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«Hoy, el que no tiene más de un par de ojos, está ciego»: Benjamín Labatut, el autor chileno de «Un verdor terrible» recomendado por Barack Obama CULTURA Crédito: Julieta Labatut

«Hoy, el que no tiene más de un par de ojos, está ciego»: Benjamín Labatut, el autor chileno de «Un verdor terrible» recomendado por Barack Obama

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El texto —que, según él, tiene un formato «inclasificable» dentro de las categorías tradicionales de la literatura— ha sido ampliamente reconocido: no solo fue uno de los seis seleccionados en la Lista Corta del prestigioso premio Booker Prize International 2021. Este éxito algo inesperado le ha dado a su autor una cuota de fama que él mira con desconfianza (y bastante a regañadientes). «Sé que el Booker va a cambiar mi vida, de hecho, ya la está cambiando. Pero no sé si quiero que mi vida cambie. Al final, no hay ningún premio, ningún reconocimiento que me vaya a hacer escribir mejor», reflexiona.


El infortunio de Fritz Haber, el químico que creó el pesticida Zyklon sin saber que los nazis terminarían utilizándolo en los campos de exterminio para asesinar a miembros de su propia familia; las exploraciones matemáticas de Alexander Grothendieck que lo llevaron al delirio místico, al aislamiento y la locura; y la lucha de los dos fundadores de la mecánica cuántica que generó el principio de incertidumbre.

Estas y otras historias son parte de «Un verdor terrible», el tercer y último libro del escritor chileno, Benjamín Labatut.

El texto —que, según él, tiene un formato «inclasificable» dentro de las categorías tradicionales de la literatura— ha sido ampliamente reconocido: no solo fue uno de los seis seleccionados en la Lista Corta del prestigioso premio Booker Prize International 2021, sino también fue destacado por personajes como el expresidente de Estados Unidos, Barack Obama, quien lo recomendó en su última lista de lectura para el verano boreal.

Este éxito algo inesperado le ha dado a su autor una cuota de fama que él mira con desconfianza (y bastante a regañadientes).

«Sé que el Booker va a cambiar mi vida, de hecho, ya la está cambiando. Pero no sé si quiero que mi vida cambie. Al final, no hay ningún premio, ningún reconocimiento que me vaya a hacer escribir mejor», reflexiona.

Nacido en Róterdam, Países Bajos, en 1980, Labatut se crió en distintas ciudades del mundo, pasando por Buenos Aires y Lima, entre otras. A los 14 años se instaló en Santiago, la capital chilena, donde estudió periodismo.

Y luego, se dedicó a escribir. «La Antártica empieza aquí» y «Después de la luz» son sus dos primeras obras, también difíciles de clasificar.

En esta entrevista con BBC Mundo, Labatut repasa las motivaciones detrás de sus libros, su interés por la vida —y el delirio—de los científicos, y su particular forma de explorar y presentar la realidad.

Porque la realidad —advierte— no es sólo lo que vemos cuando abrimos los ojos. «La parte más importante, de hecho, solo está al alcance de quien los cierra».

– En «Un verdor terrible» los relatos están basados en episodios de la vida de algunos destacados científicos. ¿Qué te atrae particularmente de la vida de ellos y por qué los elegiste como tus personajes principales?

– Para bien y para mal, hoy la ciencia es la forma en que el ser humano interactúa con el misterio. A mí, lo que me atrae es la amplitud de su mirada, porque no solo estudia lo trascendental, sino también lo nimio, lo ridículo, lo imperceptible.

Valoro su ambición, porque es absoluta, y creo que su búsqueda —la búsqueda del conocimiento— es un viaje alocado que no tiene fin, ni puerto en que encallar.

Zyklon, el pesticida que los nazis utilizaban en los campos de exterminio. Crédito: Getty Images.

Uno de los relatos del último libro de Labatut se relaciona con la creación del pesticida Zyklon que los nazis utilizaban en los campos de exterminio.

Esa fascinación sin límites, es a mi gusto, una parte esencial de lo humano. Es una necesidad tan primordial, poderosa e inconsciente que no debiera sorprendernos el hecho de que la ciencia y la tecnología nos tengan a un paso del abismo.

Cosa que tampoco me parece tan terrible, porque es justamente ahí —de lo hondo, del vacío— donde surgen las maravillas.

