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Director y dramaturgo Cristian Flores: “En Chile parece que nuestra historia comienza con el daño” CULTURA

Director y dramaturgo Cristian Flores: “En Chile parece que nuestra historia comienza con el daño”

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Francisca Palma Arriagada
Por : Francisca Palma Arriagada Periodista de la U. de Chile.
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“Justicia, Utopía y Militancia” es el nombre del volumen publicado por la editorial especializada en la materia, Oxímoron, que recoge tres obras escritas por Cristian Flores, director de la compañía Los Barbudos: “Yo maté a Pinochet”, “El país sin duelo” y “El hombre que devoraba a las palomas”. El libro se lanza en el contexto de conmemoración de los 50 años del Golpe de Estado.


La impunidad, la democracia, la justicia, la lucha de las mujeres, la memoria, el cuestionamiento a la historia oficial, la perspectiva política de personajes populares y las consecuencias de la dictadura en las diferentes generaciones. Estos son solo algunos de los tópicos que atraviesan la producción teatral de las obras de Cristian Flores y su compañía Teatro Los Barbudos, que están condensadas en el libro “Justicia, Utopía y Militancia”, publicado este mes por Ediciones Oxímoron.

El volumen, que se enmarca en los diez años de la compañía y en la conmemoración de los 50 años del Golpe de Estado en Chile, recoge tres obras que fueron parte de la cartelera nacional e internacional en diferentes temporadas: “Yo maté a Pinochet”, “El país sin duelo” y “El hombre que devoraba a las palomas”; las cuales podrán ser conocidas por el público en cualquier tiempo y territorio gracias a la publicación de este trabajo dramatúrgico.

Estas obras, señala Flores, “hacen un ejercicio de justicia sobre lo que quedó silenciado, invisible, proponiendo que la memoria no se puede acotar exclusivamente a los relatos que desde del Estado o desde las políticas públicas se generaron”; relevando en estas propuestas escénicas las militancias populares, las historias menos conocidas, las subjetividades políticas de personas de otros sectores de la sociedad.

-El libro se titula “Justicia, utopía y militancia”. ¿Por qué son tan importantes estos conceptos y cómo atraviesan las tres obras que recoge este volumen?

-El título fue una manera de aunar algunos conceptos que tenían en común las tres obras. Justicia, se refiere sobre todo a la última obra que es “El hombre que devoraba a las palomas”, a propósito de la falta de reparación y justicia en casos de violación a los derechos humanos en democracia. Iniciando la post dictadura, se asumió per sé que por estar en democracia no se estaban cometiendo violaciones a los derechos humanos. Sin embargo, los mecanismos represivos siguieron, tal como Pinochet siguió ocupando su cargo.

La falta de justicia es lo que moviliza al personaje. Ese es el motivo, pero también las tres obras hacen el ejercicio de ser justas con la historia de aquellos que no están relatados en la memoria oficial, particularmente las militancias populares. Ese es el universo de estas obras. Incluso la izquierda ha generado todo un relato elitista de la práctica política, excluyendo a cierta clase social y a las mujeres o disidencias sexuales por ejemplo, pero estos sujetos también tuvieron una participación política interesante. Ahí se cuajó la resistencia contra la dictadura y en esos espacios se continuó incluso posteriormente con un trabajo subversivo.

Los personajes de las tres obras materializan las utopías, porque son personas que tenían proyectos de sociedad. No fueron sólo personas que resistieron la dictadura, no son sólo personas que su historia política se reduce y acota desde el 11 de septiembre del 73 hasta el 89. Ese es un tema en Chile, que nuestra historia parece que comienza con el daño.

-Este es un libro de teatro político. ¿Cómo describirías este concepto?

-No creo que sea per se por los temas. Si bien cualquier tema puede ser tratado desde la perspectiva del teatro político, en el fondo uno le pone preguntas nuevas a ciertos lugares para buscar también respuestas nuevas. Lo importante es que sean temas de interés público o que puedan despertar algo en “lo común”, tensionar ciertas ideas que parecen estáticas o verdades aprendidas. Lo político está para eso, para construir conocimiento nuevo, para generar tensiones, ver cuáles son las estructuras detrás de esas ideas y qué nuevas lecturas y posibilidades pueden emerger.

-¿De donde nace este foco en el caso de Teatro Los Barbudos?

