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Premio Nacional de Arquitectura: “Pinochet dejó una herencia que no se ha logrado resolver” CULTURA

Premio Nacional de Arquitectura: “Pinochet dejó una herencia que no se ha logrado resolver”

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Marco Fajardo
Por : Marco Fajardo Periodista de ciencia, cultura y medio ambiente de El Mostrador
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Cristian Castillo repasa sus estudios en la UC en los 60, su militancia en el MIR durante la UP, su secuestro en 1975 y posterior exilio, así como la experiencia en la población de vivienda popular Ukamau de Estación Central. Se define como “un profesional que realza una arquitectura participativa”.


Como mucho chilenos nacidos a mediados del siglo XX, Cristian Castillo Echeverría (Santiago, 1947), flamante Premio Nacional de Arquitectura, ha vivido varias vidas.

Ha sido estudiante de la Universidad Católica en los años 60, ha sido militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), ha sido preso político de la dictadura del general Augusto Pinochet, ha sido exiliado en Londres, y también ha sido retornado en Chile tras la vuelta de la democracia y uno de los artífices de un proyecto de vivienda popular emblemático, como es la población Ukamau de la comuna de Estación Central.

Hijo de uno de los próceres de la arquitectura nacional, además (Fernando Castillo Velasco) y la artista Mónica Echeverría, además de hermano de la cineasta Carmen Castillo, su obra será expuesta durante la próxima XXIII Bienal de Arquitectura y Urbanismo de Chile, a realizarse en 2025, y que será acompañada de una conferencia magistral abierta a todos los miembros de la orden.

Él celebra “este nuevo premio, entregado por mis pares realzando mi labor como un profesional que realza una arquitectura participativa, dedicada fundamentalmente a la vivienda social”.

Año 1964.

Biografía

Él mismo, al ser consultado sobre por qué quiso estudiar arquitectura, responde que “soy parte de una generación de cambios profundos, educado en un colegio jesuita cuando la educación jesuita hacía la diferencia”.

“Ellos fueron los primeros que resaltaron la necesidad del compromiso con quién lo podía necesitar”, subraya en diálogo con El Mostrador.

Salió del colegio el año en que Eduardo Frei Montalva asumió la presidencia de Chile, en 1964, cuando “los cambios propuestos por la Revolución en Libertad obligaron a todas y todos en este país a tomar una postura”.

“Mi padre fue parte de ese proceso y llevo el espíritu de los cambios al interior de nuestra casa, un centro de discusión y reflexión permanente. Padre y madre comprometidos con un país mejor e hijos que bajo su mirada comenzaban a tomar sus propios compromisos. Sentí en su ejemplo, arquitecto de lo nuevo, alcalde que levantaba sueños y los construía con la participación activa de pobladores y vecinos, que la arquitectura era una profesión que permitía un compromiso activo y que desde ella se podía enfrentar los cambios desde cualquier lugar que ocuparas en la responsabilidad que cada uno debía asumir”, recuerda.

“Todavía hoy no me arrepiento de la decisión tomada, ser arquitecto, sin dejar de serlo, me ha permitido hacer diferentes actividades profesionales y ser parte de diferentes realidades a lo largo de la vida”.

Primeras experiencias

A mediados de los años 60 vivió uno de los que califica hitos de su vida: haber participado a mediados de los 60 como estudiante de arquitectura en construcción por autoconstrucción de las 1600 viviendas que componen Villa La Reina en la comuna de La Reina, bajo la alcaldía de su padre Fernando Castillo Velasco.

“Fue mi primer encuentro real con un mundo con hombres y mujeres que unidos y a pesar de las diferencias enfrentaban juntos y por si mismos la solución de sus problemas de vivienda”, cuenta hoy.

Castillo estudió Arquitectura en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica de Chile. Entró en 1965 a una escuela que, según recuerda, se caracterizaba por una educación centrada en la arquitectura, “solo relacionada con su entorno natural y con bajísima participación en los hechos políticos que cruzaban nuestro país en esos años”.

Sin embargo, la escuela y la misma universidad “bullía por la necesidad de los cambios dirigida por una iglesia conservadora y retardataria”.

