Este año el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio otorga los Premios Nacionales de Artes Plásticas y de Artes de la Representación y Audiovisuales. La Universidad Academia de Humanismo Cristiano (UAHC) presentó las postulaciones de Alejandro “Mono” González, destacado muralista con una trayectoria de más de 50 años, vinculada desde sus inicios a la poética popular; y de Mauricio Celedón, fundador de la compañía Teatro del Silencio, la que destaca por sus trabajos en las calles y los espectáculos masivos. Ambos artistas han forjado su carrera generando nuevas narrativas entre la ciudad y sus comunidades. En esta conversación entre El Mostrador, el decano de la Facultad de Artes de la UAHC, Hugo Osorio, y la jefa de las carreras de Artes y Oficios y Diseño en Artes Escénicas de la misma casa de estudios, Catherine Gelcich, abordamos el aporte de Mono González y Mauricio Celedón a la cultura nacional.
Los premios nacionales de Artes de la Representación y Audiovisuales y el de Artes Plásticas, constituyen el máximo reconocimiento que otorga el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio para artistas chilenos por su creatividad, aporte trascendente a la cultura nacional y al desarrollo de las artes.
Este año la Universidad Academia de Humanismo Cristiano presentó las candidaturas de dos destacados artistas, Mauricio Celedón y Alejandro “Mono” González, quienes se caracterizan por haber contribuido al desarrollo de la cultura en el país fuera de los lugares tradicionales de arte, utilizando los espacios públicos para exponer sus propuestas y generando nuevas narrativas entre la ciudad, la comunidad y los transeúntes.
En entrevista con El Mostrador el decano de la Facultad de Artes de la U. Academia de Humanismo Cristiano, Hugo Osorio, y la jefa de las carreras de Artes y Oficios y Diseño en Artes Escénicas de la misma casa de estudios, Catherine Gelcich, conversaron sobre el aporte de Mono González y Mauricio Celedón para la cultura nacional.
“Ambos tienen un desplazamiento del soporte y eso lo hace ser muy interesante. Celedón hace un desplazamiento hacia otros lugares donde el teatro no había circulado con tanta fuerza y ocupando dos tendencias que en Chile habían quedado bastante invisibilizadas: el tema de la pantomima, que es una gran tradición, y el circo, que siempre ha sido un arte popular”, dijo Osorio.
A lo que Catherine Gelcich agregó que “los dos trabajan el tema del cuerpo y en general la corporalidad esta relacionada con el entorno, entonces, el tema del cuerpo y lo gestoral, se desarrolla en ambas carreras”.
La trayectoria de Mauricio Celedón se inicia con su ingreso a la Academia de Mimos del Teatro Petropol, para luego ser llamado a incorporarse a la compañía oficial. El encuentro con Enrique Noisvander, referente de la historia de la pantomima chilena, lo iniciará en el lenguaje de la gestualidad corporal.
En su arribo a Francia, fue acogido formativamente por los grandes maestros de la pantomima internacional, Étienne Decroux y Marcel Marceau. Luego participó en el afamado Théâtre du Soleil, dirigido por Ariane Mnouchkine, donde profundizó las bases teatrales que serán relevantes a la hora de instalar su poética.
Ya de vuelta en Chile, comienza a forjar en 1989 lo que sería su gran creación: el Teatro del Silencio. Más de 32 años de actividad teatral avalan la instalación de un lenguaje teatral particularísimo, donde la gestualidad, la danza, el circo, la acrobacia, la música y la mímica se funden en un solo y gran espectáculo. Desde el pasacalle “Gargantúa” hasta “Rumbo al Cementerio”, sus espectáculos han recorrido los cinco continentes, proponiendo siempre una exigente búsqueda exploratoria de los límites del discurso representacional.
“Ambos tienen un desplazamiento del soporte y eso lo hace ser muy interesante. Celedón hace un desplazamiento hacia otros lugares donde el teatro no había circulado con tanta fuerza, ocupando dos tendencias que en Chile habían quedado bastante invisibilizadas: el tema de la pantomima, que es una gran tradición, y el circo, que siempre ha sido un arte popular”, señaló Hugo Osorio.
“Y Mono González desplaza lo que significaría un lienzo hacia los muros y hacia el contacto con la ciudad porque eso significa que la obra corre riesgos”, añadió Osorio.
Artista fundamental para el muralismo nacional, ha pintado hace más de 50 años en todo Chile y en más de 25 países del mundo. Su trabajo ha intervenido espacios públicos y generado una nueva narrativa entre la ciudad y sus ciudadanos y ciudadanas.
Mono González es un trazador histórico de la Brigada Ramona Parra, escenógrafo y muralista. Su obra se ha sostenido no solo en su creatividad y poética popular, sino también a través del impacto que genera en las comunidades la transformación del espacio público, reflejado en equipamientos, edificios, plazas y barrios. Como ejemplo de esto está el Museo a Cielo Abierto en San Miguel, donde como director artístico ha logrado concentrar más de 60 murales monumentales de artistas de todo el mundo, mejorando con ello además la infraestructura y la convivencia de sus vecinos y vecinas.
Muralista y expositor en galerías de todo el orbe, Mono González creó una impronta y un estilo reconocibles hoy como propios de la identidad chilena, esa que incorpora el sentir popular en nuestro imaginario visual y que influyó en la estética callejera latinoamericana.
“Más allá de sus atributos para ser postulado a Premio Nacional, es la noción de nacional que tiene y de identidad nacional como un patrimonio que hoy día está muy sociabilizado, esas narrativas en las calles, sobre todo hoy día después del Estallido, también es muy relevante”, expresó Catherine Gelcich
“Trabaja en relación con las injusticias sociales, la defensa y promoción de los derechos humanos, muy importante también de la flora y la fauna, por ejemplo, su discurso está en varias capas”, añadió Gelcich.
Finalmente, Osorio comentó: “Estamos pensando en un arte que es para todos, uno no puede decir que es un arte para adultos, familiar, para niños. Cuando uno ingresa a la calle y a la urbe, en cuanto a propuesta artística es precisamente público, se hace público, deja de ser privado, y eso es una noción muy fundamental para un Premio Nacional y se nos olvida eso. Muchas veces premiamos ciertas particularidades específicas, pero que están ajenas al desarrollo comunitario y fuera de lo que significa una cultura común a todos”.
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