Después de siete años de trabajo, hace pocas semanas finalizó su último poemario “Manto Azul”, un poema a tres voces, que aborda la colonización a través de la extracción desmedida de las minas del territorio. La experiencia en terreno fue compartida con la fotógrafa Leonora Vicuña, en visitas a pirquineros, geólogos, mineros, sindicatos, expertos del Sernageomin, mujeres.
Verónica Zondek (1953) escribe poesía desde la selva fría de Valdivia. Acostumbrada a los ritmos de los días lluviosos, húmedos y ventosos, escribe entre otros asuntos también sobre este territorio y sus devenires cotidianos.
Es poeta, traductora, gestora cultural y mediadora de lectura con estudios de licenciatura en Historia del Arte en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Su primer libro “Entrecielo y entrelínea fue publicado en 1984 y, luego de eso, ha tenido una extensa obra poética siendo llevada a otros formatos como radioteatros, cantatas, canciones, audiovisuales, danza y otros.
Después de siete años de trabajo, hace pocas semanas finalizó su último poemario “Manto Azul”, un poema a tres voces, que aborda la colonización a través de la extracción desmedida de las minas del territorio. La experiencia en terreno fue compartida con la fotógrafa Leonora Vicuña, en visitas a pirquineros, geólogos, mineros, sindicatos, expertos del Sernageomin, mujeres.
“En el tiempo de escritura hubo que borrar todo el conocimiento para poder escribir porque la poesía no se escribe desde ahí. Lo dejé ahí un tiempo y aprendí muchísimo”, comenta Verónica sobre el poemario.
-El extractivismo o esta lógica del “llegar y llevar” es un conflicto presente en los territorios, que tiene profundos efectos en términos económicos, empobreciendo a las comunidades, y también en términos culturales. ¿Qué aspectos resaltas en esta lectura política-poética de tu trabajo?
-Primero, fue la intuición de entender algo respecto al extractivismo y esto es que esa actitud no se instaló en nuestro suelo sólo con la instalación a rajatabla del neoliberalismo. Es más bien un modo y un pensamiento que instalaron los conquistadores a partir del siglo XVI y que planta y usufructúa de la idea de que “el mundo te lo debe todo” y que para “ser alguien” tienes que tener y que para tener tienes que sacar, y guardártelo rápido en el bolsillo. Nunca pensando en la comunidad o en algo que pueda ser creativo, constructivo, sino que siempre pensando en tu bolsillo. Entonces, me impactó esa intuición que de seguro no sólo es mía. Me sucedió y cuando a una le sucede algo, toma tiempo para que se asiente, pero finalmente, actúa.
La explotación de las minas del oro que se ubican en este territorio y que fueron explotadas por los mapuche huilliche bajo las órdenes de los españoles a partir de fines del siglo XVI, fue brutal e hizo que éstos se sublevaran y destruyeran la mina. Tras la destrucción de la mina Madre de Dios, juraron que nunca volverían a revelar donde se encontraba el oro Creció la selva y efectivamente, nunca más se supo algo de ellas sino hasta fines del siglo XIX. Y una vez que estas se redescrubren, comienza la explotación otra vez. Me interesó la resistencia a esa mentalidad extractivista e individualista. La no acción tras la destrucción, el evitar entrar en ese juego para defender su cultura y forma de vida. Sin embargo, esta conciencia ha ido quedando en parte en el pasado y más y más gente ha ido entrando en la lógica del sacar y acumular, incluyendo a parte del pueblo mapuche. En esa historia, hay algo de lo que podríamos nutrirnos todos y quizás pensar la realidad e instalarnos en la sobrevivencia de una manera distinta.
-¿Cómo te sentiste durante este proceso y frente a los hallazgos de tu trabajo?
