¿Surgió tras el estallido? ¿Se acabó tras el triunfo del Rechazo o ha vivido una larga agonía desde entonces? ¿O nos acompañará por varios años más? Hablan el Premio Nacional de Historia Julio Pinto, su colega Rodrigo Mayorga (UC), y los académicos Hugo Herrera (UDP) y Mario Sobarzo (USACH).
Desde el inicio del estallido social a partir del 18 de octubre de 2019, que dio origen al más reciente proceso constituyente en Chile, un concepto ha estado en el debate entre pensadores de diversas disciplinas: el de “momento constituyente”.
Hace algunos días, el analista político Alfredo Joignant publicó un artículo en el que citando a Jason Frank, señalaba que este se refiere “una situación en la que el pueblo reclama para sí y por sí mismo el ejercicio (o una parte) del poder político y una participación que trasciende la organización legal cotidiana del Estado”.
“En palabras simples, el momento constituyente es un momento en el cual nos damos cuenta que la respuesta a la pregunta del cómo queremos vivir juntos, la que tenemos en ese momento, la que existe, esa respuesta ya no nos satisface y por lo tanto es el momento en que se hace plausible volver a hacernos esa pregunta o hacerla propiamente tal”, explica Rodrigo Mayorga, académico del Instituto de Historia de la UC.
“Entonces, uno diría el momento constituyente es el momento en que la pregunta se formula y se vuelve plausible de hacer y por lo tanto de responder. ¿Y cómo se responde? Por medio de un proceso constituyente, que es la forma en la cual se busca llegar a esa respuesta de cómo queremos vivir juntos, que es este pacto social que llamamos la Constitución”.
El abogado y académico de la UDP Hugo Herrera recuerda que la idea de “momento constituyente” tiene un uso habitual en la teoría política, y que ya en la Teoría de la Constitución, Carl Schmitt caracteriza la distinción clásica entre poder constituyente y poder constituido.
“Si se va para atrás, el decisionismo de Hobbes es un antecedente significativo. Es importante esta indicación, porque la noción puede adquirir un tono purista que estriña la comprensión del fenómeno del que se trata, un fenómeno que es, precisamente, excepcional y difícil de atar”, define.
¿Hubo momento constituyente tras el estallido? ¿Se acabó tras el triunfo del Rechazo o ha vivido una larga agonía desde entonces? ¿O sigue vivito y coleando, y nos acompañará por varios años más?
“Parece obvio que el resultado del domingo es una mera eventualidad y que no cambiará nada profundo en positivo o negativo, gane la opción que gane, pues ni la nueva Constitución resolverá las contradicciones actuales ni la actual servirá para paliar la crisis en la que nos encontramos”, aventura, de momento, el filósofo Mario Sobarzo de la U. de Santiago.
Julio Pinto, Premio Nacional de Historia, es partidario de una definición sería un poco más amplia que la de Jason Frank. Él definiría “momento constituyente” como el momento en que se redefine el marco de convivencia política, con resultado de un cambio de régimen, algo que generalmente eso ocurre después de una crisis política mayor.
A su juicio, así definido, Chile vivió un largo momento constituyente tras su independencia de España, concluyendo en la Constitución de 1828. Luego hubo tres momentos más: el momento “portaliano”, que terminó con la constitución conservadora de 1833; el momento “alessandrista-ibañista”, que puso término a la crisis del estado oligárquico y culminó en la Constitución de 1925; y el momento “pinochetista”, que consolidó la obra refundacional de la dictadura y culminó en la Constitución de 1980, ideada fundamentalmente por Jaime Guzmán.
Sobarzo, en cambio, es partidario de debatir la idea de momento constituyente, “pues el poder constituyente radicado en la potencia popular está siempre presente, en la medida que él va unido a la posibilidad de la revolución”.
“Esta siempre es una opción contra el ‘mal gobierno’, esto es algo que incluso Tomás de Aquino validaba, aunque por sus propias razones. Esta capacidad de hacer un corte en la historia presente y cambiar el curso de un orden político que está mal es un derecho de los pueblos, incluso reconocido en la Carta de Derechos Humanos. Esto es así para la Gloriosa Revolución del siglo XVII en Inglaterra, la Revolución Francesa o las independencias latinoamericanas. Todas ellas tienen en común un proceso de reorganización del poder, generalmente en un sentido positivo para quienes realizan la revolución, pues consiguen sus objetivos estratégicos, por ejemplo, la creación de una Constitución”, opina.
