El neerlandés Chas Gerretsen –mundialmente famoso por su foto del dictador Augusto Pinochet de lentes oscuros, hecha el 18 de septiembre de 1973– llegó a Chile en enero de ese año y se fue poco después del derrocamiento del Gobierno constitucional de Salvador Allende. Durante aquellos nueve meses, tomó numerosas imágenes del devenir del país, algunas de las cuales se pueden ver por primera vez en una muestra que inauguró en el Museo de la Memoria. Al exjefe del Ejército lo recuerda como un “actor”, que el día del “Tanquetazo” se presentó vestido “como el general Patton”, pero en su despacho ante una periodista era todo un caballero.
Al principio, Chas Gerretsen (Países Bajos, 1943) solo quería enviar fotos de sus viajes a sus padres para que supieran que él estaba bien. Se fue de la casa a los 16 años. Primero fue Europa, luego Asia. Se había convertido en un viajero incurable.
“Recién en Vietnam, en 1968, supe que podía ganar dinero con las fotos”, recuerda en una entrevista con El Mostrador.
“Solo quería que la gente viera lo que yo estaba viendo, no quería influenciar a la izquierda o a la derecha”, dice.
Fue solo uno de los conflictos bélicos que cubrió. En 1989 dejó la fotografía, vendió todo y se dedicó a navegar. Hoy vive retirado de la profesión, con su mujer alemana, en una pequeña localidad de 600 habitantes en Baviera.
Sin embargo, la foto que lo hizo mundialmente famoso la tomó en Chile.
Si el cubano Alberto “Korda” Díaz tomó en 1960 la imagen heroica del argentino Ernesto “Che” Guevara, que se replicaría hasta el infinito en pancartas, afiches, poleras y tazones, Gerretsen sería en 1973 el autor del reverso: la imagen icónica del dictador Augusto Pinochet, que se convertiría en símbolo por excelencia del tirano latinoamericano.
La tomó el 18 de septiembre de 1973, en una misa en la iglesia de la Gratitud Nacional. Le costó bastante llegar ese día, porque había muchos controles, pero personal de civil –que lo conocía– le ayudó a pasar. En los techos había francotiradores. A esa misma misa asistieron los expresidentes Eduardo Frei Montalva y Jorge Alessandri, a quienes también fotografió.
En una mesa estaban los cuatro miembros de la Junta, y Chas hizo tres o cuatro fotos en general. Luego empezó a fotografiarlos uno a uno.
“Primero fotografié al jefe de Carabineros (César Mendoza), pero parecía incómodo, débil, no sabía a dónde mirar. El almirante (José Toribio Merino) también miraba a cualquier parte, menos a mí. Luego le tocó a (Gustavo) Leigh, de la Fuerza Aérea, pero él tampoco quiso mirarme. Y luego vino Pinochet, y él miró fijamente hacia mi lente, de brazos cruzados. Y luego empezó la misa”, relata.
Como ocurrió con muchas de sus fotografías, Chas no supo de la imagen de inmediato, sino con el paso del tiempo. En aquella época trabajaba para la agencia fotográfica francesa Gamma, que publicaba las imágenes en alguna revista días, semanas o meses después.
“A veces ni siquiera sabía si eran mías”, confiesa hoy.
Muchos años después, Chas llegó a la conclusión de que Pinochet era un actor.
Durante la UP lo fotografió por primera vez. Fue el día del “Tanquetazo”, cuando lo retrató, a diferencia del resto de los generales Carlos Prats y Guillermo Pickering, vestido en tenida de combate, de casco. “Parecía el general Patton”, dice.
Después del 18 de septiembre de 1973, fue a la oficina del dictador cuando su novia francesa lo entrevistó, y Pinochet lució “encantador, un caballero”. Y en una cuarta ocasión lo fotografió en su casa, con su nieto, con Pinochet “de abuelo”.
