El escenario es la Agüita de la Perdiz, un asentamiento emblemático nacido de una toma hace más de medio siglo, junto a la Universidad de Concepción. El objetivo general es promover el diálogo entre el conocimiento comunitario y el conocimiento científico en torno a la biocultura del Alto Caracol y el adyacente Cerro Caracol. Desde enero se realizarán, entre otras actividades, varios talleres, dirigidos a adultos y a niños, además de un mapa de georreferenciación. «Creo que esta nueva oportunidad que se les está dando a las organizaciones comunitarias de presentar su propias iniciativas científicas es muy importante, porque democratiza un poco más el conocimiento, que es en parte lo que se ha pedido luego del estallido: más y mejor democracia», explica la geóloga Verónica Oliveros, una de las impulsoras. «Ojalá este proyecto se pueda replicar en otros sectores. Creemos que hoy hay en los pobladores una mayor conciencia de cuidar nuestro entorno, no solo por proteger la flora y la fauna, sino también por proteger y prevenir los incendios forestales y derrumbes. Puede ser muy provechoso para los vecinos», añade la dirigenta vecinal Carolina Rebolledo.
Un proyecto que combina la labor de científicos y la experiencia de la organización comunitaria comenzará en enero en una población de Concepción.
Se trata de una iniciativa liderada por la geóloga Verónica Oliveros y la socióloga Beatriz Cid, con la dirigenta Carolina Rebolledo de la Junta de Vecinos 34-B del barrio de la Agüita de la Perdiz, un asentamiento emblemático nacido de una toma hace más de medio siglo.
El objetivo general es «promover el diálogo entre el conocimiento comunitario y el conocimiento científico en torno a la biocultura del Alto Caracol y Cerro Caracol y la importancia de este ecosistema para las comunidades que habitan en sus faldeos», según el documento del proyecto.
Específicamente se realizarán, entre otras actividades, varios talleres, dirigidos a adultos y a niños, además de un mapa de georreferenciación.
«Creo que esta nueva oportunidad que se les está dando a las organizaciones comunitarias de presentar su propias iniciativas científicas es muy importante, porque democratiza un poco más el conocimiento, que es en parte lo que se ha pedido luego del estallido: más y mejor democracia», explica Oliveros.
«Ojalá este proyecto se pueda replicar en otros sectores. Creemos que hoy hay en los pobladores una mayor conciencia de cuidar nuestro entorno, no solo por proteger la flora y la fauna, sino por proteger y prevenir los incendios forestales y derrumbes. Puede ser muy provechoso para los vecinos», añadió la dirigenta vecinal Carolina Rebolledo.
El proyecto nació desde un grupo de vecinas del Barrio Universitario de Concepción, el cual colinda con el Cerro Caracol, que es en parte Parque Metropolitano.
«Todas las personas que estamos involucradas en el proyecto, nos conocimos y llevamos trabajando colectivamente casi un año, en el contexto del movimiento de Asambleas Autoconvocadas que se articularon en el marco del estallido social. Por ello, la vinculación con distintos actores territoriales y un conocimiento más profundo de nuestro entorno, tiene para nosotros un sentido político profundo vinculado a los procesos de crisis y transformación que estamos viviendo. Conocernos entre vecinos y conocer mejor nuestro entorno natural, es un ejercicio comunitario y desde abajo que contribuye a construir mejores mundos para vivir», explica Cid.
Por eso, al enterarse que la convocatoria Ciencia Pública del Ministerio de Ciencia de este año incluía organizaciones sociales, ellas pensaron que sería una buena idea presentar un proyecto que permitiera valorizar el cerro, añade la geóloga.
«De modo natural pensamos también que lo más adecuado sería hacerlo a través de las juntas de vecinos. La Junta de Vecinos de la Agüita de la Perdiz estuvo muy interesada, así es que nos pusimos a elaborar una propuesta de diálogos sobre biocultura, que es la interrelación entre los asentamientos humanos –urbanos o rurales– y la naturaleza/ecosistemas», cuenta Oliveros.
A pesar de albergar el Parque Metropolitano homónimo y ser un corredor biológico con el Parque Nacional Nonguén, el sector del Alto Caracol y Cerro Caracol tiene un alto riesgo de degradación producto de la actividad urbana, inmobiliaria, eventos hidroclimáticos, incendios, tala de bosques, etc. «Es un ecosistema muy valioso y frágil a la vez».
«Nunca habíamos tenido un proyecto de esta envergadura en el tema de la ciencia», complementa la dirigenta Rebolledo.
Agrega que antes hubo trabajos voluntarios con las federaciones estudiantiles o algunos puntuales con algún decano, pero no un trabajo conjunto de científicos y vecinos.
«Nos parece sumamente interesante y enriquecedor para ambas partes, así que inmediatamente nos pusimos a trabajar con ellas para formular el proyecto. A la fecha no tenemos ninguna otra vinculación con la ciencia y nos interesa promover el respeto a la biodiversidad que existe en el Cerro Caracol».
Para postular a la convocatoria se requería la tutela de una institución de ciencia y tecnología. Dado que varias de las integrantes del proyecto trabajan en la Universidad de Concepción, solicitaron a la Vicerrectoría de Investigación y Desarrollo que las patrocinara, a lo que la entidad accedió en el marco de su política de apoyo a las iniciativas de Ciencia Pública (ex-Explora).
«Este proyecto es importante en construir puentes de entendimiento y comunicación entre la comunidad local y la academia, puentes que sientan las bases de futuros proyectos de transdisciplinariedad, donde el saber local se mezcla con la solución que muchas disciplinas pueden otorgar a problemáticas sociales. Tiene el valor agregado de beneficiar a una población histórica de Concepción, la Agüita de la Perdiz, y también de tratar con el Cerro Caracol, una fuente importante de biodiversidad y ciertamente un patrimonio natural de nuestra zona», comenta Ronald Mennickent, director de Investigación y Creación Artística de la Universidad de Concepción.