“La reforma surge de los estudiantes con de la necesidad imperiosa de cambiar el centro de la educación universitaria. Aún hoy me siento orgulloso de haber sido parte de la Reforma de la Universidad Católica que llevó a mi padre a la rectoría de la Universidad en 1967. Y cambiamos la escuela y lo hicimos bajo los parámetros de la Reforma. Una escuela comprometida con la realidad de nuestro país. Y nuestros proyectos como estudiantes cambiaron su eje y comenzaron a servir a pobladores en toma de terrenos, a trabajadores en paro en sus industrias”.

De ahí surge Quinta Michita (hoy parte del patrimonio arquitectónico) como proyecto de título de él y su primo Eduardo Castillo, un proyecto de comunidad que, luego de titulados, en compañía de su padre, decidieron transformarlo en una realidad creando la primera comunidad con jóvenes profesionales de la universidad en reforma que deciden compartir sus vidas con otras familias y que sus hijos crezcan compartiendo sus vidas con otros que serán sus amigos por siempre.

Vivió por entonces otro hito: ser parte, en calidad de socio, de la Sociedad Imporei, una empresa de autogestión dedicada a la fabricación de tubos de cemento para alcantarillado.

Fue una empresa levantada con cesantes de las familias que levantaban por autoconstrucción sus viviendas, con el apoyo del Estado que compraba la producción para ser usada en proyectos de vivienda social.

“La empresa entregaba salarios por igual a cada uno de sus socios, cada cual cumplía una tarea y parte de los ingresos se utilizaba para la compra de canastas de alimentos para las familia”.

Fue una de las experiencias que cortó el golpe de Estado en 1973 contra el gobierno constitucional del Presidente Salvador Allende, “cuando estábamos construyendo la comunidad”.

“Para esa época ya militaba en el MIR y tuve que pasar a la clandestinidad. Desgraciadamente no tuve posibilidad de ver terminar las obras y ser ocupadas por sus comuneros”.

Militancia en el MIR

Como ya se ha dicho, mientras había sido estudiante universitario, Castillo participó de los procesos de cambio de su escuela. Un fuerte movimiento estudiantil logró el cambio de decano de la escuela para iniciar de esa forma las reformas que propugnaban del curriculum de estudios.

En esta lucha fue vicepresidente del Centro de Alumnos de la Escuela y miembro de su Consejo Universitario. Las contradicciones internas en la escuela los llevaron a su división y a partir de ese momento fue el presidente del Centro de Alumnos del Departamento de Obras de la Facultad de Arquitectura de la Universidad.

En este proceso fue radicalizando sus posiciones, no solo frente a las políticas universitarias, sino también en relación a las políticas que el gobierno llevaba adelante, lo que fue comprometiendo en su ingreso al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). En este compromiso militante estaba al momento del golpe de Estado de 1973.

“Además de mis tareas y compromisos universitario tenía un trabajo militante en los Cordones Industriales organizados por el MIR en esa época, levantando las reivindicaciones de los sectores obreros, pobladores y estudiantiles del sector en el cual me tocó desarrollar mi trabajo. Al momento del golpe mi trabajo militante estaba centrado en acentuar nuestra relación y nuestra influencia al interior de las Fuerzas Armadas, buscando así generar conciencia que impidiera ese golpe que parecía inevitable”.

Como cada uno de los militantes, al momento del golpe asumió las tareas que estaban diseñadas para esta circunstancia y pasó a la clandestinidad bajo la consigna que levantó el secretario general Miguel Enriquez (“el MIR no se asila”), respondiendo así “a nuestro compromiso con el pueblo chileno”.

En Caracas, 1984.

Secuestro y exilio

Pagó cara su militancia. Como encargado del Aparato de Documentación del partido, el año 1975 fue secuestrado por los servicios de inteligencia de la Fuerza Aérea (SIFA).

“Estuve detenido en las casas clandestinas de la Sifa y luego en 3 Alamos, desde donde fui expulsado al Reino Unido”, resume.

El propio exilio que vivió desde entonces, en tanto, fue un aprendizaje, “obligado en sus inicios y lleno de fuerza y creatividad después”.

