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En recuerdo del dramaturgo Óscar Castro: Cuervo, abre tus alas allá, en el gran escenario CULTURA|OPINIÓN

En recuerdo del dramaturgo Óscar Castro: Cuervo, abre tus alas allá, en el gran escenario

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César Farah
Por : César Farah Dramaturgo, novelista y académico, es docente en la Universidad de Chile, Universidad Adolfo Ibáñez y Uniacc. Ha escrito las novelas La Ciudad Eterna (Planeta, 2020) El Gran Dios Salvaje (Planeta, 2009) y Trilogía Karaoke (Cuarto Propio, 2007), así como la trilogía dramatúrgica Piezas para ciudadanxs con vocación de huérfanxs (Voz Ajena, 2019), además, es autor de la obra El monstruo de la fortuna, estrenada en Madrid el año 2021, también ha escrito y dirigido las piezas dramáticas Alameda (2017, Teatro Mori), Medea (Sidarte 2015-2016, México 2016, Neuquén 2017), Vaca sagrada (2015, Teatro Diana), Tender (2014-2015, Ladrón de Bicicletas) y Cobras o pagas (2013-2014, Ladrón de Bicicletas).
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Él creía en el verdadero teatro popular. Siendo Caballero de la Legión de Honor francesa, el gesto de fundar un teatro en Chile en La Cisterna y no en Las Condes o Vitacura, es manifiesto de por sí… del mismo modo que bautizar la sala con el nombre de “Julieta” en honor a su madre, mujer desaparecida en dictadura, el 30 de noviembre de 1974, por cometer el “crimen” de visitarlo demasiado a él mismo, mientras estaba preso.


La muerte de un artista siempre nos recuerda que incluso los seres verdaderamente mágicos, tarde o temprano, nos dejan. El tiempo nos toca con su mirada y nada podemos hacer, excepto seguir el ejemplo de Óscar “Cuervo” Castro, es decir, recorrer la vida con fuerza, con una sonrisa entre pícara y brava.

Tuve la suerte de conocer a Óscar en la Universidad de Chile, me lo presentó mi amigo y colega Hiranio Chávez. Unos años después, iríamos junto a él, Héctor Ponce e Igor Pacheco a la inauguración del Teatro Julieta, en la Cisterna, es decir, el teatro representante en Chile de su compañía y teatro de Francia, El Aleph.

Esa noche fue hermosa. Castro hacía de todas sus piezas una convivencia familiar, humana. Cada montaje terminaba con una sopa que compartían actrices, actores, técnicos, público. Castro creía en el verdadero teatro popular. Siendo Caballero de la Legión de Honor francesa, el gesto de fundar un teatro en Chile en La Cisterna y no en Las Condes o Vitacura, es manifiesto de por sí… del mismo modo que bautizar la sala con el nombre de “Julieta” en honor a su madre, mujer desaparecida en dictadura, el 30 de noviembre de 1974, por cometer el “crimen” de visitarlo demasiado a él mismo, mientras estaba preso.

Sí, esa noche fue maravillosa. Tomamos sopa y vino, nos reímos, conversamos, tuve la oportunidad de hablar largamente con él y con mis colegas compartimos un momento que nos unió o, al menos eso creo yo.

También recuerdo unas francesas y franceses que me dijeron que me parecía a Fidel Castro de joven, a un ex estudiante con quien nos divertimos comentando viejos tiempos de la Universidad y, por supuesto, las anécdotas de Óscar “Cuervo” Castro.

Por ejemplo, aquella en la que contaba que estando preso en un campo de concentración de Pinochet, durante Semana Santa, hicieron una obra de teatro con otros compañeros (hacíamos una cada semana, los viernes culturales, porque el público era el mismo, me dijo, y no podíamos repetir), así es que esta era la “Pasión según nosotros”, de tema religioso, era Semana Santa después de todo. Los militares aguantaron circunspectos que los que hacían de romanos se vistieran de verde y que los apóstoles fueran pelucones con más talante de upelientos que de otra cosa. El problema fue el final… cuando la obra terminaba, Óscar tuvo la idea de poner un texto que decía “el salvador volverá, estará nuevamente entre nosotros” y por supuesto, los presos se subieron al piano y comenzaron a gritar “Salvador volverá, Salvador volverá”.

Resultado, aparte de un castigo duro, se prohibió que en los viernes culturales se montaran obras escritas al interior del campo de concentración. Lo cual llevó a Óscar (cómo no) a otra historia: a la semana siguiente, querían hacer una nueva, fueron donde el comandante y le pidieron permiso para montar la pieza. Sabiendo que el hombre no los dejaría si se trataba de una dramaturgia propia, decidieron inventar un autor. Como estaban en el campo “Melinka”, no se les ocurrió nada mejor que llamarlo “Emil Khan”, es decir, dar vuelta las sílabas y poner una hache en medio. Castro contaba que se lo inventó sobre la marcha: se trataría de un autor de origen judío alemán que había estado preso en un campo de concentración nazi… lo verdaderamente notable fue que el comandante dijo, con ese clásico tono de voz castrense, “no me diga más, Castro: lo conozco al autor”. Luego, ante la pregunta de cuál obra del mentado dramaturgo iban a montar, Castro siguió con la seguridad de quién se lo juega todo: “Los secretos de una paloma mensajera”. El comandante volvió a asentir… “También la conozco”, respondió, imperturbable. La obra se hizo y años más tarde, Castro vio una calle de París con el nombre del famoso autor. Se habría tratado de un luchador por los derechos humanos.

“La vida es una trágica y hermosa aventura”, dijo en el programa de radio “El Gran Teatro del Mundo” de María Olga Matte, quién trabajó con él en varios proyectos. Afirmaba de este modo que la vida era, más que lo que nos tocaba, lo que éramos capaces de hacer con ella. Por eso mismo, decía él, quería que la gente saliera del teatro con ganas de vivir la vida, de abrir la humanidad de todas y todos, para hacer, aunque fuera un poquito, un lugar mejor de este mundo… ahora que lo pienso, no es tan extraño, después de todo, fue un resiliente en todo el sentido de la palabra.

Para Óscar Castro, el teatro era una fiesta, un lugar al que todas y todos estaban invitados… literalmente todas y todos: muchas personas de su compañía no eran actores ni actrices y, precisamente, por eso les elegía.

“El teatro debería estar escrito en los derechos humanos” solía decir, porque se trataba para él, de una pasión que necesitaba compartir, pues verdaderamente creía que el teatro es pura vida.

Un saludo, Óscar “Cuervo” Castro, allí donde estés, con todos tus muertos, bailando y cantando, desplegando tus alas en el interminable carnaval del escenario para siempre.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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