El neoliberalismo digital y sus aparatos de gratificación rápida, estimulan la zona primitiva del cerebro liberando dopamina, anulando, sobre todo en niños, el discernimiento que se produce en la zona frontal del córtex. Bien puede ser la explicación al fenómeno de los reproches de los difusos individuos de las redes sociales, reproches sin un razonamiento argumental y que adolece de soporte, o sea de memoria. Cuestión que me recuerda a la popular estrella del hip-hop y quizás el zeitgeist de lo que va de siglo XXI, Snoop Dogg, que dijera con total seriedad a propósito de su adicción al programa de TV Game of Thrones, como todos sabemos una serie de fantasía medieval con dragones y amenazas sobrenaturales: “La veo por razones históricas, para tratar de entender cómo era este mundo antes de que yo naciera”.
Bastante revuelo ha provocado “Hechizas”, la muestra de obras del artista Demian Schopf que se expone en el MAC. Revuelo que no se redujo al mundillo del arte, sino que fue el objeto de la ira de un millar de anónimos que deambulan en las redes sociales y que no necesariamente son diletantes de obras de arte contemporáneo. Las opiniones se referían básicamente a que los artefactos que el artista presenta no están hechos por él y que lisa y llanamente se las apropió. Hecho agravado además porque las armas hechizas pertenecen a una realidad social y de clase de la cual el artista no pertenece y no tiene chance de comprender porque no vive en carne propia esos códigos sociales. El reproche gorgiano apuntaba a un objetivo que ya es parte de una nueva sensibilidad moral: la cancelación. En el fondo es un llamado de atención a que el artista –y cualquiera de nosotros- opere dentro de sus propias condiciones de clase y no nos inmiscuyamos en los códigos de otras realidades sociales. Ni el solipsismo cartesiano postulaba a tanto; y por lo menos la decadencia monódica de la burguesía decimonónica deja al individuo románticamente enfrentado consigo mismo, solo por nombrar dos momentos históricos del ensimismamiento. Esto es diferente. Al parecer nos encontramos ante un re-plegamiento de clases sociales para que vivamos todos en nuestros propios guetos simbólicos. Paradoja por donde se le mire: un llamado violento de las redes sociales para que desistamos de establecer redes sociales.
En todo caso, no es la primera vez que se produce un fenómeno de cancelación a un artista y su obra. Sólo basta recordar la denostación pública internacional que recibió Maurizio Cattelan en 2019 con su obra “Comediante”, una banana puesta en un muro con una cinta adhesiva. Youtubers e influencers, personajes que caracterizan quizás a los nuevos párrocos de la moral de nuestro presente, hicieron gala de una verborrea tan repetitiva como insulsa. Había de todo en los comentarios, excepto argumentos artísticos. De esas especies nuevas, que aparecen en Instagram o Youtube con la legitimad de los likes y la cantidad de reproducciones de sus videos, nos encontramos con jóvenes -y otros no tanto- con una actitud abiertamente reaccionaria, opinando, con un discurso pre-moderno, sobre lo que denominan la farsa del arte contemporáneo, lo que algunos, sin teorizar absolutamente nada, llaman “hamparte”, además de un sinfín de epítetos que funcionan más bien como insultos y no como análisis razonados sobre arte. La cuestión es que estas opiniones no artísticas anti-arte están produciendo una creciente opinión pública sobre el arte contemporáneo. Están creando un anti-público. Habrá que ver como decanta y que tan hondo pueden calar estas opiniones de legos anti-arte en espacios académicos. De algún modo, lo digo con la experiencia de docente universitario, he sido testigo de algunos efectos de resquebrajamiento del piso académico por este asunto, sobre todo en estudiantes de escuelas de arte. El phnubbing es habitual en las aulas y al parecer llegó para quedarse como una costumbre.
