En esta entrevista con Cristóbal Escobar, programador en el Festival Internacional de Documentales de Santiago (FIDOCS), los directores de «Cantos de represión», Estephan Wagner y Marianne Hougen-Moraga, comentan cómo intentaron trascender las visiones maniqueístas en su retrato de los colonos. «Nosotros siempre nos aproximamos a las personas del documental con una mente abierta. Obviamente nosotros tenemos nuestras posiciones políticas claras, pero para abrirse al diálogo considerábamos necesario que los protagonistas pudiesen hablar desde su propia lógica», afirma ella. Premiada recientemente en el Festival Internacional de Cine de Valdivia, entre varios otros festivales alrededor del mundo, la película podrá verse de manera gratuita, online y para todo Chile, en el marco de la vigesimocuarta edición de FIDOCS, a realizarse entre el 25 de noviembre y el 1 de diciembre.
Sinopsis. A los pies de la Cordillera de los Andes, en una comuna de Chile llamada Parral, se encuentra una idílica colonia alemana. La belleza del lugar, no obstante, esconde un pasado tenebroso.
Cantos de represión, el largometraje documental de Estephan Wagner y Marianne Hougen-Moraga, explora la vida de los actuales residentes de la ex Colonia Dignidad, quienes recurren a distintas estrategias para entender o justificar los traumáticos 45 años de abuso sexual sistematizado, palizas colectivas, experimentos médicos y otros horrores cometidos en el lugar.
La película reflexiona y observa cómo los habitantes de la Colonia se relacionan con el hecho de que prisioneros políticos fuesen torturados, desaparecidos y asesinados allá. Cantos de represión es un retrato conmovedor y perturbador de los colonos que decidieron continuar con la Colonia.
Premiada recientemente en el Festival Internacional de Cine de Valdivia, entre varios otros festivales alrededor del mundo, la película podrá verse de manera gratuita, online y para todo Chile, en el marco de la vigesimocuarta edición del Festival Internacional de Documentales de Santiago (FIDOCS), a realizarse entre el 25 de noviembre y el 1 de diciembre del 2020.
Wagner y Hougen-Moraga son pareja, tienen dos hijas y trabajan juntos como directores de cine en Dinamarca. Ambos estuvieron expuestos desde chicos a la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990), pero desde dos realidades bien distintas.
Estephan nació en Chile, en una familia conservadora chileno-alemana, y creció bajo la dictadura militar en Santiago. Marianne, en cambio, creció con su madre chilena exiliada en Dinamarca, con una familia numerosa en Curicó y Talca, con quienes tiene una excelente relación hasta el día de hoy. Estephan, por el contrario, ya casi no tiene contacto con su familia.
-Cuéntennos un poco de su historia con Chile. ¿Qué los motiva a hacer una película en Villa Baviera?
E: Desde que éramos pequeños escuchábamos hablar, directa o indirectamente, de Colonia Dignidad. Yo en esos años iba con mi familia al restaurante de la Colonia, que está cerca de Bulnes, cada vez que pasábamos por la Panamericana para ir a un fundo que teníamos en el sur de Chile. En ese tiempo, cuando niño, digamos, la Colonia se me mostró como un lugar muy tranquilo y seguro. Era un lugar para ir a relajarse y donde te encontrabas con muchos alemanes.
M: Yo, en cambio, desde Dinamarca, escuchaba hablar a mi mamá sobre los presos políticos de la dictadura que desaparecían allá. Mi mamá estuvo refugiada desde el 73, y siempre ella participó activamente de grupos de amnistía internacional y derechos humanos, por lo que las palabras “Colonia Dignidad” aparecían con frecuencia en el discurso. Yo sabía que la Colonia estaba cerca de Parral, y por ende cerca de donde vivía mi familia en Curicó, pero cada vez que le preguntaba sobre el tema mi mamá me insistía que era mejor no hablar de la Colonia: “Ahí desapareció gente y es un lugar peligroso”, me decía.
Entonces, te diría que ambos crecimos desde formas de pensamiento político casi antagónicos. Pero a medida que crecíamos surgían más y más preguntas acerca de lo que habíamos aprendido sobre la Colonia cuando niños. Con Estephan nos conocimos y empezamos a salir cuando teníamos treinta años. Ya en ese momento obviamente sabíamos que el mundo no estaba tan polarizado y era más complejo del que vimos cuando niños. Y quizás por eso, porque proveníamos de dos realidades políticamente opuestas, es que nos interesó explorar la Colonia más a fondo. Nos preguntábamos cómo sería vivir allá en la actualidad, un lugar en el que el trauma colectivo todavía tiñe la realidad psicológica de sus habitantes. Para nosotros la Colonia era el lugar perfecto para explorar los matices interpersonales, emocionales y sociopolíticos. Nos interesaba establecer narrativas con más capas, sobre todo porque desde los medios de comunicación todavía se muestra en blanco y negro, entre buenos y malos, víctimas y perpetradores. Son esos matices que están entremedio los que nos interesan.
