“El protagonista de este diario (…) fue cantante de un grupo llamado Los Tampones, cuya canción más popular se titulaba ‘Estamos contra las reglas’, y fueron parte de un sonado escándalo nacional cuando aparecieron tocándola en un popular programa de televisión. Pero eso fue antes, hace mucho tiempo, en los convulsos años ‘80. Ahora, nuestro antihéroe sobrevive trabajando en una pequeña biblioteca, escribiendo columnas en un periódico local y tratando de abrirse paso en el mundo de la literatura, después de treinta años publicando sin pena ni gloria. Sobrevive también a la complicada adolescencia de sus dos hijos mellizos —Silvio y Janis— y a la reciente pérdida de su pareja y madre de ambos”, se lee a modo de reseña en la contratapa de la edición chilena del libro, publicada por Santiago-Ander Editorial.
“Una novela sobre el Rock Radikal Vasco” anuncia como subtítulo la novela «Tratado de Hortografía» -sí, con H-, el primer libro publicado en Chile del prolífico y reconocido autor vasco Patxi Irurzun. Pero al leer las páginas de esta trepidante historia -escrita a modo de “falso diario”-, nos damos cuenta de que no se trata precisamente de una novela sobre el RRV, o al menos no solo sobre eso; la música actúa como telón de fondo, como un sostén argumental de una historia que va mucho más allá de los riffs de La Polla o Eskorbuto. Y, ojo, que también de la ortografía.
“El protagonista de este diario (…) fue cantante de un grupo llamado Los Tampones, cuya canción más popular se titulaba ‘Estamos contra las reglas’, y fueron parte de un sonado escándalo nacional cuando aparecieron tocándola en un popular programa de televisión. Pero eso fue antes, hace mucho tiempo, en los convulsos años ‘80. Ahora, nuestro antihéroe sobrevive trabajando en una pequeña biblioteca, escribiendo columnas en un periódico local y tratando de abrirse paso en el mundo de la literatura, después de treinta años publicando sin pena ni gloria. Sobrevive también a la complicada adolescencia de sus dos hijos mellizos —Silvio y Janis— y a la reciente pérdida de su pareja y madre de ambos”, se lee a modo de reseña en la contratapa de la edición chilena del libro, publicada por Santiago-Ander Editorial.
Y, efectivamente, «Tratado de hortografía» se ambienta en el presente de una vieja gloria del Rock Radikal Vasco, un (casi) cincuentón viudo, con hijos a los que no entiende, con cuentas que pagar y cargando con los desengaños que la vida adulta ha ido acumulando sobre su espalda.
Volviendo cada tanto a sus tiempos de juventud a través de los recuerdos que va escribiendo en su diario, el narrador y protagonista de esta novela, nos entrega una fotografía de aquellos años en que la música fue capaz de hacer tambalear todas las estructuras sociales, cuando parecía que la juventud rompería con todo para empezar de nuevo. Pero, como bien sabemos, las drogas, el SIDA y la omnipresente comercialización barrieron con todo, dejando solo un montón de buenos discos.
Esta novela habla de la adultez de uno de esos viejos guerreros olvidados, de esos protagonistas de una de las tantas revoluciones inconclusas de la historia de la música, que ya no tiene un futuro por delante, pero que aún mantiene cierta garra y actitud, tal como canta Evaristo en “My generation” de La Polla: “Fuimos como cohetes y más de uno se estrelló. Aunque no había futuro y aquello se acabó, y dios siguió en el cielo y yo me cago en dios”.
¿Y qué es la adultez sino un montón de experiencia, recuerdos y desengaños? Sí, ya sé que es mucho más que eso (dolores en las articulaciones, por ejemplo), pero a veces la vida nos va acomodando en el sofá, haciéndonos mirar con nostalgia paternalista un pasado plagado de pequeñas medallas imposibles de revalidar. Y esa es la vida que parece llevar el protagonista de la novela, reconvertido en escritor, viviendo de lo poco que logra ganar con sus libros y su puesto de bibliotecario, luchando por comprender la música, gustos y actitudes de sus hijos adolescentes, y, sobre todo, intentando superar la pérdida de su esposa y compañera. «Tratado de Hortografía», sin ir más lejos, puede entenderse como una novela sobre el duelo. Sobre el duelo por la muerte de un ser querido, pero también por la pérdida de una juventud que ha quedado definitivamente atrás.
¿Y la ortografía?, ¿qué tiene que ver? Ah, sí, la ortografía. Volvamos a la contratapa del libro: “La única manera de superar el duelo y la apatía será integrándose a un grupo de guerrilla ortográfica que se dedica a corregir los rótulos y carteles mal acentuados de su ciudad, Jamerdana, mientras Los Tampones planean su regreso a las pistas”. Y es que nuestro narrador mantiene, de cierta forma, los dientes apretados, dando muestras de que su espíritu rebelde sigue en pie. Y aunque la guerrilla ortográfica sea una payasada más que una verdadera cruzada -de ahí el sentido irónico del título con H-, nos sirve como otro de los elementos conductores de una historia profunda, enternecedora a ratos, hilarante en otros.
Y, claro, no podía ser de otra forma: Los Tampones, su vieja banda de juventud -basada en el escándalo televisivo de Las Vulpes en el programa Caja de Ritmos- está planeando volver a los escenarios, agregando otro condimento a esta historia. Aunque el regreso implica la ausencia de una integrante fundamental, su mujer fallecida, y el enfrentarse una vez más a la certeza más real de todas: somos finitos. El tiempo pasa y todo se acaba. Pero, como dijo Evaristo, todavía “me cago en dios”.