-Desde que empecé a ver teatro profesional, siempre me molestó mucho el tratamiento que le daban las obras a las personas que provenían de los lugares en los que yo crecí. Me molestaba, me generaba rabia, pero no en el buen sentido. Yo me sentía agredido y no interpelado. Veía gente que hacía obras de teatro y que reducía el universo popular a cierto lenguaje y a ciertas temáticas. Parecían obras súper críticas, pero lo único que hacían era construir estereotipos y generalidades. Con un discurso intelectual muy interesante, no dejaban de hacer el mismo ejercicio que se hace desde el poder. Desde esa rabia, decidí emprender un proyecto donde el primer elemento político fue combatir esa generalidad y simplificación y decir: “oye, eso tiene otras aristas, es más complejo”.

Ahí vino volver a ese territorio en el que yo había crecido y empezar a buscar esos otros relatos. Desde ahí he desarrollado varias metodologías de trabajo hasta que empecé a encontrar, en conversaciones con personas que yo vi toda la vida, historias que eran fabulosas. Y dije claro, quiero contarlas, quiero aportar con una nueva perspectiva al relato de la memoria. Esas personas no solo existen en el margen de la política, sino que además tienen una opinión y un accionar sobre la situación en Chile desde la dictadura hasta el día de hoy.

Finalmente, lo que trato en estas tres obras es el tema de la memoria desde esa perspectiva. A mí me interesa disputar, ser antagonista del relato oficial, de ese relato que se centra exclusivamente en la victimización de las personas y en el “triunfo democrático”, borroneando todas las otras dimensiones políticas que las constituyen. Porque sí, pareciera que en Chile derrotamos la dictadura, pero lo que yo digo es que fuimos derrotados por la historia. Entiendo lo político como un antagonismo, como una disputa de los imaginarios, de los sentidos, y que propone otras formas de contar la historia y de hacer otras preguntas.

-Uno de los motores que describes en el texto es la rabia, la impotencia ante lo sucedido. ¿Cómo se moviliza y se transforma en creación?

-Cuando uno tiene rabia es fácil derivar en alguna conducta más violenta, en una violencia concreta, no simbólica. Yo me eduqué en un entorno en donde eso era muy fácil de hacer y era incluso aceptado. Pero desde que vi teatro, me di cuenta que era una tribuna para poder decir cosas de verdad. Todo tiene que ver con el habla, con la posibilidad de hablar, entonces esa rabia terminó derivando creativamente, y esa rabia a mí me interesa que sea un principio de mi trabajo. Yo no quiero obras que hagan llorar a la gente, yo quiero hacer obras que le hagan sentir un poco de rabia, mostrar que no es que tenemos que lamentarnos de la situación, tiene que haber algo que nos movilice a actuar.

Eso es súper complicado de hacer. Hay una de las obras en la que un personaje, Alicia, relata una historia de su abuela y dice “a mí, me daba miedo”, y el otro personaje le pregunta: “¿y no le dio rabia?”. En Chile es muy molesto el personaje rabioso. No sé por qué nos educaron así, cuando nos deberíamos enojar por todo lo que pasa. Deberíamos enojarnos y no solo decir: “pucha, qué lamentable”. Sí, puede haber pena y todas las emociones que la rodean, pero la rabia debería ser una cuestión que debiéramos sentir y tener la capacidad de transformar, que nos agite, nos movilice.

-¿Qué rol puede tener el teatro respecto a la construcción y disputas por la memoria y los imaginarios sociales?

-Guillermo Calderón decía una cuestión que se nota en su obras sobre lo que le interesaba y es que la discusión política volviese a ser colectiva, que fue un poco lo que ha pasado después del estallido. En Chile no nos gusta hablar de política, pero creo que es importante que la política sea una práctica de todos. Es lo que hacemos en la mesa de la casa, entonces el teatro tiene la potencia de juntar a muchas más personas a hablar de algo en específico, a escuchar o por lo menos da la posibilidad de pensar sobre eso que están diciendo en escena y salir de ahí y seguir hablando.

Lo otro que creo es que el teatro tiene la capacidad de cuestionar todas estas verdades aprendidas. Ya han pasado 50 años pero han pasado 50 años del inicio de la dictadura, pero desde que se retomó la democracia, han pasado un poco más de treinta años, entonces ha habido un tiempo suficiente y hay demasiada información como para seguir dándose tanta vuelta respecto de lo sucedido, buscando un equilibrio. Eso es precisamente lo que tenemos que seguir cuestionando. No sólo se deben juzgar las violaciones a los derechos humanos, se debe juzgar que a unos tipos se le ocurrió hacer un golpe de Estado porque tocaban su intereses y pasaron por arriba del pueblo de Chile, eso es lo que pasó y eso es lo ilegítimo de esa cuestión.

