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Biografía de Víctor Jara: civilización y barbarie CULTURA|OPINIÓN

Biografía de Víctor Jara: civilización y barbarie

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Me quedo con la cita suya que se hace en el libro, aquella publicada en la revista Ritmo de la Juventud, donde nos dice: “Patria es amor a mi hogar, a mi mujer, a mis hijas. Es amor a la tierra que me ha ayudado a vivir; es el amor a la educación y al trabajo; es amor a los demás, que trabajan por el bienestar común; es amor a la justicia como instrumento del equilibrio para la dignidad del hombre; es el amor a la paz para gozar de la vida; el amor a la libertad, no al libre albedrío, no a la libertad de unos para vivir de otros, sino la libertad de todos. La libertad para que yo exista y existan mis hijas y mi hogar…”.


Mientras escribo estas líneas, con mucha satisfacción me he enterado de que el último libro de Mario Amorós: “La vida es eterna. Biografía de Víctor Jara”, fue el más solicitado en una muestra de librerías durante la semana iniciada el 20 de marzo, de este año en que se cumplen 50 desde el golpe de estado que terminó con la vida del cantor, y con la de tantas y tantos compatriotas. Me alegra saber que, en estas fechas, miles de personas están leyendo ese detallado y emotivo recuento de la vida de uno de los artistas más trascedentes de nuestro país.

El libro nos muestra al Víctor Jara, que después de una infancia dura con muchas privaciones, desarrolla su brillante carrera artística, primero como estudiante en la fecunda Escuela de Teatro de la Universidad de Chile de los años 50, luego como director de obras aclamadas dentro y fuera de Chile, mientras en paralelo crece su actividad de recopilación de canciones en los campos de nuestro país (continuando así la senda de Violeta Parra),  y brilla como integrante del conjunto Cuncumén, para luego ir forjando su carrera como compositor y solista. En esa intensa actividad que combina teatro y música, entrega lo mejor de sí. A pesar de lo demandante de esas carreras, se da el tiempo para trabajar como director de grupo Quilapayún, y más tarde asesorar al grupo Inti Illimani en sus inicios. 

Con el estilo riguroso y detallado al que Mario Amorós nos ha acostumbrado en sus libros anteriores, se nos muestra también, vívidamente, el inicio y la consolidación de la relación de Víctor Jara con Joan Turner, y la familia que forma con ella y su hija Manuela, y que después crece con el nacimiento de Amanda. 

En esos mismos años sigue cultivando varias ramas de las artes, mientras van madurando tanto su visión crítica de la sociedad como los consecuentes anhelos de cambio, lo que lo lleva, al igual que muchos otros artistas de esa época, a ingresar a las Juventudes Comunistas de Chile.  El autor nos va presentando como el compromiso político, al calor de la campaña de Salvador Allende para las elecciones de 1970, lo lleva a la difícil decisión de postergar su carrera en el teatro, para concentrarse en la música y la organización de eventos artísticos en el marco de la campaña del candidato de la Unidad Popular.   

La detallada investigación realizada por el periodista e historiador Mario Amorós para escribir este libro, incluyó la revisión de más de quince archivos, decenas de periódicos y revistas de la época publicados en doce países, cuarenta artículos y capítulos de libros en obras colectivas, y más de ciento veinte libros, además de películas documentales sobre la vida de Víctor Jara, su discografía y las más de once mil páginas del expediente judicial sobre su asesinato. Un ejemplo de prolijidad en la investigación, a la altura de lo que el autor realizó antes para escribir las biografías de Salvador Allende, Miguel Enríquez, Augusto Pinochet y Pablo Neruda.  

Civilización y barbarie, esas dos palabras dieron vueltas en mi cabeza mientras leía esta completa historia de la vida de Víctor Jara. 

