Si bien la reducción de la actividad humana e industrial por el confinamiento en general alcanzó hasta un 40%, los gases de efecto invernadero no disminuyeron en la misma proporción. El científico nacional explica que, debido a que las moléculas de anhídrido carbónico permanecen en la atmósfera por decenas de años, pequeñas alteraciones solo pueden ser observadas a mediano y largo plazo. Pese a esto, el integrante de la Academia Chilena de Ciencias señala que el descenso en emisiones de CO2 en 2020 demostró, una vez más, la responsabilidad de los seres humanos en el calentamiento global.
El biólogo marino y Premio Nacional de Ciencias Aplicadas y Tecnológicas, Juan Carlos Castilla, proyecta que los efectos de la pandemia sobre el cambio climático tardarán al menos cinco años en observarse. “Estamos en una fase muy preliminar para hacer análisis”, señala el integrante de la Academia Chilena de Ciencias.
Si bien la disminución de la actividad humana e industrial, como consecuencia del confinamiento, alcanzó en promedio un 40%, la reducción de gases de efecto invernadero no lo hizo en la misma proporción: según cifras del Panel Internacional contra el Cambio Climático, en 2010 estas alcanzaron un 17-20% menos con respecto a 2019.
“Tenemos que esperar por lo menos cinco o seis años porque son impactos en el clima, no en la temperatura de mañana o de la semana que viene. Aunque detengamos hoy todas las emisiones de gases de efecto invernadero tendremos, por algún tiempo, las mismas 420 partículas por millón de CO2 (anhídrido carbónico o dióxido de carbono) de hoy en la atmósfera. Esto también demuestra que se necesita buscar soluciones de largo plazo a la problemática”, explica.
Castilla, investigador del Centro de Cambio Global de la Universidad Católica, recuerda que los cambios sobre el clima deben ser estudiados en un horizonte de mediano y largo plazo, y que aún no es posible establecer con exactitud el impacto de estas alteraciones en el largo plazo.
“En este caso, no podemos decir ‘después de la pandemia fui a medir la concentración en la atmósfera de moléculas de CO2 y muestran la misma concentración que antes, por lo tanto, la inactividad mundial no influyó en nada’. Ello, porque una vez que las moléculas de CO2 llegan a la atmósfera, se mantienen allí por bastante tiempo. Por ejemplo, la molécula de metano se mantiene por a lo menos doce años y la de anhídrido carbónico puede permanecer hasta 100 o más años”, detalla el biólogo marino.
La evidencia científica respecto a la intervención humana en el calentamiento global es hoy abrumadora. Así, mientras en los últimos 300 mil años (hasta la Revolución Industrial de 1750) la concentración de CO2 en la atmósfera fluctuó entre 200 a 300 moléculas por millón. Después de ella se han incrementado hasta 420 moléculas por millón. Un avance extraordinario solo en 270 años, expone el Dr. Castilla.
“De hecho, el incremento exponencial es de tal magnitud que en 1958 la concentración de CO2 equivalente era de 315 partículas por millón y, hoy, solo 60 años después, es de 420”.
“La certeza, hoy, de que el cambio climático está directamente relacionado con las actividades del ser humano es mayor al 98%. Hace 30 años era de un 35-45%. Hemos ido ganando conocimiento y ahora tenemos muchas más certezas de que son las actividades del ser humano las causantes de este problema”, apunta el Premio Nacional de Ciencias Aplicadas y Tecnológicas.
Desde la Revolución Industrial en el siglo XIX, las emisiones de gases de efecto invernadero se aceleraron con tal magnitud que el abrupto freno a las operaciones industriales y actividades humanas a nivel global en 2020, como consecuencia de la pandemia, supuso una demostración fidedigna del impacto humano (vía emisiones de gases de efecto invernadero) en la atmósfera. Sin dudas, la mayor evidencia de los años recientes.
“Confinar a las personas, reducir la movilidad y detener muchas actividades económicas tenía que tener algún efecto en la emisión de gases de efecto invernadero. Si bien hay algunos bolsones con concentraciones de CO2 más altos en la atmósfera de lo que se podría predecir, en promedio se observará un período de estancamiento o disminución. Es un tremendo experimento jamás pensado”, indica.