Y como no puedo evitar la pedagogía, les recuerdo que la apropiación, el concepto que se enarbola con furia contra de la obra de Demian Schopf, es una consecuencia de procedimientos nuevos de la vanguardia de principios del siglo XX. En 1913 Marcel Duchamp concibe “Rueda de bicicleta”, su primer ready-made. La obra es un ready-made asistido, es decir, son dos objetos (rueda de bicicleta sobre un taburete) que no tienen ninguna relación aparente y sin embargo están ensamblados porque sus posibilidades materiales son pertinentes para ese cruce. La fecha no es de extrañar. Después de 1912, los vanguardistas quedaron maravillados por el procedimiento que inventó Picasso. En efecto, el collage supone una relación indistinta de diferentes materiales, de diferente procedencia, en diferentes calidades, todas reunidas en un solo soporte. Lo que los vanguardistas captan del procedimiento de Picasso es precisamente que parte de los materiales no son una creación del propio artista, sino que se vale de diseños preestablecidos por diferentes lógicas de la cultura gráfica, como fragmentos de periódicos o pedazos de papel mural, que contienen diagramaciones textuales y diseños decorativos que no están hechos por el propio artista. Lo que hay en ese gesto es la apropiación. Si queremos hacer una diferencia, lo que hace Picasso es una re-administración de ciertos elementos ya dados y convertirlos en arte; Duchamp con sus ready-mades promueve la re-significación de los objetos presentándolos en una situación de inutilidad, por tanto, mientras perdure la inutilidad de esos útiles, no pueden ser sino comprendidos como obras de arte. El ready-made de Duchamp nos muestra, en virtud de las diferencias procedimentales con el collage de Picasso, una apropiación radical. Picasso poetiza los fragmentos que no son de su autoría, una suerte de justificación de la apropiación en un nuevo tipo de representación; en el caso de Duchamp no hay justificaciones ni representación, es sólo la presentación de objetos que no pueden ser agotados en su uso cotidiano sino como reflexión artística, a secas. Ni siquiera asoma la posibilidad de apreciarlos estéticamente. En otras palabras, es apropiación llana y pura. De ahí en adelante, la apropiación ha sido una de las tantas posibilidades que los artistas tienen disponibles y legitimadas por el arte de la vanguardia, proceso cultural y artístico que indicó el derrotero del arte hasta nuestros días. Y es precisamente lo que hace Demian Schopf presentando la dimensión conceptual de las armas hechizas que hacen los reos en las cárceles de Chile, re-significando la violencia más allá de sus específicos códigos sociales. Incluso, la obra de Schopf repone la idea de artesanía, cuestión que youtubers e influencers reprochan de los artistas contemporáneos, el hecho de que no hay trabajo manual en las obras de arte. Además, Schopf repone la subjetividad de la forma y la idea íntima de belleza en un objeto condicionado por su efectividad objetiva como arma y su precaria e ilegal producción. Cuestión que también reprochan los cibernautas que acusan enérgicamente la vulgaridad y fealdad de las obras de arte contemporáneas. Quizás, y siguiendo con el repaso pedagógico, el paroxismo de la apropiación ocurre 90 años después de “Rueda de bicicleta”, con la intervención directa sobre grabados de Francisco de Goya por los hermanos Chapman. En efecto, el mundo del arte se conmocionaba en 2003 con la exposición “Insult to injury”, que mostraba los 83 grabados originales de “Los desastres de la guerra”, última edición firmada por Goya en 1837, intervenidos encima con caritas de payaso. Una consecuencia vanguardista sugerida por Duchamp en L.H.O.O.Q. de 1919, la famosa imagen de la Mona Lisa con bigotes, obra que promueve la intervención sobre obras del arte canónico, que es precisamente lo que hacen Jake & Dinos con la obra de Goya. La exposición de los Chapman produjo un intenso debate, en la que se esgrimía como argumento el inconcebible sacrilegio de intervenir y perder para siempre una de las ediciones originales de un artista consagrado por la historia del arte. Sin embargo, las condiciones del propio mercado del arte y la ideología liberal de la propiedad privada como lógica cultural hicieron de las críticas meras opiniones cínicas respecto del valor casi sagrado de los grandes maestros. Si realmente son de un valor fundamental para la historia del arte, no deberían venderse al mejor postor en una subasta, y consecuentemente resguardarlas celosamente en museos lejos de la especulación. Pero hay una diferencia. Aunque la apropiación de la obra de Goya por el humor sarcástico de los Chapman fue un evento mediático, lo fue prácticamente en el ámbito de los circuitos del arte. De hecho, nunca estuvo en tela de juicio la apropiación como metodología plástica.
