Vincent Triviño es, antes que todo, un niño que vive por y para la música. Ganador del concurso “Claudio Arrau”, beneficiario de FundacEK y finalista del concurso de Valentín Trujillo para instrumentistas, este joven prodigio ha llamado la atención de artistas de la talla de Roberto Bravo, quien lo ha invitado a subir al escenario a su lado como a un igual. ¿Pero cómo es estar un día en su cabeza? ¿Ve las cosas de manera distinta? ¿Siente música donde el resto no la siente? Aquí, un breve viaje por los pensamientos de un artista.
Hace más de un año entrevisté a Vincent Triviño (11 años, pianista, beneficiario de FundacEK) por primera vez. La idea era acercarme a su biografía, sus inicios en el piano, su relación con el maestro Roberto Bravo, sus proyectos, sus influencias… Pero rápidamente me di cuenta de que había algo que escapaba a los datos y a los hechos y que no se podía contar a menos que fuera desde la música.
Después de esa primera entrevista, me quedé pensando en una serie de imágenes y palabras. Como que, cuando tenía tres años, imitaba el tono de la tetera a la perfección, o que al marcar los números de teléfono distinguía tres notas: fa, sol y la. “Tú hablas en la”, me dijo en esa oportunidad. Y tras un breve silencio, sin atisbo de arrogancia, agregó otra frase para el recuerdo: “Yo siento notas en todo”.
De vez en cuando, me acordaba de esta frase y me preguntaba qué pensaría Vincent al escuchar una nota en particular. Al escuchar, por ejemplo, una canción country que se mueve entre mi, la y si, o al escuchar el fa de mira niñita de los Jaivas, y luego el do, y el sol, esa secuencia hermosa de acordes que imita un mantra. ¿Qué significarán para él estas notas? ¿Qué siente? ¿Qué imagina? ¿Qué ve?
Tenía que hablar de nuevo con él. Llamé a Héctor Triviño, su padre, y me contó orgulloso que su hijo había clasificado a la final del prestigioso “Concurso para Instrumentistas Valentín Trujillo: Mira cómo toco” (iniciativa impulsada por la Sociedad Chilena de Autores e Intérpretes Musicales). Postularon en categoría juvenil (hasta los 25 años) y adulto un total de 204 músicos y quedaron cinco en cada una. “Vincent fue el seleccionado más joven” me dijo Héctor. Cada uno de los seleccionados recibe un premio de 300 mil pesos, y el ganador, se lleva un millón y medio. “Esta es la primera vez que Vincent recibe un premio económico. En todos los otros concursos, prestigiosos obviamente, ha ganado lápices y sacapuntas”, dice.
Días después me reúno con Vincent. Tras ponernos el día, saco mi guitarra del estuche y tratando de no pasar vergüenza pregunto si le molesta que le haga preguntas mientras toco acordes. Me dice que no y se ríe. Comienzo con un do.
—¿Qué se te viene a la mente con este acorde?
Vincent cierra los ojos y dice:
—Un do mayor como ese, se me viene a la mente un paisaje, naturaleza.
Paso de a un re mayor y repito la pregunta.
—Emm, ahora veo ese mismo paisaje pero en primavera.
Me muevo a un sol.
—Emm, ese mismo paisaje pero en otoño. A veces hay dos estaciones del año que están con dos notas.
Me muevo a un fa.
—Ahora veo los árboles de color verde, o sea, no hay ninguna hoja que esté roja o amarilla.
Me muevo a un la menor. Vincent me pide que toque más fuerte.
—Ahora está el tremendo paisaje, pero veo un celular. ¿Por qué no miras el paisaje?
Ahora un mi. Vince se demora en responder.
—Un camino. Un camino de asfalto.
Un la.
—Sin el camino, pero con bancas, con asientos.
Dejo de tocar y le pregunto:
—De todos los acordes que toqué, ¿con cuál te identificas más?
—El re mayor.
Comienzo a tocarlo.