Lo cierto es que, según Pinto, los protagonistas de estos “momentos constituyentes” han sido siempre los mismos, es decir, “grupos de élite”. “En otras palabras, el protagonismo popular se dio durante las crisis políticas, pero no en la redacción de las constituciones”.
Para Mayorga, un ejemplo es lo ocurrido con la Constitución de 1925, un proceso en el cual “también juegan un lugar muy importante actores colectivos, y sobre todo actores que vienen del mundo popular, del mundo obrero, del mundo de la naciente clase media, que también van a intentar levantar un proceso constituyente distinto, que finalmente no va a lograr ser exitoso”.
En cuanto al momento constituyente actual, Herrera señala que sus protagonistas son las llamadas clases medias emergentes, “el vilipendiado ‘facho pobre’, asentado en nuevas formas de consumo y trabajo, las capas ciudadanas sometidas a la segregación, la disolución de comunidades tradicionales, en Santiago: a la polución, el calor infernal, la falta de espacio”.
“También deben ser mencionadas las dirigencias de los partidos políticos que, salvo excepciones, operan en los esquemas del orden viejo. Incluso los jóvenes del FA lucen haberse aburguesado y hasta corrompido más rápido que sus adversarios: en apenas 10 años caen en prácticas sistemáticas y extendidas de financiamiento ilegal, ocultamiento de información, aislamiento en vecindarios exclusivos, moralización que simplemente se desentiende del esfuerzo y los anhelos cotidianos de las sacrificadas masas”.
“En la actualidad tenemos una crisis de dirección de la oligarquía, pero no existe conciencia de sí en las clases populares ni tienen organizaciones políticas capaces de disputar el orden instituido. Para usar una metáfora, es el triunfo del peor equipo del campeonato porque su contraparte no se presenta a jugar”, complementa Sobarzo.
La historia además enseña que se trata de procesos de larga duración, que pueden durar años o décadas.
Pinto subraya que la crisis post-independencia duró casi 25 años, si se comienza a contar desde 1810 y se concluye con la Constitución de 1833. La crisis de comienzos del siglo XX duró unos 15 años, desde la elección de Arturo Alessandri en 1920 hasta la estabilización del nuevo orden político durante la segunda presidencia de Alessandri, mientras que la de los años 70 podría decirse que duró desde la elección de Salvador Allende hasta el comienzo de la transición post-dictadura, “aunque la legitimidad de la Constitución de 1980 siguió en discusión mucho tiempo más, prácticamente hasta hoy”.
Incluso la aprobación de una Constitución no significa el fin del momento constituyente, tal como ejemplifica su colega Mayorga con lo ocurrido con la Carta Magna de 1833.
“Porque si bien el año 33 se instala una Constitución que perdura en el tiempo, lo cierto es que en ese mismo momento del 33 era imposible saber si iba a perdurar en el tiempo o no. Uno sabe que un momento constituyente se ha cerrado cuando la Constitución que se aprueba recibe legitimidad de ejercicio, es reconocida como legítima por los actores políticos y eso en realidad va a ocurrir recién o va a terminar de ocurrir recién en la década del 40, de 1840”.
Incluso más allá, “lo importante del poder constituyente no está en el tiempo que dure su capacidad de acción sobre el orden institucional sino en la redefinición que haga de las relaciones de poder en la sociedad. En este sentido, la duración es bastante variable y es difícil de determinar”, en palabras de Sobarzo.
En general, los consultados coinciden es que el estallido social de 2019 ha sido clave en relación al nuevo momento constituyente.
“Más allá de las mediciones y cálculos, de las reflexiones sofisticadas de politólogos y alambicadas de algunos filósofos de la plaza, el hecho indudable, macizo, manifiesto, es que lo que se puede llamar ‘el pueblo’, irrumpió. ¿Cómo podemos saberlo? Porque hubo un momento –diría que entre finales de octubre y la primera quincena de noviembre de 2019– en el cual la verdad no sabíamos para dónde iba el país, y la crisis podía terminar en cualquier cosa”, resalta Herrera.
