Se espera que Chile viva a partir de diciembre uno de los veranos más calurosos de su historia. A partir de los 35 °C, el riesgo de ir a una consulta aumenta un 23%. “Tendremos que adecuarnos a una nueva ‘anormalidad'”, alerta el académico Luis Cifuentes, de la UC.
Un reciente estudio de Centro de Cambio Global UC y Bupa ha develado los impactos sobre el cambio climático en la salud humana, específicamente ligados a los extremos de frío y calor.
La investigación adquiere una candente actualidad en momentos en que se espera que Chile viva próximamente uno de los veranos más calurosos de su historia.
La base ha sido el análisis de consultas reales de pacientes entre el año 2012 y el 2022 en la Región Metropolitana. Específicamente, se analizaron casi dos millones de atenciones médicas a más de 78 mil pacientes únicos.
Entre otros aspectos, a nivel general, el estudio identificó que el riesgo de asistir a una consulta médica aumenta en un 23% durante los días donde se registran 35 grados Celsius de temperatura, en comparación con un día de 25 grados.
Estos estudios son “fundamentales para evaluar y cuantificar el impacto directo del cambio climático en la salud de las personas, que es el bien más preciado y el que más contribuye al bienestar”, detalla el ingeniero y profesor Luis Cifuentes, investigador del Centro de Cambio Global UC.
Con esto coincide Karla Yohannessen, profesora asistente de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Chile.
“Si bien los impactos son globales, estos pueden ser diferentes en diferentes países, incluso pueden ser diferentes dentro de un mismo país o región dentro de un país”, comenta la especialista.
Agrega que, en el caso de Chile, con zonas geográficas tan diversas, los fenómenos extremos del cambio climático pueden diferir y obviamente causar diferentes efectos en la salud humana, así como en la infraestructura, predios agrícolas, etc.
En ese sentido, los fenómenos extremos asociados al cambio climático tienen diferentes impactos en la salud.
Por ejemplo, las inundaciones y aluviones conllevan consecuencias físicas directas en las personas, como lesiones y muertes, pero también se asocian a un aumento de las infecciones, problemas respiratorios y estrés postraumático, explica la académica.
“Las temperaturas extremas, especialmente el calor extremo, afectan los sistemas cardiovascular, respiratorio, nervioso y renal, ocasionando la muerte en algunos casos. Los incendios forestales que se asocian a las temperaturas altas, en combinación con problemas de sequía, también afectan a los sistemas respiratorios y cardiovascular principalmente. Sin duda que todos estos fenómenos, además, afectan la salud mental de las personas”, destaca Yohannessen.
En el caso del presente estudio, Cifuentes explica que todo partió cuando Bupa Chile se acercó a la UC porque estaba preocupado por el efecto del cambio climático en la salud, especialmente de sus pacientes.
“Ellos disponen del registro de atención médica de todos sus pacientes, en todos sus centros médicos. En colaboración con ellos estudiamos el efecto de la temperatura en la frecuencia y oportunidad de visitas médicas en pacientes con antecedentes cardiovasculares, analizando más de diez años de datos anonimizados”, detalla.
Además, el estudio pasó por el Comité de Ética de la Universidad Católica y de Bupa internacional.
Entre las conclusiones, Cifuentes nombra que existe un aumento de consulta médicas en días con temperaturas altas, pero también bajas.
“Un resultado interesante es que las personas de edad mayor no tienen un efecto alto, lo que puede deberse a una conducta defensiva, que denota cierta adaptación conductual a las altas temperaturas”, explica.
“Es evidente que las temperaturas extremas, altas o bajas, tienen un impacto directo en la salud. Las olas de calor y de frío aumentan muchos efectos, incluida la mortalidad”, puntualiza.
Yohannessen coincide: “Efectivamente, las temperaturas extremas son las que principalmente afectan la salud de las personas, ya que generan reacciones en el cuerpo humano para poder hacer frente al frío extremo –para que el cuerpo no pierda calor– y al calor extremo –para que el cuerpo pierda calor–”.
Y añade: “Estas reacciones principalmente están dadas por el sistema cardiovascular y respiratorio, para mantener una temperatura corporal óptima que permita la función de todos los sistemas del cuerpo humano”.