“Cuando él me veía, y yo era difícil de ignorar por mi estatura, siempre me miraba fijamente. Yo de 1975 a 1989 trabajé en Hollywood, fotografiando actores. Y los actores miran directamente hacia la cámara para hablar con su audiencia. Y Pinochet miraba fijamente hacia mi cámara, y yo era su audiencia. Ninguno de los otros generales hacía eso. Por eso creo que, en el fondo, era un actor. Hay una foto famosa donde él viste una capa: para mí es la muestra final de su locura. Al principio era un general, pero tras estar rodeado de sicópatas por tantos años, que solo le decían lo que quería escuchar (…), pero se le subió a la cabeza. En mi foto exuda poder, poder del malo”, expresa Gerretsen.
Hasta 1973, Chas no conocía Sudamérica. Llevaba tres años tomando fotos de la guerra en Vietnam y estaba cansado de eso.
“A todos los que conocía, estaban muertos o desaparecidos. Decidí irme porque, de lo contrario, yo sería el siguiente”, cuenta.
“Estaba en París y no sabía a dónde ir. El mundo estaba relativamente tranquilo, con excepción de África, pero a nadie le importaba África. Así que con mi novia francesa (Michele Mattei) decidimos ir al Amazonas, a Salvador de Bahía. Y nos dijeron que por 100 dólares más podíamos ir a Buenos Aires”, recuerda.
Y se fueron a la capital argentina. Gerretsen fue en busca de trabajo.
“Allí fui a ver las oficinas de medios, las agencias de noticias, y el Time fue el único medio que me dijo que, si iba a Chile, les sería útil. Así que fuimos a Chile. No sabía nada de política y hablaba muy poco español”, cuenta.
Así, viajaron en tren, desde la capital argentina hasta Santiago, en el famoso Trasandino que cruzaba la cordillera (inaugurado en 1909 y cerrado en 1984), en “un viaje maravilloso”. “Desayunamos en la Vega”, señala.
Llegaron en enero del último año de la Unidad Popular. Su novia francesa empezó un estudio en la UC. No conocían a nadie en la capital chilena.
Se instalaron en un departamento de Providencia (en un edificio que hoy ya no existe y se convirtió en una estación de bencina, agrega).
Como a él le pagaban en dólares, los cambiaba a buen precio en el mercado negro. “Así me pude quedar”, dice.
Lo primero que hizo fue visitar los medios –El Mercurio, la agencia UPI– y así conoció a un colaborador de Newsweek: “Él me explicó lo que estaba pasando en Chile, que había que hacer cola para cigarrillos, para comida. Y me explicó que los disturbios usualmente comenzaban a las 10 de la mañana. La gente empezaba tirándose monedas y terminaban con piedras”.
Tenía cuatro cámaras con las que salía a trabajar, siempre en blanco y negro. En las marchas ya lo conocían, porque sobresalía con su 1,94 metros de altura y solía vestir de blanco. Lo conocían como “el flaco holandés”. Pero dice que nunca tuvo problemas. “A la gente le gustaba que le tomara fotos”, agrega. Y después de lo vivido en la guerra, aquello era “más como un juego”.
Cuando tenía listos los negativos, que compraba en formato de 30 metros, su novia los llevaba al aeropuerto, buscaba un vuelo a Francia y le pedía a algún pasajero que llevara los rollos a París. La persona dejaba un número de teléfono y alguien de la agencia los recogía.
¿Cómo recuerda el Chile de esos días?
“La gente era extremadamente amable. Aún lo son, aunque menos que antes, pero es algo que no ves en Europa”, responde. “En Vietnam no eran amables, en Singapur me perseguían en la calle porque pensaban que les había robado en alma, pero en Chile eran todos muy amables. Me sentí bienvenido”, cuenta.
“Durante 1973, incluso el día del golpe, siempre fueron amables. Ese día el general (Javier) Palacios salió de La Moneda, me dio la mano y me dijo ‘qué día maravilloso’. El MIR una vez me ayudó cuando en una marcha me quisieron robar las cámaras. Patria y Libertad también fue amable. Todos eran amables, excepto en el día del ‘Tanquetazo’. Ahí un soldado me dijo ‘si me fotografías, te mato’. Ese día se puso serio el asunto”, subraya.
