El autor aborda en su más reciente publicación, su niñez y juventud en las salitreras del Norte. “Cuando inventen una IA con intuición, con imaginación, con memoria y con experiencia -los cuatro elementos con los que yo escribo-, entonces hablamos de competición”, señala en esta entrevista.
El escritor Hernán Rivera Letelier (Talca, 1950) publicó este año el libro Del diario de vida que nunca escribí (2024, Alfaguara), dedicado a su infancia.
El relato aborda su vida como cuarto hijo de una familia evangélica en el campamento de Algorta (Antofagasta), con un padre obrero del salitre y una madre fallecida trágicamente por la mordida de una araña de rincón.
Aparecen los juegos imaginarios en el desierto más seco del mundo, las leyendas que lo formaron, los primeros amores y deslumbramientos, los trabajos arduos siendo apenas un niño, las formas de vida de los campamentos mineros, entre otros recuerdos que se hilan con una insoslayable ternura y sentido del humor.
–En esta nueva entrega, nos cuenta de su infancia en la salitrera Algorta y parte de su estadía en Antofagasta, más o menos hasta los 11 años de edad. ¿Vendrá luego su adolescencia, juventud y más?
–Ese fue el consejo de mi duende cuando me dijo que escribiera un diario de vida sobre mi infancia. Cuando yo le repliqué sería difícil a mi edad, me dijo que no fuera pendejo, que me iba a sobrar el tiempo. ‘Tanto así que hasta podrías escribir la trilogía: infancia – juventud – vejez”. Yo pensé: siempre que no aparezca el “Carediablo” y me borre la pizarra. El “Carediablo” era un profesor de primaria que siempre nos borraba la pizarra antes de terminar de copiar. Aquí la pizarra es la memoria y el profesor el Alzheimer.
–La temática del Norte grande, el desierto y las salitreras está presente en toda su obra. ¿Continuará revisitando este mundo?
–Nunca sé lo que voy escribir hasta que me sale del epigastrio. Si llego a escribir la segunda y tercera parte, por supuesto que estará presente la pampa, pues ahí viví hasta los 45 años.
–¿Qué le aconsejaría a los jóvenes que hoy viven una realidad parecida a la suya en su infancia y adolescencia, que tienen talento, pero con recursos escasos, para acercarse al mundo de los libros, del arte, de la literatura?
–Escribir es el más barato de las artes. Solo necesitas papel y lápiz. Si quieren escribir y tienen talento, con eso basta y sobra. Como tienes que leer mucho, ahí están las bibliotecas. Estamos hablando de jóvenes de escasos recursos. En las bibliotecas también hay internet. Hay que convertirse en un hambriento de lectura. Yo en la pampa cuando recién comenzaba a escribir mis poemas, a veces me gastaba la plata del pan para comprar la revista Paula, pues había descubierto que traía una página dedicada a la poesía.
–¿A qué escritor vivo más admira y a cuál de los que ya se han ido?
–Sigo admirando a los escritores de los años sesenta y setenta. Por lo mismo ya casi no leo a los nuevos escritores. Estoy leyendo y releyendo sobre todo a los del Boom. Yo digo que aún no se escribe algo de tan alta calidad como lo hicieron esos genios.
–¿Qué futuro le ve a la literatura con el potencial de la inteligencia artificial (IA)? ¿Cree que alguna vez puedan existir escritores IA compitiendo con humanos?
–Cuando inventen una IA con intuición, con imaginación, con memoria y con experiencia -los cuatro elementos con los que yo escribo, las cuatro herramientas con las que yo trabajo-, entonces hablamos de competición.
–¿Cuál le gustaría que fuera su epitafio y dónde le gustaría “ descansar en paz”, ¿en alguna salitrera?
–Ya lo he dicho un par de veces: mi epitafio lo tengo escrito hace años, dice: “Aquí descansa HRL – murió antes que su obra”. Con eso me conformo.
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