“Una fuerza, un poderío inmenso, a la vez peligroso y de esperanzas redentoras, de alegría a la vez que sonrisa amenazante de hiena en el ‘el que no baila no pasa’, hizo su irrupción de tal suerte que nadie pudo dudar en la crisis del sistema político. En noviembre de 2019 me atreví a decir esto, agregando que, en su poderío desestabilizador, el pueblo es como un dios y saltaron varios críticos encima. A esta altura me parece que el asunto quedó asentado. No se sabe dónde está el pueblo en la cotidianeidad. ¿Dónde está hoy el pueblo? Se difuminó. ¿Desapareció? No necesariamente. Puede seguir ahí, parece seguir ahí, esperando el momento en el que se encienda la llama que lo arrasa todo y pretende redimirlo todo, la fuerza inmensa que saca de cuajo las raíces profundas del orden. Lamentablemente, no parece haber todavía soluciones a la vista y, pese al agotamiento, al hastío, al vacío que deja la experiencia política, no es descartable una nueva irrupción popular”.
Para Pinto, la diferencia con todos los casos anteriores es que esta vez la iniciativa -o el detonante de la crisis- surgió desde la calle, no desde el sistema político establecido.
“Tanto la derecha como segmentos importantes de la antigua Concertación se opusieron al inicio del proceso constituyente hasta último minuto. Una excepción fue el proceso iniciado durante el segundo gobierno de Michelle Bachelet, que quedó paralizado en el Congreso. Sin el estallido social, no habría habido ‘momento constituyente'”, insiste el Premio Nacional.
Mayorga incluso rastrea el origen de este “momento” más atrás, hasta el año 2011, con el movimiento estudiantil chileno, o incluso el 2006, con la revolución pingüina.
“Ahora, ¿qué es lo que sí hace el 18 de octubre del 2019? Y el estallido hace que ya nadie pueda ignorar que estamos en un momento constituyente, que estamos en esa crisis, porque los momentos constituyentes son momentos críticos, son momentos, como digo, en los que nos damos cuenta que una respuesta que deberíamos tener no la tenemos o que la respuesta que tenemos no nos gusta y por lo tanto es un momento donde hay que construir respuesta. Y en ese sentido, como digo, sí, no creo que el estallido abra el momento constituyente, pero sí creo que el estallido, después del estallido ya nadie pudo negarse a la realidad de que estábamos viviendo ese momento constituyente”.
En cuanto a las causas del “momento constituyente” actual, para Pinto está clara la existencia de “una sensación generalizada de malestar frente a la precariedad de las protecciones sociales, y la convicción de que el sistema insititucional no estaba resolviendo esas carencias”.
“Me parece, por decir lo menos, caricaturesca la imagen que ha instalado la derecha del estallido social como un fenómeno exclusivamente delictual. También la oligarquía de principios del siglo XX calificó la ‘cuestión social’ de esos años como un fenómeno delictual. La historia demostró posteriormente que no era así, que los malestares y las carencias que dieron pie a la cuestión social eran profundamente reales, y terminaron nada menos que con el hundimiento del orden oligárquico”.
De hecho, para su colega Mayorga este momento constituyente le parece muy similar al momento constituyente de inicios del siglo XX, en cuanto a sus causas.
“Creo yo que en el fondo la sumatoria de un sistema o de una forma de relación con el Estado, en torno específicamente a los derechos sociales, que se percibe que no funciona o que a mí como individuo no me funciona, no me está entregando algo bueno, sumado al descontento al ver que el modelo funciona de manera desigual, porque a otros individuos que tienen más se les está entregando algo que sí es bueno, no a los individuos que han hecho más esfuerzos, más méritos, no, a los que tienen más, ese es el criterio. Y si yo sumo eso al sentir que además este modelo no cambia y no puede cambiar”.
En Sobarzo, la clave se encuentra en un orden institucional que le entrega “un poder omnímodo a una clase social oligárquica, lo que se traduce en abusos constantes al amparo de la ley”.