Las emisiones de gases de efecto invernadero han aumentado en promedio la temperatura del planeta por sobre 1 °C en este siglo, muy por encima del 0,01 ºC registrado en las pasadas centurias. Castilla explica que el aumento exponencial de la temperatura es una consecuencia directa del incremento en las concentraciones de CO2 equivalentes en la atmósfera, que suponen una anomalía a lo ocurrido en la Tierra en los últimos 700 mil años.
“Tuvimos una temporalidad de unos 700 mil años en que la concentración de partículas de anhídrido carbónico era de entre 190 y 290 moléculas por millón , pero en los últimos 150 años ello se disparó a 420-5. Ahí está la huella del impacto humano post Revolución Industrial. Esto ocurre después de 1750, con la explotación y uso de los combustibles fósiles. La elevadísima tasa de incremento en la concentración de moléculas de gases de efecto invernadero en la atmósfera está relacionada en aproximadamente un 60-70% con la quema de combustibles fósiles”, señala.
Existe evidencia científica sólida de que en los últimos 300 mil años de historia del ser humano sobre la Tierra, la acumulación de CO2 en la atmósfera nunca superó la barrera de las 300 partículas por millón. Sin embargo, el científico chileno advierte que durante los últimos cinco o seis siglos sí hubo episodios donde las actividades humanas interfirieron con el clima, a pesar de la inexistencia de un desarrollo tecnológico.
Un caso se da con la llegada de los españoles a América (1492). Cuando los primeros conquistadores arribaron al continente había aproximadamente 50 millones de indígenas entre Centro y Sudamérica. Las civilizaciones prehispánicas habían despejado amplísimas áreas de bosques para sus plantaciones y, de esta manera, incrementado la emisión de CO2.
La disminución de la población originaria de América, en aproximadamente un 80-90% después de un siglo, se tradujo en la recuperación natural de los espacios arrasados inicialmente para los cultivos originarios.
“Al bajar la población, el bosque natural empezó a recuperar su espacio y ello se tradujo en un fortísimo incremento de la captura de CO2 por fotosíntesis, y así disminuyó la concentración de CO2 en la atmósfera y del efecto invernadero (enfriamiento). Esto, en parte está relacionado con la Pequeña Edad del Hielo (1500-1800), donde hubo un periodo de baja de la temperatura ambiental (sobre todo en el hemisferio norte) por, entre otros factores, la reducción del anhídrido carbónico en la atmósfera”.
¿Qué significa que tengamos 420 partículas de anhídrido carbónico por millón de partículas en la atmósfera? Castilla utiliza los planetas como ejemplo. En Venus, el 96% de la atmósfera es CO2 y su temperatura promedio es de 420 grados. Y en Marte, donde prácticamente no hay dióxido de carbono en la atmósfera, la temperatura es de 50 grados bajo cero.
“Y en la Tierra la temperatura en condición de equilibrio (antes del incremento exponencial de los gases de efecto invernadero), era de 15 grados promedio. Las moléculas de CO2 equivalentes son las que regulan la temperatura y una pequeña variación causa grandes desequilibrios. Este problema se produce en la atmósfera cercana, en los primeros 10-12 kilómetros, donde se acumulan estas moléculas. Debemos entender que nuestro planeta no solo es la superficie terrestre y marina, sino también la atmósfera cercana, que es solo el equivalente a ‘una tela de cebolla’ en comparación con el diámetro de la cebolla (la Tierra)”, puntualiza Castilla.
Para comprender el impacto, el integrante de la Academia Chilena de Ciencias afirma que lo relevante es pensar en promedios. Cuando hablamos de un aumento en el planeta en promedio de 2-3 grados para 2100 (de 15 a 17-18 grados), ello significa que en algunos lugares las variaciones serán mucho mayores, enfriando o calentando determinados ambientes no habituados a tales fluctuaciones.