El teatro es un tiempo en el que uno se da la posibilidad de pensar algo, no solo de poner una cosa en la misma lógica de antes, sino que para qué lo voy a hacer así, si está dicho o hay que intentar hacer algo nuevo con eso.
Con el teatro, además hemos tenido la capacidad de hacer otras lecturas. No solo se trata de la conmemoración de las cosas, sino que de volver de la memoria una acción política, porque lo conmemorativo es lo que termina molestando, porque lo que hace es repetir y repetir, repetir y repetir, repetir y repetir, y no sirve de nada la memoria si no te no te hace entender el momento en el que estás parado y la posibilidad que tienes de ser en el futuro. Hay una frase de Nelly Richard que me gusta mucho y que usamos como guía en Los Barbudos que dice “hay que dotar de energía al recuerdo. Que entable una conversación con el presente disconforme”.

-Uno de los tópicos de la obra es la impunidad. ¿Cuáles crees que son sus consecuencias en los imaginarios sociales?

-Una de las obras, “El hombre que devoraba a las palomas”, parte porque mi mejor amigo de la infancia, de la misma calle donde vivíamos, a su hermano lo mataron en el año 1992, en la conmemoración del quinto centenario del mal llamado Descubrimiento de América. Rodrigo tenía 17 años, era muralista y lo mataron los pacos. Se logró determinar que los que lo habían matado fueron los carabineros, porque fue un arma de ellos la que lo mató, pero curiosamente no se determinó cuál arma, a quién pertenecía. Estaban identificados todos los tipos que participaron en la golpiza y el balazo que le dieron, y nadie cumplió con cárcel porque esto lo llevó la justicia militar. Se apeló a la justicia y la Suprema determinó que no, que no hubo violación a los derechos humanos y que no se podía reparar. Ahora ese caso está en la Corte Interamericana, que por supuesto demora mucho tiempo, ya han pasado treinta años.

Esto me llegó muy de cerca, y es más, condicionó mucho el comportamiento de los que estábamos ahí. La justicia, el derecho, son cuestiones básicas que constituyen la sociedad. Nuestro acuerdo social se basa en la justicia, en que todos somos iguales ante la ley, entonces la falta de justicia y de reparación rompe con eso tan básico. Esto es tan evidente que es insoportable. Si eso no le genera rabia a nadie… eso es la impunidad. La impunidad es insoportable. No se trata solo del juez que dice “esto es justo, esto no”, sino que hay una situación normalizada que es impune e insoportable.

-El teatro es un espacio para imaginar otros escenarios posibles. ¿Puede contribuir la creación escénica como acto de justicia?

-Siempre queda en un plano simbólico. En este sentido, lo que el arte puede ayudar a hacer es precisamente a poner esos temas en la escena, en lo público, contribuir a generar algo nuevo con respecto a la injusticia, y hacer que las personas dejen de normalizar ese estado de impunidad.

-El libro recoge tres obras que son la producción de casi diez años. ¿Cómo aporta a la historia y a la memoria teatral local, considerando además que alguien que no pudo ver las obras puede ahora acceder a ellas mediante la publicación?

-El proyecto del libro surge de preguntarse: ¿Cómo superar lo efímero del teatro que desaparece después de cada temporada? ¿cómo llegar a nuevas audiencias? Y pensamos que un dispositivo como un libro permite conectar con personas más allá de la sala de teatro. Los libros circulan y cruzan fronteras con mayor facilidad que las obras escénicas.

Creo que el libro aporta al teatro. Sobre la forma, creo que también hemos ido logrando algún tipo de identidad que es poner estos textos, estos conceptos de lo popular y lo político desde una perspectiva que no estaba, con personajes populares pero que están hablando de otras cosas, desde un posicionamiento que no estábamos acostumbrados a escuchar en el teatro: son personajes populares que hablan de política, de posicionamiento, de justicia, de posicionarse en la vida desde lugares racionalizados, no desde lugares simplistas, no reflexión solo espontánea, sino que personajes que están en una situación y que han construido una discursividad en torno a eso. Eso, pienso, ha sido novedoso.

Lo que sí creo es que las obras van mutando en el tiempo. A mí me gusta eso, que las obras tengan la posibilidad de madurar, porque las obras de teatro se siguen haciendo cuando se están representando frente al espectador. Por ejemplo, hacer una obra como Yo Maté a Pinochet 10 años después de lo que ha pasado, despierta un montón de inquietudes. Ahora, yo no sé. El futuro del teatro dirá que si lo que uno escribió y montó, aportó en algo.

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