Toni, el protagonista, es profesor de filosofía en un instituto malhadado, en el que nada le gusta. Tomada la decisión del día de su muerte, desata una avalancha de palabras, a modo de proyección cinematográfica ininterrumpida, desnudando sin pudor -porque es un relato para sí mismo, una vida que siente alejada de un mínimo sentido, de una mínima felicidad, en la cual sus malas decisiones han sido el sello definitorio. Así, durante un año irá anotando diariamente pensamientos, comentarios, conclusiones, críticas, arrepentimientos, de su relación con personas importantes en su vida, pero, sobre todo, desde la intimidad de su propio ser, al que percibe, de manera fundamental, como fracasado.
El nombre de esta novela tiene un significado central no solo para la historia misma, sino para entender la perspectiva de la propia vida que se despliega durante un año, en una revisión descarnada del pasado, tiempo que se destina a encontrar (y confirmar) certeras razones para cumplir la decisión de suicidarse un día determinado.
Los vencejos son aves migratorias, que realizan su vida totalmente en el aire: se alimentan, reproducen y duermen volando, ya que solo se posan cuando empollan sus huevos. En sus migraciones anuales pueden recorrer distancias de 30.000 km, regresando siempre a los mismos lugares, lo que podría asimilarse a la vuelta cíclica que solemos dar a nuestros problemas y dificultades. En la página 92, Toni dice que “si hubiera podido elegir entre nacer hombre o nacer vencejo, visto lo visto me hubiera decidido por lo segundo”. Anhela esa libertad de los vencejos de volar siempre, sin tocar nada ni a nadie.
La revisión de los más de cincuenta años de vida en sus diferentes dimensiones mezcla tiempos, personas, historia, acontecimientos personales y sociales, que fluyen a lo largo de las casi 700 páginas en las que, desde mi lectura, nada sobra, en tanto cada palabra es parte de la arenilla que construye y rearma no solo la vida del protagonista, sino el ambiente social y político de un país y de una época. Si bien Aramburu vive hace varias décadas en Alemania, su literatura está anclada en España, en sus calles, en las ciudades que conoce bien, en sus gentes y su historia, y constituyen la argamasa de su creación literaria.
En esta novela se despliegan los más de cincuenta años de vida de quien ha decidido el día preciso de su muerte y que se da un año justo para recorrer acontecimientos que corresponden a tiempos y contextos muy diversos, a la vez que los observa desde otro espacio temporal, en una suerte de desdoblamiento analítico mientras avanza hacia el objetivo final.
Toni, el protagonista, es profesor de filosofía en un instituto malhadado, en el que nada le gusta. Tomada la decisión del día de su muerte, desata una avalancha de palabras, a modo de proyección cinematográfica ininterrumpida, desnudando sin pudor -porque es un relato para sí mismo, una vida que siente alejada de un mínimo sentido, de una mínima felicidad, en la cual sus malas decisiones han sido el sello definitorio. Así, durante un año irá anotando diariamente pensamientos, comentarios, conclusiones, críticas, arrepentimientos, de su relación con personas importantes en su vida, pero, sobre todo, desde la intimidad de su propio ser, al que percibe, de manera fundamental, como fracasado.
Algunos datos de su vida y personas que lo rodean: el narrador es Toni, profesor de filosofía, cincuentón, que trabaja en un instituto de mala muerte y despotrica con el estado de la educación, la política y otros males de la sociedad actual; también, se aprecian esas nuevas formas de vivir y relacionarse que han remecido las bases de su formación patriarcal, los cambios en la asunción de los roles, la presencia de un feminismo ajeno a su comprensión.
Su perra Pepa, fiel compañera, tiene un rol central al simbolizar el amor sin condiciones; divorciado de Amalia (“el error más garrafal”, tienen un hijo, Nikita (“no lee libros, no aprende un oficio, no practica ningún deporte”); su gran amigo es Pata, al que apoda “Patachula”, que perdió un pie a raíz del atentado de Atocha, quien también ha decidido quitarse la vida; Tina, su muñeca erótica (“su ideal femenino”); su hermano Raúl (al que ha odiado siempre); Águeda, novia de la lejana juventud que aparece casi mágicamente; su padre, muerto, pero al que le habla y le cuenta cosas, especialmente aquellas relacionadas con su profundo descreimiento y desilusión (“[yo] podría hacer carrera política en estos tiempos. Reúno todos los requisitos puesto que no descuello en nada ni creo en nada”).
