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«El señor Wilder y yo» de Jonathan Coe: la necesidad de contar buenas historias CULTURA|OPINIÓN

«El señor Wilder y yo» de Jonathan Coe: la necesidad de contar buenas historias

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Nicolás Bernales
Por : Nicolás Bernales Escritor y columnista literario. Ha publicado el libro de cuentos "La Velocidad del agua" (Ojo Literario 2017), por el cual se adjudicó el Fondo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura en el área de creación. En 2023 publicó la novela "La geografia dell` esillio", Edizioni Ensemble. Roma.
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Publicó anteriormente «El corazón de Inglaterra», donde aborda el divorcio entre el Reino Unido y Europa, derrotando las suspicacias que genera la literatura nacida al dictado de la actualidad, más bien fue considerada la gran novela sobre el Brexit, por su trato sutil y humano. Ahora vuelve a escribir una gran novela, pero trazando una línea más larga, inquebrantable y atemporal. Pensamos en Wilder, en sus películas, en sus personajes, en el rostro que busca entre las víctimas del holocausto. Pensamos en Iz Diamond apostado a un costado del set murmurando los parlamentos en sincronía con los actores. Pensamos en las incertidumbres de la juventud y de la edad adulta. En Calista y su familia en el Londres actual, y esa línea continua, indestructible, que arropa el paso del tiempo, la construyen todos ellos, haciendo lo que saben hacer.


Calista toma una de esa interminable escalera mecánica necesarias para salir a flote desde las entrañas del metro de Londres. Los que no llevan prisa se colocan al lado derecho, los que si, caminan por el costado izquierdo. Ella quiere alcanzar cuanto antes la superficie en Piccadilly. Pero se ve interrumpida por una madre que lleva de la mano a su hija pequeña ocupando todo el espectro de la escalera. Decide esperar detrás de las dos hasta el final del trayecto y observa con detención como la niña se prepara para abordar el final con un par de saltitos, que ejecuta con gracia sin soltar la mano de su mamá. La imagen la estremece.

Calista Frangopoulou también es madre, una de sus hijas adolescentes se prepara para abandonar el país y comenzar sus estudios en Australia. La otra se encuentra a la espera de qué el servicio de salud agende una cita para interrumpir su embarazo.

Su carrera como compositora de música para películas tampoco pasa por su mejor momento, o, mejor dicho, ya pasó por su mejor momento. Al igual que su marido, Geoffrey, también vinculado al mundo del cine, comienzan a quedar atrás frente a las nuevas tendencias y a la moda. Bandas sonoras estruendosas llevadas por el ritmo vertiginoso de las películas de hoy. Lo que la tiene trabajando en una composición de forma independiente y por su cuenta, una pequeña suite para orquesta de cámara llamada: Billy.

En estas primeras páginas Jonathan Coe logra proyectar con una delicadeza cargada de contenido la situación por la que pasan sus personajes.

«Componer y criar niños. Eso es lo que sé hacer. Y ahora me vienen a decir, más o menos, que ninguna de esas dos habilidades le hace falta ya a nadie»

La prosa es clara, directa y las imágenes efectivas, a las que no le sobran ni faltan detalles a pesar de estar construidas con simpleza. Es el tono que nos va a acompañar por el resto de la novela.

Después de despedir a su hija en el aeropuerto de Heathrow, conteniendo las emociones y buscando paralelos en su juventud, recuerda el momento en que todo comenzó.

También fue en un aeropuerto hace muchos años, en 1976. Cuando su madre la dejó en la terminal de Atenas y se fue rumbo a los Estados Unidos en un viaje de turismo y exploración. Por una serie de coincidencia y azares bien armados, Calista hace amistad con una joven inglesa en una estación de buses en medio del viaje. Al llegar a Los Ángeles su nueva compañera le pide que vayan juntas a una comida con un viejo conocido de su padre. De esa forma, desinteresada y marcando una fuerte indiferencia frente al compromiso, terminan sentadas en la mesa de un elegante restaurante en Beverly Hills junto a un director de cine setentón, de acento alemán, del cual ninguna de las dos tiene la menor noción de quién se trata.

