¿Te ha pasado que mientras observas un basurero, la entrada de una casa, un grifo o algún otro elemento inerte, ciertas características de estos se asemejan a una cara? El mecanismo de ver estructuras que aparentan un rostro, pero en objetos cotidianos, se conoce como pareidolia facial, y es producto de la activación de circuitos neurales especializados en el reconocimiento de esa sección del cuerpo. Ahora bien ¿la dificultad de generar este fenómeno en ciertas personas puede ser indicativo del inicio de algún trastorno mental o neurodegenerativo?
En 1995 el pintor norteamericano William Utermohlen era diagnosticado con Alzheimer a la edad de 62 años. Sin embargo, desde esa fecha, y hasta el 2000 aproximadamente, desarrolló un trabajo artístico que consistió en pintar una serie de autorretratos. Durante ese periodo, y a medida que avanzaba el tiempo, se evidenciaba en su arte la inevitable progresión del trastorno neurodegenerativo que lo afectaba, reflejado, por ejemplo, en las dificultades para reconocer y dibujar su propio rostro, reemplazándolo por trazos cada vez más amorfos.
La serie de cuadros realizados por Utermohlen ha sido motivo de estudio en diversos grupos de investigación médica y psicológica, los que tratan de dar respuestas a ciertas alteraciones neurales y su relación con los problemas en el reconocimiento facial, tal como los presentados por el artista.
En ese sentido, y para complementar las investigaciones al respecto, algunos estudios más actuales se han centrado en otra curiosa experiencia perceptiva denominada pareidolia facial, la que puede definirse como el fenómeno ilusorio de ver estructuras similares a un rostro, pero en objetos cotidianos. La pareidolia se origina cuando la información sensorial es procesada por determinados mecanismos visuales especializados en la obtención del contenido presente en los rostros, por ejemplo, los evocados en las expresiones de felicidad, enojo, atención, sorpresa, etc.
El hecho de ver patrones o conexiones en sucesos aleatorios (sin una necesaria causalidad) es una capacidad que exhiben los seres humanos, como cuando describimos figuras en las nubes o formas asociadas a las constelaciones, proceso en que nuestro cerebro asigna un sentido a figuras accidentales. Por tanto, la pareidolia facial es una variante de este fenómeno perceptivo, pero, tal y como dice su nombre, está centrado exclusivamente en la identificación de esa sección del cuerpo.
Este mecanismo de reconocimiento se genera en un sector especifico de la corteza cerebral temporal denominada área fusiforme facial y se ha descrito tanto en humanos como en otros miembros del reino animal. A este fenómeno se le atribuye una función de alarma natural o señal de alerta que permite distinguir, en fracciones de segundo, rostros familiares de la cara de un potencial depredador, o bien, diferenciar otras figuras de rostros conocidos. En consecuencia, es una adaptación evolutiva que ha favorecido, eficazmente, la sobrevivencia de muchas especies a lo largo de los años.
Sin embargo, en un sentido estrictamente humano, la pareidolia facial toma relevancia al verse alterada en varios trastornos mentales y neurodegenerativos, causando el interés no sólo científico, sino que también de otras áreas del conocimiento, las que intentan retratar a su modo las alteraciones mentales de quienes padecen estas enfermedades. Al mismo Utermohlen, se suma el caso del pintor Louis Wain o el de la escritora norteamericana Charlotte Perkins Gilman, que en su cuento célebre “The Yellow Wallpaper” relata el devenir mental de una joven esposa.
Diversos científicos han reportado que el fenómeno de la pareidolia no sólo se encuentra alterado en el Alzheimer, sino que también en la enfermedad de Huntington, Parkinson y, en menor medida, en el Síndrome de Down. A estos se suman los estudios en la esquizofrenia, una enfermedad psiquiátrica crónica, que se caracteriza por experimentar alucinaciones, delirios y tener, entre otros efectos, una menor capacidad en la comprensión de la realidad. Al respecto, una reciente investigación evaluó la capacidad de personas esquizofrénicas para percibir el fenómeno de pareidolia facial y contrastar los resultados con otros individuos que no padecían este trastorno mental, los que fueron utilizados como control.
Para realizar el estudio, el equipo liderado por Rebecca Rolf de la Universidad de Tübingen (Alemania), utilizó cuadros con un estilo muy similar al del pintor renacentista Giuseppe Arcimboldo, quien retrataba figuras o rostros humanos con frutas y verduras. Las imágenes de estos cuadros fueron presentadas a 17 personas que padecían esquizofrenia (13 hombres y 4 mujeres), las cuales se encontraban en tratamiento médico y tenían un rango de edad entre los 27 y 50 años. Para el caso de los individuos control, estos tenían la misma edad y sexo que la de los pacientes esquizofrénicos con los que fueron emparejados. De este modo, las 34 personas que conformaron el estudio observaron 10 imágenes compuestas por alimentos que exhibían características faciales humanas en orden ascendente, es decir, las primeras imágenes evocaban menos características de rostros humanos que las últimas.
Luego de la valoración de cada cuadro, se les pidió a las personas que describieran en un informe lo visualizado. Además, realizaron una tarea extra que consistía en completar las piezas faltantes de un puzzle del rostro humano. Finalmente, todas estas descripciones fueron evaluadas por expertos en el área del reconocimiento facial, quienes clasificaron lo descrito por los participantes en: facial o no facial.
Los investigadores establecieron que las y los individuos control comenzaban a ver rostros humanos entre la imagen 2 y 5. Por otro lado, cerca de la mitad de quienes padecían el trastorno mental lo hacían en la imagen 9 ó 10. Causó cierta curiosidad en los científicos, que un número no menor de individuos esquizofrénicos informaron ver rostros en las primeras imágenes, hecho que se resolvió con los análisis en los resultados de la segunda tarea asignada, en donde las personas con esquizofrenia tenían dificultades para reconocer espontáneamente las imágenes que evocaban contenido de rostros humanos en el puzzle incompleto.
De este modo, el estudio concluyó que ese efecto era producto de las deficiencias en la integración perceptiva visual y de la cognición social propia del trastorno esquizofrénico, descartando las desviaciones en las habilidades cognitivas generales. En consecuencia, para que una persona pueda ver un rostro, tiene que establecer conexiones entre los diversos elementos para percibirlos como un todo, por eso en las primeras imágenes los elementos unitarios que componen los cuadros utilizados para esta investigación (frutas y verduras) no desencadenan un mecanismo de reconocimiento facial por sí mismo.
Por lado, el estudio señala ciertas diferencias entre hombres y mujeres, lo cual se ha reportado también en otras investigaciones, las que señalan un cierto rol “neuroprotector” de las hormonas femeninas, aumentando la prevalencia de este tipo de trastornos en los hombres.
De seguro que aún quedan muchas incógnitas por resolver en el complejo funcionamiento del cerebro humano, el que, en un estado sano, está “programado” para la detección facial casi instantánea, sin embargo, en un futuro no se descarta usar el fenómeno de la pareidolia como un mecanismo de detección temprana en ciertas enfermedades mentales y neurodegenerativas. Cabe señalar que una alteración en este sistema conduce a una interpretación errada de señales sociales que son vitales para establecer interacciones interpersonales efectivas, en donde el desarrollo de un mecanismo para reconocer rostros es esencial para la comunicación no verbal.
Fuente:https://www.sciencedirect.com/science/article/abs/pii/S0920996420300359?via%3Dihub
*Este artículo surge del convenio con el Centro Interdisciplinario de Neurociencia de la Universidad de Valparaíso.