– ¿Qué tipo de historias te interesa contar?

– Las historias que me atraen son aquellas en las cuales un ser humano se topa de golpe con algo que no es capaz de comprender.

La diferencia entre los científicos sobre los que escribo y las personas comunes y corrientes como yo, es que ellos no se quedan de brazos cruzados ante lo desconocido; tienen herramientas, tienen un método, tan oscuro como luminoso, para indagar en sus obsesiones y en las preguntas que los torturan.

Están tomados por la duda, sufren sus ganas de saber como quienes sufren el amor, y muchas veces pierden el alma debido a eso, o se queman, o se condenan, o son condenados producto de lo que trajeron al mundo.

Yo uso la ciencia y las matemáticas como una excusa para hablar de aquellas cosas que ni las palabras ni las ecuaciones pueden tocar.

– ¿Qué puntos de encuentro tienen la literatura y la ciencia?

– El deseo que anima a la literatura es tan extremo como el que late detrás de la ciencia: el intento, fallido por principio, de poner el mundo en palabras, de darle una forma humana al caos de la experiencia. Pero la ciencia, a diferencia de la literatura, ha cobrado vida propia; es como si fuese otra mente, un sistema caníbal que opera por sí mismo, que se justifica con su propia lógica y se alimenta de si.

Lo que me atrae tanto de la ciencia es que es —junto con el arte— un ámbito de lo humano que se sale de todos los límites, que no le debe lealtad a nada, y que rompe, casi sin miramientos, con lo que consideramos bueno y malo, moral e inmoral.

Crédito: Julieta Labatut

Como dijo John von Neumann, es útil para cualquier propósito, pero indiferente ante todos. Esa libertad radical es peligrosa, pero también es muy necesaria, porque tiene que haber un aspecto inhumano en el fenómeno humano, algo que no se arrodille ante los valores de la época, que no reconozca ninguna autoridad, que se cague en lo que está de moda, que se ría de las grandes verdades espirituales, que ignore los triunfos morales y civilizatorios de nuestra especie.

La literatura, por su parte, florece donde asoman los cuernos del diablo, o donde queda algo del polvo que le cae a las hadas, porque la literatura corre detrás de las huellas que va dejando el espíritu. Es una gran herramienta para ahondar en las fallas en la lógica del universo, sirve para para pillarle los errores a dios.

– ¿Cómo fuiste creando las historias de tu último libro?

– A mi me interesan dos cosas que pueden parecer muy alejadas, pero que tal vez sean una sola: los fundamentos, lo que podríamos llamar la base de la realidad, y la carne, las ideas que encarnan.

En este libro me fui topando con cierto tipo de historias, muy específicas, en las cuales algo abstracto de pronto toma cuerpo; es el caso de Karl Schwarschild, que encontró la primera solución a las ecuaciones de la relatividad general mientras agonizaba por una enfermedad necrotizante que le estaba comiendo la piel, en el frente ruso de la Primera Guerra Mundial.

O Werner Heisenberg, que sufrió un ataque de alergia en una isla desierta, y que logró desentrañar las reglas que rigen el mundo subatómico con la cara deformada por la hinchazón y los párpados tan hinchados como los de un boxeador.

En ambos casos, ideas que parecen ser totalmente ajenas al ser humano se vuelven dolorosa materia.

En Un verdor terrible, Labatut cuenta la historia de Karl Schwarschild, que encontró la primera solución a las ecuaciones de la relatividad general mientras agonizaba en el frente ruso de la Primera Guerra Mundial. Crédito: Getty Images.

Pero la fuerza dominante en el libro es el azar: el primer texto, Azul de Prusia, es una deriva, y lo redacté con un método musical, parecido al que usa Sebald, en el cual vas siguiendo un filo, tirando de un hilo de la historia, y luego trenzas que apuntan hacia una extraña coincidencia, como si estuvieras descubriendo un sentido oculto tras las cosas.

Realidad y ficción

– ¿Qué tanta realidad y ficción hay en cada uno de los relatos?

– Está claro que uno puede separar la realidad de la ficción en un libro como el mío, pero cuando se logra, tanto la ficción como la realidad se empobrecen.