“Con la huelga de El Teniente todo cambió. Por primera vez vi una bomba molotov. Antes era la izquierda contra la derecha, los ‘momios’ contra los ‘rotos’, pero era más que todo la juventud. Y la juventud se estaba divirtiendo, se perseguían en la calle, y si ves mi libro, vas a ver mucha gente sonriente”, dice.
“Recuerdo una foto, que se ha perdido, de una escolar: en una mano tenía una piedra, en la otra un helado. Era una revolución del helado. Comenzaba a llover y la gente se iba, pero si aparecía un guanaco, la gente se quedaba. Pero con la huelga de los mineros, todo eso cambió. Entraron los adultos. Ya no era la derecha contra la izquierda, sino la derecha contra el gobierno”, continúa su relato.
“Mientras estuve en Chile, del 9 de enero al 11 de septiembre de 1973, había más libertad de prensa que en cualquier otro país en el que hubiera estado antes”, escribió luego en su Twitter sobre su estadía en nuestro país.
Chas tomó muchas fotos, también del Presidente Allende.
“Allende, en mi opinión, era un socialdemócrata que quería mejorar la vida de los que no tenían nada, para que pudieran comer tres veces por día. Y al otro lado estaban los que tenían sus privilegios, que tenían dos autos, y no querían compartir uno”, reflexiona hoy.
Mucha gente seguía siendo feliz en la UP, como lo muestra esta imagen del 4 de septiembre de 1973, cuando un millón de personas desfilaron frente a La Moneda para celebrar el tercer aniversario del triunfo de Allende.
El paisaje mediático también era muy distinto, incluso respecto a lo que es hoy en día.
Aparte de El Mercurio y La Tercera, también estaba el diario Clarín, y los diarios del PS y el PC, además de radios y canales de TV de distintas tendencias.
“Hasta el 11 de septiembre de 1973 había 13 periódicos diferentes en Santiago y había que leer los 13 para entender lo que estaba pasando. Cada periódico tenía su propia opinión. Y un día, solo había una opinión”, escribió Chas Gerretsen en Twitter.
Chas cuenta que un mes antes del derrocamiento del Gobierno constitucional, les escribió a sus padres que iba a haber un golpe de Estado en Chile.
“Antes hacías tres horas de cola por un kilo de arroz o un kilo de azúcar, pero ahora ya no había nada. Y a menos que tuvieras dólares o conocieras a alguien, estabas en problemas, ya fueras de derecha o izquierda. Porque al final 1 dólar se cambiaba por 60 veces el precio oficial. Un kilo de arroz era medio centavo (de dólar). Y 12 horas de taxi eran 2 dólares. Una habitación en el hotel Carrera salía 2 dólares. El día después del golpe costaba 150”, señala.
El 11 de septiembre, su amigo Sylvain Julienne, un fotógrafo que se alojaba en el hotel Carrera, lo llamó a las 7 de la mañana.
“Me dijo que los carabineros habían rodeado La Moneda para protegerla. ‘Muévete, algo está pasando’, me dijo. Puse la radio. Solo había música militar. No había buses ni taxis, y pocos autos particulares. Un señor mayor me llevó en su auto y pude llegar. Y empecé a fotografiar. Llegaron los primeros tanques y los carabineros se rindieron y se fueron. Y los tanques empezaron a disparar contra La Moneda”, detalla.
Fue testigo del bombardeo, de cómo el edificio comenzó a incendiarse y el ambiente se llenó de humo. Vio cuando los soldados tomaron por asalto La Moneda. Un soldado al que le había dado cigarrillos, y que entró al edificio y volvió, le contó que Allende se había suicidado. Luego unos militares los obligaron a irse. Les dijeron que iba a haber toque de queda.
¿Fue consciente de que había sido un día histórico? “No. Simplemente vi cosas que muchos no”, responde.
Volvió a casa. Se encerraron. Recién el 13 de septiembre se levantó el toque de queda por un rato y pudo salir a comprar pan.
“Dos señoras mayores me advirtieron que tuviera cuidado, que una vecina, una mujer joven, quería denunciarme. Era gracioso, porque el mismo día 11, por la tarde, esa joven nos había invitado a su casa a ver por la televisión las noticias sobre la asunción de la Junta. Y al día siguiente nos denunció a los militares. Eso fue Chile después del golpe: la gente se denunciaba, unos a otros”.
