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Sobre el amarillo y otros colores CULTURA|OPINIÓN

Sobre el amarillo y otros colores

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En buena hora hay varios colores, entre ellos los que nos interpretan a cada persona. Las cosas no son blancas o negras, pero a veces -ante el dualismo- hay que optar. En este caso –y ojalá no me venga el daltonismo político- tengo muy claro que votaré Apruebo. Y después, porque ya no hay una hoja en blanco, iremos viendo.


Desde la Revolución Francesa, para orientarnos respecto de las posiciones políticas y culturales, ubicamos a las personas y organizaciones en una línea: de izquierda a derecha. Así se ilustran las oposiciones y disputas: liberales y conservadores, clásicos y románticos, capitalistas y socialistas, revolucionarios y reaccionarios, feministas y machistas; etc. El péndulo se mueve en ese dualismo. Entre los dos polos imaginarios se perciben diversas distancias y aproximaciones respecto del centro de esta línea recta (muchas veces reñida con la rectitud).

Otra forma, que estamos usando en Chile, es (des)ordenarnos por colores. Hay personas que ven las cosas en blanco y negro; y otras que perciben la gama de grises. En fin. Y a la hora de optar y discutir nuevamente tenemos que ubicarnos. En la bandera de la diversidad y en la de los pueblos originarios, por ejemplo, están todos los colores. Ante nuestro proceso constitucional se actualiza la paleta de colores del arco iris.

Amarillo. El origen del amarillismo está vinculado a las luchas sindicales. El “amarillo” era aquel que se desmarcaba de sus compañeros y, por ejemplo, se oponía a la huelga acordada por el sindicato; ser amarillo es ser apatronado. Se emparenta con la traición, con la deslealtad de clase. Esto, en el entendido de que las reivindicaciones sindicales se asocian –en términos genéricos- a los comunistas: a los “rojos”, que es un genérico que, desde la derecha, tiñe a toda persona que está por cambiar el sistema imperante. Por ello, desde “lo rojo” se trata de “amarillos” a los que no adhieren a la causa o son desertores de ella.

Personalmente no soy partidario de estigmatizar desde posiciones intolerantes a quienes piensan distinto o manifiestan honestos arrepentimientos o cambio de pareceres, especialmente en tiempos de incertidumbre. La intolerancia polariza los debates y dificultan la creación de un clima de diálogo. Impiden conversar y convencer. Es legítimo ser disidente, cambiar de idea y, por supuesto, dudar. En ese plano fue autoirónico Cristian Warnken al marcarse como “amarillo”, como diciendo: ¡amarillo y qué! Me gustó eso. No me gusta lo que ha pasado después.

Al seguir algunas entrevistas, me parece que se ha pasado de la duda razonable a la contumacia. Es decir, ante la evidencia de la equivocación o el desmentido de las noticias falsas, se insiste en el error y en la desorientación de la ciudadanía. Lo he visto en entrevistas a Ximena Ricón, Fuad Chaín y Warnken que han quedado desmentidos o sin respuestas (ante Daniel Matamala, Jaime Bassa y Beatriz Sánchez, respectivamente), pero insisten como si esto se tratara de ganar las discusiones y defender el ego y no de un debate intelectualmente honesto por el bien del país.

Al inicio, entre los amarillos, antes de que explicitaran su opción por el Rechazo, parecía haber dudas genuinas, inquietudes intelectuales atendibles. A poco andar, me pareció que una vez más se utilizaba el aura de lo apolítico como un caballo de Troya cargado de individualidades, cual de todas más prepotentes. De todo: ambigüedad oportunista, anticomunismo prejuicioso, racismo encubierto, neonacismo snob, arribismo mercurial, ninguneo arrogante, machismo y clasismo. Todos en un envoltorio aparentemente independiente y progresista.

Tras las bambalinas, políticos desprestigiados que saben que es mejor no aparecer; y la derecha de siempre, que nunca ha querido otra Constitución; los partidos derechistas, que siempre defendieron la Constitución de Pinochet, buscan blanquearse; en el sentido de que con ese color parecen sepulcros blanqueados, que por fuera se ven hasta bonitos, pero por dentro están llenos de hipocresía, huesos de muertos y corrupción. Por el Rechazo los que ya estuvieron por el Rechazo. Tremenda novedad.

