“En noviembre del año pasado hubo un paro en el Museo Nacional de Bellas Artes, que se extendió alrededor de un mes y medio. Me llamó la atención la poca importancia pública de que los museos estén cerrados. No sé si en un país como Francia, por ejemplo, podrían estar un mes y medio cerrados”, dice.
Luego de casi 2 años sin actividad, ACA (Arte Contemporáneo Asociado) ha estado trabajando desde marzo para re-articularse y defender los intereses de quienes trabajan en el sector de las artes visuales. La elección de directiva se realizará este sábado 22 de junio.
ACA es una asociación sin fines de lucro, con personalidad jurídica registrada en el Ministerio de Economía, creada en el año 2005 en Santiago de Chile. Se dedican a proteger, fomentar y difundir las actividades de artistas, teóricos y espacios de arte contemporáneo.
Entre sus asociados se encuentra Máximo Corvalán-Pincheira. El artista visual ha estado participando en la reactivación de ACA: asistió a la marcha del 1 de mayo organizada por la CUT con otras socias y socios, además de participar de la última asamblea extendida en Casa Palacio, espacio cultural autogestionado que también acogerá a ACA en esta instancia decisiva para el futuro de la colectividad.
– ¿Por qué te inscribiste como socio?
– Me integré a ACA porque representaba mejor mis intereses que otras organizaciones del sector de las artes visuales, como APECH o Creaimagen. Quería luchar por demandas básicas que vivíamos –y seguimos viviendo– quienes trabajamos en arte contemporáneo.
– Respecto a esas otras agrupaciones, ¿cuál es el perfil de quienes pertenecen a ACA y qué los singulariza?
– Participan artistas, curadores, teóricos, galeristas, trabajadores de museos y otros oficios dentro de la escena. Un grupo muy diverso cuyos intereses no eran representados por otra asociación. A todas y todos nos unen ciertas dinámicas y problemáticas que caracterizan al sector.
– ¿Podrías referirte a esa caracterización?
– Somos personas que trabajamos aisladas unas de otras. Una asociación puede visibilizar las demandas y necesidades que cada uno tiene individualmente, pero que no son muy distintas entre sí. Existe la visión en otras áreas del campo cultural, como la artesanía o el teatro, de que las artes visuales son una escena “pituca”: poco solidaria e interesada en la participación. Hay un desconocimiento general de la labor que cumple ACA. El desinterés del gremio en general, y de los artistas visuales en particular, tiene que ver con esa falta de información.
– En ese sentido, ¿se trata de asuntos que podrían beneficiar a quienes se integren en la asociación, en la medida de que se trabaje sistemáticamente?
– Cosas tan básicas como las buenas prácticas entre nosotros mismos o la difusión de nuestros problemas. ACA podría haber cumplido para la pandemia una defensa mayor de todo este gremio. Me tocó por trabajo estar en distintos países y me di cuenta de que a pesar de los efectos económicos de la misma crisis sanitaria que sufría Chile, en los otros lugares se tomaron más medidas para proteger a las artes visuales como sector productivo. ¡ACA podría haber representado esos intereses! Y también podría visibilizar y defender la importancia que el arte contemporáneo tiene a nivel social.
– ¿Y en qué se tropieza para que eso ocurra?
– Si uno ve el panorama de la escena, logra darse cuenta de que no tenemos ninguna incidencia en el campo cultural: nos conocemos entre tres a cuatro pelagatos –estoy llevándolo al extremo– y no tenemos repercusión en lo que la gente entiende por “cultura”. Esto no ocurre en teatro o cine. ACA podría incidir en asuntos programáticos, como por ejemplo en la formación escolar. Aunque hay un Secretario Ejecutivo de Artes Visuales en el Ministerio de las Culturas, es actor de profesión. ACA podría dialogar con él para trabajar en conjunto. Podríamos ser un agente de relevancia para posicionar urgencias que son invisibles en la discusión pública.
– ¿Cuál es tu diagnóstico sobre las instituciones públicas y empresas privadas que se relacionan con el arte contemporáneo?