“Los y las chilenas, nosotros, en aquel entonces, éramos un pueblo muy arraigado en su tierra. Las fronteras eran lejanas o difíciles de atravesar. Nos gustaba el mundo campesino y sencillo en el que vivíamos. Salir nos obligó, es muy posible que no lo hubiéramos hecho sino nos hubieran obligado, a ser parte de un mundo más largo y más ancho que el nuestro. A vivirlo, a entenderlo, a ser parte de ellos”, explica.

“Diría que fue difícil cada vez que cambié de país y bueno una vez que logré entender quiénes eran y como eran, una vez que logré asimilar sus idiomas y sus costumbres, a entender cómo debía comunicarme con los otros. Viví en Cambridge y Londres en el Reino Unido, en París, Francia y en Caracas, Venezuela”.

Enseñanzas todas, aprendió a comunicarme en idiomas distintos, a entender culturas diferentes y adaptarse a ellas, “a amar imágenes y cuerpos que no eran nuestros pero que se hicieron parte indivisible de nuestra historia”.

También a trabajar en tantos oficios como el exilio exige, “a contar los días que faltan para el regreso hasta dejar de contarlos porque te han adoptado para siempre”.

Los estudios de post grado en Londres, Inglaterra, le dieron una dimensión de la arquitectura y sus mundos que no había tenido posibilidad de vivirla en Chile, mientras el trabajo en la oficina de Borja Huidobro, en París, le dio una experiencia que lo acerco al trabajo en vivienda social.

En Venezuela, en tanto, construyó “un mundo en mi trabajo con los cubanos como operador turístico abriendo la isla al turismo internacional, y como productor audio visual realizando más de 100 títulos para producciones nacionales y servicios de producción para Europa, Estados Unidos y varios países latinoamericanos y una pequeña oficina de arquitectura para no olvidar el oficio”.

“Un exilio que duro 25 años, pero del que no me arrepiento”, sintetiza.

En La Legua.

Regreso a Chile

Igual, finalmente, volvió al país, “cuando entendí que había llegado el momento de regresar”.

“El exilio había sido muy largo. Aquí estaban mis padres, parte de mi familia que nunca logramos juntar de nuevo en su totalidad, aquí había comenzado a caminar, aquí sentí que debía terminar de hacerlo. No fue fácil, conocía poco y a pocos, mis amigos y mi familia estaba repartida por todos lados”.

Confiesa que le costó adaptarse, porque ya no era esa visita que venía cada seis meses y compartía con la familia y viejos amigos del colegio y la universidad.

“Era el mundo real y este mundo, en este Chile que nos toca vivir, no era nada fácil. Al menos era muy distinto al que había dejado. Pero, ya habíamos aprendido a adaptarnos y junto a mi padre y a mi primo Eduardo Castillo, con el cual habíamos hecho el proyecto de título de Quinta Michita, retomamos el trabajo de las Comunidades Castillo Velasco”.

De ahí en adelante, entre la docencia en la Universidad Arcis, las Comunidades y los pobladores que se acercaban a la oficina pidiendo ayuda en los proyectos de vivienda social que llevaban adelante terminó, a la muerte de su padre, comprometido con el proceso de la vivienda social en Chile como parte fundamental de su proceso como arquitecto.

En Villa Grimaldi, 2019.

Villa Grimaldi

En el medio, también se dio el tiempo para convertirse en miembro de la Corporación Villa Grimaldi, el primer sitio de memoria de América Latina entendido como tal.

“He sido socio, miembro del Directorio y Vice presidente del Directorio de la Corporación por la Paz Villa Grimadi durante muchos años. Ha sido un compromiso con la verdad y la justicia, con la defensa y la Educación en derechos. Un camino para no repetir nuestra historia, para evitar que las diferencias se resuelvan con la masacre de quienes piensan la vida y la sociedad de manera distinta”, relata.

“Quienes caímos presos en los Servicios de Inteligencia de la Fuerza Área no hemos tenido posibilidad de levantar nuestros propios Centros de Memoria. La Academia de Guerra de la FACH, centro de detención, tortura y exterminio, el Hospital de la FACH, lugar de muerte de muchos compañeros, son espacios, todavía hoy, improbables de recuperar como Centros de Memoria. Las casas clandestinas que utilizaron como lugares de retención y tortura las destruyeron o desconocemos su paradero. Ante esta realidad comprometí mi trabajo en derechos humanos en un espacio que para el MIR tiene especial significación”.

