Quien reivindica una revolución (neo)liberal hecha de la mano de una dictadura que cometió masivas violaciones a los derechos humanos, difícilmente puede hacer una reivindicación creíble acerca de la libertad. Un valor que Marx, más allá de la validez de sus propuestas políticas, reconoció. Recuérdese lo dicho en el Manifiesto respecto del comunismo como una sociedad en la que “el libre desarrollo de cada uno será la condición del libre desarrollo de todos”. Quien ha escrito obras temerarias como «La fatal ignorancia: la anorexia cultural de la derecha frente al avance ideológico progresista» (Instituto Democracia y Mercado, 2009), padece al parecer de la misma enfermedad. En el debate intelectual y, sobre todo, en el terreno de la polémica se suele recurrir a estrategias variadas entre las cuales se cuentan incluso la ironía y el sarcasmo, pero nunca la “fatal ignorancia” independientemente de si se defienden ideas de derecha, de izquierda o, simplemente, ideas. Claro que primero hay que tener algunas.
Cada cierto tiempo Axel Kaiser se considera en el deber de pronunciarse sobre ideas relevantes de la historia contemporánea de la humanidad. Una de ellas: el marxismo. Corría el año 2018 y se conmemoraba el Bicentenario del Natalicio de Karl Marx. Kaiser, defensor acérrimo de la revolución liberal arropada bajo la dictadura de Pinochet, y enemigo jurado del socialismo, tenía que decir algo. “Marx, el impostor” (El Mercurio, 11.9.2018) fue su respuesta. Pero Kaiser olvidó lo esencial, leer a Marx. Por ello, tuvo que cubrir su desconocimiento de las ideas del pensador alemán con algo más parecido a un tribunal de guerra que a un juicio fundado. Para alguien que dice estar en la batalla de las ideas – ¿o era la batalla contra las ideas? – no deja de ser llamativo el hecho de que todo lo que escribió fueran acusaciones ad hominem.
Kaiser quiere convencernos de que Marx era: “Un impostor, un fraude tanto a nivel humano como intelectual”; alguien al que “jamás le interesó la verdad” sino “avanzar en una agenda política”; un paladín de la “deshonestidad intelectual”; un polemista cuya estrategia para “lidiar con sus oponentes” fue “el insulto”; un ser repleto de odio y desprecio por la humanidad”; un personaje fascinado con la violencia”; una personalidad “agresiva e intolerante”; un plagiador; un racista; un antisemita; alguien que vivía a costillas de otros y “prácticamente no trabajó”; un ser que redujo sus relaciones familiares a pedir dinero para pagar deudas, que nunca se esforzó en aliviar las carencias de sus hijos, exponiéndoles a penurias e incluso a la muerte, y que no dio educación a sus hijas para usarlas como sirvientas. En resumen, “el odio, la envidia y el desprecio por la vida humana alimentaron el corazón de Marx”.
Es difícil imaginar un personaje más monstruoso que el que surge de la descripción anterior. Inclusive Hitler, un genio del mal, sentía genuino amor por su pareja, Eva Braun, y se opuso al sacrificio de los Goebbels de sus seis hijos. Edda Göring (1938-2018), la única hija de Hermann Göring, uno de los líderes del Tercer Reich, se refirió con gran afecto a su padre y su testimonio parece sincero (Anna María Sigmund, Las mujeres de los nazis, pág. 72). El caso de la hija de Heinrich Himmler, el temido jefe de las SS y de la Gestapo, es el más notorio. Sin embargo, cuando se separó de su esposa Margarette, en 1940, Himmler “trató de estar lo más cerca posible de su hija Gudrun, a la que adoraba y amaba por sobre todas las cosas”. La llamaba casi diariamente y además “pasaba todo el tiempo que podía con ella” (Tania Crasnaki, Hijos de los nazis, pág. 31). Recapitulando, tres de los más grandes criminales de la historia de la humanidad, responsables de la muerte de millones de personas, tenían comprobadamente sentimientos filiales y Marx no.
Marx carecía, según Kaiser, de los sentimientos más básicos de amor y piedad. Lo suyo era odio puro y duro hacia toda la humanidad. Marx tendría a la vida humana (o sea, en su conjunto) como su enemiga. Como el Wotan de Wagner, desearía entonces el derrumbe mismo de todo: “¿Sabes que desea Wotan? El fin” (Citado por Adorno, Aspekte des neuen Rechtradikalismus, 1967). La de Marx no sería una agenda política, sino de destrucción total, solo imaginable al Anticristo del Apocalipsis, pues ni siquiera los nihilistas rusos más radicales, como Necháyev, partidario de “la vehemente, completa, general y despiadada destrucción”, la consideraban como un fin en sí mismo, sino como una condición para pasar a la nueva sociedad socialista (Juan Avilés Farré, La daga y la dinamita, págs. 52-62).
Lo que Marx sostuvo realmente es que no era posible una revolución sin violencia, pero la violencia por sí sola, a diferencia de lo que sostenían importantes corrientes anarquistas, no podía provocar la revolución. La condición esencial, tal como lo expone en el conocido Prólogo de 1859, es que la base material de la sociedad experimente una convulsión mayor, la que se amplía luego al ámbito político, jurídico e intelectual: la superestructura. En sus últimos años, Marx esperaba que hubiese una crisis en el capitalismo desarrollado, que desatara las movilizaciones de la clase obrera, pues “toda lucha de clases es una lucha política” (Manifiesto, 1848). Ambos momentos (el económico-material y el político) son necesarios. La violencia recién aparece para consolidar el proceso revolucionario: “La violencia es la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva. Ella misma es una potencia económica” (El Capital, Vol. I, Cap. 24). Y con este carácter ha servido también al desarrollo del capitalismo, inseparable del proceso de colonización europea del mundo. Hanna Arendt, la gran teórica política alemana, en nada sospechosa de marxismo, reafirma lo dicho: “La nueva e innegable glorificación de la violencia por el movimiento estudiantil resulta además completamente desconcertante para cualquiera que haya leído a Marx o a Engels” (Arendt, Sobre la violencia, pág. 32).
