Una expedición conjunta de científicos chilenos y argentinos descubrió restos del esqueleto de un cocodrilo de 148 millones de años en la Cordillera Patagónica del sur de Chile. El nuevo reptil, bautizado Burkesuchus mallingrandensis, constituye uno de los pocos cocodrilos que habitaban tierra firme junto a los dinosaurios.
Una nueva especie prehistórica fue descubierta en la cordillera de la región de Aysén, en medio de una expedición conformada por científicos chilenos y argentinos.
Se trata de un reptil hasta ahora desconocido, ancestro de los cocodrilos modernos, que hace aproximadamente 148 millones de años habitaba la Patagonia junto a los dinosaurios.
Bautizado como Burkesuchus mallingrandensis, ocupa un lugar clave en la historia de estos animales, como lo revela la estructura del cráneo y de sus patas traseras. La descripción de sus características y los alcances de este descubrimiento fueron publicados en la revista Scientific Reports del grupo Nature.
Los cocodrilos aparecieron a comienzos del período Jurásico, casi a la par que los primeros dinosaurios. En pocos millones de años, invadieron el medio marino convirtiéndose en grandes depredadores de peces y de otras criaturas acuáticas. Los mares cálidos y poco profundos del Jurásico sirvieron a estos cocodrilos acuáticos como vías de dispersión, distribuyéndose por vastas áreas del planeta.
América del Sur es famosa por la riqueza en restos de cocodrilos marinos de gran tamaño, documentados por cráneos y esqueletos articulados y muy completos, los cuales han sido excavados en rocas jurásicas al pie de los Andes, tanto en Chile como en Argentina.
“Sin embargo, es todavía escaso el conocimiento del que disponemos –a nivel mundial– sobre aquellos cocodrilos que correteaban entre las patas de los dinosaurios”, afirma Fernando Novas, investigador del Conicet y jefe del Laboratorio de Anatomía Comparada y Evolución de los Vertebrados (LACEV) del Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia” (Buenos Aires).
“Los cocodrilos jurásicos que habitaban tierra firme no superaban el tamaño de un gato doméstico y, a diferencia de sus temibles primos marinos, su dieta se basaba en pequeños invertebrados. Nada conocíamos en Sudamérica de esos diminutos cocodrilos habitantes de charcos y lagunas, hasta que dimos con los restos del Burkesuchus”, señala el paleontólogo.
En cercanías de Mallín Grande, Aysén, existe un formidable yacimiento fosilífero de reptiles jurásicos con una antigüedad aproximada de 148 millones de años. El hallazgo del extraño dinosaurio herbívoro Chilesaurus diegosuarezi, en 2004, fue la “punta del iceberg” que promovió numerosas exploraciones en esta región, lideradas por Manuel Suárez y Rita de la Cruz, de la carrera de Geología de la Universidad Andrés Bello y del Servicio Nacional de Geología y Minería (SERNAGEOMIN), respectivamente.
Los geólogos contaron con la colaboración del Laboratorio de Anatomía Comparada y Evolución de los Vertebrados, y en 2014 visitaron nuevamente la zona para continuar con sus investigaciones, y la suerte hizo que descubrieran los restos del Burkesuchus.
Las rocas de la Formación Toqui atesoran una fauna totalmente nueva de reptiles jurásicos. Estas rocas asoman a unos 1.500 metros de altura, en plena Cordillera de la Patagonia, y el acceso al yacimiento no es para nada sencillo. Se debe vadear un río muy caudaloso, peligroso incluso para camionetas 4×4 y caballos. En el ascenso se debe atravesar un denso bosque de lengas, sorteando mallines llenos de agua y vegetación.
Desde el campamento hasta los afloramientos rocosos debe cabalgarse casi dos horas por lugares peligrosos. En lo alto de la montaña es frecuente el mal tiempo y nevadas repentinas.
“Un camino barroso en el medio de un gran bosque de lengas nos llevaba a la cima de la montaña” cuenta Sebastián Rozadilla, miembro del LACEV y explorador de National Geographic Society. “Armamos el campamento al borde del bosque y comenzó a nevar. Pese a que la nieve sea linda y divertida, es un problema si queremos buscar fósiles, pues cubre el suelo donde nos esperan”.
El clima de las montañas patagónicas es impredecible y la nieve, la lluvia, la niebla y el frio son compañeros habituales de los exploradores. “Siempre estábamos pendientes del tiempo, ya que si teníamos temporal, era muy probable que no pudiésemos abandonar la montaña”, acota Manuel Suárez.
“El primer día de prospección fue realmente inolvidable”, recuerda Marcelo Isasi, técnico del LACEV. “Después de subir con los caballos y atravesar grandes extensiones de hielo donde los animales se hundían de golpe hasta la panza, nos pusimos a buscar fósiles en los asomos rocosos. Estábamos muy entusiasmados ya que en un área de no más de 100 metros de largo dimos con varios esqueletos articulados de Chilesaurus. De repente Federico Agnolín, investigador del LACEV, gritó “¡encontré un cocodrilo!”, y todos salimos corriendo hacia él. Cuando llegamos vimos que se trataba de diminutos huesos expuestos en la superficie de la roca”.
Pero el hallazgo del esqueleto del cocodrilo fue seguido de una sorpresa aún mayor cuando el mismo Agnolín, excavando con maza y cinceles alrededor del fósil, quebró un fragmento de roca y vio, con gran asombro, lo que atesoraba en su interior: la parte posterior de un cráneo, preservado de modo admirable. Los expedicionarios se abrazaron para festejar y llamaron al resto de los compañeros para que vieran el maravilloso descubrimiento. La campaña ya era un éxito.
