«Kamanchaka» es una travesía que sumerge a los espectadores en la unión y convivencia que existe en esta región, a través de sus potentes melodías, cantos y bailes de este territorio. Un relato que aproxima al legado ancestral del mundo andino, y cómo este fenómeno cultural, penetra en las grandes ciudades desafiando el paso del tiempo. La cinta actualmente puede verse de manera online en la Cineteca Nacional.
Un documental que narra un viaje musical a través del desierto de Atacama y Altiplano, tomando como eje central a las llamadas “Bandas de bronce andino», y explorando las raíces y vetas musicales de lo que hoy es Bolivia, Chile y Perú, y cuya máxima expresión se encuentra en el carnaval de Oruro, que fue declarado por UNESCO Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad en el año 2001, se exhibe actualmente de manera online en la Cineteca Nacional.
Se trata de «Kamanchaka», una travesía que sumerge a los espectadores en la unión y convivencia que existe en esta región, a través de sus potentes melodías, cantos y bailes de este territorio. Un relato que aproxima al legado ancestral del mundo andino, y cómo este fenómeno cultural, penetra en las grandes ciudades desafiando el paso del tiempo.
«Quizá la primera aproximación es intuitiva y nace porque en Chile también tenemos esa raíz cultural, algo que quise indagar y que sin duda está plasmada en mucha de la amplia discografía nacional, artistas chilenos emblemáticos tales como Violeta Parra, Los Jaivas, Grupo Congreso, Inti-Illimani, Quilapayún, solo por nombrar algunos», explica su director, Marcelo Gaete.
«Estas bandas tienen una inspiración musical, muy cercana al mundo andino, incluyendo en su repertorio obras con elementos de diversos estilos andinos, algo que es una vertiente inagotable en nuestra música, un legado cultural que significa un tesoro invaluable para nuestros pueblos y también para la humanidad».
Gaete cuenta que la idea de la película tiene más de una década, cuando conoció de cerca las bandas de bronce en el extremo norte del país, Arica e Iquique principalmente.
«Me encontraba recorriendo distintas localidades con otra filmación, me llamaron mucho la atención por la fuerza y la originalidad de los ritmos andinos, tales como diabladas, morenadas, caporales o los llamativos bailes tinku, que son danzas ancestrales, rituales de origen agrícola que se practican hace muchos siglos atrás», recuerda.
Luego pasaron un par de años y la idea fílmica de un viaje musical tomó forma en un guión cinematográfico, que se transformó en proyecto de película, obteniendo el premio del fondo audiovisual del CAIA, para su rodaje, entre otros apoyos.
El director reconoce vínculos con esta música de su época de estudiante, a finales de los 90 y principios de los 2000, con algunos viajes al altiplano y el desierto de Atacama.
«Por entonces ya se hablaba en espacios académicos, de conceptos como sincretismo cultural y otros tópicos, en el fondo, cómo las comunidades andinas van adaptando elementos foráneos a su cultura originaria», explica.
Posteriormente en Santiago apareció en su camino la Banda Conmoción, agrupación que ha difundido ampliamente el formato de bandas de bronce en Chile, con mucho repertorio nortino.
«Conocía algunos de los músicos y con ellos comencé a filmar los primeros trabajos con este estilo», relata.
En la etapa de investigación, el realizador y su equipo pudieron constatar que los instrumentos de vientos andinos autóctonos, que son elaborados con maderas, cuernos, huesos y conchas marinas entre otros, existen hace miles de años y siguen presentes en las agrupaciones musicales, que solo utilizan este tipo de instrumentos.
«Para ubicar a los bronces en una línea de tiempo, estos llegan a la triple frontera de Chile, Bolivia y Perú, a fines del siglo XIX, con las bandas militares de los tres países, en años posteriores a la guerra del Pacífico», cuenta el cineasta.