– Dentro del mundo privado hay espacios que funcionan bien –no todos, son contados con los dedos– y otros le traspasan a los trabajadores del sector que sufrimos de esta precariedad, la falta de presupuesto que no permite tener un trabajo realmente profesional. Muchos de nosotros suplimos muchas de esas carencias. Hay lugares donde uno tiene que pintar la sala y entregarla tal cual como la recibió. Eso se da sobre todo en los más emergentes. También son sabidas las condiciones de los museos. En noviembre del año pasado hubo un paro en el Museo Nacional de Bellas Artes, que se extendió alrededor de un mes y medio. Me llamó la atención la poca importancia pública de que los museos estén cerrados. No sé sin en un país como Francia, por ejemplo, podrían estar un mes y medio cerrados; no veo al Louvre cerrado tanto tiempo.
– ¿A qué atribuyes esa desidia?
– Pensando en la mercantilización de todos los aspectos de nuestras vidas, el paro de un Museo u otra institución que promueve el arte contemporáneo no incide, es irrelevante. Hospitales o aeropuertos no estarían cerrados un mes y medio. Hay una precariedad tal, que tiene que ver con la educación y transmisión de la cultura: no se vuelven asuntos trascendentales. ACA tendría que velar porque esa importancia que merece el arte contemporáneo, deje de ser tan insignificante.
– Respecto a quienes trabajamos en arte contemporáneo ¿Hay alguna responsabilidad?
– Por la manera en que trabajamos, hacemos que el medio sea individualista; no nos relacionamos para organizar actividades asociadas. Ahí puede estar una de las dificultades, sin embargo, creo que también esa misma particularidad podría hacer muy importante la existencia de un gremio. He ahí su importancia.
– Esa poca participación, se relaciona con “el artista pituco”…
– Si, aunque esa percepción ha cambiado bastante en el último tiempo. Me llama la atención lo que me ratifican amigos de otros ámbitos: vuelvo a insistir en la idea de los artistas como personas de estrato social alto. Lo he comentado con colegas de mi generación, como Claudio Correa y Bernardo Oyarzún, y ninguno de nosotros tres proviene de una clase con privilegios económicos. Cuando yo volví del exilio vivía en la comuna de Lo Prado. Ese tipo de ideas preconcebidas influye en el escaso interés y la poca necesidad de asociarse, aunque uno empieza a escarbar y todo el mundo está llorando. Todos tienen necesidades y no pueden financiar sus proyectos.
– Para el 2019, hubo más participación…
– Los artistas visuales que participaron del estallido lo hicieron más bien de forma aislada. Yo participé individualmente, como ciudadano. Con ACA hicimos algunas acciones, pero acotadas y no muy visibles. Eso dió cuenta de cómo está conformada la escena. Cuando recién empezaba el estallido fui a una charla de curadores y teóricos al museo Violeta Parra. Era bien curioso el grado de disociación que tenía ese grupo de personas que estaban hablando de arte contemporáneo –en el mismo edificio que fue incendiado poco después–, mientras estaba quedando la escoba afuera.
– ¿Has observado cambios con el nuevo gobierno?
– Es conocida por todos nosotros la precariedad en las artes visuales. Uno tiene que ingeniárselas buscando ingresos de otros lados para complementar su trabajo como artista. Creo que la labor de ACA debe incidir en la educación y ojalá en los medios de comunicación, aunque esos propósitos se vean lejanos.
– Y en este contexto, a cinco años del estallido, ¿cuál es la importancia de retomar la vigencia de ACA?
– La Asociación nos podría proteger en un sistema tan brutal como este. Si tú no tienes un colectivo amplio detrás, que pueda visualizar tus problemas, es muy difícil que el Estado se dé cuenta de lo que está pasando. Es fundamental tener algún tipo de organización gremial, aunque en nuestros proyectos trabajemos de manera tan aislada. Es muy difícil realizar conexiones en lo cotidiano y creo que, de alguna forma, ACA podría representar esta dificultad de juntarse. Nadie logra salvarse estando tan solo.
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