“Yo estaba en una parte alta de la montaña” -cuenta Manuel Suárez- “y de pronto siento gritos y veo a Marcelo con su sombrero en mano, agitándolo, y con la otra abrazando a Rita…a la vez que gritaba: ¡un COCO, un COCO!”.
Durante aquella expedición, la geóloga Rita de la Cruz tenía la esperanza de descubrir un dinosaurio diferente del ya conocido Chilesaurus, y no imaginó que la gran novedad sería aportada, esta vez, por un cocodrilo.
“Cuando terminó el día de trabajo, Federico se me acerca y me susurra: ‘encontré un cocodrilo’. Yo me quedé sin palabras ya que como geóloga no sabía la trascendencia que esto podía tener. Pero Federico estaba muy emocionado y como buen paleontólogo, sabía que su descubrimiento era muy importante. Ahora, varios años después, por fin, el cocodrilo sale a luz y brilla por sí mismo, alumbrando aún más el conocimiento de la fauna de fines del Jurásico”.
Una vez extraídos los bloques de roca conteniendo los fósiles, se los envolvió adecuadamente para su transporte. Fueron clave la habilidad y destreza del baqueano Eliberto Leichtle, propietario del predio, y Álvaro Saldivia, ambos de Mallín Grande, para poder trasladar a buen resguardo los ejemplares fósiles que los paleontólogos colectaron en lo alto de la montaña. Una vez terminada la travesía, los bloques de roca fueron transportados a Santiago de Chile, y luego de contar con los permisos necesarios, pudieron ser transportados al Museo de Buenos Aires para su preparación y estudio.
Burkesuchus mallingrandensis, el nombre con el que los investigadores bautizaron a este nuevo animal, significa “el cocodrilo de Burke procedente de Mallín Grande”.
“El nombre que elegimos para identificar a este nuevo cocodrilo”, explica Novas, “es un homenaje al estadounidense Coleman Burke (1941-2020), amante de la Patagonia y apasionado por la paleontología, quien tuvo un rol fundamental en las diversas actividades de nuestro laboratorio. Coleman y su esposa Susan nos brindaron su apoyo y entusiasmo para llevar adelante exploraciones y nuevos descubrimientos paleontológicos, incluido el cocodrilo que hoy lleva su nombre”.
Burkesuchus tenía el tamaño de un lagarto, y no superaba los 70 centímetros de largo. Caminaba en cuatro patas, las cuales poseían una postura intermedia entre aquella vertical de los antepasados de los cocodrilos y la de los cocodrilos vivientes, que se proyectan más hacia afuera. Su cuello, lomo y cola estaban cubiertos por una doble hilera de placas óseas de función protectora, superpuestas de modo similar a un tejado.
“A pesar de que sus mandíbulas y dientes no han quedado preservados, las relaciones de parentesco del Burkesuchus llevan a suponer que era un depredador de animales pequeños, probablemente invertebrados, que capturaría a orillas de las lagunas donde vivía”, indica Novas.
El estudio de las relaciones evolutivas de Burkesuchus revela que esta especie está muy cercana al ancestro común de los cocodrilos modernos. “Tuvimos la fortuna de contar con gran parte del cráneo de este animal. Esta es la parte más importante para estudiar los cocodrilos, pues nos muestra muchos rasgos que nos ayudan a saber si se trataba o no de una nueva especie, y con qué otros cocodrilos está relacionada” dice Federico Agnolín, descubridor del animal. La estructura del cráneo revela que el Burkesuchus, al igual que sus parientes actuales, poseía una solapa carnosa que al cerrase protegía al oído cuando el animal se sumergía en el agua.
El pequeño Burkesuchus se encuentra ubicado, dentro del árbol evolutivo de los cocodrilos, muy cercano al antepasado común de los Neosuchia (“nuevos cocodrilos”), es decir los cocodrilos que viven hoy en día.
“Burkesuchus nos habla de los orígenes de los cocodrilos modernos y cómo, ya hace 150 millones de años, comenzaron a modificar su anatomía, adoptando un modo de vida anfibio”, afirma Agnolín.
Los geólogos Manuel Suárez, Jean-Baptiste Gressier y Rita de la Cruz concluyeron que el ambiente en que el convivieron cocodrilos y dinosaurios “era cercano a volcanes activos y conos aluviales vecinos a un mar de fines del Jurásico”. El Burkesuchus formaba parte de una fauna de reptiles que incluía, además del Chilesaurus de tres metros de largo, a grandes dinosaurios de cuello largo, parientes del Diplodocus y de los enormes titanosaurios herbívoros.
El trabajo publicado en Nature sobre Burkesuchus estuvo encabezado por Fernando Novas y Manuel Suárez, y contó con la participación de Rita de la Cruz, Federico Agnolín, Sebastián Rozadilla, Gabriel Lío, Marcelo Isasi y David Rubilar. Este nuevo descubrimiento reafirma la importancia que tiene el sur del continente sudamericano en temas evolutivos y biológicos a nivel mundial.
“Los últimos años han sido testigo del auge que la paleontología del mesozoico ha tomado en Chile, y animales como el Chilesaurus y el Burkesuchus ayudarán a cambiar nuestro entendimiento sobre la evolución de los reptiles que dominaron la Tierra en la Era Mesozoica”, concluye Manuel Suárez.