En su último día de rodaje, Mpungwe se levantó y golpeó a Djenguet en el pecho, como para despedirse. Si alguna vez regresa, Djenguet cree que Mpungwe lo recordará.
Cuando un camarógrafo de vida silvestre fue invitado a filmar el proceso de exposición gradual de una familia de gorilas a los humanos en lo profundo de los bosques de la República Democrática del Congo algo incomodó al macho alfa del grupo.
De repente, el gigante de lomo plateado, conocido como Mpungwe, cargó contra él con un chillido.
Pero, a pesar de estar aterrorizado, Vianet Djenguet sabía que el primate de casi 254 kg no quería lastimarlo. Lo estaba poniendo a prueba.
Cualquiera que quisiera ganarse la confianza de Mpungwe y convertirse en su amigo debía mostrar respeto.
“Esa acometida fue una forma de decir: ‘Mira, mi familia está aquí. Tengo que protegerla, así que retrocede'”, dice Djenguet. “Pero si te mantienes firme, eso es algo que le impide avanzar”.
El gorila extendió el brazo y agarró el pie de Djenguet.
“Podía sentir la fuerza y el poder de su mano”, dice el camarógrafo. “Fui lo suficientemente rápido como para retirar el pie y luego me quedé completamente congelado”.
Poco después, Mpungwe se deslizó hacia atrás por el terreno montañoso y desapareció entre el denso follaje.
Djenguet fue invitado a conocer a Mpungwe por los conservacionistas del Parque Nacional Kahuzi-Biega de la República Democrática del Congo.
Querían que documentara los intentos de acostumbrar al lomo plateado y a su familia a la presencia de humanos.
El proceso, llamado habituación, puede durar entre dos y diez años e implica rastrear y seguir a los animales a través del bosque de 6.000 kilómetros cuadrados.
Sólo funcionará si el macho alfa del grupo, el lomo plateado, acepta a los humanos. Si él lo hace, su familia también lo hará.
Mpungwe y su familia se encuentran entre los últimos gorilas de tierras bajas orientales que quedan en la República Democrática del Congo, y el objetivo final de la habituación es salvarlos de la extinción.
Si tiene éxito, los turistas podrán visitar a la familia, lo que generará ingresos para ayudar a proteger a los gorilas y su hábitat.
Éste es el segundo intento de adaptación de Mpungwe. En 2015 se intentó, pero fracasó.
Cuando era niño, Mpungwe se crió en una familia de gorilas habituados, pero en 1996 se quedó huérfano. Su familia murió durante una guerra civil, cuando el país era conocido como Zaire.
Vagaba solo por el bosque, dice el guía jefe del parque, Papa Lambert Mongane. Con el paso del tiempo, conoció otras familias salvajes y “robó hembras salvajes”, cuenta el guía, hasta formar finalmente la familia que tiene ahora.
Pero como todo patriarca protector, Mpungwe, que ahora tiene 35 años, hará cualquier cosa para mantener a salvo a su grupo de 23 gorilas. Su familia incluye gorilas machos y hembras, además de bebés.
Vianet Djenguet fue invitado a filmar el proceso de habituación durante tres meses para un documental de la BBC.
Tuvo que caminar a través de un denso bosque todos los días, siguiendo a los gorilas en peligro de extinción con una cámara de 50 kg y un trípode.
Los gorilas, que comparten alrededor del 98% de su ADN con los humanos, son como nosotros, afirma.
Mentalmente “fotografian tu cara para poder recordar exactamente quién eres”.
Para mostrarle a los gorilas que quería ganarse su confianza, Djenguet dice que tuvo que actuar como ellos, imitando sus gestos y observando cómo usaban sus manos.
Cuando se golpeaba el pecho, los miembros más jóvenes del grupo le devolvían el golpe.
“Todo esto me recordó que estamos muy cerca de estas criaturas y que están haciendo un trabajo increíble para nosotros”, dice.
