La escritora y activista Ann Druyan fue una de las responsables de Cosmos –una de las obras más célebres de la divulgación científica mundial– y la semana pasada participó, vía telemática, en el cierre de la Semana de Oro de los webinars de Astrofísica UC. «¿Ir a otro mundo para qué, para repetir los mismos errores que hemos cometido aquí?», cuestiona. Más allá de eso, la «enorme» distancia entre las estrellas le parece «un desafío» a superar, porque además se trata de un ambiente «absolutamente hostil para la supervivencia humana». Y apuesta a las máquinas para seguir con la exploración.
Cuarenta años han pasado desde la primera emisión de la serie estadounidense «Cosmos» (1980), que entusiasmó a grandes y chicos con los misterios del universo y que fue el resultado audiovisual del célebre libro homónimo de Carl Sagan.
La escritora y activista Ann Druyan fue una de las responsables de la obra y la semana pasada participó, vía telemática, en el cierre de la Semana de Oro de los webinars de Astrofísica UC, iniciativa que durante un año ha traído cada semana a destacadas personalidades de la astronomía internacional, incluyendo a ganadores del Premio Nobel.
Druyan, viuda de Carl Sagan, participó con la exposición “Hacia las estrellas o ninguna parte: la misión de la ciencia”, tras lo cual además respondió las preguntas de varios astrónomos participantes.
«Cosmos» anticipó una serie de fenómenos, como el cambio climático. Desde entonces han «cambiado tantas cosas, otras han seguido igual», dice en entrevista con el El Mostrador.
«Lo que ha cambiado es que en aquel momento aún nos faltaba descubrir algún exoplaneta, fuera del sistema solar. Y ahora hemos visto miles. Incluso hemos desarrollado estrategias para determinar la presencia de vida en distancias interestelares, y la naturaleza de planetas y lunas en otras estrellas. Un gran cambio», destaca.
Druyan recuerda que uno de los ataques que recibió la serie fue respecto a su «especulación» sobre otros mundos, pero ella señala que la «imaginación científica» de Sagan era muy disciplinada. «Él revisó las teorías», puntualiza.
Lo mismo sucede con el tema del cambio climático, que entonces parecía lejano, y hoy está en marcha con la extinción de algunas especies, con el impacto en los corales y los océanos, las tormentas e inundaciones.
«Hoy hay una toma de conciencia al respecto, pero en aquella época solo había preocupación por los gases del efecto invernadero. Las petroleras intentaron confundir a la gente, diciendo que no había consenso científico en el tema y que Carl Sagan era un ‘pájaro de mal agüero’. Pero no lo era. Solo estaba cumpliendo sus obligaciones como ciudadano y científico al poner la alarma», comenta.
La escritora además destaca que en 1980 no había una Internet y capacidad de compartir información tan ampliamente como hoy, «un cambio muy positivo», junto a la diversidad de los científicos y las científicas de hoy, versus en aquella época, en que eran predominantemente «hombres y blancos».
Druyan además admite que en aquel momento tampoco imaginaba que la misión Voyager –con sus naves Voyager 1 y Voyager 2, lanzadas en 1977– seguirían activas y viajando más allá del sistema solar. Para ella constituyen un legado de las técnicas y los técnicos e ingenieros e ingenieras de la NASA.
Para ella, sin embargo, antes de cualquier viaje interestelar humano, es necesario arreglar los problemas «en casa, en la Tierra».
«¿Ir a otro mundo para qué, para repetir los mismos errores que hemos cometido aquí?», cuestiona.
Más allá de eso, la «enorme» distancia entre las estrellas le parece «un desafío» a superar, porque además se trata de un ambiente «absolutamente hostil para la supervivencia humana. Por eso es sabio temer».
Druyan además recuerda que la idea de viajes interestelares a través de un «gusano», tal como lo plantea la película Contacto (1997), donde colaboró ella y Sagan, e Interestelar (2015), donde asesoró el físico Kip Thorne, surgió en el living de su casa, en una conversación entre Sagan y este último, en los años 80.
También menciona la teoría del físico mexicano Miguel Alcubierre, en lo que se conoce como la «métrica de Alcubierre».
Sin embargo, «tenemos un largo camino por delante si queremos resolver eso», advierte.
Más allá de aquello, Druyan dice no comprender «el deseo de abandonar este planeta».
«Estoy completamente enamorada de nuestro mundo, su espectacular belleza y diversidad. No siento el impulso de ir a lugares que pueden ser extremadamente demandantes en términos de energía y trabajo, y peligrosos, cuando nuestros robots son tan brillantes, y podemos enviarlos a cualquier lugar sin pérdida de vidas, especialmente en este momento de la historia humana, cuando la autoestima de la humanidad es tan baja y tenemos tanta inseguridad sobre el futuro», señala.
Ella insiste en que además la civilización humana aún es demasiado joven, con apenas 10 mil años de historia.
Por eso insiste en la necesidad de lidiar con los problemas medioambientales mientras continúa la exploración, pero siempre –en su opinión– con las máquinas.
Esta posición también la hace ser poco entusiasta respecto a las misiones a Marte.
«Para mí es como el suroeste norteamericano, muy bello» (risas). «Me emocionan más las imágenes de Titán», una de las lunas de Saturno.
«De hecho me encanta que la NASA haya anunciado dos misiones a Venus», agrega, mientras recuerda que Sagan escribió respecto al potencial de vida en dicho planeta, específicamente en sus nubes, a comienzos de los años 70, con intervenciones que incluso se pueden ver en la plataforma de YouTube.
«¡Qué mente original para haber pensado en ello!», celebra.
Druyan agrega que otra cosa que la aleja de Marte es la presencia de perclorato –una sustancia de alto valor oxidante– en el suelo marciano, incompatible con la vida humana.
También manifiesta su desazón con que el asunto marciano se haya vuelto un tema «de los superricos», más que de la cooperación científica internacional, «como debiera ser», lo que percibe como «un regreso al siglo XIX, donde se dependía de la amabilidad de los millonarios para explorar, cuando es algo que toda la especie humana debería hacer».
De hecho, expresa su optimismo respecto a una cooperación internacional, sobre todo tomando en cuenta su experiencia en los años de la Guerra Fría, cuando las potencias evaluaban una guerra nuclear que podría destruir todo el planeta.
«Incluso en aquellos días terribles, los científicos rusos y estadounidenses no tenían problemas para cooperar», recuerda, y añade que estaban dispuestos a hacerlo para resolver desacuerdos en materias investigativas.