“Además, esto va a cambiar la circulación de las masas de aire, intensidad y dirección de los vientos y otros fenómenos atmosféricos”, sostiene el Premio Nacional de Ciencias Aplicadas, quien hace un paralelo, de diferencias y similitudes, entre el cambio climático y el COVID-19. En ambos casos, asegura, son las comunidades menos favorecidas las que sufren los mayores impactos.
“Ambas se tienden a definir como ‘guerras’, ‘guerras sin armas’. Son confrontaciones, desafíos, donde hay enemigos en ambos casos. En el caso de la pandemia, el virus, es un enemigo pequeño pero visible, con un efecto directo, personal, además de otros económicos. El cambio climático es un enemigo invisible, difuso, nadie ve el CO2, ¡y ni siquiera se puede oler! En el último caso es muchísimo más difícil convencer a las personas de enfrentar ‘la guerra’, tomar acciones, cambiar conductas emisoras de gases de efecto invernadero, porque sus efectos quizás no los tocarán mucho a ellos en forma directa, pero sí a sus hijos y nietos”, subraya.
Castilla remarca también que en ninguno de los dos casos el mundo debe perder la esperanza de que se trata de “fenómenos controlables”. Uno, en el corto plazo, con elementos higiénicos y vacunas. Otro, de más largo aliento. “En este caso se debe tener la expectativa y confianza de que se puede superar el problema; sin embargo, es muy difícil convencer a los ciudadanos y a la sociedad de la necesidad de modificar actitudes. De hecho, siempre habrá gente que no cree en las vacunas o en el calentamiento global, pero lo importante es que hay evidencia científica cada vez más sólida para enfrentarlos y salir adelante”, expresa.
Juan Carlos Castilla es uno de los cinco editores del primer libro que analiza los efectos del calentamiento global en nuestro país: Cambio Climático en Chile: Ciencia, Mitigación y Adaptación, editado por el Centro de Cambio Global de la UC (CCGlobal). El reporte aborda diferentes aspectos del fenómeno, analizando sus principales fuentes de emisiones, los impactos del clima y sus niveles de vulnerabilidad.
La publicación recoge diez años de colaboraciones de 24 investigadores provenientes de múltiples áreas, entre ellas, ingeniería, agronomía, economía, climatología, biología, geografía, oceanografía y ciencia política. El miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias, quien fue el editor principal del libro, enunció en el reporte (capítulo final del libro) un mensaje respecto a la responsabilidad colectiva en la problemática.
“Yo practico una ética conductual que tiene que ver con la complicidad: los que más sabemos, somos cómplices de que otros no sepan y tenemos que hacer algo al respecto; tenemos que informar con simplicidad y no con arrogancia, con sabiduría y no con palabras difíciles; con esperanza y no con miedo. Esta complicidad va mucho más allá que aquello que llamamos ‘responsabilidad’”, expone el investigador, quien llama a redoblar esfuerzos en materia de divulgación de la evidencia asociada al cambio climático.
Para el académico de la Universidad Católica, es clave que la ciencia pueda transmitir este conjunto de evidencias significativas.
“Para comprender y enfrentar el cambio climático se requiere manejar no más de unos 15 o 20 conceptos fundamentales para generar consciencia», precisa. Actualmente trabaja, con otros investigadores del CCGlobal, en un libro para adolescentes que resume esa evidencia y que espera ver la luz a fin de año. A su juicio, la ciencia no ha sido capaz de aterrizar y simplificar estos conceptos a toda la sociedad.
Por ello, para Castilla, se deben redoblar los esfuerzos en concientización, a fin de que el ciudadano común perciba que el cambio climático “es un problema de nivel global y también social e individual; que no solo se soluciona con lo que hacen Naciones Unidas o los países. Todos podemos colaborar en la necesaria reducción de emisiones de los gases de efecto invernadero”.
“En mi opinión, los Premios Nacionales, por ejemplo, tenemos una responsabilidad con la sociedad y no nos estamos comunicando como deberíamos. Al recibir este reconocimiento, uno debería adquirir la misión de hacer llegar nuestro conocimiento, con un nivel adecuado, a profesores, niños y la población en general. Necesitamos que los científicos tengamos una mayor vinculación con la sociedad”, enfatiza.