“Son los jardineros de esos bosques que nos liberan oxígeno”.
Las hembras de gorila cuidan de forma similar a las madres humanas, añade Djenguet.
Recuerda haber observado a un bebé gorila en medio de un berrinche, mientras su madre se aseguraba de que su hijo permaneciera relajado, de una manera similar a los humanos.
Una hembra da a luz a una cría de gorila cada cuatro o seis años, afirma Djenguet. Esta baja tasa de reproducción hace que a los gorilas les resulte más difícil recuperarse de la disminución de la población.
Las sucesivas guerras, entre 1996 y 2003, afectaron duramente a la población de gorilas del país, explica Mongane.
Durante este período de inestabilidad política, muchos gorilas fueron asesinados y consumidos para obtener carne de animales salvajes.
Además, las trampas de los cazadores furtivos siguen siendo una amenaza mortal para los gorilas del parque.
El hijo de Mpungwe perdió su pata cuando quedó atrapado en una trampa, dice Mongane, pero el animal sabía lo que tenía que hacer para sobrevivir.
“Se levantaba muy temprano por la mañana y hundía los pies en el río, dejándolos allí durante al menos 10 minutos”, cuenta Mongane.
“De esta manera desinfectó sus heridas”.
Antes de las guerras, había 630 gorilas en el parque nacional -afirma- pero ahora se cree que sólo quedan 170, repartidos en 13 familias.
La vida de los gorilas también se ha visto impactada por la deforestación humana, dice Papa John Kahekwa, fundador de la Fundación Pole Pole, una organización comunitaria que trabaja para proteger a las criaturas.
El hábitat de los animales está siendo invadido por los cultivos de los agricultores, la construcción de nuevas aldeas o la tala ilegal.
La República Democrática del Congo perdió 490.000 hectáreas de selva tropical en 2020, según Global Forest Watch.
Mientras seguía a la familia de Mpungwe, Djenguet dice que sintió que la presencia de humanos hacía que los animales se sintieran estresados en algunos momentos.
La prueba de ello eran los excrementos parecidos a la diarrea que producían.
Dice que si hubiera suficiente dinero para la conservación, los gorilas no tendrían que ser parte del ecoturismo.
“Sería mucho más fácil dejarlos en el bosque y dejarlos libres”, afirma. “Hay que ser cruel para ser amable, y este es el ejemplo de ello”.
Salvar al gorila de las tierras bajas orientales es un acto de equilibrio difícil y, para tener éxito, se necesita el apoyo de los vecinos humanos del parque que también se beneficiarán del ecoturismo.
Cuando las comunidades locales tengan ingresos, dice Kahekwa, evitarán que otros en la aldea dañen a los gorilas y su hábitat.
“De este modo, los gorilas acaban pagando por su propia supervivencia”, añade.
Pero hay otras dificultades. Desde mediados de los años 80 hasta principios de los 90, 7.000 turistas al año visitaban el parque nacional, dice Kahekwa.
Desde las guerras, llegan alrededor de 150 cada mes.
La situación de seguridad en gran parte del este de la República Democrática del Congo, donde vive la mayoría de los gorilas, sigue siendo inestable.
Antes de la habituación de Mpungwe, el parque tenía sólo un grupo de gorilas habituados para que los turistas los visitaran, encabezados por el lomo plateado, Bonane.
Mpungwe se considera ahora medio habituado, según los guardas ecológicos del parque. Aunque ha sido visitado por algunos turistas, su grupo no está tan habituado como el de Bonane.
Cuando Djenguet terminó los tres meses de filmación de los gorilas y se acercaba cada día más al grupo, dice que sintió que Mpungwe y su familia “casi lo habían adoptado”, una experiencia que describe como una lección de humildad.
“Me dejaron entrar”, dice.
En su último día de rodaje, Mpungwe se levantó y golpeó a Djenguet en el pecho, como para despedirse. Si alguna vez regresa, Djenguet cree que Mpungwe lo recordará.
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