Heredera de una sofisticada tradición cerámica, es una escultora que representa a Chile con éxito en el extranjero. Sus trabajos han sido exhibidos en la Segunda y Tercera Bienal de Artesanía Revelations celebrada en el Gran Palacio de París el 2017 y 2019; Galería Collection (Francia) 2019; Museo de Arte Popular Americano (MAPA) 2016 y en países como China y Taiwán. También es miembro de la Academia Internacional de Cerámica (AIC).
Difícil es ejercer el arte de combinar la expresión plástica con la poética, y esto encontramos en la obra de la ceramista y escultora chilena Tere Marín, al contemplar sus impresionantes trabajos que denotan calidad y maestría, tanto en su concepción como en su ejecución pulcra y minuciosa, como merece el material noble que ella utiliza: la porcelana. Una mezcla componente de caolín y finas arcillas plásticas blancas, con feldespato y sílice, material de difícil manejo, que se quema sobre los 1.300ºC de temperatura.
Como explica su maestra Ruth Krauskopf: “Ella destaca en esta disciplina y aborda el desafío técnico que ello implica con rigor y maestría; pero lejos de detenerse en el oficio, pone la técnica, que maneja en forma virtuosa, al servicio de una expresión poética. Expresión poética en la que se refiere, sin estridencias ni contradicciones, a su especial sensibilidad frente a la naturaleza.”
Y en efecto su obra es un acercamiento místico a la belleza que ella misma la define de este modo: “Mi trabajo tiene una especial mirada en la naturaleza, específicamente en lo marino y en el cosmos. Me interesa rescatar los detalles, las texturas, los procesos que se suceden en el tiempo, que son como verdaderos bordados de la naturaleza. En cada obra creo que se ve reflejada la delicadeza y la fragilidad, invitando al espectador a que mis cosas sean miradas desde cerca, y también tocadas, ya que todas ellas tienen texturas”.
Para unir lo marino con lo cósmico, Tere Marín combina el gres negro con la porcelana, con lo que alcanza un máximo contraste de color y textura, que puede ser visto en sus obras: Litósfera I y Litósfera II, de las que su maestra afirma que “las mezcla con inteligencia, creando un delicado puente entre su espíritu y el mundo interior del que mira su obra. Podría pensarse que su sensibilidad se dirige sin titubeos a una lectura metafórica de la naturaleza”.
Y, claro, estas obras son metáforas que imitan a la naturaleza; pero, al mismo tiempo, la conjugan y extrapolan, en un diálogo sensitivo entre la materia y la voluntad humana creativa. Sus obras son fruto de larga gestación procesal. De allí la poesía, el encanto, ternura y asombro que despiertan con el observador. Todo eso nace de una raíz profunda, su abuelo Eduardo Keymer, fue escultor y su madre Carmen Keymer era ceramista. Ambos, a su turno, modelaron ese alma y espíritu, pues Tere Marín los lleva dentro como fuego inspirador; como elementos fundamentales de una alquimia humana que la inducen a la alta creación artística.
Oigamos lo que dice ella misma: “Creo que mi vocación se enraíza en mis ancestros. Sin ir más lejos, mi abuelo, aparte de su profesión de médico era escultor, y yo de chica recuerdo maravillarme al verlo levantar gigantescas esculturas de greda en su taller. Luego mi mamá dedicó gran parte de su vida a la escultura en cerámica. Ella gozaba palpando y modelando la tierra”.
Tere es una artista de tercera generación, edad en la que ya emergen, sin trabas, el talento y el genio. Hizo estudios de dibujo, pintura y diseño en la Universidad Católica de Chile. Después, se fue a vivir en La Serena, cerca del mar, los erizos, moluscos y conchas marinas de su inspiración. De vuelta a Santiago en 2005, estudió en el taller Huara huara, un centro neurálgico de enseñanza e investigación de la cerámica en Chile, pletórico de creatividad y entusiasmo, gracias a su directora Ruth Krauskoft, quien le ayudó no solo en el dominio del oficio sino, a descubrirse a sí misma, modelar su alma, orientar su inclinación perfeccionista, rigurosa, para luego alzarse con alas al raudo vuelo de la libertad de crear.
El 2008, se asoció para formar un taller propio en donde también investigó sobre: pastas, óxidos, engobes y esmaltes. Aprendió el delicado manejo técnico de los hornos a gas y eléctricos. Continuó aprendiendo en seminarios y cursos como los de Akio Takamori, Martha Pachon, Alberto Bustos y Rafael Perez, para aprender los secretos ocultos de la incomprensible alquimia del ceramista, una enrevesada química de sales, cristales, pigmentos, aluminosilicatos y metales que recuerdan las reacciones nucleares volcánicas de los inicios de la tierra.
Poco después, como una erupción volcánica, el resultado se abrió paso, rápidamente, en exposiciones y salones como: su exposición individual llamada Maríntimo, en el Centro Cultural de Las Condes; obtuvo el primer lugar en la décima bienal de cerámica artística de Valparaíso; participó en la Segunda y Tercera Bienal de Artesanía Revelations celebrada en el Gran Palacio de París el 2017 y 2019, gozó de una estadía en Fuping, China; estuvo presente en la exposición #48 de nuevos miembros de la Academia Internacional de Cerámica en Taipei, Taiwan, 2018, Galerie Collection de París 2019, el Museo de Artesanía MAPA, del Centro Cultural Gabriela Mistral, etc.
En la actualidad, se ha mudado a vivir en Isla Negra, cerca al mar que tanto ha amado, y junto con las ceramistas residentes del litoral, en Febrero de 2020 expusieron sus trabajos de porcelana justo afuera del museo de Pablo Neruda, que es un lugar de permanente peregrinaje de todos los visitantes cultos del planeta, para rendir honores a la memoria del gran poeta chileno, premio Nobel de literatura 1971, autor del “Canto General” y “Alturas de Machu Picchu”.
De ese nivel es la obra de Tere Marín, y tal es la estatura de su talento: “Porque -como afirma su orgullosa maestra- está hablando con honestidad de sí misma como individuo frente al universo, logra plasmar delicadamente, sin timidez, pero con fuerza, la intensa relación de una mujer sensible con el mundo que la rodea”.