Eran grupos compuestos sólo por músicos militares que tocaban, con el fin de ejercer soberanía y entretener a los habitantes de poblados fronterizos. Fue en esos años y posteriores décadas donde se comenzó a fusionar y adaptar los ritmos andinos, al formato de los instrumentos de bronce. Estos otorgaban mayor volumen y sonoridad en espacios más grandes, se quedaron y las comunidades los adoptaron, y con el tiempo eso se expandió por los territorios.
«Hoy en el país tenemos agrupaciones de Arica a Magallanes. Pero curiosamente las bandas de bronce no son un fenómeno particular de la zona andina, también ocurrió en Europa en la región de los Balcanes con ritmos gitanos, Norte de Inglaterra con los mineros del carbón, en Nueva Orleans previo al jazz, Corea y Brasil que los incorporó al carnaval, entre muchos otros», complementa.
Una de las características del fenómeno ha sido su masificación, tal como muestra la película.
«Tal vez es porque existe una matriz de sentido que llama a conectarse con un mundo ancestral diverso y fascinante, que nos pertenece y que invita a descubrir», aventura el cineasta al tratar de explicarlo.
«Además, es una herramienta de cohesión social y fraternidad, durante el rodaje pudimos observar que las agrupaciones de música y danza van en aumento en un proceso muy rápido, se incorporaron muy bien a los carnavales y festividades de todo tipo, es un espíritu de alegría que envuelve y llama la atención de los jóvenes, se acercan a un mundo fuera de lo cotidiano y sin fronteras, entonces las danzas y las potentes melodías hacen su trabajo, porque cautivan a personas de todas las edades, donde el público también juega un rol activo y participativo», dice.
Con todo, la cinta también indica las diferencias existentes entre las bandas de los distintos sitios mencionados, como Oruro, Arica, Iquique, Antofagasta, Copiapó y Santiago.
«Diría que son diferentes matices los que podrían diferenciar musicalmente a las bandas de bronce. Por ejemplo, en Iquique algunas bandas tocan cumbia y música tropical, algo que no vimos en Copiapó, porque son un poco más folclóricas. En Santiago hay una diversidad de bandas, que cultivan distintos estilos andinos, también hay bandas de bronce, que se acercan a los ritmos balcánicos y otras con ritmos más latinoamericanos», afirma.
«Por otro lado, en Oruro nos encontramos y filmamos, con la Banda Intercontinental Poopó, que es considerada la banda de bronce más grande del mundo, con más de 180 músicos tocando a la vez, es realmente impresionante».
Actualmente Chile y Bolivia no tienen relaciones diplomáticas. ¿Cómo puede ayudar la cultura, en este caso la música, a recomponer lazos?
«Somos pueblos y países muy cercanos en amplio sentido, vecinos que comparten un territorio donde conviven una gran diversidad cultural andina, no solo hace dos siglos con la creación de las repúblicas, si no que hace muchos siglos atrás», reflexiona el director al respecto.
«Actualmente la primera responsabilidad, de recomponer lazos diplomáticos, corresponde a las autoridades políticas de ambos gobiernos y esperamos que lo hagan pronto, es algo importante».
Por otra parte, en su opinión ya existe un lazo cultural muy sólido, las festividades religiosas, carnavales paganos y otros eventos, propician un intercambio cultural permanente, entre ambos países, a través de las agrupaciones de música y bailes que viajan desde y hacia Bolivia, fiestas como La Tirana en Tarapacá, el Carnaval con La Fuerza del Sol, de Arica o Ayquina en Calama, son algunos lugares donde llegan muchas bandas bolivianas y músicos altiplánicos para animarlas.
También hay muchos, que viajan a los carnavales en Bolivia, donde exhiben sus danzas y aprenden nuevas herramientas para desarrollarse, y que en muchos casos se hacen parte de alguna agrupación de bailes local, donde se dan asociaciones de fraternidad, por ejemplo para formar una filial de esa agrupación boliviana, en otras ciudades chilenas, incluyendo Santiago, conformando de forma espontánea agrupaciones culturales andinas internacionales, agrega.
«Entonces con toda esa realidad verificable aparece la pregunta; ¿por qué las personas pueden generar una convivencia genuina y los Estados no?», se pregunta.
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