En medio de la polarización que afecta al país, a días de la segunda vuelta entre dos visiones de país diametralmente opuestas, la pregunta no es solo cómo lograr el reencuentro de la sociedad chilena a nivel político, sino también cómo materializarlo en la calle. El mejor ejemplo de la tensión es lo que ocurre en la Plaza Baquedano –también conocida como Italia o de la Dignidad–, en pleno centro de Santiago. ¿Cómo transformar en un símbolo de unión un lugar que hoy divide al país, por ejemplo, entre aquellos del Apruebo y el Rechazo? Muchos arquitectos están de acuerdo en que el proyecto Alameda-Providencia de 2015 es un buen punto de partida, aunque tendrá que ser revaluado en función de lo ocurrido tras el estallido social de 2019, asegurando un alto grado de participación. Eso incluye qué hacer con la estatua del general Manuel Baquedano. Hay dudas, eso sí, sobre los plazos, toda vez que el tema es parte de un proceso político que está lejos de haber terminado.
El estallido social cambió el rumbo de la historia de Chile, pero también tuvo un impacto colosal a nivel urbano. Muchos pueblos y ciudades del país quedaron con cicatrices, no solo por la violencia estatal y privada que afectó a sus ciudadanos, sino también en su equipamiento público y particular: las huellas de las barricadas en el pavimento, las plazas sin bustos, las esquinas sin sus negocios.
En medio de la polarización que afecta al país, a días de la segunda vuelta entre dos visiones de país diametralmente opuestas, la pregunta no es solo cómo lograr el reencuentro de la sociedad chilena a nivel político, sino también cómo materializarlo en la calle.
«A escala metropolitana o nacional, es urgente diseñar un nuevo espacio que conmemore la dimensión social del estallido, que es la expresión de malestar primero y la esperanza en los cambios después», señala el arquitecto Iván Poduje, socio del estudio Atisba y consejero del Consejo Nacional de Desarrollo Urbano (CNUD).
El mejor ejemplo de la tensión es lo que ocurre en la Plaza Baquedano –también conocida como Italia o de la Dignidad–, en pleno centro de Santiago. ¿Cómo transformar en un símbolo de unión un lugar que hoy divide al país, por ejemplo, entre aquellos del Apruebo y el Rechazo?
«Cualquier resignificación debe ser participativa e involucrar al mayor número de actores, incluyendo a vecinos. Lo que vemos hoy es la imposición de un paisaje que se caracteriza por la vandalización y eso no es sano», señala Poduje.
El arquitecto Francisco San Martín es presidente del Comité de Patrimonio Arquitectónico y Ambiental del Colegio de Arquitectos de Chile, cuya sede está ubicada a pocos metros de la plaza en disputa.
«Las disputas presentes en este espacio tienen como principal desafío conciliar la legítima protesta y manifestación, con la seguridad de los vecinos, comerciantes y transeúntes, con la protección del mobiliario público y la propiedad privada, que en ocasiones se ven gravemente afectados», afirma.
«Ha sido el escenario de la mayor manifestación ciudadana de la historia de Chile el 25 de octubre y eso es imborrable», complementa Genaro Cuadros, jefe de la carrera de Arquitectura de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano. «Y esto debe ser considerado con mayor razón en un proyecto de remodelación, de forma tal que posibilite su funcionamiento como lugar de reunión, de manera que no signifique una paralización del funcionamiento de la ciudad».
La canadiense Lake Sagaris, miembro del Centro de Desarrollo Urbano Sustentable (CEDEUS) de la UC, va más allá.
«Es importante partir entendiendo que estos no son problemas de arte o arquitectura, son temas sociopolíticos de envergadura mayor, de temas pendientes que no han sanado y que seguirán surgiendo si no los tomamos, como una sociedad, en su conjunto, y a pesar de las divisiones históricas, que son grandes, sin duda. ¿Pero no seremos más grandes para poder llegar a buenas soluciones que nos convoquen a la mayoría más sensata?», se pregunta.
El dilema incluye qué hacer con la estatua del general Manuel Baquedano, instalada en 1927 por la dictadura del general Carlos Ibáñez del Campo. Debió ser retirada por el Ejército de Chile ante los ataques de los manifestantes del estallido social al monumento, por representar a un personaje ligado a la guerra de la república contra los mapuche.
«Respecto a Baquedano, no creo que la actual generación pase por encima de aquella que decidió que Baquedano estuviera ahí. Por lo tanto, debe quedarse y debemos discutir más precisamente dónde», afirma Poduje.
Para San Martín, la estatua de Baquedano es un monumento que genera tensión y conflicto en dicho espacio, por lo tanto, su reincorporación debe ser analizada en su mérito, con un proyecto integral de la plaza. La misma situación –a su juicio– sucede con la tumba del soldado desconocido y otros monumentos conmemorativos alrededor, que son parte del paisaje estatuario.
En otras palabras, no puede plantearse la reposición de la estatua del general Baquedano sin considerar los nuevos significados que han surgido en este espacio público.