Mientras Víctor consagraba su vida a las artes, una de las manifestaciones más sublimes de la civilización, y se mantenía en contacto estrecho con su pueblo en torno al proyecto de la vía chilena pacífica hacia el socialismo, al menos cuatro de los diez militares que lo asesinarían en 1973, ya se estaban entrenando en la tristemente célebre Escuela de Las Américas, la base  norteamericana en el canal de Panamá, en la que los miembros de ejércitos de distintos países latinoamericanos, al calor de la Guerra Fría eran “instruidos” en la llamada Doctrina de Seguridad Nacional promovida por Estados Unidos.

Además del adoctrinamiento ideológico en torno a la tesis del “enemigo interno” (los partidos comunistas y otros partidos y organizaciones de izquierda), se impartían métodos de contrainsurgencia, incluyendo interrogatorios mediante torturas, infiltración, secuestros, desapariciones y guerra psicológica. En síntesis, la exaltación de la barbarie, lo que explica en parte el odio con el que los militares homicidas se ensañaron con Víctor Jara. 

Un pasaje del libro me evocó el grito de “¡Muera la inteligencia!”, atribuido al general franquista José Millán-Astray en el momento en que interrumpe un discurso del escritor Miguel de Unamuno en la Universidad de Salamanca en 1936.

En particular, reviví esa oposición de civilización y barbarie en la descripción del asalto militar a la Universidad Técnica del Estado (UTE), en que destacamentos provenientes de cuatro regimientos ametrallaron la Casa Central de esa universidad, la Facultad de Ingeniería y otros edificios. Y una vez que entraron, con el pretexto de buscar armas, destruyeron las instalaciones de la Casa Central, salas de clases, laboratorios y talleres, así como las obras de la exposición “Por la Vida…Siempre”, que se debería haber inaugurado ese día 11 de septiembre, en el contexto de un acto en el que Salvador Allende anunciaría un plebiscito como vía de solución a la crisis política.

Uno de los detenidos en la UTE, junto a Víctor Jara, Osiel Nuñez y otros estudiantes, profesores y trabajadores de la universidad, fue el rector Enrique Kirgberg, militante del Partido Comunista, quien como se señala en el libro, ante las preguntas de dónde se ocultaban las armas, respondió a los militares: “las armas de la universidad son el conocimiento, la ciencia y el arte”.

El libro destaca el férreo trabajo de Joan Jara, por décadas a partir de 1973, denunciando el asesinato de su esposo y las violaciones a los derechos humanos de la dictadura. Luego su lucha por la justicia en los tribunales, su trabajo por la memoria de Víctor, así como por el rescate y la promoción de la cultura en Chile. 

Más allá de las condenas logradas para los implicados directos, que aún no se materializan debido a maniobras dilatorias de la defensa de los condenados, algunos testimonios recogidos en el libro apuntan a la responsabilidad de la Junta Militar y los altos mandos de las Fuerzas Armadas, que encubrieron el asesinato con cobardes mentiras como la de Ismael Huerta, ministro de Pinochet, quien declaró que el artista había fallecido por “acción de los francotiradores que reitero, disparaban indiscriminadamente tanto contra las Fuerzas Armadas como en contra de la población civil”. 

Frente a la peor cara de los seres humanos, esa que emergió con tanta fuerza en los militares y los políticos civiles que golpearon la puerta de los cuarteles, y luego instigaron y justificaron los crímenes de los uniformados, me quedo con la cita de Víctor Jara que se hace en el libro, aquella publicada en la revista Ritmo de la Juventud del 25 de septiembre de 1973, en la que el artista, diez días después de su asesinato, nos dice: “Patria es amor a mi hogar, a mi mujer, a mis hijas. Es amor a la tierra que me ha ayudado a vivir; es el amor a la educación y al trabajo; es amor a los demás, que trabajan por el bienestar común; es amor a la justicia como instrumento del equilibrio para la dignidad del hombre; es el amor a la paz para gozar de la vida; el amor a la libertad, no al libre albedrío, no a la libertad de unos para vivir de otros, sino la libertad de todos. La libertad para que yo exista y existan mis hijas y mi hogar…”.

Ficha técnica:

La vida es eterna. Biografía de Víctor Jara.

Autor: Mario Amorós.

Penguin Random House. 2023

401 páginas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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