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«Pasional otoño», un poemario de ternura y erotismo CULTURA

«Pasional otoño», un poemario de ternura y erotismo

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José Miguel Ruiz
Por : José Miguel Ruiz Escritor, poeta y profesor de Castellano (UC). Ha publicado, entre otros libros, “El balde en el pozo” (poesía, 1994), “Cuentos de Paula y Carolina” (narrativa, 2011) y “Gramática de nuestra lengua” (2010). Mención Honrosa en los Juegos Literarios Gabriela Mistral de la I. Municipalidad de Santiago, 1975. Primer Premio en el Concurso de Poesía de la P. Universidad Católica de Chile, 1979. Premio Municipal de Arte, Mención Literatura, de la I. Municipalidad de San Antonio (1998).
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Un libro íntimo, de “versos atrevidos”, un canto al amor grande, liberado, al amor que es viento que arrasa, torrente desbordado, llama que incendia, entendamos o no la poesía. Un delicado y potente libro de Guadalupe Becerra Quezada, desde el “amor grande”, desplegándose. Amor rebelde contra cualquier encierro o límite; contra cualquier reduccionismo de su “inmensa llamarada” “…ya no eres, ni soy,/ somos”, “… “y somos un solo ser”.


La poeta Guadalupe Becerra Quezada, Guadalupe de Loncoche, su tierra natal, recientemente galardonada con el Premio a la Trayectoria Cultural, otorgado por la Sociedad de Escritores, Filial Gabriela Mistral, Coquimbo, publicó este inspirado libro en septiembre de 2020.

Son alrededor de 80 poemas de amor, mezclando la ternura y el erotismo, los afluentes de este cuando es real y no imaginado ni idealizado.

Me referiré a la ternura, qué otra cosa puedo decir primeramente de versos como estos: “Traigo una canasta/ de soles/ para tu corazón sombrío” (Soles); “La gota incansable/ encontró el corazón de la roca” (La gota); “Relámpagos encienden/ nuestra soledad” (Relámpagos); “En el frío del silencio,/ tus pupilas en mí/ despiertan mi corazón” (Silencio). “Sin culpas vivimos/ cómplices al sol/ y las estrellas” (Cómplices).

Me detengo aquí en la belleza y sencillez de las imágenes y en la verdad que trasuntan los poemas; breves, pero proyectados a una dimensión que interpela de los límites del amor. Una canasta de soles para un corazón sombrío (el del amado); la gota que sabe llegar al corazón de la roca (el corazón del amado), son imágenes que comunican la hermosura del amor, cuya experiencia o es sublime, o es amarga o casi nada. Esto último es lamentable, es el “amor pequeño” en oposición al “amor grande”, a la pasión que este puede insuflar (en este caso, otoñal). La poeta expresa su amor bellamente, rodea al ser amado de soles, su corazón es cómplice de todo él y de todo lo de él.

No intento, por cierto, explicar ni transmitir la vivencia de amor presente en estos poemas (apenas una glosa), sino solo aspiro a dejar pasar por el cristal propio el reflejo de este poemario.

Desde la ternura vamos al erotismo, en poemas algo más extensos, en que el amor es un viento arrasador e incontenible; el amor que encarna su espíritu en la experiencia del amor sensual, del amor sexual, con toda la fuerza de quienes se buscan y se encuentran, movidos por las mismas fuerzas que chocan y se fusionan, que cortaron la alambradas de las pasiones contenidas.

“Pasional otoño”, desde la experiencia ya del amor maduro para alcanzar una plenitud compartida. “Huelo que vienes,/ mis labios palpitan./ Toda la geografía/ de este cuerpo,/ espera que recorras sus caminos,/ sábanas agitan sensaciones,/ envueltos en deseo/ se encienden venas,/ ya no se detiene/ este caudal ardiente./ Seremos cenizas/ volando en sueños”(Cenizas). El amor “quevediano”, que se proyecta con su eternidad del instante hasta la eternidad definitiva de cenizas enamoradas, sea esta cierta o no. Citamos otro poema: “Por mi territorio vas/ buscando lo infinito;/ en caliente surco,/ se derrama tu ansiado cuerpo,/ mi bosque en llamas/ te pide gozar/ y padecer este delirio” (Territorio).

La poeta suelta la barca del amor y se deja llevar. El mar estará calmo o proceloso. Tal vez los lleve allá donde todo es “lujo, calma y voluptuosidad”, no está dispuesta a otra cosa sino a la libertad del amor que se despliega en los cuerpos entrelazados.

Los poemas son de una sencilla factura, pero son canto y son verdad. Y eso importa en poesía. Una cuerda tensa. Una voz que canta a la vida, al amor erótico, al amor de la ternura, de la fugacidad y de la eternidad.

Un libro íntimo, de “versos atrevidos”, un canto al amor grande, liberado, al amor que es viento que arrasa, torrente desbordado, llama que incendia, entendamos o no la poesía. Un delicado y potente libro de Guadalupe de Loncoche, desde el “amor grande”, desplegándose. Amor rebelde contra cualquier encierro o límite; contra cualquier reduccionismo de su “inmensa llamarada” “…ya no eres, ni soy,/ somos”, “… “y somos un solo ser”.

Un poemario que es, tal vez, el homenaje a un amor recíproco en clave de poesía.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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