«Cualquier intervención que se pretenda hacer en este espacio, debe estar impregnada fuertemente por la dimensión patrimonial. Esto incluso va más allá de los monumentos públicos presentes en el espacio. Debe plantearse desde una mirada patrimonial –no monumental–, considerando todas las capas de significados que tiene la plaza, porque desde luego que han emergido otras nuevas a partir del 18 de octubre del 2019″, subraya.
El arquitecto insiste en señalar que los espacios urbanos son dinámicos y muchas veces, cuando existen argumentos suficientes, los monumentos públicos deben ser reubicados, como ha pasado a lo largo de la historia, e incluso en este mismo espacio en cuestión. «Hay que desdramatizar la transformación que puede sufrir este espacio, si es que la ciudadanía ha modificado su vinculación con el monumento o si las condiciones de seguridad así lo exigen».
«Esta es una muy buena oportunidad para hacer memoria y representación de esa memoria completa», indica Cuadros. «Cada generación tiene derecho a valorizar momentos y valores diferentes. Creo que los militares pueden volver a sus cuarteles, nuestra vida publica tiene muchas cosas que celebrar y conmemorar, las victorias militares es solo una dimensión. Valiosa pero no la única. Si es controversial, para qué exponer una pieza de valor al vandalismo permanente, creo que el Ejército ha sido más criterioso que la autoridad política a este respecto, en parte porque esta en una disputa absurda de significado del 18 de octubre».
En esa misma línea, San Martín es pesimista en cuanto a hallar una solución en el corto plazo.
«Mi opinión es que las soluciones definitivas para este espacio hoy no pueden encontrarse, porque aún hay un proceso político de salida al conflicto, que está abierto y en curso», señala.
Aún así, más allá de ello, lo que «urge es la protección y resguardo de los bienes patrimoniales de la plaza y su entorno, dado que su vandalización puede ocasionar daños irrecuperables para estas piezas».
Cuadros incluso es más radical.
«El espacio requiere ser despejado y de calidad amplia, y cuya reposición y mantenimiento sea funcional a este propósito. En este caso debe equilibrarse con un arbolado adecuado y suficiente para controlar la temperatura del lugar. Pensar en una Plaza de la Dignidad que posibilite manifestaciones de distintos tamaños para 10 mil o 30 mil personas sin representar una dificultad con el sistema de transporte», propone.
Esto lleva a la cuestión de qué hacer con las propuestas que había para el lugar antes del estallido, como el eje Alameda-Providencia, aprobado en 2015.
«Haría una exposición grande en toda la plaza, para que la gente pueda verlos, revisar, comentar», propone Sagaris.
Para Poduje, hay ideas que se pueden rescatar, como la eliminación de la rotonda o la unión de los parques Forestal, Bustamante y Balmaceda, «pero es evidente que el contexto cambió tan fuertemente, que se necesita de otro proceso para el rediseño». «Lo más participativo posible», insiste.
El miembro del Colegio de Arquitectos estima que cualquier proyecto diseñado con anterioridad al estallido social, debe ser revaluado.
«Los proyectos anteriores han considerado fundamentalmente el problema vial, de transporte y de utilización del espacio público, pero ahora debe añadirse con mucha fuerza el asunto simbólico y patrimonial, como he mencionado anteriormente. Por lo tanto, aun cuando estos proyectos hayan sido desarrollados con un alto estándar y correctos en su propuesta, no cabe duda que las condiciones actuales del espacio han cambiado, por lo tanto, debe adaptarse al nuevo escenario», señala.
«Las ciudades son cambiantes, sus requerimientos, significados y usos también, por lo tanto, la solución a plantear debe enfocarse en las problemáticas y exigencias actuales y futuras. Esto no quiere decir que haya que desechar los proyectos anteriores, sino más bien aprovecharlos, evaluarlos y modificarlos, según la situación actual».
Cuadros cree que los proyectos de espacio público son procesos de diseño, deliberación y significación colectiva. Por eso el eje Alameda-Providencia es un buen punto de partida, «porque es estructurante desde una perspectiva funcional».
«Es un punto de partida válido, porque se adelantó en algunas dimensiones del problema, pero seguramente requiere ser revisado y replanteado, porque se quedó corto. Pero tenemos una buena pieza a romper para trabajar entre el nuevo Gobierno Regional, un nuevo Gobierno que ojalá en su desarrollo pueda expresar un nuevo pacto urbano, en forma y fondo, sobre la ciudad, un barrio y la movilidad en el espacio público», dice.
El cómo hacer esto realidad, seguirá siendo una tarea pendiente.
«Todas las ciudades tienen su plaza Baquedano, es decir, un hito urbano que es escogido para visibilizar demandas sociales o manifestaciones», explica Poduje. «Pero casi ninguno se modifica radicalmente luego de los hechos, como si fuera una tabla rasa. Cada generación rescata lo que existe y aporta algo a la que viene. Ese espíritu debe prevalecer en Baquedano», concluye.