En cambio, ahora, la cancelación de los influencers, que es la máxima expresión de reprobación de las sociedades digitales, tiene como cruzada exponer la farsa no tan sólo del arte contemporáneo sino además de toda la cultura moderna. Sus ingredientes corresponden a una cocina chatarra de preparación rápida: un poco de sentido común + algo de sensacionalismo + conspiranoia. Con esos rudimentos van a la conquista de la verdad. Otra paradoja, disputar la verdad del mundo produciendo, sabiéndolo o no, post-verdades y fake news. Esta paradoja ha sido posible porque una ingente cantidad de información viaja y está disponible cada vez más rápido. Consecuentemente, el consumo de esa ingente cantidad de información es cada vez más rápida, también. El arco de tiempo de consumo de la información digital es de 9 segundos, al menos es esa la respuesta conductual con la que se pretende re-educar al usuario de medios digitales en el contexto lucrativo del capitalismo de la atención, como lo plantea Bruno Patino en su libro “La civilización de la memoria de pez” (2019). En otras palabras, no hay tiempo para la reflexión. Se construye, desde el capitalismo millennial, un mundo sin memoria. No es de extrañar pues que los críticos pre-modernos de Schopf o Cattelan no tengan argumentos situados en la historia del arte ni en sus códigos culturales y sociales. Ni siquiera podemos hablar de crítica. Se trata de reproches psicológicos redundantes que se perciben como nuevos. Se empieza una y otra vez porque la memoria no es el soporte de la existencia, que ontológicamente va camino al solipsismo voluntario y autocomplaciente del relativismo moral.
Si buscamos una explicación a este fenómeno de creciente relativismo moral y la creencia actual en que la experiencia sólo se inscribe en el tiempo biológico de cada cual sin posibilidad de transferencia, podemos, usando la memoria de las bibliotecas, establecer una hipótesis: el momento de la gran duda comienza, quizás, con la teoría francesa o el posestructuralismo de los años 60s del siglo XX. Desde ahí en adelante se promueve el relativismo moral, en diferentes versiones, como la deconstrucción filosófica de Derrida, la muerte del sujeto o la muerte del autor de Foucault, la posmodernidad de Lyotard pregonando el fracaso de los grandes relatos… Cuestión que dio pie a la muerte del humanismo o la filosofía posthumanista de Ihab Hassan en Estados Unidos en los años 70s, o el fin de la historia de Francis Fukuyama en los 80s, sólo por nombrar los ejemplos más rimbombantes de un largo etcétera. De ahí en adelante el relativismo ha tomado lugar en la cultura occidental. Cuestión, por lo demás, ad hoc a la ideología neoliberal y la promoción de un tipo de individualismo que ha quedado relegado socialmente al reductivo ámbito de integrantes parentales, que por lo demás va en franca decadencia. El neoliberalismo digital y sus aparatos de gratificación rápida, estimulan la zona primitiva del cerebro liberando dopamina, anulando, sobre todo en niños, el discernimiento que se produce en la zona frontal del córtex. Bien puede ser la explicación al fenómeno de los reproches de los difusos individuos de las redes sociales, reproches sin un razonamiento argumental y que adolece de soporte, o sea de memoria. Cuestión que me recuerda a la popular estrella del hip-hop y quizás el zeitgeist de lo que va de siglo XXI, Snoop Dogg, que dijera con total seriedad a propósito de su adicción al programa de TV Game of Thrones, como todos sabemos una serie de fantasía medieval con dragones y amenazas sobrenaturales: “La veo por razones históricas, para tratar de entender cómo era este mundo antes de que yo naciera”.