“Esto es así en la amplia gama de nuestra vida social, tanto cuando trabajamos como cuando estudiamos o tenemos que ir al médico o nos toca jubilarnos. Los gremios empresariales no tienen contrapeso pues hasta los partidos de izquierda terminan siendo corruptos y operando al interior del sistema económico”.
Herrera apunta a una diversidad de factores: la disolución o pérdida de peso de agrupaciones tradicionales como la iglesia y la familia; el estancamiento económico de largo aliento y una economía que no da señales de alteraciones profundas en la manera insatisfactoria de producir; la adquisición de nuevos hábitos de consumo e individuación por parte de las grandes masas; el hacinamiento de la población en Santiago y el abandono de las regiones.
“La crisis fue telúrica en un sentido eminente, que no ha sido suficientemente considerado. Debe agregarse la pérdida de capacidades comprensivas de las élites, devenidas oligárquicas; la crisis de los partidos políticos; el dominio de discursos demasiado abstractos –el economicista de la derecha, el moralizante de la izquierda– como para comprender la situación concreta, etc. En resumen, se trata de un desajuste profundo entre los anhelos populares concretos, entre la situación del pueblo en su territorio, por un lado, y las instituciones, discursos y élites, por el otro. Nunca habrá una adecuación plena de las élites, discursos e instituciones con el pueblo. Algo así coincidiría con la tiranía o el caos. Sin embargo, puede haber mayor o menor grado de adecuación o cercanía entre ambos polos. Cuando la tensión aumenta, entonces es el momento de la crisis”.
Finalmente, en cuanto a la actualidad, para Herrera está claro que el momento constituyente “continuará. Y continuará por largo rato”.
“Como decía, estas crisis son de largo aliento, tan extensas como extenso es el tiempo de la producción de nuevos discursos, dirigencias renovadas y reformas institucionales capaces de recomponer la legitimidad del sistema político. Para peor, tras el 15 de noviembre, no se ha dado aún ningún paso que pueda llamarse decisivo. Esta es una razón para aprobar, aunque sea a regañadientes, el proyecto de nueva constitución: obligaría, como especie de pie forzado, a movilizar las capacidades articuladoras del país”.
En tanto, para Pinto está claro que en la medida que el país enfrenta un segundo plebiscito constitucional, es evidente que el proceso no ha terminado.
“Dicho eso, es igualmente evidente que su prolongación ha generado un cansancio generalizado en la sociedad, y la sensación de que lo que resulte de este proceso no resolverá nuestros problemas más apremiantes. Lo que ha quedado palmariamente demostrado es que nuestras fracturas como país son demasiado profundas como para generar los consensos mínimos que requiere una constitución legítima. En ese sentido, me parece un proceso que seguirá abierto, aunque sin visos de solución a corto plazo. Es una lástima, pues por primera vez en nuestra historia se pudo haber escrito una constitución a partir de una deliberación ciudadana amplia y democrática. Como país, no estuvimos a la altura”, lamenta.
En cambio, para Mayorga el momento constituyente se está cerrando, “si es que no se cerró ya, probablemente el momento constituyente ya se cerró, ya terminó y terminó sin una respuesta que nos satisfaga”.
“Esto es tan así que hoy día la discusión constituyente ya no es sobre la respuesta, es sobre si esto es en contra del gobierno, en contra del republicano, o sea claramente no estamos discutiendo ya la respuesta ni la pregunta propia del momento constituyente. Entonces uno podría decir que sí, que el momento constituyente se cerró, ahora ¿cuál es el problema? El problema, valga la redundancia, es que el problema constituyente sigue, porque nuestro momento constituyente no nos dejó una respuesta, pero sí nos dejó la certeza, la claridad de que lo que tenemos no es lo que queremos”, dice.
“Tenemos claro que el problema constituyente gane el a favor o el en contra, va a continuar, porque no hemos logrado una respuesta que satisfaga a la mayoría, y eso es un gran gran problema que vamos a tener que enfrentar muy fuertemente hacia adelante, aquí hemos perdido todos y tenemos que hacernos cargo de esta derrota de Chile completamente”, concluye.