La microbiota intestinal es una comunidad conformada por diversos microorganismos que viven en el intestino. Antiguamente se les llamaba “flora intestinal” debido a que se creía que estos microorganismos, de los que se sabía muy poco, pertenecían al reino vegetal. De ahí el término que se ha utilizado para referirse a todos los diminutos inquilinos del cuerpo.
Estos “inquilinos” viven en simbiosis con el hospedero, una condición de “ganar, ganar” donde el hospedero le ofrece casa y el huésped, a cambio, procesa algunos alimentos que el hospedero no es capaz de procesar, entregando los metabolitos resultantes. Por ejemplo, sin la microbiota, las termitas no serían capaces de alimentarse de madera, ya que no son ellas mismas, sino su microbiota intestinal, las que son capaces de procesar este tipo de alimento. En nuestro caso particular estos pequeños inquilinos, nos ayudan a mantener nuestra salud. Por una parte, regula el suministro de energía y por otra, nos protegen de los virus y las bacterias que generan enfermedades.
La microbiota comienza a desarrollarse al instante en el que nacemos, en un proceso que dura dos o tres años y que va a depender de la forma en la que nacemos (parto natural o cesárea) y de la forma en la que nos alimentan (leche materna o fórmula) del mismo modo, crecer con hermanos y/o mascotas influye en la composición de la microbiota, ayudando a su maduración.
A lo largo de nuestra vida, el tipo de alimentación y el consumo de medicamentos, serán los principales factores para que el correcto equilibrio de la microbiota, y por tanto, nuestra salud se mantengan. Entre las funciones más importantes de estos huéspedes diminutos, se encuentran: recoger la energía de los alimentos, mejorar la motilidad del intestino, proteger frente a patógenos, producción de metabolitos importantes para la salud, síntesis vitaminas y hormonas, regulación del eje intestino-cerebro, entre muchas otras funciones.
El desequilibrio entre el número o proporción de microorganismos amigables y patógenos dentro del intestino humano se conoce como disbiosis. Si hay estrés o enfermedad, la disbiosis puede influenciar de manera negativa en el intestino, afectando al eje intestino-cerebro y por consiguiente al sistema nervioso central. Además, un desequilibrio en la composición de la microbiota intestinal puede llevar al desarrollo de afecciones digestivas, obesidad, diabetes, alergias, cáncer entre otros. Recientemente se han encontrado alteraciones en la composición de la microbiota intestinal en distintas patologías entre las que se encuentra la enfermedad de Alzheimer. Adicionalmente, estudios demuestran que la neuroinflamación típica de los pacientes con Alzheimer puede estar influenciada por un estado de disbiosis intestinal.
La enfermedad de Alzheimer es un trastorno progresivo que hace que las células del cerebro se degeneren y mueran. Es considerada la causa más común de demencia, caracterizada por una disminución continua de las habilidades de pensamiento y comportamiento, que altera la capacidad de la persona para funcionar de manera independiente. Algunos de los primeros signos de la enfermedad son: Deterioro de la memoria, dificultad para concentrarse, planificar o resolver problemas, como completar tareas diarias en el hogar o en el trabajo, confusión con respecto a los lugares o el paso del tiempo y problemas de lenguaje. En la actualidad, lamentablemente, no existe ningún tratamiento efectivo que pueda modificar, detener o prevenir el avance de la enfermedad de Alzheimer. Existen fármacos que se encuentran en fase de experimentación clínica, sin embargo hasta ahora ninguno de estos medicamentos ha demostrado ser eficaz para frenar la progresión de la enfermedad.
Científicos suizos, ingleses e italianos han demostrado una correlación entre la microbiota intestinal y la aparición de placas amiloides en el cerebro. Tales placas también conocidas como placas seniles, son el resultado de la acumulación de una proteína en el espacio extraneuronal (que rodea las neuronas), característico de las personas afectadas por la enfermedad de Alzheimer, impidiendo una correcta comunicación entre las neuronas, provocando su degeneración.
Según este trabajo, publicado en agosto de 2020, en la revista Journal of Alzheimer’s Disease, las proteínas producidas por ciertas bacterias intestinales, identificadas en la sangre de los pacientes, podrían, modificar la interacción entre los sistemas inmunológico y nervioso y desencadenar la enfermedad. Estos resultados permiten proponer nuevas estrategias de prevención basadas en la modulación de la microbiota de las personas en situación de riesgo.