—Ese acorde, a veces invento melodías con esa tonalidad y las termino con esa tonalidad. Esa tonalidad le da un final especial a las piezas que toco.
Le contesto:
—Hablando de re, no sé te gusta Neil Young, pero muchas de sus canciones están en esa escala. Parte con un re y termina con un re.
—O sea esa estructura se exige de la música. Si invento una pieza, primero está el do menor, después la menor, después sol mayor y termino con re mayor, no con do menor, como se suele hacer, de terminar con el mismo acorde con el que se empezó.
Vincent dice que en el día a día escucha notas y melodías en todo lo que ve. En los pájaros, en las pisadas de la gente en la calle, en los gritos, en las bocinas, en el viento. Hace poco, cambió de profesor de piano y el cambio, de la mano de Mario Cervantes Gómez en el Conservatorio de Música Sergei Prokofiev , ha sido gigantesco: de tocar piezas de una página a piezas de nueve o más, como la sonata número uno de Beethoven, de 16 páginas, algo extremadamente inusual en alguien de su edad.
—Un pianista como tú, ¿se puede dar el lujo de no tocar por mucho tiempo?
—¿Por mucho tiempo? Ni siquiera por poco tiempo. Una semana es una vida completa en la vida de un pianista. Yo nunca he dejado de tocar piano.
—Perdón por cambiar de tema, pero me gustaría saber si hay alguna banda chilena que te llame la atención.
—La banda Congreso.
Antes de aprender a caminar, Vincent escuchaba el álbum Live at Pompeii de Pink Floyd, pintaba cuadros y se metía un balde vacío en la cabeza, y esperaba… luego se lo sacaba, se lo volvía a poner y lo golpeaba con una cuchara. Lo repetía varias veces. “Se daba cuenta de que sonaba distinto”, recuerda Héctor.
Cuando le dijeron que tenía oído absoluto, pensaba que era de lo más normal del mundo, que así era como escuchaban todos. Su padre le explicó que no era cierto: “Así no escucha la mayoría de la gente. Es como si todos viéramos en blanco y negro y tú vieras a color”. Vincent se quedó callado y murmuró: “Aaah, entiendo”.
Yo pienso que Vincent es distinto, pero su padre insiste en que, dejando de lado su talento para la música, es un niño común y corriente. Que no dice nada grandilocuente o reflexivo a menos que se lo pregunten. Que es reservado, como cualquier niño que está entrando a la adolescencia.
Le pregunto a Héctor Triviño:
—Antes del piano, ¿hubo otro instrumento?
—Sus regalos siempre fueron de música. Primero un metalófono, quedó intrigado cuando se lo regalamos. Después una armónica, que la tocaba como loco, antes de aprender a caminar. Y un teclado Ensoniq que heredamos de su abuelo materno. Nosotros tratamos que el arte fuera entretenido para Vincent, que sacara su Vincent que tenía adentro. Que lo pasara bien.
La familia de Vincent anhela que su hijo reciba una beca para que pueda irse al extranjero, donde el nivel musical es mucho más alto. Cabe destacar que el principal apoyo que recibe su hijo viene de FundacEK, una fundación chilena que apoya el desarrollo del talento juvenil.
***
El pasado 19 de diciembre, curiosamente el día de su cumpleaños, Vincent Triviño estuvo en la Sala SCD Bellavista, en la calle Santa Filomena 110, en Recoleta, frente a un jurado de reconocidos músicos y músicas. Sentado frente al piano, vestido de terno impecable, posando su mirada seria y atenta sobre sus dedos largos mientras bailaban en las teclas. ¿Qué pasó en su cabeza? ¿Qué emociones lo dominaron durante su interpretación?
Supongo que solo él lo sabrá.
—¿Qué sientes cuando tocas piano?
—Depende totalmente de la pieza, si el compositor escribió una pieza triste, yo me siento triste, tengo que pensar en algo triste para expresarlo en el piano. Me interesa lograr piezas realistas.
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