Eso ocurre por la sencilla razón de que esas dos cosas están entrelazadas en nuestra experiencia cotidiana. Cada momento que vivimos, cada experiencia y percepción que tenemos, contiene aspectos reales y objetivos y otros que son «ficticios», imaginarios o narrativos.

Escribir es un acto de traición. Y es, de cierta forma, imperdonable. Porque uno, al escribir, se ve obligado a alterar la realidad, a deformar la historia, a pervertir a tus personajes sencillamente porque crees, o porque quisiera creer, en una verdad superior —la extraña verdad de la literatura— y ante ese ídolo se sacrifica todo.

Mi libro está inspirado en la realidad, en biografías reales e ideas reales, pero es un constructo literario, y lo que prima es la ficción: el corazón de cada texto, el núcleo duro de la trama, lo da la ficción, no los datos, ni la ciencia.

Los hechos están ahí para apuntar hacia el misterio, para seducir (porque los hechos tienen una fuerza innegable, especialmente si son hechos en los que cuesta creer), y si embargo, el ojo demoníaco de la ficción ve más hondo. Yo opté por mezclar ficción y realidad porque la ficción puede iluminar aquello que la realidad esconde.

– ¿Existe realmente la realidad? ¿Qué es la realidad para ti?

– Si uno mira la realidad de cerca, no es para nada realista, es alucinatoria. Eso lo digo solo en base a mi experiencia personal: me gusta mirar las cosas de cerca. Tanto así que llevo binoculares y una lupa de joyero en la mochila a todas partes, como si fuera un estúpido boy-scout.

La realidad existe, por supuesto, pero existe de una forma que desafía nuestra comprensión. Porque la realidad no es sólo lo que vemos cuando abrimos los ojos. La parte más importante, de hecho, solo está al alcance de quien los cierra. Así que no voy a dar una definición, porque no me interesan las definiciones. Yo no soy filósofo ni pensador, ni sociólogo. Soy escritor. Sigo mis intereses y mis obsesiones.

Y lo que más me interesa son los sueños locos de la razón, y el delirio. Y si me obligan a elegir entre esas dos cosas, me quedo con el delirio.

– ¿Por qué crees que hay que tener múltiples puntos de vista sobre la realidad y cómo extrapolas esta idea al mundo en que vivimos actualmente?

– Porque todo punto de vista tiene un punto ciego. Es parte de la naturaleza del pensamiento y de la percepción. Y uno solo se vuelve consciente de esto si es que fuerzas la percepción, o si extremas el pensamiento hasta que se rompe.

Cuando haces eso, cuando trizas tu sentido del mundo, aparecen esas hendiduras sobre las que cantaba Leonard Cohen; esas rajaduras por donde entra la luz. Porque si uno acepta que su propio punto de vista es limitado, limitado por esencia, la única manera de ampliarlo es considerar múltiples puntos de vista.

El escritor chileno explora la lucha de los dos fundadores de la mecánica cuántica que generó el principio de incertidumbre. Crédito: Getty Images.

La pregunta importante no es: ¿es esto real?, ¿es esto verdadero? Sino: ¿qué me muestra esto sobre el mundo? Con la primera caemos en el dogmatismo, y dejamos afuera muchas cosas.

En física, Bohr entronizó el concepto de la complementariedad: hay que considerar múltiples modelos sobre la realidad, incluso aunque sean contradictorios. Yo creo que es un deber personal pensar en estos términos. Hoy, el que no tiene más de un par de ojos está ciego.

– En tu último libro hablas de ciertas «singularidades», como los agujeros negros, que apuntan al límite de nuestra comprensión. ¿Por qué te atrae particularmente escribir sobre ellas?

– Las singularidades apuntan directo a los límites de nuestra comprensión. Por eso son tan interesantes. Son un campo fértil para la imaginación y la literatura.

Hay múltiples singularidades en las matemáticas y en la física. Son, por decirlo de una manera, puntos de infinidad, o lugares y situaciones que tienden hacia el infinito, donde los parámetros o cantidades se vuelven inconcebibles.

También indican el momento en que las ecuaciones dejan de tener sentido, y por lo general son una especie de mecanismo de alerta: muestran los límites o las fallas de una teoría.

En las matemáticas, que son abstractas, no suelen ser tan problemáticas, pero en física es distinto, porque se supone que esas ecuaciones se corresponden con la realidad.