-Son procesos que se ligan a pensamientos anteriores. Es algo que se vincula al pensamiento político, a la manera de vivir y estar en el mundo. El libro se adosa a otro que ya escribí, que es Instalaciones de la Memoria (Alquimia, 2013), donde trabajo el concepto de memoria dentro de lo que son las minas del norte. De este proyecto faltan dos obras porque mi idea es crear una geografía cultural de lo que somos los chilenos a través de las minas abandonadas que fueron mucha riqueza y que ahora son pobreza justamente porque se trata de extraer y no de crear conocimiento ni pensamiento ni nada. Solo sacar y dejar un hueco y también la pobreza, instalada. Pienso, por ejemplo, que los incendios del año pasado pueden haber hecho reflexionar en torno a estas materias a mucha gente.
-¿Lo abordas en alguna de tus otras obras?
-“Fuego frío” (LOM, 2016) habla sobre eso, sobre los incendios en Aysén, una región que se quemó descontroladamente durante años debido a los fuegos que encendían los colonos para despejar el bosque e introducir animales de pastoreo. El fuego no se apagaba, quedaba debajo de la nieve y volvía a resurgir cuando la nieve se derretía. Así fueron quemadas miles de hectáreas. Ahí creo que fue cuando para mí el fuego pasó a ser una parte importante para entender la magnitud y relevancia de estos procesos, esto tan autodestructivo y tan centrado en nuestros propios intereses ignorando que formamos parte de un sistema vivo y cooperativo. Ni lo más importante ni lo menos, sino que parte de un sistema enorme que, en la medida en que vamos desequilibrando los vínculos entre sus partes, vamos augurando nuestro propio fin. Y para contestar tu pregunta, creo que las dos cantatas (Otro viento cantará y La ciudad que habito, que también es un libro), y los libros El libro de los Valles y el poema y canción El mundo está vivo que versa sobre los bosques de alerces y otros poemas sueltos son todos poemas que hablan del tema.
-¿Qué lectura haces sobre el impacto que esto ha generado en el entramado cultural de los territorios?
-Ha generado resistencia y creo que la poesía es una de esas manifestaciones de resistencia. Te obliga a releer tu realidad, tu manera de pensar y también a enfrentarte a esos asuntos. Si está bien escrito, eso nunca se sabe, si funciona o no, pero sí te obliga a releer con los ojos de la cabeza y también con los del corazón. Entonces, entras en una dinámica que te reconecta con aquello que parecía obvio. Es en ese punto, cuando la poesía se hace cargo inteligente y sensiblemente de lo que la rodea, que la poesía es resistencia. Pienso que ese es el ejercicio del arte en general, encontrar un lenguaje que logre conmover, que haga reflexionar, que busque emocionar y despertar la conciencia y el compromiso con lo que está a tu alrededor. La poesía es una resistencia silenciosa que se activa cuando abres el libro.
Cada vez estoy más convencida de que son los colegios y los lugares donde hay que trabajar con el ojo poético. De hecho, estuve en el liceo técnico y resultó ser realmente extraordinario. No se trataba de leer sino de conversar sobre lectura y escritura. Hablamos de todo, estaban interesados en saber sobre procesos de escritura, en cómo se escogían los temas, y en la medida que se iban rompiendo los hielos, los chicos se comenzaron a relacionar con las temáticas con los libros de su biblioteca escolar, su bibliotecaria. Creo que en esos espacios se mueven cosas. A nivel escolar, es decir con los alumnos y profesores es más fácil producir conciencia, interés y apertura. Los espacios educativos son espacios muy fértiles para activar el pensamiento, las emociones y las miradas.
-¿Cómo ha sido el proceso de esta investigación?
-Estuvimos trabajando dos años antes de la pandemia, subiendo y bajando cerros, entrevistando a los pirquineros, entrando a los túneles, sacando oro de las aguas. Fue muy bello. Y antes de eso estuve tres años haciendo investigación. Este es un libro que intenta indagar en el extractivismo, el “llegar y llevar” que define a nuestra economía hasta hoy. Forma parte de un proyecto mío para escribir una geografía político-poética del a partir de sus minas abandonadas. Es un trabajo que requiere de mucha observación lectura y terreno.
