Luego de diez años vuelve al campo editorial el libro “Umzug”, poemario de la escritora y profesora de literatura oriunda de Valdivia, esta vez, de la mano Ediciones Libros del Cardo. Habitar otro lugar y otra lengua, la persistencia del territorio y el retorno al mismo forman parte del volumen sobre el que Torres ahonda en esta entrevista.
La infancia lejos de casa. La infancia en dictadura. La vida en otro idioma. Estas son solo algunas de las vivencias que la poeta Antonia Torres Agüero (Valdivia, 1975) recoge en “Umzug”, texto que vuelve al campo editorial en una nueva edición luego de diez años.
Esta vez, bajo Ediciones Libros del Cardo, el poemario libro alude al concepto de mudanza. Un descentramiento de sí misma, en donde lo extraño es lo foráneo, y a la vez, hay una contradicción, ya que para el extranjero el lugar al que se ha llegado es lo desconocido. Se pierden las referencias básicas lo que inicia una reflexión sobre los conceptos de nación y arraigo, por lo que no sólo la autobiografía está presente sino el trabajo como investigadora y la relación con el lenguaje desde dos idiomas y dos formas de vida.
Antonia Torres Agüero es escritora, periodista, Magíster en Literatura Hispanoamericana Contemporánea y Doctora en Filología Románica. Ha publicado los libros de poesía Las estaciones aéreas (Barba de Palo, 1999), Orillas de tránsito (2003), Inventario de equipaje (Cuarto Propio, 2006), Umzug (Cuarto Propio, 2012; Düsseldorf University Press, 2015), Las secretas costumbres (Editorial Aparte, 2020); la novela Las vocales del verano (Random House, 2017) y el estudio Las trampas de la nación. La nación como problema en la poesía chilena de postdictadura (Peter Lang Verlag, 2013). También, acaba de lanzar una nueva publicación, Libros marcados (Random House 2023), novela que recoge sus vivencias de infancia.
En esta entrevista, Torres revisa el “renacimiento” de UMZUG (Ediciones Libros del Cardo, 2023) y la poesía como campo de construcción de imaginarios.
-El libro es una reedición del 2012. ¿Cómo dialoga esta nueva salida temporal/contextualmente con la actualidad, diez años después de su primera publicación?
-Creo que la buena poesía debiera envejecer bien, es decir, debiera siempre decirnos algo en algún sentido. La buena poesía es un poco oracular: siempre tiene algo que decir a la lectura de cualquiera que la tome en el momento que sea. Por eso me dio mucho gusto cuando Ediciones Libros del Cardo me propuso la reedición, pues este libro se le ha prestado harta atención crítica. Esto puede ser porque Umzug posee un hablante descolocado, desfasado, desubicado, desconectado en un mundo en tránsito, que es un mundo muy propio de la contemporaneidad, un mundo en que las territorialidades no están tan claras. Por eso creo que ha envejecido bien, porque sigue siendo un tema universal que no termina. La movilidad demuestra que la identidad no posee un carácter esencialista, porque estamos compuestos de una larga historia de hibridaje cultural. Entonces creo que tiene que ver con eso, con que Umzug es un libro que toca temas que son permanentes y son permanentes también para la poesía, porque no solamente habla del deambular de alguien que no encuentra un sitio físico, sino de alguien al que también le cuesta encontrar un sitio en la lengua. Eso es más complejo, por eso el gesto premeditado de titular una sección completa del poemario con un nombre en alemán, porque creo que efectivamente las lenguas son intraducibles de manera simétrica. Entonces, como son intraducibles, no puedo ponerlos en castellano, sino que tengo que ponerlo en alemán, que es en el fondo el ámbito cultural que le da la excusa al poemario.
-El título del libro y algunos de los poemas llevan palabras en alemán, como parte de la representación de tu tránsito por otro territorio. ¿Cómo nutren al poemario esas palabras que podríamos decir que son desconocidas para las y los lectores?
-Creo que el poema en general siempre es en parte un acertijo, porque es un artefacto que oculta un poco las cosas, pero que al ocultar y ponerle ese velo de lenguaje extraño, del lenguaje otro, del uso no convencional del lenguaje, también está revelando algo; lo que es un poco la paradoja de toda obra de arte. Entonces, si bien oculta algo, está mostrando algo más complejo debajo.
Umzug quiere decir mudanza en tanto cambio de casa o cambio de ciudad, pero también está la palabra Zug adentro, que quiere decir tren, pero también quiere decir tirada de las cartas o juego del azar. “Um” es como un prefijo que en alemán quiere decir deshacer algo, entonces empieza como termina: siendo un interesante acertijo que te lleva a otros lugares, que es lo que creo que tiene que ser la poesía, que es en el fondo un lenguaje y una forma retórica llena de connotaciones inesperadas. O sea, no es el texto que aparece ahí, sino que es todo lo que te evoca. Por lo tanto, también se cumple la sentencia de que el poema deja de ser del autor, y en realidad el significado de la obra lo completan los lectores.
-Este libro fue traducido en Alemania el 2015. ¿Por qué crees que a los ojos lejanos resultó atractiva esta propuesta editorial?