En sentido estricto, no debiésemos poder hablar de «densidad infinita», ni de una curvatura infinita en el espacio-tiempo, pero esos fenómenos —o algo similar a ellos— ocurren en los agujeros negros.

A Labatut le interesan las singularidades, como los agujeros negros, porque «apuntan directo a los límites de nuestra comprensión». Crédito: Getty Images.

Así que hay varias singularidades dando vueltas en la ciencia, como fantasmas incómodos, demonios que nos gustaría exorcizar.

– ¿Qué tienen en común la genialidad y la locura?

– No creo que haya mucha relación entre esas dos cosas. Las emparentamos porque ambas son excepcionalidades cognitivas. Lo que nos atrae y aterra de los locos y de los genios es que ven, o imaginan, o alucinan, un mundo al cual los demás no tenemos acceso.

El genio-loco es uno en miles de millones, porque la locura verdadera te degrada. La salud mental es un privilegio, y la genialidad pura y dura puede ser una condena.

Y, sin embargo, tanto el genio como la locura me atraen. Admiro y envidio a los genios porque son singularidades psicológicas, y porque me hacen creer que el ser humano es una fuente de sorpresas sin fin. Yo le temo mucho a la locura, pero me atrae cualquier desviación de la norma psicológica, porque de alguna forma reflejan la riqueza sin fin que tenemos adentro de la cabeza.

Incluso sabiendo la importancia que tiene el sentido común, creo que la mayor parte de nosotros estamos demasiado cuerdos. Nos vendría bien un poco de locura. Una pizca, no más que eso. Porque hay que saber entrar en el delirio del mundo.

– ¿Qué es lo que buscas con tu escritura?

– El éxtasis, por supuesto. Pero sé que eso es mucho pedir. Diría que me basta con que me lean, pero eso sería una verdad a medias. En realidad, me basta con escribir. La literatura se paga a si misma. Que te lean, muchos o pocos, es un agregado maravilloso, pero sin la escritura, no sirve de nada.

Me gustaría que mis libros fueran un recordatorio de la extrañeza del mundo, y de que -como dijo Borges, que le gustaba el idioma inglés como me gusta a mí- «there are more things».

Literatura y oscuridad

– Fuiste uno de los finalistas al Booker International Prize. ¿Cómo te tomas este reconocimiento?

– Con un nivel de cinismo que me da vergüenza. Yo sencillamente no creo en el valor de los premios. Por supuesto que lo del Booker fue un honor y un privilegio, pero yo nunca he leído un libro solo porque se haya ganado un premio.

Sé que el Booker ha reconocido a grandes autoras, y buenos autores, pero me parece que los premios son un juego de la industria. Una forma de manufacturar prestigio. Un circo que está totalmente alejado de todo lo que es verdaderamente importante.

– Y ¿qué te parece haber sido recomendado por Obama?

– No sé cómo tomarme lo de Obama. Me siento muy ambivalente al respecto.

Me hizo famoso en mi país, con un tweet. Pero a mí no me gusta ser conocido. Lo respeto, comulgo con sus ideas, y sé lo que él representa para su país y para el mundo, así que me siento halagado, atónito incluso, con que haya recomendado mi libro.

«¿En qué minuto nos empezó a importar tanto lo que leen los demás?», se pregunta Labatut. Crédito: Juana Gómez.

Pero yo no me deslumbro con el poder, ni suelo endiosar a las personas porque hayan ejercido un cargo. Tampoco soy americano, sino chileno, así que no siento una cercanía emocional con ningún expresidente de ese país.

¿En qué minuto nos empezó a importar tanto lo que leen los demás? ¿En qué minuto pasó a ser importante lo que leen o no leen los políticos?

Obama es un ser especial, eso es indudable, pero creo que lo mejor que uno puede hacer con estas cosas, es no tomárselas muy en serio. Por sanidad mental, prefiero pensar que esa lista la redactó una de sus asesoras.

– Has dicho que desconfías del éxito, que te puede destruir más rápido que el fracaso. ¿Por qué?

– Porque la literatura es como un hongo que requiere cierta oscuridad para florecer. Y la atención de los demás, el aplauso, el reconocimiento, el éxito, es un mal abono.

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