En “Winesburg, Ohio” (Acantilado, 2009), publicada originalmente en 1919, el autor estadounidense expone a través de la mirada de George Willard, reportero del periódico local, fragmentos de las vidas de hombres y mujeres que resisten al vacío existencial, a la soledad y al abandono. Anderson nos adentra en un mundo rural donde la fortaleza se impone a la debilidad y nos muestra la belleza de lo insignificante y de las vidas que se esfuman con la levedad del viento.
Sherwood Anderson (1876-1941) fue una piedra fundamental para el relato estadounidense y, en general, para toda la corriente realista del siglo XX. Influyó directamente en escritores de la talla de Hemingway, Faulkner, Carver, entre otros, quienes buscaron en los pueblos desolados y alejados de las grandes urbes el significado de la existencia. El autor desarrolló una escritura concisa y lacónica que plasmó en “Winesburg, Ohio” (Acantilado, 2009), novela publicada en 1919 y que condensa el estilo del resto de su obra.
Los veintidós fragmentos que conforman “Winesburg, Ohio” se configuran como un rompecabezas de relatos que muestran el universo de una localidad rural y donde se retratan, con certeza y humanidad, las vidas desgastadas y repletas de ilusiones de los habitantes de comienzos de siglo. La novela comienza con una dedicatoria fundamental para entender la mirada de Anderson: “Este libro está dedicado a la memoria de mi madre… cuyas agudas observaciones acerca de todo lo que la rodeaba despertaron en mí la inquietud de mirar por debajo de la superficie de las vidas ajenas”.
Las historias de marginales, ebrios, médicos, familias pobres y acomodadas, y por sobre todo gente solitaria, son observadas por George Willard, reportero del periódico local, que narra esas vidas que parecen deshacerse en días iguales y perdidos. La estructura acomoda los relatos para que los personajes se mezclen y fusionen. Cada parte entrega profundidad al conjunto del libro y nos muestran los derroteros de sus habitantes que conviven entre estaciones de ferrocarriles, ferreterías, hoteles, verdulerías, iglesias, bancos y bares donde cada trago es la salvación de la rutina aplastante.
La ruralidad es el contorno que da significado a esos pueblos ínfimos donde la esencia humana se desarrolla y se convierte en el principal legado de Sherwood Anderson. Muchos escritores han indagado en esos poblados olvidados en distintas épocas y latitudes, desde Hemingway hasta Alice Munro, pasando por Raymond Carver, Lucía Berlin, Richard Ford, John Cheever, tantos relatos de Juan Carlos Onetti, Juan Ramón Ribeyro y, por qué no, Manuel Rojas. La influencia de Anderson fue la de hurgar en las vicisitudes de los desdichados para mostrar las vidas nimias que se apagan lentamente en los rincones más oscuros de los pueblos.
El Ohio de Sherwood Anderson persiste en la ruralidad actual a más de 100 años de su publicación. Aún podemos observar la crisis de significado en el cansancio de los jornaleros que miran sus smartphones en fuentes de soda donde beben cerveza helada y desvanecida, en los ebrios perdidos en las calles, en las salas de pool donde se puede fumar e incluso en las ilusiones de los adolescentes que denostan la vejez a través de sueños de falsa grandeza. Todas estas variables sirven de ejemplo para establecer que el vacío existencial no tiene necesaria relación con la tecnología imperante ni con la época: las ilusiones cambian de ropajes, pero no en su esencia.
Las reflexiones a veces son desordenadas y esporádicas. Las lecturas nos llevan a otros libros y a nuestro pasado repleto de experiencias olvidables, rostros ajenos y miradas conmovedoras en la infinidad de la noche. Creo que “Winesburg, Ohio” perdurará en el tiempo porque nos muestra la materia insignificante que se niega a desaparecer de la realidad. Sherwood Anderson vio en los pueblerinos —y en ese paisaje de belleza prístina y montes por donde el sol se esconde todas las tardes de otoño— la humanidad, la dignidad y el valor de la derrota por sobre el triunfo.
En un siglo más, cuando el mundo esté al borde del colapso total, seguiremos leyendo con la misma emoción a Sherwood Anderson, y sentiremos cercanía y nostalgia de esos personajes que deseaban de manera tan simple y sencilla, y que vivieron y murieron alejados del mundo, cerca de los ríos y entre las montañas.