-La Universidad Düsseldorf suele traducir textos pues ellos tienen una cátedra de traducción literaria, donde desarrollan la traducción como materia de estudio y disciplina. También, yo creo que les llamó la atención que Umzug fuera un libro tan situado localmente en la ciudad de Düsseldorf. Creo que también produjo interés cómo ve lo propio una extranjera. Imagino que esa idea le pasaba a la gente de la cátedra: conocer qué dice una extranjera sobre su territorio, porque a veces es importante ver con ojos del extranjero, del paseante, del que te ve de afuera. De hecho, Chile está lleno de crónicas de viajeros que lo describen muy interesantemente. Hay unas crónicas de un alemán del siglo XIX que se llama Paul Treutler o el mismo Darwin.
-El libro tiene tres apartados que recorren primero, un otro lugar; segundo, el mundo más íntimo; y tercero el territorio del sur del cuál eres oriunda. ¿Cuán influyente es el territorio para este poemario y tu imaginario literario en general?
-Quisiera decir que no tanto, pero la verdad creo siempre se escribe de manera situada. No puede haber una obra que no sea situada, porque siempre uno está escribiendo desde un lugar y aunque esté escribiendo sobre otra cosa, está escribiendo porque está en ese lugar. Por ejemplo, la poesía del exilio está hablando todo el rato de Chile, en alguna medida, no toda, pero gran parte de ella, cuando en realidad está en Suecia, en Alemania, en Italia, entonces siempre está situada en algún sentido y yo creo que en la mía también sucede eso: cuando estoy en Alemania también estoy pensando a Chile y estoy pensando como ciertos lugares.
Este libro es bien literal, en el sentido de que la primera parte es efectivamente Alemania, y después la última parte es como la vuelta, por así decirlo, el encuentro de nuevo con ese lugar añorado. En estos poemas estoy pensando en Chile, pero no por nostalgia, sino porque son espacios que configuran tu identidad, son tus referencias. Si veo el mar, lo voy a estar siempre comparando con el mar de la costa del sur de Chile, aunque esté en el Báltico.
-Eres parte de la denominada generación de los náufragos, que vivió la infancia en dictadura. ¿Cuán importante es ahondar en esa experiencia?, ¿cómo dialoga con la actualidad, particularmente en el contexto de los 50 años del golpe de Estado?
-Esas denominaciones vienen casi siempre de la crítica y de los estudios. La denominación “Los náufragos” la acuñó Javier Bello, profesor de Literatura de la Universidad de Chile y poeta de esta generación, y se fue quedando porque identificó ciertos rasgos comunes a las y los autores como Andrés Andwandter, Germán Carrasco, Damsi Figueroa, Alejandra del Río, Verónica Jiménez, para quienes el hablante están un poco perdido en términos existenciales. Es decir, están como náufragos en una nave a la deriva y sin un lugar fijo. También ahí está la idea del tránsito, a medio camino entre las lenguas.
Si lo queremos ver etariamente, es principalmente un grupo que nace alrededor del golpe, algunos antes, otros durante, otros después, pero que crecen en dictadura, y que por lo tanto están sus experiencias de la niñez y la infancia marcadas por la dictadura, lo que también pasa con muchos narradores en Chile, como Alejandra Costamagna, Nona Fernandez, Alejando Zambra y Diego Zúñiga. Es decir, la figura de la víctima ya no es monopolizada por los adultos que vivieron directamente el golpe y la dictadura a través de todas sus consecuencias, en algunos casos detenciones hasta torturas y exilio, en otros casos de víctimas pasivas.
Esta generación, la nuestra, en poetas y narradores, se hace cargo del tema de crecer en dictadura como niño, que por más que ya se consumió un poco ese boom, sigue siendo el tremendo tema.
-¿Y el vínculo con la conmemoración de los 50 años del Golpe de Estado?
-Si me pides el esfuerzo de conectarlo con la conmemoración de los 50 años del golpe -que ha estado lamentablemente marcada de traspiés en la coordinación gubernamental-, creo que es interesante la pregunta porque se puede poner el foco también en esas otras maneras de haber vivido la dictadura, de los niños y los jóvenes que tuvieron que truncar su carrera académica o profesional, de la vida de mujer campesina; no sé, hay tanto foco y no solamente pensar en esas figuras que fueron protagónicas, y que tuvieron un rol de acción.
La literatura no es literal, es literaria. Está hablando de manera más críptica de eso mismo. Por ejemplo, hay un poema precioso de Javier Bello que se llama “Los pobladores del entresueño”, que habla de los detenidos desaparecidos en dictadura; o hay poemas de Andrés Anwandter en que habla sobre el exilio sin él haberlo estado, pero plantea allí la construcción del país más allá de la frontera, sin territorialidad física.
-¿Cómo aporta el campo poético en la construcción de las memorias sociales?
-Quisiera pensar que sí, que aporta mucho. Mirada en clave psicoanalítica, la poesía es el inconsciente de una comunidad, un lugar donde aparecen las cosas que no se dicen tan claramente en los discursos más explícitos y oficiales.
Por ejemplo, Neruda muere el 23 de septiembre del año 73, 12 días después del golpe; es decir, prácticamente muere con el golpe. Cuando muere Neruda, también muere toda una manera de comprender la poesía chilena, desaparece la idea del vate que habla como un profeta en nombre de los que no pueden hablar, y vienen todas esas otras poéticas de un yo fragmentado, un yo dudoso, como Zurita que dice en Purgatorio, “me llamo Raquel, estoy años en el oficio”, donde no sabemos si es hombre o mujer. O José Ángel Cuevas que dice “el ex poeta de un ex Chile”, todo es ex, es a medias. Elvira Hernández lo mismo. Entonces la poesía es otra forma de autoconciencia, de auto verse en toda la sociedad chilena.
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