En el Manifiesto (1948), Marx señaló como una de las medidas indispensables a implementar por parte del movimiento obrero: “Educación pública y gratuita a todos los niños”. Marx fue consecuente con este principio. Siendo un apasionado por Shakespeare, inculcó este interés en sus hijas: “sus tres hijas se sabían de memoria muchas de sus obras”, como relata uno de sus biógrafos, Francis Wheen (Karl Marx, pág. 26). Por supuesto que fueron a la escuela. Cuando la situación económica familiar mejoró y pudieron trasladarse del Soho a un barrio de clase media, en Kentish Town, Jennychen y Laura fueron matriculadas en un colegio de señoritas, donde “pronto obtuvieron premios en todas las asignaturas” (págs. 202-203).
La hija mayor de Marx, Jenny, fue una destacada política y periodista. Laura fue también política y escritora. Eleanor, se dedicó al teatro, y fue política y defensora de los derechos de las mujeres, alcanzando a escribir en sus 43 años de vida, seis libros y una decena de traducciones.
De lo anterior se desprende que Marx no solo defendió el derecho a la educación de las mujeres, sino que se preocupó junto a la madre de las niñas, Jenny von Westphalen -quien era también una destacada intelectual- de que asistieran a buenos colegios y, además, les dio él mismo como padre una formación literaria y cultural de alto nivel. Isaiah Berlin, abierto opositor de las ideas marxistas, recuerda que Marx tenía una admiración sin límites por Shakespeare, con la cual educó a toda la familia, que dedicaba los domingos a sus hijos y, posteriormente, a sus nietos, concluyendo: “Sus relaciones con su familia continuaron siendo -incluso con la difícil Eleanor- cálidamente cariñosas” (Karl Marx, 1939, págs. 260-261). Todas las acusaciones de Kaiser al respecto son falsas.
Ante tamaña acumulación de agravios, y lamentamos por falta de espacio no poder responder los demás, cabría preguntarse quién es el que trata a sus oponentes con insultos, porque esta es claramente la estrategia usada por Kaiser para referirse a Marx, como acabamos de mostrar. Y de las ideas de Marx, Kaiser dice prácticamente nada y lo que dice, lo dice de segunda o tercera mano. Kaiser no ha hecho un retrato intelectual o biográfico de Karl Marx, sino una caricatura tan grotesca que, si hubiese un solo rasgo de verdad en ella, pasaría completamente desapercibido entre tanta mentira. Serían fragmentos de verdad al servicio de la falsedad (Adorno).
Cabría preguntarse, además, de dónde saca Kaiser tanto conocimiento personal acerca del autor al cual intenta destrozar a cualquier costo. ¿Biografías, cartas, obras del propio Marx, etc.? Un mínimo de rigor obliga a demostrar las afirmaciones hasta del más modesto “intelectual”. Kaiser reconoce haber leído a Antonio Escohotado, ¡un liberal español que acusó a Marx de dejar morir de hambre a sus hijos!; a Ludwig von Mises; a Paul Johnson y a Jean Francois Revel, todos ellos ferozmente anticomunistas. Solo echamos de menos al autor del que presuntamente trata el artículo: Karl Marx. Por lo visto, al que no le importa la verdad en absoluto es el propio Kaiser.
Puede ser interesante recordar que Marx tenía como lema: de omnibus dubitandum est, “de todo se debe dudar”. Cuando un joven Kautsky le preguntó a Marx en 1881 acerca de la publicación de sus obras completas, este le respondió que “hacía falta que estuvieran escritas todas”. Que las ideas de Marx son y han sido objeto de razonadas críticas, está fuera de discusión, pero no es este el lugar para tratarlas. Más bien se trata de poner en evidencia la falta de una mínima honestidad, rigor y apego a los hechos de Kaiser, procedimientos que, en su caso, se han convertido ya en un estilo intelectual y político.
Quien reivindica una revolución (neo)liberal hecha de la mano de una dictadura que cometió masivas violaciones a los derechos humanos, difícilmente puede hacer una reivindicación creíble acerca de la libertad. Un valor que Marx, más allá de la validez de sus propuestas políticas, reconoció. Recuérdese lo dicho en el Manifiesto respecto del comunismo como una sociedad en la que “el libre desarrollo de cada uno será la condición del libre desarrollo de todos”. Quien ha escrito obras temerarias como «La fatal ignorancia: la anorexia cultural de la derecha frente al avance ideológico progresista» (Instituto Democracia y Mercado, 2009), padece al parecer de la misma enfermedad. En el debate intelectual y, sobre todo, en el terreno de la polémica se suele recurrir a estrategias variadas entre las cuales se cuentan incluso la ironía y el sarcasmo, pero nunca la “fatal ignorancia” independientemente de si se defienden ideas de derecha, de izquierda o, simplemente, ideas. Claro que primero hay que tener algunas.