-¿Dejas por un tiempo las cosas que vas escribiendo y retomas después?
-Sí. No siento urgencia de publicar, nunca. Eso viene desde siempre porque cuando estaba afuera escribía no más y terminaba libros. Los libros estaban caratulados, fotocopiados, anillados, pero nunca pensaba en que los iba a publicar. Cuando volví a Chile, publiqué dos de aquellos libros anillados, los otros están ahí. Ahora me decido a publicar sólo cuando ya no quiero seguir corrigiendo, una especie de necesidad de detener la obsesión. Llega un momento en que tengo que soltarlo. Cuando siento que puedo volver a tocarlo, es que disfruto editar mis propios poemarios, a veces incluso más que el placer de la escritura. El componer tiene algo lúdico a la vez que desafiante y reflexivo. Es posible encontrar una palabra mejor, una mejor manera de decir las cosas, un ritmo que no había percibido, seguir investigando ciertas cosas. No cambio el sentido, porque, aunque una ya es otra y no puede ser la de antes, esa ella está en mí y la respeto. El tiempo te enriquece y te regala experiencias y emociones nuevas por eso mismo me permito intervenir la composición y el lenguaje. Lo disfruto y me entusiasma, me obsesiona transitar esas rutas de entonces que nunca me han abandonado, aunque el camino me haya dado más herramientas.
-¿Hay algún tema en el que quieras profundizar, que quieras llevarlo a la escritura o a guión?
-Tengo varios libros en proceso de escritura. Uno de ellos apareció en mi cabeza y reflexiona sobre el tiempo. Tengo que indagar en las propias honduras y también leer para seguir escribiendo y entender por dónde divagar en este libro. Nunca tengo tan claro por donde voy sino que, más bien creo que sé lo que quiero encontrar. A veces me sorprendo y llego a otro lado. Es como salir en un viaje de búsqueda y cuando más o menos estoy por acariciar el cofre del tesoro, me detengo, cavilo y me detengo mil veces más, siempre con un lápiz en la mano y escribo. Es impredecible porque en esos tiempos de escritura y reflexión se me abre un campo muy extraño cargado de certezas a la vez que plagado de incertidumbres. Por eso cuando tengo que escribir con tiempos definidos, entro en angustia. Si puedo, evito ese tipo de cosas. Salvo cuando me piden algún escrito cuyo tema ya me ronda y me interesa para algún libro. Como escribir es para mí un modo de pensar y conversar, si me piden algo alrededor de lo cual ya estoy dando vueltas y enganchada, lo intento.
-En tus obras, ¿cómo ha queda plasmado el territorio, la ciudad?
-El libro homónimo de la cantata “La ciudad que habito” que se acaba de estrenar en el Parque Haernacker en medio del bosque responde a tu pregunta. En ella intenté escribir el recorrido que yo hice para nacer aquí como junto al recorrido que hizo Valdivia para ser la ciudad que hoy conocemos. El libro, y por ende la Cantata, cuyo compositor es Héctor Garcés, da cuenta de la historia de los numerosos movimientos, de las migraciones, de la bello y lo no tan bello. En ese sentido, este es un libro que recorre la construcción de un territorio y su identidad a la vez que recorre mi filiación al mismo. Es un libro que indaga en la experiencia propia y en la de la ciudad y sus habitantes. Pienso que el lugar que una habita, el cuerpo, la casa, la geografía constituyen el manantial del imaginario que te constituye y te involucra en las problemáticas con las cuales tienes que lidiar. Y así como la ciudad es también su historia y se afecta por ella, yo también tengo mi historia, y por supuesto afecta mi entorno y también a mí misma. Esos son los mestizajes, las mezclas, lo que nos enriquece el lenguaje y la mirada.