Chas recuerda que una hora después de volver de comprar pan, llegaron los militares.
“Encontraron unos negativos escondidos, les dijimos que temíamos que los robaran ladrones. Y un oficial a cargo dijo que estaba OK, pero en realidad los habíamos escondido de los militares. Recogieron toda la literatura ‘comunista’ –los Time, Newsweek, Paris Match– y un libro de Neruda, por el cual incluso le pedí un recibo al oficial, aunque se negó a darme uno. Y luego se fueron”, recuerda.
A partir de allí, ya no pudo trabajar con normalidad.
“En la calle había gente que venía y me decía que no podía fotografiar eso. Me seguían en la calle. La policía venía a mi casa, de tarde o de noche, a pedirme los negativos. Intervinieron mi teléfono, podía escuchar los clic cada vez que hablaba”, cuenta.
“Ya no se podía confiar en nadie. Lo podías sentir en la calle. La gente dejó de hablarse, se temían unos a otros. La gente temía a sus vecinos”, expresa Gerretsen.
“Nos sentíamos amenazados”, recuerda. Por seguridad, se mudó con los corresponsales del New York Times y el Washington Post, porque ellos también tenían problemas.
Una de las imágenes que tomó fue de las primeras víctimas del terrorismo de Estado que aparecieron flotando en el río Mapocho.
Abandonó el país el 21 de septiembre, con rumbo a Buenos Aires. Volvería en Navidad de 1973 y un año después, para el primer aniversario de la Junta, cuando Pinochet debió desarrollar la ceremonia en la Escuela Militar por la negativa del cardenal Raúl Silva Henríquez a realizarla en una iglesia.
Y regresó en 2013, cuando lo impresionó no solo el Metro –que en 1973 estaban recién construyendo– y el crecimiento de la ciudad, sino también el “look Disney” de La Moneda, “toda pintada, lucía blanca, limpia, virginal, no como un edificio histórico, sino como si fuera una construcción de Disney”. Y los carabineros “ya no sonreían, eran Robocops”.
Este último reencuentro con Chile empezó en 2019, cuando murió el fotógrafo Sylvain Julienne, de la agencia Sigma, que trabajó con Chas en 1973, y quien sacó sus rollos el 17 de septiembre de ese año gracias a su amistad con un piloto uruguayo, “cuando de Chile no salía ni entraba ni una llamada telefónica, ni un télex”, ni menos un avión. “Sin él, mis imágenes nunca hubieran salido al mundo”, subraya.
“Abrí un cuenta en Twitter, porque quería recordarlo, y nuestra época en Chile. Escribí unas palabras y no hubo ninguna reacción. Entonces puse una foto de una micro (de la época de la UP). Al otro día tenía dos mil seguidores. Una semana después eran 10 mil. Tres meses después eran 17 mil. Ahora son 25 mil. La gente pedía más fotos”, señala.
Allí posteó fotos como esta, de la “Operación Pelusa”, de enero de 1974: “Cada vez más niños sin hogar aparecieron en las calles de Santiago. Fueron recogidos, puestos en una camioneta y llevados a un hogar”, escribió Chas.
A esto se sumó que, en 2021, el Museo Nacional de la Fotografía de Ámsterdam (Nederlands Fotomuseum) realizó una retrospectiva suya que incluyó una sección sobre Chile, que llamó la atención del Museo de la Memoria de Santiago.
Chas decidió entonces hacer un libro sobre su etapa en nuestro país. Encontró un editor local, pero, para publicarlo en inglés, inició una campaña de recolección de fondos. El libro también ha aparecido en Chile. Fueron años de esfuerzo: Gerretsen tenía más de 8 mil imágenes y debió elegir 300.
“Muestran lo que vi, lo que experimenté. Muestran los disturbios, las colas, las manifestaciones en el Estadio Nacional, todo”, dice.
Ya han pasado 50 años desde esta foto. ¿Cómo cambió Chile tras el golpe?
“Hasta el golpe era un país inocente”, responde. Después, ya no lo fue.
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