Esa derecha y los ahora autodenominados amarillos… y no tanto, porque para ser “amarillo” está el requisito de haber sido “rojo” y que se dejó de serlo. Warnken, dice, fue mirista y mapu, lo que lo haría un amarillo auténtico. Aplica. Simbólicamente este juego se puede ilustrar con los colores de tres ex presidencias: Frei Ruiz-Tagle, por ejemplo, no aplicaría como “amarillo”, porque nunca fue “rojo”: su donación como empresario a la “reconstrucción nacional” después del golpe y su afán por traer a Pinochet de Londres lo deja fuera de ser un buen amarillo. En el caso de Ricardo Lagos, aplicaría como amarillo debido a su historial socialista, su coraje en la oposición a la dictadura y su discurso progresista; pero los méritos que lo hicieron ser admirado por el empresariado recalcitrante le fue cambiando los colores y decepcionando las expectativas de quienes votamos por él, trabajamos en su gobierno y fuimos sus admiradores. Ha dado argumentos elocuentes para votar Rechazo o Apruebo o todo lo contrario. Es una pena, como dijo Jorge Arrate. En el caso de Michelle Bachelet, diría que ella no destiñe.

Color naranja. En la DC, históricamente, hay sectores que genuinamente tienen una vocación popular progresista y que han luchado por la unidad política y social del pueblo, estos han coexistido con sectores donde el anticomunismo, el catolicismo conservador y la cercanía con el empresariado lo han llevado a vergonzosas alianzas con la derecha; y cuando se gana con la derecha –dijo Radomiro Tomic- es la derecha la que gana. El color institucional de la DC es el azul, pero la vemos naranja: siempre entre el rojo y el amarillo. En la caricatura, hoy día los rojos serían Yasna Provoste, Francisco Huenchumilla y la mayoría de su Junta Nacional que –valga la redundancia- aprobó votar Apruebo. La minoría principesca, que no se pone colorada, se arrincona con la derecha.

Verde. El color de los ecologistas está en la nueva Constitución al reconocer la crisis climática y ecológica que el Estado deberá afrontar junto con proteger el medio ambiente y la naturaleza. Los verdes estarían aprobando.

Rojo. Tiene varias tonalidades. Nunca me gustó el rojo furioso en política. La metáfora de los rabanitos se utilizó en algún momento en la discusión de patio para atacar a los comunistas. Se decía que los rabanitos son rojos por fuera, pero blancos por dentro. Era una crítica desde la izquierda (roja-roja) para hacer la diferencia entre “revolucionarios” y “reformistas”. Tras el rojo amaranto, por ejemplo, pienso que hay una historia muy respetable; pienso en Víctor Jara o Camila Vallejo; no en aquellos que, de puro rojos, piensan que la campaña es contra la Concertación y no por el Apruebo y la nueva Constitución. En democracia la mayoría es virtuosa y hay que construirla. En la historia ya se sabe lo nefasto que es el sectarismo. El morado es un tono rojo: el color de las feministas, que recuerda la sangre de las mujeres que lucharon por el derecho a voto, está en la nueva Constitución que se generó con paridad de género; el morado es también el color Violeta: “Yo canto a la diferencia / que hay de lo cierto a lo falso. / De lo contrario no canto”.

Azul celeste. El azul es el color sagrado del pueblo mapuche, también remite a lo celestial de la inspiración cristiana. Por mi lado participo en una chat que se llama “azul celeste”, del Cabildo Cienfuegos 15, que remite a la cultura que fundó la Izquierda Cristiana. Desde ahí aportamos a la Convención con una propuesta de preámbulo donde hicimos el ejercicio de escribir nuestra opinión. En ese texto nos declaramos partidarios de la “participación efectiva de la ciudadanía en la construcción pacífica del futuro; permitiendo que la democracia se profundice, en constante perfeccionamiento, y que la justicia social sea el fruto de una tarea colectiva, inclusiva, que dignifique la creación y el trabajo de una comunidad de personas libres hacia la construcción de una sociedad en democratización ininterrumpida”.

Ahí están mis colores. En buena hora hay varios, entre ellos los que nos interpretan a cada persona. Las cosas no son blancas o negras, pero a veces -ante el dualismo- hay que optar. En este caso –y ojalá no me venga el daltonismo político- tengo muy claro que votaré Apruebo. Y después, porque ya no hay una hoja en blanco, iremos viendo: todo ez perfektivle.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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