanidad por este virus, el cual también tendrá impacto en la susceptibilidad de enfermedades psiquiátricas. En Chile, esta susceptibilidad ya es altísima, de las mayores del mundo, en el desarrollo de enfermedades como esquizofrenia y depresión”.
Hace algunas semanas, la Organización Mundial de la Salud (OMS) emitió una alerta por los riesgos en la condición mental de la población. Estudios efectuados en los últimos meses en África dan cuenta de que se han triplicado los síntomas de la depresión, entre ellos, la ansiedad, como resultado del aislamiento social, el confinamiento, el miedo al contagio, las consecuencias económicas y la pérdida de seres queridos.
A juicio del Dr. Hetz, uno de los mayores incrementos en incidencia podría estar en el ámbito de las demencias, que es de las patologías neurodegenerativas más prevalentes en nuestro país (que también es uno de los factores de riesgo más habituales para coronavirus en personas mayores de 65 años). Estudios internacionales han demostrado que la actividad social –como cuidar a los nietos– y el ejercicio, disminuyen el riesgo a sufrir esta enfermedad.
Según afirmó, aspectos sanitarios y sociales a nivel local hacen de esta brecha una amenaza importante sobre la tercera edad en el contexto de infecciones respiratorias.
“Por un lado, están las enfermedades preexistentes, que incrementan la letalidad de los cuadros y pueden tener efectos en el largo plazo a nivel de los pulmones. Y, por otro lado, aparecen los factores sociales, con una mayoría de la población en la pobreza, con adultos mayores encerrados, en hacinamiento y con mayor exposición a infectarse. En Chile, por ambos motivos, el porcentaje de población susceptible para el coronavirus también aumenta”.
Para el neurocientífico, esto depara desafíos de cara el futuro para un país con una de las tasas más elevadas de longevidad, tanto ante eventuales nuevos riesgos sanitarios como ante la probabilidad de que el SARS-CoV-2 se convierta en un virus circulante en la población. Generar plataformas de educación para las familias y que permitan mejorar el apoyo para personas de la tercera edad en confinamiento es fundamental.
De acuerdo al Dr. Hetz, esto ayudaría “a no solamente tener que encerrar a nuestros abuelos, que es necesario para disminuir el riesgo de infección, sino también a motivarlos para estar conectados, estimulados y en actividad física permanente. Quizás para el resto de la población salir a caminar no sea un ejercicio demandante, pero para ellos es clave, porque implica movimiento y actividad física”.
El director del Instituto de Neurociencia Biomédica observa con preocupación lo que podría ocurrir en los próximos meses y no solo en grupos de adultos mayores sino en el total de la población. Estos impactos podrían ir desde la salud mental –depresión y cuadros de ansiedad– a la física, con un deterioro permanente por la falta de actividad, con implicancias sociales como el abuso de alcohol y drogas, y el incremento de la violencia.
“Ahora nos debemos preocupar de mantener la vida de las personas, pero esto va a tener consecuencias, y aumentará el riesgo de desarrollar otras patologías. Las razones son diversas: menos ejercicio, personas más solas, menos estimuladas… cuando uno se deprime entra en este tipo de cuadros, con pensamientos negativos y susceptibilidad de desarrollar otras enfermedades, porque el sistema inmune empieza a ser más débil”.
El Dr. Hetz precisó que el encierro, el estrés y la depresión fomentan factores de riesgo que inciden en la aparición de patologías crónicas, y proyecta: “En el largo plazo, vamos a tener un problema de salud mental y un aumento de la carga de pacientes por enfermedades crónicas en los sistemas de salud”. A su juicio, las poblaciones donde esta problemática se sentirá con más fuerza es en las de mayor edad y vulnerabilidad social.
Por el contrario, planteó que las condiciones socioeconómicas favorecen un mejor acceso a tener actividad permanente en línea para mejorar las interacciones sociales e incluso la posibilidad de hacer ejercicio en forma remota. Pero esto, advirtió el investigador chileno, se encuentra al margen para un porcentaje amplio de nuestra población y, en especial, para los adultos mayores de segmentos de menores ingresos.
“La gran mayoría probablemente ni siquiera tenga espacios en sus casas para hacer ejercicio. Es fundamental que el Estado implemente un plan nacional para la salud física y mental de la población que permita atenuar lo que va a venir después de la cuarentena y de la pandemia”, recalcó el neurocientífico.
El Dr. Claudio Hetz explicó que son cuatro los factores principales que inciden en la mayor susceptibilidad de sufrir cuadros severos por el virus SARS-CoV-2 entre las poblaciones más longevas: una respuesta inmune menos robusta, el aumento en la inflamación crónica (autoataque del sistema inmune), preexistencia de enfermedades crónicas, fragilidad y un mayor riesgo de sufrir coágulos.
Los datos acumulados en los últimos meses indican que sobre los 60 años la mortalidad aumenta, con hasta un 15% de fallecimientos en pacientes que superaron los 80 años.
“A medida que envejecemos nuestra capacidad inmune va disminuyendo, y además durante esta etapa aparece una serie de enfermedades crónicas que aumentan la susceptibilidad de tener un cuadro por COVID-19 mucho más grave. El riesgo puede ser hasta diez veces mayor con una condición preexistente como cáncer, diabetes o hipertensión”.
El académico de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile agregó que “asociados a la vejez, existen cambios en la fisiología del cuerpo que reducen nuestra capacidad de manejar al patógeno y aumenta el riesgo a dañar tejidos. Cuando envejecemos, el sistema inmune se va apagando en su capacidad de responder, entonces tenemos mecanismos naturales del cuerpo menos robustos frente a este tipo de patógenos”.
Mientras personas jóvenes o niños podrían mostrar síntomas leves, como los de un resfrío, en adultos mayores la situación es de mayor amenaza, advirtió el director del BNI. Esto tiene que ver con un fenómeno bastante complejo, relacionado con el deterioro de órganos no necesariamente vinculados con el sistema respiratorio. Según Hetz, esto está dado por una inflamación crónica.
“La inflamación crónica o excesiva es un factor de riesgo en la mayoría de las enfermedades, incluyendo las cerebrales”, puntualizó el científico chileno, quien añadió que, durante el envejecimiento, factores intrínsecos relacionados hacen mucho más vulnerables a las personas a sufrir cuadros más agresivos por infecciones por patógenos. Para el caso del COVID-19, además, se han reportado alteraciones en la coagulación con un potencial daño al cerebro.
“Además, ya se está discutiendo a nivel mundial la necesidad de medir síntomas asociados al sistema nervioso, dado que han aparecido casos donde los síntomas neurológicos aparecieron antes de los respiratorios. El virus se ha detectado en el cerebro y en el líquido encéfalo raquídeo. Pacientes han perdido la orientación además de otros problemas cognitivos”, detalló.