Esto debido a que la gran mayoría de compañeras y compañeros desaparecidos o asesinados en ese espacio, perteneció a su partido, muchos de ellos aún sin reconocer.

“Parecía el lugar en el cual podía apoyar el trabajo en derechos humanos manteniendo viva la historia de todas y cada uno de quienes vivieron la tortura y fueron asesinados o desaparecidos desde ese lugar. Hemos construido un sitio de memoria, un parque, que hoy preserva la memoria de quienes levantaron las banderas de la resistencia contra la dictadura y murieron luchando por un mundo mejor. Un lugar de unidad de todas las organizaciones políticas que participaron en la resistencia contra la dictadura que hoy se refleja en la recién inaugurada Plaza de los Memoriales”, analiza.

Con el Comité Santiago Multicolor, 2023.

Trabajo con los Sin Casa

Castillo ya explicó que regresó a un Chile muy distinto. El Chile donde el Estado tenía como meta garantizar la vivienda como un derecho se transformó en otro, donde la vivienda está sujeta a los vaivenes del mercado.

Aún así, siguió por su veta de trabajar junto con los sectores populares en este problema.

“Un millón de familias es, estadísticas más o menos, lo que representa el déficit habitacional en Chile. Cinco millones de chilenas y chilenos y migrantes que viven en nuestro territorio que no tienen un lugar digno donde vivir. Campamentos y hacinamiento es la realidad con la cual vivimos hoy”, dice.

Y acota una frase que se puede aplicar a tantos sectores de la vida diaria:

“La dictadura dejó una herencia que la democracia no ha logrado resolver”.

A su juicio, en síntesis, el modelo neoliberal, que trajo consigo la especulación inmobiliaria y el suelo como un factor de acumulación de capital, domina el paisaje de las ciudades y los pueblos de Chile, y la planificación territorial y urbana no existe, lo que deja en manos de las empresas el desarrollo territorial.

“Las leyes y normas están allí para transgredirlas. Los Planos Reguladores no son parte del quehacer en muchas comunas y si los tienen se encuentran desfasados en el tiempo y no logran adecuarse a las nuevas realidades. La corrupción se ha hecho parte también de la problemática de la vivienda, los barrios y las ciudades. Es un tema empresarial y el Estado acepta y asume que son las empresas privadas las que deben desarrollar las soluciones”, afirma.

También apunta a que “la desconfianza en la capacidad del pueblo de ser protagonistas de su vida y su quehacer se arrastra gobierno tras gobierno”.

“No confían en el pueblo y se arrogan el derecho de representarlos y dar solución a sus problemas. La producción de viviendas con suerte alcanza las 25.000 unidades por año, número nunca suficiente para paliar el déficit. El suelo es cada vez escaso y el que hay tiene costos que los recursos en vivienda social no pueden cubrir. El Estado, a pesar de la existencia de una Ley de Emergencia Habitacional no usa las prerrogativas que la ley le da para expropiar suelo sin uso o mal usado”, a los que se suma quedas Fuerzas Armadas “no devuelven los suelos robados en dictadura, especulan con su propiedad vendiéndolo a precio exorbitantes y los gobiernos no ejercen el derecho que la ley les da para recuperarlos”.

En cuanto al Ministerio de Vivienda, “que durante años ha sido concebido como un ministerio de contención social no ha logrado en este gobierno, cuyo programa presidencial de Territorio, Ciudad y Vivienda planteaba toda una nueva manera de mirar esta problemática con propuestas de transformación no ha podido avanzar como se esperaba y las metas quedaran muy lejos de los objetivos planteados”.

La población Ukamau. Crédito: PAU

Ukamau

En ese contexto es clave su trabajo en la población Ukamau. Se trata de una serie de edificios de 424 departamentos ubicados en la comuna de Estación Central, fruto de la lucha de varios años de pobladores por la casa propia. Fue inaugurada en noviembre de 2020.