Uno de sus desafíos, como lo reconoce ella, en el ámbito artístico, fue la escritura de una obra especialmente escrita para una cantata (Otro viento cantará), cuyo eje son los fenómenos del cambio climático y que fue interpretada por coros de adultos y niños (con más de 300 voces) de distintos territorios de la Región de Los Lagos y la Región de Los Ríos, y que la llevó a trabajar durante meses, junto al compositor Edgar Girtain, en lo que luego sería la presentación final de la obra para un programa que realiza el Teatro del Lago en Frutillar todos los años llamado “Tú puedes cantar”.
Más tarde se presentó en versiones más pequeñas en el Teatro Municipal de Osorno y Castro y en la Iglesia Luterana de Puerto Montt. Ahora se prepara una versión íntegramente ejecutada por coros de niños y adultos y músicos y técnicos y creadores visualistas de la Región de Los Ríos.
-¿Cómo se inició este trabajo?
-Me pidieron y me entusiasmé, un poema para los alerzales que se musicalizará para que los niños canten en el bosque y lo conozcan y se amisten con él. Me puse a investigar el bosque, los árboles, el micelio y me apasioné estudiando al punto que tuve que detenerme para poder escribir. Poco sabía de las raíces, de sus conexiones con los hongos, de cómo conviven y sobreviven, de cómo compiten pero también colaboran, de cómo aceptan a los ‘extranjeros’ aunque cuiden más a los propios, de cómo se comunican, de sus redes, etc. He estado leyendo mucho sobre árboles, y escribir sin predicar y sin entrar en los conocimientos duros de la ciencia fue todo un desafío. Pero me produjo un enriquecimiento muy grande y también una emoción que me conmovió profundamente.
-Has trabajado la problemática medioambiental con niños, acercando reflexiones desde la cultura y la poesía. ¿Qué rescatas de esa experiencia sobre el tema? ¿Cómo abordar el despojo que ha generado el mismo extractivismo en los territorios?
-El trabajo intenso con los niños le correspondió mayormente a los profesores y a los directores de coro. Yo participé en tres o cuatro intercambios con ellos para resolver asuntos de lenguaje y comprensión del poema, y al final ellos llegaron a sus propias conclusiones. Eso es bello. Es hermoso participar en los procesos de sorpresa y aprendizaje. La otra Cantata, la que musicalizó el libro La ciudad que habito y que se presentó en enero, con el título Cantata popular de Valdivia La Ciudad que habito, la realizó el Bafuach (Ballet Folclórico de la Universidad Austral de Chile dirigido por Lisette Schwerter) y sus músicos y coro dirigido por Hingrid Kujawinski. El coro está compuesto por adultos y eso produjo mucha conversación. Ahí asistí a muchos ensayos. Ese poemario habla de la resistencia de Valdivia, una ciudad que siempre está en proceso de destruirse ya sea por el fuego, los terremotos, el agua o el ser humano. La ciudad se destruye y se para y esa cosa precaria es su ADN. La conciencia de esa precariedad ante las fuerzas de la naturaleza, de que formamos parte de un ecosistema precario ayuda a despertar la reflexión y el accionar en torno a eso.
La experiencia marca más que la teoría. La experiencia genera conciencia y pensamiento. Eso es muy importante y pienso que la poesía es siempre una experiencia que desarrolla pensamiento. La recepción de la poesía ocurre primero a través de las sensaciones y las emociones y estas se generan por el ritmo, la música, la relación y proximidad de las palabras. La poesía logra abrirte a un conocimiento al que no accedías antes. Así me sucede a mí, al menos.
-¿Cómo fue el proceso de escritura para la adaptación de “Otro viento cantará”?
-Yo soy muy lenta, no puedo escribir en dos meses. Pero como había escrito “Fuego Frío”, libro que se publicó el año 2016, que a su vez nació de La raíz del viento, un proyecto que ganamos con el fotógrafo Abel Lagos para seguir pista a los pasos del viento en la Región de Aysén. Yo me había quedado con muchos apuntes que no usé en ese proyecto (Que se materializó en una exposición de fotografía, texto y voz) porque solo necesitaba anotaciones en torno al viento. Inventé un personaje y ese personaje me sirvió para La raíz del viento y no para Fuego Frío, pero sí me entregó una entrada para escribir Otro viento cantará, porque le daba a los niños a alguien a quién dirigirse. Son proyectos hermanos, y forman familia, por lo que hay cruces entre ellos, aunque construyen obras totalmente distintas.