Los investigadores liderados por la Dra. Moira Marizzoni centraron su investigación en un grupo conformado por 150 pacientes entre 50 y 85 años de edad que no habían recibido tratamiento con antibióticos ni antiinflamatorios durante 3 meses, previos a la investigación. Entre los requisitos para ser incluido en el estudio se encontraban la existencia de rasgos propios de la condición como pérdida de memoria. El deterioro cognitivo de los pacientes, es decir, la pérdida de funciones cognitivas tales como la memoria, la atención y la velocidad de procesamiento de la información, se definió teniendo en cuenta: La presencia de “quejas cognitivas” como sentirse inusualmente olvidadizo, informadas por los pacientes, el representante o el médico, o por medio de diagnósticos previos de deterioro cognitivo.
A cada uno de los pacientes y los individuos controles (personas totalmente sanas que van a servir como referencia en la investigación) se les tomaron muestras de sangre. Adicionalmente a todos ellos, se les realizó una tomografía por emisión de positrones (TEP) con un marcador fluorescente. La TEP es un tipo de estudio donde se envía una sustancia radioactiva llamada marcador fluorescente a través del cuerpo. Cuando dicho marcador se une a los tejidos se produce una imagen o fotografía. Estas imágenes muestran cómo los órganos internos se ven y funcionan, esto le permite a su médico observar cambios que pudieran ser causados por enfermedades. En el estudio en cuestión, los investigadores utilizaron un marcador que se une exclusivamente a las placas seniles, permitiendo detectarlas y realizar el diagnóstico certero de la enfermedad de Alzheimer.
El siguiente paso de la investigación fue evaluar si existía una correlación entre la presencia de las placas seniles, detectadas usando TEP y la presencia en sangre de sustancias producidas por la microbiota intestinal, que se conocen pueden modular al cerebro. La primera parte de la investigación se centró en la presencia de productos con actividad proinflamatoria, esto debido a que es sabido que la microbiota intestinal, puede influir en la regulación del sistema inmunológico y, en consecuencia, pueden modificar la interacción entre el sistema inmunológico y el sistema nervioso. La segunda parte de la investigación estuvo enfocada en detectar la presencia de algunos ácidos grasos de cadena corta en la sangre que, al tener propiedades neuroprotectoras y antiinflamatorias, afectan directa o indirectamente a la función cerebral. Estos ácidos grasos de cadena corta se producen de forma típica por la fermentación de la fibra dietética por parte de la microbiota intestinal.
Los investigadores descubrieron que mientras más producto proinflamatorio había en la sangre del paciente mayor era la correlación con la presencia de las placas seniles. En cuanto a los ácidos grasos, la investigación arrojó que algunos responden a la misma correlación que la expuesta para los productos proinflamatorios, mientras que otros, tienen una correlación negativa, es decir, que a mayor presencia de este producto, hay menos placas seniles en los pacientes. Adicionalmente, estos investigadores también encontraron en las placas amiloides la presencia de lipopolisacáridos, una proteína localizada en la membrana de las bacterias con propiedades proinflamatorias. Tales proteínas fueron encontradas tanto en las placas amiloides, como alrededor de los vasos del cerebro de personas con la enfermedad de Alzheimer.
Esta investigación abre las puertas a un mundo de posibilidades, donde se podría pensar en modular la enfermedad de Alzheimer, a partir de la microbiota intestinal y por ende de los productos que estas generan, lo que podría darse a través de la dienta que consumimos. La frase “somos lo que comemos” no podría ser más cierta, aunque quizás la expresión correcta seria “somos lo que nuestra microbiota intestinal hace con lo que comemos”. El tipo de alimento que consumimos puede modificar la biodiversidad de la microbiota intestinal. Por ejemplo, algunas fibras alimenticias como la inulina presente en la alcachofa, actúan estimulando el crecimiento de las bacterias beneficiosas, influyendo en la estabilidad y la buena salud de la microbiota intestinal y por ende, en nuestra salud. Este es solo uno de los muchos ejemplos de cómo nuestra alimentación influye sobre la microbiota intestinal, pensado en ello, no sería descabellado considerar que si hacemos cambios en nuestra alimentación que repercutan de manera positiva en nuestra microbiota, podremos modular nuestra salud.
Fuente: Marizzoni, Moira et al. ‘Short-Chain Fatty Acids and Lipopolysaccharide as Mediators between Gut Dysbiosis and Amyloid Pathology in Alzheimer’s Disease’. 28 August 2020:683 – 697. https://content.iospress.com/articles/journal-of-alzheimers-disease/jad200306
*Este artículo surge del convenio con el Centro Interdisciplinario de Neurociencia de la Universidad de Valparaíso.