Para él, las familias organizadas en Comités de Vivienda, lo que solemos llamar algunas veces los “Sin Casa” son la razón fundamental por la cual el Estado se ha visto obligado a ir cambiando su manera de llevar adelante los programas de barrio y vivienda social.

“Se han transformado en actores protagónicos del proceso buscando y encontrando por si mismos soluciones para sus demandas. En un número cada vez mayor, los Comités de Vivienda llegan a los Serviu o a los ministerios con soluciones de suelos posibles de utilizar en sus proyectos y con arquitectos y constructoras que los acompañan en el proceso”.

Ukamau, en esta nueva realidad, cumple un rol fundamental, según sus palabras.

“Este grupo de pobladores, habitantes de la comuna de Estación Central, hijos y nietos de obreros y campesinos que migran a la capital y se asientan en lo que en esas épocas eran los extramuros de la ciudad, se organizan para luchar por una vivienda digna. De manera sistemática y con el apoyo de profesionales que se incorporan al proceso, definen las tareas y el camino que deben recorrer para encontrar una solución para sus demandas de viviendas”, cuenta.

Agrega que ellos buscan un terreno, hacen factible su compraventa (EFE vende, Serviu compra), buscan y encuentran apoyo de un equipo de arquitectos e ingenieros para diseñar su conjunto habitacional, exigen que Serviu actúe como Entidad Patrocinante (primer proyecto de esta envergadura sobre el cual asumen esta responsabilidad), imponen un diseño inédito hasta esa fecha (deja de ser un loteo y pasa a ser un condominio), aumentan la superficie por departamento de 55 m2 a 62 m2, por primera vez el gas llega hasta la cocina y no se usan bombonas, acuerdan la instalación de una red de corrientes débiles (internet) no considerada en los proyectos de vivienda social.

“Esta experiencia ha servido de ejemplo para muchos proyectos que le han seguido obligando a las autoridades a establecer una manera diferente de relacionarse con la demanda. Normalmente el camino que sigue una familia es postular a un subsidio y espera pacientemente que el Estado construya conjuntos habitacionales donde le asignen una vivienda”.

En este caso fue diferente, y se enmarcó en una ruta que el profesional sigue transitando.

Hoy son varios los proyectos en que está participando. Entre ellos figuran el inicio de la construcción de Maestranza 2, en la comuna de Estación Central, una comunidad de 200 viviendas también con el Grupo de Pobladores Ukamau; el desarrollo del Permiso de Edificación del Proyecto Futura Esperanza, una comunidad de 299 viviendas en la comuna de La Reina con el Grupo de Comités Futura Esperanza; un proyecto en desarrollo en la comuna de Huechuraba, 155 viviendas con el Grupo de Pobladores Vida Digna; y un trabajo en desarrollo para un grupo de familias de Santiago Centro agrupadas en el Comité Santiago Multicolor, proyecto de 320 viviendas desarrollado en terrenos de la Marina en la comuna de Santiago Centro.

También es parte activa también de la agrupación de Comités que luchan por la recuperación de terrenos que pertenecen a Bienes Nacionales,  pero que están en mano de las Fuerzas Armadas, “que no están utilizados en funciones militares y se encuentran sin un uso justificado”.

En el comité toma Violeta Parra, diciembre de 2019.

Estallido y Convención

Finalmente, Castillo fue otro más de los millones de chilenas y chilenos que vivió el el estallido social de 2019 “como la esperanza de que los sueños de un país mejor eran posible”.

“Estaban allí representadas todas las frustraciones y sueños de miles y miles de chilenas y chilenos. Todo parecía posible. Los cambios parecían una realidad a corto plazo”, asegura.

En aquel momento, la primera Convención “fue un sueño que avanzó más de lo que nuestra sociedad era capaz de comprender y la segunda un retroceso que tampoco nuestro pueblo estaba dispuesto a permitir”.

“Nadie ganó y perdimos una enorme posibilidad de ser otros, mucho mejores que lo que somos. Lo importante de la primera Convención fue el reconocimiento del derecho constitucional de la vivienda. Un hecho que de haberse logrado habría obligado al Estado a asumirlo como una responsabilidad ineludible. Seguro habría ayudado a mejorar en mucho la situación de las ciudades y pueblos de nuestro país”, concluye.

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