Agüero es fiel a su casa, a su barrio y a la bella gente que lo rodea; porque hay que admitir que todos los personajes de sus películas se parecen, son entrañablemente queribles, amables y bellos en la mirada que arrojan a la cámara. En una entrevista, el director cuenta que esta última película, “es la más linda, la más fina, la más profunda”.
Habría que partir diciendo que esta película – documental es la relación de Ignacio Aguero con una de las esquinas de su casa, de la relación del cineasta con su barrio, con sus vecinos, con el paisaje, la cordillera, con su propia casa y domicilio. Podríamos decir también que ésta es una película sobre Aguero, o la mirada de Agüero sobre su vida y su entorno, la escritura de una carta sobre algo que se filmará. Sería fácil decirlo, casi evidente. Porque así es, es una película sobre todas estas cosas y lugares. Y de evidente que lo parece, quizás no lo sea.
Esta película podría también haber sido filmada, narrada, por un etnógrafo, que duda cabe. Un etnógrafo, que desde la observación participante, atenta y extrañada, “da forma a la perplejidad” como el mismo Ignacio Aguero reconoce hacer. Un etnógrafo para quien hacer cine es viajar, porque como él mismo cuenta, “el cine es andar buscando”. Un andar buscando, que no necesita viajar muy lejos, caminar mucho ni subirse a canoas para adentrarse en la ruta – rutina de su barrio, de su casa, de sí mismo; para así perderse en las nimiedades de todos los días, aquellas que son, como nos enseñó el polaco Malinowski, la sangre y las vísceras de toda cultura.
[cita tipo=»destaque»]Alguien comentaba, que quizás Ignacio filma lo que filma, porque con ello no requiere grandes presupuestos. Puede ser, pero ciertamente no es la única razón. Esta manufactura casera, es parte sustantiva a su relato, no olvidemos que estudió arquitectura antes del cine. Y él sabe de espacios y lugares, de geografías del habitar, del ocupar, del usar, del hacer. Como cuando dice; “Hoy haré una cazuela, el día está para cazuela” mientras desde el encuadre de su ventana se ve como la lluvia cae sobre el jardín.[/cita]
Agüero dice que filma por filmar, observa por observar. Marguerite Duras, contaba algo similar, cuando se refería al placer de la escritura, de sentir la tinta y su mano sobre el papel, un gesto sensorial, banal y fundamental. No es extraño entonces que para Agüero, el guion sea un estorbo, “a mí no me sirve”, dice. Porque “el guion se va escribiendo sin lápiz, en el montaje”, y caminando. En una de las cartas de este documental, Agüero escribe: «La empiezo sin tener nada especial que decirte; pero apenas la pluma se empieza a mover aparecen las primeras imágenes.» Y así es, en Nunca subí el Provincia como en toda bitácora de viaje, las escenas se suceden y se muestran como un caleidoscopio hecho de piezas de colores. Es tarea del ojo atento y a ratos cansado del espectador, el suturar, amarrar, hilar estas piezas que el director nos va ofreciendo en esa caminata de su lente.
Esta última obra de Agüero se conecta con muchas otras películas del director y así lo reconoce en los créditos finales. Un asunto de fidelidad consigo mismo. Agüero es fiel a su casa, a su barrio y a la bella gente que lo rodea; porque hay que admitir que todos los personajes de sus películas se parecen, son entrañablemente queribles, amables y bellos en la mirada que arrojan a la cámara. En una entrevista, el director cuenta que esta última película, “es la más linda, la más fina, la más profunda”. Quizás esta sea la película de su madurez, de esa tranquilidad y conciencia que solo se puede alcanzar cuando se tiene una vida larga y bien vivida; cuando es posible descubrir – como él mismo cuenta – que “existen muchas formas de divagar, muy distintas unas de otras”.
Alguien comentaba, que quizás Ignacio filma lo que filma, porque con ello no requiere grandes presupuestos. Puede ser, pero ciertamente no es la única razón. Esta manufactura casera, es parte sustantiva a su relato, no olvidemos que estudió arquitectura antes del cine. Y él sabe de espacios y lugares, de geografías del habitar, del ocupar, del usar, del hacer. Como cuando dice; “Hoy haré una cazuela, el día está para cazuela” mientras desde el encuadre de su ventana se ve como la lluvia cae sobre el jardín. Y aunque nunca veremos la preparación del plato, ¿sabrá hacer una cazuela? su frase es tan potente, que como chilena criada entre cazuelas, sentí el vaho de la cocina, vi el pedazo de zapallo, los porotos verdes y la papa asomada en ese caldo grasoso de toda cazuela. Eso es magistral, eso es manufactura casera sobre nuestros sentidos, eso es cine, fenomenología y poética, es también arquitectura de la vida cotidiana.
Memoria y cine son casi lo mismo, dice Ignacio. En esta película, esta analogía opera magistralmente, “la memoria funciona haciendo extrañas conexiones y asociaciones de fragmentos de la experiencia”, lo cito, nuevamente. Una de las imágenes que más me conmovió de esta película es ese paso al blanco y negro, abrupto, de los aviones y el humo; ese humo a lo lejos, casi imperceptible, mirado desde la ventana hacia el cielo, donde solo cabe imaginar lo peor. Pero Ignacio no demora en sacarnos de nuestro ensimismamiento de la memoria, para invitarnos a pensar y a comprender que esto pudo ser aquí y en otros miles de lugares… las imágenes de Japón y otras ciudades europeas, desclasificadas de sus archivos de la memoria, nos descentran y universalizan en ese ejercicio del relato visual del recuerdo.
Para no pisar y borrar, decía el filósofo chileno Humberto Giannini, hay que detener el paso y observar detenidamente cómo cada una de esas pisadas habla de un presente y de un pasado. Detenerse en la gramática y la sintaxis de estos pasos, de estos saludos, de estas miradas esquivas y de las sonrisas amables, es siempre un trabajo político sobre ese pasado. Filmar esas muertes y borramientos – la panadería, el almacén, el barrio, el jardín – tal como hace Ignacio, es entonces una forma de conmemorar, para que la vida – en especial la vida urbana – sea más tolerable y más querible.
Ignacio Agüero
Nunca subí el Provincia (2019)
Francisca Márquez
Largometraje documental / 89 min. / Digital / Color