Los doce capítulos se estructuran bajo los nombres de los meses del año y cada día escribe un trozo de ese intricado rompecabezas que comienza a armar desde la primera y desencantada afirmación: “no me gusta la vida”. Desde allí, la base para decidir que solo él tendrá el privilegio de fijar su muerte en un día preciso, el 31 de julio de 2019, así como iniciar la dura tarea de exhibirse sin piedad, ante sí mismo y ante nosotros, los lectores.
Cada día es desmenuzado desde los recuerdos y la narración exhibe sin contemplaciones descripciones, opiniones, creencias, confesiones, todas relacionadas estrechamente con acontecimientos y personas cercanas. A todo esto, lo denomina ‘crónica personal’, y se van produciendo nuevas interpretaciones de ese pasado observado desde el presente; así, surgen sentimientos de comprensión, de justificación, de condena, de aceptación, de asombro…
Sin embargo, a lo largo de la lectura de este discurso que pareciera ser una descripción informativa, corren emociones profundas por un espacio paralelo. Hay un aire que viene y va, y que recuerda, cómo no, la literatura francesa del existencialismo, la de Sartre y Camus, tan cercanamente leída, tan deslumbrante y atractiva como décadas después llegaría a ser la literatura del realismo mágico, que también figuran en el detalle de sus propias lecturas, como el gran lector que es, pero que no duda en enjuiciar: “Para qué he leído tanto? ¿De qué me han salvado los libros? Bien sé que no me han salvado de nada; pero de alguna manera había que llenar el tiempo, p. 201”.
Dos intensas páginas tituladas Seis días después, un después del año que el protagonista dedica a preparar su suicidio revisando su vida, condensan magistralmente su percepción actual de la muerte (propia y ajena), los afectos, el amor y su fuerza para sostener el impulso vital pese a los desencantos y desilusiones.
A medida que avanzamos en la lectura, acude con fuerza la pregunta sobre qué es lo humano, si lo somos en verdad o solo creemos serlo, en las dimensiones de lo personal, lo social, lo familiar, en suma, lo que se da en la relación con otros. Algunas pocas pistas nos refieren al amor verdadero (ese que Toni no ha encontrado en su vida) como un sentimiento que da sentido a la vida, incluso en las peores circunstancias.
Prepararse para la muerte implica también desprenderse de objetos; en este caso, Toni se va desprendiendo de sus bienes más preciados, los libros, dejándolos en parques y calles de Madrid. Entre ellos, algunos especialmente significativos para él, como el “Manifiesto comunista”, regalo de su padre, comunista, cuando Toni era un adolescente. A través de las páginas va deslizando uno de sus grandes desencantos: lo poco que le ha servido la lectura para su vida, tema que tendrá un renacimiento en el último capítulo, dicho en cuatro palabras capaces de desatar emociones profundas.
La novela es un ejercicio de reflexión y de profunda introspección, a pesar de la superficialidad que el personaje Toni quiere mostrar en este largo racconto; parece que nada le importa y no está dispuesto a cambiar ni su vida ni sus ideas. Sin embargo, las piezas de este rompecabezas vital acaban por encontrar un nuevo reacomodo, como sabremos al leer el final del libro, titulado “Seis días después”.
Son dos páginas que nos entregan una condensación maestra de la muerte y de la esperanza del amor, ambas partes esenciales de la vida. En algún momento de la narración Toni dice “De los sitios hay que saber marcharse en el momento oportuno”. La novela nos muestra que siempre hay puertas abiertas a la vida, las que podemos traspasar en otros momentos oportunos, porque la historia de la humanidad ha estado marcada por infinitos nuevos comienzos, desde la íntima vivencia de perder a nuestros seres queridos, al esfuerzo de países, sociedades y seres humanos que deben recomponerse después de una guerra o de dictaduras sangrientas.
Esta novela es también una invitación a la necesaria autoobservación de cómo hemos ido aprendiendo a vivir, de tantas maneras diferentes y desde tantas experiencias disímiles, y cómo en ese devenir vamos encontrando otros que nos acompañan en la travesía.
Ficha técnica
Los vencejos
Fernando Aramburu
Tusquets Editores
Barcelona, 2021
698 páginas