-¿Cómo fue adaptarte a otro público?
-Toda una aventura. Nunca había escrito especialmente para un compositor y menos para trabajar con niños, salvo los cuentos infantiles. La idea no fue escribir una cantata infantil sino poner en cuestión la problemática del medioambiente y el lugar que nosotros ocupamos como uno más de los seres vivientes en el mundo. La intención era cautivar el interés de los niños en el tema y despertar su curiosidad y compromiso no sólo con el tema sino con los demás niños, como colectivo aunado tras un fin: cantar juntos y sentir la potencia de la colaboración.
-Y el lenguaje, ¿cómo lo adaptaste?
-Para mí el lenguaje es conocimiento y también comunicación. Entonces, mientras más palabras una maneja más pensamiento se puede elaborar a la vez que se incentiva la conversación con el otro u otra. Para mí, entregarle nuevas palabras a los niños no es un problema, puede que requiera un poco más de tiempo, pero finalmente te das cuenta que mientras más complicada la palabra más les gusta. No tienen problema con lo desconocido sino más bien curiosidad. Es por eso que es fácil entregarles nuevas herramientas. Lo única concesión que hice fue respecto al contenido. Es decir, intenté de que el final no fuese tan oscuro. En el lenguaje no hice concesiones salvo ingresar al personaje Pamita. Y resultó bien, lo entendieron, lo disfrutaron y lo cantaron y aprendieron de memoria. Solemos menospreciar la capacidad de los niños, y ese es un gran error. Los niños son un cántaro sin fondo de preguntas y todo les interesa. El lenguaje abre los encuadres, te permite viajar e imaginar, conocer mundos extraños, conocer el silencio preñado de aventuras imaginarias y sobre todo pensar por ti mismo.
Por más de una década, Verónica ha mantenido un taller de lectura en la comunidad valdiviana, haciendo de este un espacio reflexivo sobre diversos autores. La pasión por la lectura, ha dicho, es amor a la palabra.
-¿Sigues haciendo talleres de lectura?
-El año pasado no hice, tenía demasiadas cosas pendientes y en carpeta e inventé un año sabático, con las ganas de hacer muchas cosas. Sin embargo, el tiempo es mezquino y pasa volando y sólo pude terminar dos de los libros que tenía pensado e hice las cantatas: Hola Ratón con cola un libro de poemas infantiles que publicó Libros del Cardo, y terminé de escribir Manto Azul, un foto poema que trabajé con la fotógrafa Leonora Vicuña y que publicará, Ofqui Ediciones. Pero sí, por primera vez, no realicé el taller de lectura. No me dio el tiempo porque sumado a esos dos libros estuve con las dos Cantatas y otras cosas.
-¿Cuál es la importancia de sostener estos espacios?
-La lectura es esencial para muchas cosas. Es que es una manera de detener el tiempo y entrar a la intimidad, algo que la vida actual no nos regala y que hay que recuperar porque eso le da densidad y sentido a la vida. Por otro lado, te permite viajar a lugares y sensibilidades desconocidas, fomentar la tolerancia, darte cuenta que tus costumbres, sueños e ideas no son las únicas, que hay otros mundos y que tienen tantas razones como las propias para existir. Eso es muy importante en este mundo polarizado, los grises, donde abunda el habla respecto al respeto a la diferencia, pero se practica poco. El “yoismo” exacerbado se ha instalado junto al sálvense quién pueda y se ha olvidado el valor de lo comunitario. Por otro lado, el aprender a discutir sin anular o aniquilar al del lado, necesita de palabras. Esa herramienta se encuentra principalmente en los libros y una vez adquirida, se pone en práctica en la escritura, la lectura y la conversación.
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