El hombre a la mesa es Billy Wilder, una de las figuras claves de la época dorada de Hollywood, director y guionista de grandes películas de los años cincuenta y sesenta, como Sunset Boulevard, La comezón del séptimo año, El apartamento y un gran, etc. Coe acierta en la ignorancia salvaje y posiblemente real que otorga a las adolescentes. De un plumazo humaniza e iguala a los comensales. Lo acompañan también Iz Diamond, guionista y colaborador de Wilder y sus respectivas mujeres, Audrey y Bárbara. La comida esta relatada de forma exquisita, y es tal vez el verdadero punto de partida de la novela. Sobre la mesa y alrededor de ella, en la atmósfera del restaurante, es donde el autor muestra sus cartas. El arte, la amistad, el paso del tiempo, la creatividad, la pasión, el cine y el olvido. Es donde el destino de Calista cambia, un bostezo, quizás fuera de lugar o mal disimulado, llaman la atención del Sr. Diamond en complicidad con Wilder. Ese es el gesto que estaban buscando inyectarle a la protagonista en una escena de la película en la cual trabajaban. Fedora, una de sus últimas colaboraciones juntos, una de las últimas películas de Wilder, donde retoma el tema de la celebridad caída en el olvido y la desgracia. Pero a diferencia de Sunset Boulevard, la distancia entre la ficción y sus creadores ahora es más corta.

Calista termina involucrada en la producción de Fedora en Grecia, Múnich y París.

Siempre desde su punto de vista vamos conociendo a Wilder y Diamond a fondo, los vamos queriendo y extrañando de igual manera.

Extrañándolos por una inevitable sensación de esfuerzo final que pareciera tragárselos lentamente, junto a una forma de entender el cine que empieza a desaparecer.

En Múnich, nuevamente en una comida, Jonathan Coe se permite una licencia creativa. Al contar Wilder un periodo de su vida, el autor no hace uso de la voz del director ni la de Calista recordando. El relato está sobre el papel como si se tratase de un guion del mismo Wilder.

Este periodo, es el de sus días en el Berlín de los años 30, donde llegó de su Austria natal. De sus difíciles inicios, del surgimiento del nazismo, de las persecuciones y la desconfianza. De la necesidad de huir a París y luego a los Estados Unidos. El relato termina con Wilder de vuelta en Europa al finalizar la guerra, revisando rollos y rollos de filmaciones que le hacían llegar para la producción de un documental sobre el horror de los campos de concentración.

Una pausa larga. Luego:

OFF BILLY (CONT)

Y ni siquiera entonces lo estaba mirando realmente a él, ¿saben? Miraba los cuerpos. Los cuerpos que había detrás. A su alrededor. Y lo único que pensaba todo el tiempo era…
¿Sería ella? ¿Alguno podría ser ella?

FUNDIDO A NEGRO

Jonathan Coe publicó anteriormente El corazón de Inglaterra, donde aborda el divorcio entre el Reino Unido y Europa, derrotando las suspicacias que genera la literatura nacida al dictado de la actualidad, más bien fue considerada la gran novela sobre el Brexit, por su trato sutil y humano. Ahora vuelve a escribir una gran novela, pero trazando una línea más larga, inquebrantable y atemporal. Pensamos en Wilder, en sus películas, en sus personajes, en el rostro que busca entre las víctimas del holocausto. Pensamos en Iz Diamond apostado a un costado del set murmurando los parlamentos en sincronía con los actores. Pensamos en las incertidumbres de la juventud y de la edad adulta. En Calista y su familia en el Londres actual, y esa línea continua, indestructible, que arropa el paso del tiempo, la construyen todos ellos, haciendo lo que saben hacer. Lo que les apasiona, ya sea a través de una película, una pequeña suite o una novela en el caso de Coe. La necesidad de contar historias, buenas historias, bien contadas. Un libro entrañable.

Ficha técnica

«El señor Wilder y yo»
Editorial Anagrama
271 páginas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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