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Bloomsday: el épico día de Dublín CULTURA|OPINIÓN

Bloomsday: el épico día de Dublín

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Pablo Bravo
Por : Pablo Bravo Periodista y escritor.
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Para quienes aún no han leído “Ulises”, la obra sigue la vida y los pensamientos de Leopold Bloom, su mujer, Molly, y Stephen Dedalus -entre otros personajes-, desde las 8 de la mañana del 16 de junio de 1904 hasta la madrugada del día siguiente.


“Solemne, el gordo Buck Mulligan avanzó desde la salida de la escalera, llevando un cuenco de espuma de jabón y, encima, cruzados, un espejo y una navaja. La suave brisa de la mañana le sostenía levemente en alto, detrás de él, la bata amarilla, desceñida. Entonó en el aire el cuenco y entonó:

– Introibo ad Altare Dei.

Deteniéndose, escudriñó hacia lo hondo de la oscura escalera de caracol y gritó con aspereza:

– Sube acá, Kinch. Sube, cobarde jesuita”.

Así comienza la novela de James Joyce, Ulises (traducción al español de José María Valverde). Se trata del punto de partida ambientado en la torre Martello de Sandycove, al sureste de Dublín, para un viaje literario que recurre a la capital irlandesa como telón de fondo.

Para quienes aún no han leído Ulises, la obra sigue la vida y los pensamientos de Leopold Bloom, su mujer, Molly, y Stephen Dedalus -entre otros personajes-, desde las 8 de la mañana del 16 de junio de 1904 hasta la madrugada del día siguiente.

Diversos especialistas debaten si esta es la gran novela del siglo XX, sino universal, al menos, de las letras en inglés. Independiente de esta discusión, hay bastante unanimidad en que la obra marcó un antes y un después para la literatura global después de su publicación en 1922.

El Bloomsday (por Bloom y por Doomsday, Día del Juicio) es la conmemoración y celebración de la vida del escritor irlandés James Joyce, que se realiza anualmente en Dublín, precisamente, cada 16 de junio. Los seguidores de la novela acostumbran durante este día a recrear el recorrido que Leopold Bloom realiza por las calles de la ciudad: la jornada comienza con el mismo desayuno que el personaje, es decir, riñones e hígado de cerdo con té y tostadas, para luego realizar un itinerario por los lugares que se describen en la novela, como el Davy Byrne’s Pub, la playa de Sandymount, la Biblioteca Nacional de Kildare Street, la farmacia reconvertida en librería Sweny’s Chemist o el pub The Bailey de Duke Street. Es usual durante este día ver a los aficionados de Joyce vestidos como si fuera 1904, interpretando a algunos de los personajes de Ulises y leyendo a viva voz pasajes de la novela.

Hay quien dice que, en caso de ser destruida alguna vez, Dublín podría ser reconstruida a partir de las descripciones de James Joyce. Pero Ulises es mucho más que un viaje geográfico: el escritor formado por educadores jesuitas ha sido reconocido como uno de los más influyentes del siglo XX por su épica inmersión al mundo interior de sus personajes y, de esta manera, a la conciencia humana.

Vladimir Nabokov consideró a la novela “una obra de arte divina”. Ernest Hemingway dijo que es un libro “condenadamente maravilloso”. En Flower of the Mountain, Kate Bush utilizó el monólogo final de Molly Bloom para revelar la faceta más poética de Joyce: “Lo rodeé con mis brazos sí y lo traje encima de mí para que él pudiera sentir mis pechos todo perfume sí y el corazón le corría como loco y sí dije quiero Sí“. Escritores y editores como Enrique Vila-Matas, Eduardo Lago o Malcolm Otero Barral, entre otros, crearon la Orden del Finnegans con el único propósito de venerar la novela: los miembros se obligan a asistir a Dublín al Bloomsday para leer fragmentos y, finalmente, caminan hasta el pub Finnegans en la vecina población de Dalkey donde culminan su acto anual.

¿Por qué Ulises, más de un siglo después, sigue provocando tanta atracción?

He puesto tantos enigmas y rompecabezas que mantendrá a los profesores ocupados durante siglos discutiendo lo que quise decir“, declaró Joyce alguna vez. Se ha analizado que el mayor desafío para el lector consiste en enfrentarse a innumerables asociaciones lingüísticas que desarrolla el autor (citas literarias, trozos de ópera, canciones, términos científicos y teológicos, etc.) y, más aún, de intentar compartir la misma capacidad de memoria del escritor: el lector debe suponer que en cualquier momento Joyce puede estar parafraseando (a veces, en modo de caricatura) un texto previo que ni siquiera es conocido por la gran mayoría de los lectores de habla inglesa. A modo de ejemplo, solo para las alusiones literarias, el texto Allusions in Ulysses, de Weldon Thomas, cuenta con más de 500 páginas.

Es sabido que Joyce recomendaba a sus cercanos que leyeran la Odisea antes de sumergirse en Ulises. No obstante, los estudios han planteado que no hay referencias directas entre un texto y otro, más allá -probablemente- de la estructura. Además, algunos investigadores han concluido que el autor nunca leyó realmente a Homero, sino solo Las aventuras de Ulises de Charles Lamb, una versión abreviada del poema.

La novela no siempre tuvo la admiración que hoy se le reconoce y, por décadas, estuvo rodeada de polémicas, incluso se llegó a decir que era un libro obsceno y pornográfico (Virginia Woolf consideró la obra “un libro analfabeto de baja estofa”). En Gran Bretaña y Estados Unidos estuvo prohibido hasta inicios de los años ‘30 e, incluso, en la propia Irlanda debía conseguirse en forma casi clandestina casi dos décadas después.

Aunque se suele emparentar a Ulises con los acercamientos de Dickens a Londres o de Balzac a París, lo cierto es que James Joyce no tuvo entre sus propósitos realizar una novela social, más allá del trasfondo dublinesco de la obra. Sin ir más lejos, en una entrevista en Francia declaró: “Lo malo es que el público pedirá y encontrará una moraleja en mi libro, o peor, que lo tomará de algún modo serio y, por mi honor de caballero, no hay en él una sola línea en serio”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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