La autora no da tregua. No hay pausas que nos permitan rehacernos y prepararnos para la siguiente página de dolor y abuso. Claudia Hernández transcribió las voces y pensamientos de mujeres atrapadas, en un espacio doméstico patriarcal, que oprime y somete. Las mujeres de esta novela no tienen ningún derecho, garantía ni seguridad. La familia, la iglesia, las instituciones las abandonan a su suerte. Y lo peor de todo es que estas voces podrían corresponder a mujeres y hombres en distintos y muchos lugares del mundo. Por eso en este libro los personajes no necesitan nombres particulares.
La novela «Tomar tu mano», de Claudia Hernández (El Salvador, 1975) de editorial La Pollera, no es de lectura fácil. Por el contrario, es una novela intensa, que duele. La forma en que está escrita logra sumergirnos en diálogos y pensamientos que nos permiten escuchar las voces de mujeres, que enfrentan una misma y terrible realidad de sometimiento, violencia y soledad en el ámbito doméstico principalmente, pero agravado por un contexto de grupos paramilitares, escuadrones de la muerte, guerra civil y pandillas callejeras.
Si bien existe una voz de mujer protagonista, son muchos los personajes que deambulan y que se conectan con su sufrimiento. Al terminar de leer la novela, me he convencido de que no había otra forma de permitir que el lector o lectora conociera directamente los sentimientos y la realidad de estos personajes. La autora optó por desaparecer en un simbólico gesto de respeto a las mujeres presentes y sufrientes de su obra.
Nos embarga una sensación de inquietud y tristeza al terminar de leer las 264 páginas de esta novela. Sin embargo, es una lectura necesaria, porque sacude y convoca.
En la novela se van hilando varias historias en un entramado asfixiante y punzante. ¿Qué es lo que más duele? Que las mujeres protagonistas permanecen en su condición de víctimas durante todas sus páginas, que sólo cambian sus victimarios que en algunos casos: pueden ser sus padres, parejas, parientes, amigos o vecinos o instituciones como la iglesia, los servicios públicos o la policía. Todo esto deja una sensación de tragedia e impotencia difícil de sobrellevar. Concordemos que todos al tomar un libro queremos que él o la protagonista pueda incidir en su entorno, cambiándolo a su favor, cosechando algún grado de éxito. En esta novela aquello no ocurre. Al afirmarlo no creo estar haciendo un spoiler ya que de lo que trata esta novela es de la realidad de violencia que enfrentan niñas y mujeres en muchos países de Centroamérica, Sudamérica y otras partes del mundo.
No siempre sabemos quién habla o de quién son los pensamientos que estamos leyendo, pero este aspecto deja de importar al avanzar en la lectura, porque el pensamiento o la voz que escuchamos resulta más conocida de lo que hubiésemos querido.
La autora no da tregua. No hay pausas que nos permitan rehacernos y prepararnos para la siguiente página de dolor y abuso. Claudia Hernández transcribió las voces y pensamientos de mujeres atrapadas, en un espacio doméstico patriarcal, que oprime y somete. Las mujeres de esta novela no tienen ningún derecho, garantía ni seguridad. La familia, la iglesia, las instituciones las abandonan a su suerte. Y lo peor de todo es que estas voces podrían corresponder a mujeres y hombres en distintos y muchos lugares del mundo. Por eso en este libro los personajes no necesitan nombres particulares.
El formato en que está escrita es muy novedoso y podría acercarse más a un guion que a una novela como solemos concebirla. Todo el libro es diálogo y pensamiento de los personajes.
El viaje que se realiza al leer cada página, requiere fortaleza para entrar al mundo de violencia y sometimiento en el que ellas habitan. La historia principal transcurre en tres décadas, desde el año de 1969 en adelante. Es la vida de una mujer desde su niñez, sin contextos, sin explicaciones, sin escenas en que veamos lo que comen, las características de las calles que recorren, las vestimentas que usan. Apenas, nos damos cuenta de que son épocas recientes – aunque quisiéramos que estuvieran a una distancia de siglos de nosotros. Cuesta porque hiere “oír” esta novela, que nos obliga a acompañar a mujeres víctimas de hombres y sociedades violentas que aún consideran a la mujer como un objeto de su pertenencia sobre la que se puede ejercer un dominio arbitrario y que para ellos resulta “natural”.
Finalmente, es una lectura necesaria, urgente, valiosa y valiente que recomiendo para quienes están dispuestos a sumergirse en una realidad oculta en las paredes del núcleo básico de la sociedad y por lo mismo, difícil de asimilar. Todo esto potenciado, por un entorno de guerra civil, grupos paramilitares y las maras. Aspectos fatales y presentes en Centroamérica muy a nuestro pesar.