-Claro, la Colonia tiene una historia bien oscura, por mucho tiempo un lugar casi impenetrable, pero ustedes se meten en esa oscuridad y dejan que entre algo de luz. Y con esto me refiero a que su película abre la experiencia del trauma, el trauma de las víctimas, por supuesto, pero también escuchamos los «cantos de represión» de los cómplices, sus traumas, los silencios del pasado. Ambas realidades se combinan en su relato, y desde ahí uno como espectador va (re)construyendo la historia, desde estas distintas perspectivas. En ese sentido me pregunto por la dimensión ética de su documental, y por su posición crítica como documentalistas.
E: Algo que nos tiene bastante cansados como directores de cine es la historia del bueno y el malo, la narrativa de Hollywood. En Chile sentimos que el discurso se ha convertido un poco en eso: o estás a un lado de la historia o estás en el otro. Este tipo de narrativas no tienen salida y, en general, termina ganando el más fuerte. En ese sentido la Colonia representó una metáfora para nosotros de cómo se construyen esas retóricas en blanco y negro. La Colonia por mucho tiempo ha tapado su historia de abusos y torturas con un montón de actos bonachones, de encubrimiento, pero la realidad de las personas que viven allá es mucho más compleja y no puede reducirse a esa lógica. La mayoría no fueron ni víctimas ni victimarios sino que ambas cosas a la vez, pero, claro, eso es sumamente delicado y complejo de entender. Uno tiende a posicionarse con uno de los dos bandos, pero cuando las historias se entretejen, entonces nos metemos en un territorio ético que es mucho más pantanoso, pero a su vez más real e importante.
M: Nosotros siempre nos aproximamos a las personas del documental con una mente abierta. Obviamente nosotros tenemos nuestras posiciones políticas claras, pero para abrirse al diálogo considerábamos necesario que los protagonistas pudiesen hablar desde su propia lógica. Si impusiéramos nuestra forma de ver la realidad, entonces estaríamos entrando en esa misma traba que comentábamos antes: les hablamos a “los nuestros” sobre “ellos”, “los raros”. Abrir el diálogo resultaba imperativo para orientarse a una reconciliación. Eso es súper importante para nosotros. Hoy en día hay tantos sistemas en el mundo, más o menos represivos, donde se repiten las mismas lógicas: cuando les hablas a “los otros”, creas una separación que no ayuda a encontrar soluciones.
E: Y como tú dices, Cristóbal, la Colonia es un lugar cargadísimo de oscuridad, y así también ha sido retratado innumerables veces. Pero si nosotros hubiésemos entrado apuntando con el dedo a los corresponsables, entonces jamás habríamos encontrado esa apertura que proyecta la película. La única manera para entrar realmente allá adentro era sin juzgar, conectándose con la mirada de cada uno de ellos, o sea, entendiendo la forma en cómo se relacionan con su mundo, cómo se ven a sí mismos, cómo conviven con su pasado, cómo lo ocultan o lo reescriben… Para alcanzar esa profundidad humana y establecer una relación de confianza mutua era indispensable entrar honesta y curiosamente al lugar. Y eso requiere de tiempo y observación.
-Pensando en esa relación de cercanía que establecen con los personajes de la película, me pregunto también por el grado de participación que asumieron ellos en el resultado final del proyecto.
M: Cuando nosotros hacemos un documental primero nos preguntamos por el sentido que este podría tener para sus protagonistas: ¿por qué querrían participar? Obviamente que este sentido tiene que trascender el solo hecho de aparecer en la pantalla. En el caso de Horst y Helga, por ejemplo, que es la pareja que está en contra del sistema, ellos necesitaban conversar sobre los problemas que tenían allí dentro con alguien que pudiese traspasar el mensaje hacia fuera. Para Jürgen, que es el guía turístico, la película era importante porque le permitía contarle al mundo que él había sido capaz de sobrevivir a las torturas y seguir adelante con su vida. Ahora, como él es una suerte de “mascota” en la Colonia, su meta también era mostrarle al mundo las bondades del sector como destino turístico. O para el grupo que canta, el documental igualmente les permitía compartir sus canciones con el espectador afuerino y contarle cómo es que ellos veían el pasado y el presente del lugar.