La Agüita de la Perdiz y la Universidad de Concepción son vecinos colindantes, y aunque a la población no se le denomine «Barrio Universitario», como sí se denomina al sector más acomodado del vecindario, sí existen vínculos profundos, complementa Cid.
«Sin ir más lejos, muchos estudiantes toman pensión y arriendan en la Agüita, compran almuerzos en locales del sector, y los niños –de la Agüita y el Barrio Universitario– juegan en los pastos de la universidad. Pese a esa vinculación real, no siempre esta se materializa en trabajo conjunto y existen distancias que es necesario superar», agrega.
Rodrigo Tapia, jefe de la División de Ciencia y Sociedad del Ministerio de Ciencia, destaca la importancia de promover la generación de conocimiento local y reconocer que no solo la academia produce conocimiento. «Las comunidades tienen un rol clave en la comprensión del entorno, a través de la herencia de saberes locales y de su propia experiencia cotidiana», explica.
La autoridad añade que vincular el mundo científico con la sociedad, con las necesidades y curiosidades locales es esencial, y que la academia no debe estar encerrada ni alejada de la sociedad.
«Contribuir a esa vinculación es el objetivo de la División Ciencia y Sociedad, y también es el primer eje de la política de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación que acaba de ser publicada desde el Ministerio», dice Tapia.
El proyecto plantea reconocer la importancia de los saberes comunitarios en el área científica.
«La idea es que sea algo recíproco, que la gente de la universidad venga a enseñar, pero no a dictar una clase, sino algo mucho más dinámico, donde ellos también puedan aprender y llevarse conocimientos de la comunidad», como aquellos relacionados con los senderos del cerro, las hierbas medicinales, plantea la dirigenta vecinal.
El objetivo no es solo «aprender los procesos que vive el cerro de manera natural, sino también el efecto de la intervención humana».
Cid, por su parte, destaca que «la realidad es una, no distingue entre visiones populares, científicas, económicas, etc. Sin embargo, tenemos diferentes formas de acercarnos a la realidad, de conceptualizarla, y cada una de ellas tiene consecuencias en nuestras acciones en el entorno».
«No es lo mismo ver a un bosque como un espacio de recreación, recolección y finalmente de vida, que verlo como un conjunto de relaciones ecológicas, o verlo como un conjunto de recursos maderables a ser explotados. Lo interesante es que todas estas visiones conviven en nuestro mundo, cada una de ellas es de alguna manera incompleta –comprende algunas cosas, pero no comprende todas las cosas–, pero algunas tienen más poder de incidir en la toma de decisiones que otras», indica.
Para ella, recuperar el conocimiento comunitario es recuperar un conjunto de experiencias sobre el lugar, saberes que dan cuenta del sentido que ese lugar representa para las comunidades que lo habitan.
«Así también, el conocimiento comunitario contiene mucha observación y aprendizaje práctico y teórico del entorno que las ciencias universitarias muchas veces no alcanzan a lograr. Por otra parte, el diálogo con la ciencia, permite a esos saberes hablar un lenguaje que llega a un público más amplio y a espacios de incidencia», remata.
Las científicas coinciden en que la experiencia histórica en la vinculación de ciencia y organizaciones territoriales en Chile es bastante inédita.
«Muchas ONGs y organizaciones no directamente vinculadas a instituciones de ciencia, tecnología e innovación realizan ciencia en los territorios, pero quizás no con los territorios, quizás no incorporando la visión ciudadana de las problemáticas científicas que puedan presentarse en un territorio», explica Oliveros.
«En general, la academia y las y los científicos se vinculan con las comunidades más en un ámbito de enseñanza o transmisión del conocimiento –lo que es sumamente importante en todo caso– que en la perspectiva de un trabajo conjunto con ellas», afirma.
Cid, por su lado, destaca que crecientemente hay experiencia de diálogos de saberes, en especial en relación con temas socioambientales –donde se han articulado comunidades movilizadas en torno a la protección de recursos y ciencias aplicadas–.
«Sin embargo es un tema en que en general las universidades están en deuda. El desafío es cómo generar un pacto simétrico entre ciencia y organización social, donde ambas ganen en la cooperación, y no se caiga en prácticas de ‘extractivismo científico'».
«Esperamos que la comunidad se motive y participe de manera activa», agrega Rebolledo, sobre todo en referencia a los niños, para que desde ya se vinculen con el entorno natural y su conservación, incluso con miras a convertirse ellos mismos en científicos y trabajar en su comunidad.
Oliveros además destaca que este proyecto no habría existido sin el estallido, porque nació de la Asamblea del Barrio Universitario, la cual se convocó luego del 18-O, y fue a través de esta organización que nació el contacto con los vecinos de la Agüita.
«Es una suerte de reapropiación del territorio por parte de las vecinas y los vecinos que, en este contexto en particular, se conecta con los saberes comunitarios y la ciencia ciudadana», señala.
«Me atrevería a decir que la proyección es una mayor demanda por parte de las organizaciones para acceder a recursos que les permitan desarrollar este tipo de proyectos, que les permitan estudiar científicamente su territorio y generar conocimiento. Por ejemplo, en esta convocatoria solo cinco proyectos de organizaciones comunitarias lograron quedar dentro de bases, y todos fueron adjudicados. Yo imagino que en futuras convocatorias tanto el número de proyectos presentados dentro de bases y el de adjudicados aumentará considerablemente», concluye.