“Por ejemplo, ahora que viene el verano y se han proyectado temperaturas extremas, hay que poner atención a las reacciones que tiene el cuerpo para perder calor: aumenta el flujo sanguíneo hacia la piel, aumenta la sudoración –que produce una pérdida de líquido corporal–, aumenta la frecuencia respiratoria en respuesta a una mayor demanda de oxígeno, y el sistema renal trabaja para mantener el equilibrio de líquidos y electrolitos, evitando la deshidratación”, explica la académica.
“En este sentido, se debe poner especial atención a las personas de grupos etarios vulnerables –niños y adultos mayores–, mujeres gestantes o personas con comorbilidades, especialmente cardiovasculares, pulmonares y renales, que podrían tener más probabilidad de buscar atención médica durante un evento de calor extremo, independientemente de la región geográfica donde vivan”, señala.
Un ejemplo extremo de esto es lo ocurrido en París en 2003, cuando en una ola de calor la mortalidad diaria aumentó seis veces.
“Lo más preocupante es el efecto de temperaturas no necesariamente extremas en toda la población. Aunque vivimos gran parte de nuestra vida en interiores, la temperatura ambiente sí tiene efectos nocivos en la salud”, recalca Cifuentes.
Explica que estos efectos se determinan a través de estudios epidemiológicos que relacionan la incidencia diaria de efectos con la temperatura día ambiente, máxima o media, que generalmente están relacionadas, así que no hace mucha diferencia cuál se usa.
“Los primeros estudiosos deben ser de los años 80. Son desarrollados por epidemiólogos, que no son necesariamente médicos, ya que se basan en datos secundarios, como el registro diario de defunciones, través de un análisis estadístico”, dice.
Estos estudios permiten detectar cambios menores, pero que afectan a toda la población, como mortalidad por todas las causas, admisiones hospitalarias, etc. Algunos estudios incluso han relacionado la incidencia de crímenes violentos con la temperatura.
“Desde los años 80 se han hecho muy populares, y recientemente han aumentado notoriamente, la cantidad de artículos que estudian los efectos de la temperatura en la salud humana”, menciona.
Al ser consultado sobre si en en el caso específico de Chile hay políticas de salud respecto a esta problemática, el especialista responde que aún no hay políticas sobre el impacto de la temperatura en la población general.
“El gobierno metropolitano de la Región Metropolitana (RM) instaló un sistema de alerta el verano pasado, pero que requiere mucho trabajo: se deben determinar los valores a los cuales se emiten las alertas, y sobre todo la forma en que se comunican”, detalla.
Asimismo, actualmente el Ministerio de Salud, la Seremi de Salud y el Gore de la RM están desarrollando protocolos de calor extremo y altas temperaturas con recomendaciones específicas para la población y preparación de las instituciones de salud.
Luis Cifuentes señala que en el corto plazo la única manera de contrarrestar el efecto de las altas temperaturas es la conducta de la población, como no hacer ejercicio ni exponerse innecesariamente durante días de calor y mantenerse hidratados.
En el mediano plazo existen medidas que se pueden tomar. Son simples pero efectivas: proveer bebederos públicos en todas las zonas de alta afluencia (la hidratación es fundamental para reducir los efectos); proveer sombra en espacios en que se congregue público, por ejemplo, aquellos donde haya fila para atención; plantar árboles, que además de sombra reducen la temperatura; pintar de blanco superficies expuestas, como techos; y aumentar los lugares con aire acondicionado.
“Esto no parece muy ecológico, pero es una medida de reducción de riesgo”, acota.
En cuanto a los desafíos que enfrenta nuestro país, la académica de la U. de Chile señala:
“Los principales desafíos se relacionan con la preparación de los centros de salud frente a los posibles aumentos de consultas producto de las altas temperaturas y, por sobre todo, está el desafío de la prevención, es decir, preparar tanto a la población como a las instituciones para reducir los impactos del calor extremo y no llegar a que ocurran los efectos en salud”.
Según Cifuentes, “tenemos que aprender a vivir en un clima más caliente, con extremos más altos. La temperatura no se considera un contaminante aún, aunque lo podría ser, porque la Ley sobre Bases Generales del Medio Ambiente, que define contaminante, incluye radiación, dentro de la cual está la temperatura”.
Está claro que la temperatura no se puede controlar, “pero sí la conducta de la población, como se hace en días de emergencia ambiental, en que no se puede hacer clase de educación física”, agrega.
“Tendremos que adecuarnos a una nueva ‘anormalidad'”, concluye.
Puedes ver el estudio aquí.