E: Y con esto nosotros no estamos buscando legitimar una narrativa por sobre otra, sino que, al darle espacio a todo este abanico de miradas, más la información que de a poquito va apareciendo en los textos de la película, buscamos que el espectador reflexione y se dé cuenta de la complejidad de lo que está viendo. De hecho, en el proceso de edición hubo una fase bien compleja, en la que nos dimos cuenta que no estábamos logrando esa posición crítica como cineastas. Sentíamos que para el espectador, sobre todo para el que no conoce Chile, era difícil ver más allá de la fachada, de este “cuento” que se les estaba contando. Y un poco nuestra labor fue deconstruir estos espejismos a través de un arco narrativo que invitara a descifrar las diferentes perspectivas y dramatismos de la historia.
M: Agregar por último que, durante los cuatro años que nos demoramos en hacer la película, hemos hablado muchísimo con la Asociación de Derechos Humanos Colonia Dignidad y con las Agrupaciones de Familiares de Detenidos Desaparecidos en Talca y Parral, para entender en profundidad lo que significa vivir con las consecuencias de lo que fue Colonia Dignidad. Creemos que es importante mencionar esto porque, claro, el espectador se podría preguntar: ¿por qué no salen los que fueron torturados allá adentro? O: ¿por qué salen tan solo en una escena? Para nosotros la razón es muy clara: ellos claramente son víctimas del régimen, y eso no se puede poner en duda, pero si estos grupos hubiesen tenido más presencia en la película, entonces el público se habría identificado casi directa y exclusivamente con ellos, haciéndosele muy difícil identificarse con todas estas otras realidades intermedias que hoy en día siguen existiendo dentro de la Colonia.
-¿Cómo reaccionan los residentes de la Colonia cuando les muestran la película?
M: Bueno, por todo esto del coronavirus lamentablemente no pudimos estar mucho en Chile antes de que saliera la película, y nos entristece mucho no poder estar tampoco para cuando la muestren a fin de año en FIDOCS.
E: Yo fui para Chile justo cuando en el norte de Italia ya estaban cerrando las fronteras. Fue una decisión arriesgada y difícil por el tema de la pandemia. Pero lo hicimos porque le prometimos a la gente de la Colonia que le mostraríamos la película antes de que se estrenara mundialmente.
M: Fue un visionado muy intenso y súper emocionante. Llegó la gran mayoría de los adultos que viven en la Colonia y también algunos de los que ya no viven ahí. Hubo una catarsis colectiva impresionante, con un conversatorio larguísimo. Una de las principales impresiones fue escuchar a Helga decir que, viéndose en la pantalla, se daba cuenta de lo dañada que estaba, del dolor que llevaba adentro. Esa es una autorreflexión muy dura y honesta. Para Horst, en cambio, la película le dio ánimo para seguir luchando desde dentro de la Colonia, para reclamar por los derechos que como familia no habían logrado conseguir hasta ahora allá adentro.
E: ¡Para todos fue intenso! La gente comentaba que, a pesar de que los hayan retratado innumerables veces en documentales y reportajes de televisión, esta era la primera vez que realmente se veían a ellos mismos. Y eso es muy reconfortante para nosotros como directores, darse cuenta que los participantes, que son tan complejos y variados, logran identificarse consigo mismos sin sentirse manipulados (…). En un momento, un señor muy mayor que ha estado preso por participar en crímenes dentro de la Colonia, se para y dice: “Esta es la primera vez que me doy cuenta que no solo les infligí dolor a otros que vivían afuera de la Colonia, sino que también a alguno de los que están ahora aquí adentro. Veo el dolor que llevan en sus espaldas y entiendo perfectamente por qué no quieren hablar conmigo. Solo decirles que estoy aquí y que pueden acercarse”. Ese tipo de reflexiones es algo que le da sentido al trabajo que hacemos.
-Siguiendo con esta dimensión ética de su documental, quisiera detenerme en el efecto terapéutico que de alguna manera este está teniendo. Uno de sus productores ejecutivos es Joshua Oppenheimer, y lo menciono porque viendo Cantos de Represión me acordé mucho de The Look of Silence (J. Oppenheimer, 2014), que es otro documental que retrata la experiencia del trauma, esta vez desde el genocidio político en Indonesia en los años 60. Me acordé de Adi, el protagonista de la historia que entrevista a los responsables de la muerte de su hermano, y que al comienzo del filme lo vemos “arreglarle” la visión a uno de esos asesinos. Adi es un optometrista y, como tal, alguien que ajusta la mirada. Me pregunto si hay algo de eso en su película también: una suerte de documento que busca “repararles” la visión a los encubridores de crímenes y abusos en Villa Baviera.
M: Tal como Adi en The Look of Silence busca un tipo de diálogo que pueda producir una reconciliación entre ambas partes, nosotros con Cantos de Represión claramente queremos aportar a una conversación en Chile que pueda generar ese efecto entre los grupos vinculados a la Colonia. Es un modo democrático de encontrar soluciones, en conjunto, integrando los distintos puntos de vista. En ese sentido, nuestra colaboración con Joshua ha sido importantísima. Él no solo es nuestro productor ejecutivo sino también alguien con quien hemos trabajado creativamente durante todo este proceso. La balanza en este tipo de documentales es muy fina, se requiere tomar distancia y al mismo tiempo estar muy inmersos en el tema, y para eso la colaboración con Joshua, al igual que con nuestra productora Signe Byrge (que también produjo The Look of Silence) ha sido fundamental.
E: Ya hemos hablado de esto antes, pero creo que, si alguien se queda solamente con su verdad, las cosas no avanzan. La palabra “reconciliación” está muy manoseada, entonces hay que preguntarse de nuevo qué entendemos por este concepto. Dentro de la Colonia la mayoría lo entiende como “perdón y olvido”. Este es un mantra que está muy impuesto y que no soluciona nada. El trauma sigue igual de vivo y, aunque pasen los años, los fantasmas siguen ahí. El quedarse callados obviamente no es la solución.
M: El silencio impuesto se repite en muchos sistemas postotalitarios: encerrar las emociones, aprender a callarnos y seguir para adelante como te dice el sistema que hay que hacerlo.
-Para ir cerrando esta conversación, me quisiera saltar de la dimensión ética a la dimensión estética de su documental, y es que ustedes aquí desarrollan un método de trabajo bien interesante, que es el de acercarnos lo más posible al lugar y a las personas entrevistadas. Ustedes nos sitúan en el tiempo presente del relato, casi en el rodaje mismo de la película. A ratos vemos cómo colocan la cámara para encuadrar la escena, escuchamos constantemente sus voces… En el fondo, sabemos que ustedes están ahí, “en directo”, pero también sabemos que detrás de todo esto hay una cámara, y que luego del rodaje viene un proceso de edición y montaje que interviene en esa experiencia vivida. Entonces es como si su método combinara la “transparencia” y proximidad del medio documental junto con toda la artificialidad del dispositivo fílmico.
M: Ha sido súper importante para nosotros establecer una colaboración entre nosotros como directores y quienes la protagonizan. Por eso decidimos filmar el antes y el después de la puesta en escena, para darle mayor autonomía a los personajes en la manera de aparecer ante la cámara y para que sepan que este es un trabajo colaborativo. También están los paisajes naturales que, además de servir como contraste a las conversaciones con los protagonistas, funcionan como postales del lugar, como una imagen de la belleza de Villa Baviera, pero también como una máscara turística que esconde lo que pasa y pasó allí adentro. Y es a partir de todo esto que la naturaleza se convierte en testigo, en un personaje más que ha presenciado lo ocurrido, que conoce los traumas y los silencios impuestos. La naturaleza lo sabe; ella siempre ha estado ahí.
E: La forma en cómo se entrelaza ética y estética es una reflexión súper importante, Cristóbal. Hoy en día existe una alienación en el documental en donde la estética debe ser la más “linda”, o parecerse lo más posible a la “ficción”. Por el contrario, la estética para nosotros tiene que resonar con la profundidad temática y ética del relato. Entonces, esa belleza postal de la que habla Marianne no está ahí por el solo hecho de ser bella, sino que justamente porque esas tomas del paisaje resuenan. De eso nos preocupamos harto los editores, yo y Niels Pagh, que de hecho también es el editor de Joshua en The Act of Killing (2012) y The Look of Silence (2014). Niels siempre habla del término “presente auténtico”, y con esto se refiere a la posibilidad de transmitirle al público la sensación de estar en un aquí y un ahora concretos.
Te doy un breve ejemplo. Al comienzo de la película un personaje nos pregunta: ¿quieres filmarme con o sin la gorra? A lo que le respondemos: “Como tú quieras, no necesitamos maquillarte”. Esto significa que cada uno tiene la libertad de diseñar su propio personaje, pero también le damos la oportunidad al espectador de participar de esa construcción. O cuando empieza la película lo primero que se escucha es a un personaje preguntarnos: ¿cómo quieres que pongamos esto? Abrimos la película de esta manera justamente para invitar al espectador a estar ahí adentro, para que pueda sumergirse en esta forma de trabajar con los protagonistas. Por eso también no hablamos nunca de entrevistas, sino de conversaciones. No vamos con una pauta preestablecida a preguntar, sino que al encuentro de algo desconocido que va apareciendo en el proceso mismo de trabajo.