El autor ha sido postulado al Premio Nacional de Literatura, que se entrega en septiembre próximo, por la Corporación Letras Laicas. En esta entrevista recuerda los años de la UP, el exilio en Argentina y Suecia, y sus amistades en el mundo literario global.
“Toda poesía es un desafío a la inteligencia humana, como lo es, de hecho, toda obra de arte. La poesía es filosofía en verso”.
G.M Jesus. La filosofía de los poetas, 2018.
Crisis de identidad y tretas del débil, son algunas de las palabras que estudiosos rescatan de la obra del poeta Juan Cameron. Hombre que, así como en la vida misma, dibuja en la palabra los dolores y belleza del tiempo que a cada uno le toca vivir. En una entrevista (Rayentru, junio de 2000) reconoció la benéfica influencia que sobre su obra tuvieron Jorge Tellier y Enrique Lihn.
Jugar con la palabra, del año 2000 y que recoge su producción literaria desde el año 1971, es un obra mirada desde las ciencias humanas como un texto que “atraviesa un testimonio de la precariedad, la imperfección, la soledad radical de un sujeto poético que intenta levantar su voz para dar cuenta de los fragmentos del mundo… si el poeta ya no construye una nueva realidad mediante el verbo, al menos podrá- como los niños-” jugar con la palabra”.
Las tretas del débil hacen referencia a un despliegue literario de Josefina Ludmer, para dar explicación a un fenómeno sociocultural donde dos mujeres, en el México colonial, determinan el lugar que les corresponde y el lugar que la institución les otorga. Extrapolando el hecho mismo, en la obra del poeta Cameron se “constituye una muestra de las prácticas de resistencia frente al poder (Ludmer, 1985). El problema del que quiere decir es parecido: elegir bien los “disfraces”: El sujeto contestatario se presenta ante la siguiente dificultad: ¿cómo verbalizar un discurso que está prohibido?, más precisamente, ¿cómo generar el habla de un discurso cultural censurado? (Canovas, 1986).
– Cuéntenos algo de su ciudad natal y qué hay en ella que esté representado en su obra literaria.
– Mi ciudad es Valparaíso. Ese Valparaíso antiguo de almacenes de pertrechos para naves, de los primeros troles, del incendio del 1° de enero y, por supuesto, de los ascensores. No encuentro en mi trabajo un mayor nexo literario, salvo el vocabulario al cual he tenido acceso desde pequeño, el mar en primer plano, el horizonte como una puerta abierta al mundo y la aventura. Pero, claro, alguna vez escribí sobre él, por encargo, y con ello obtuve el Premio Gabriela Mistral, de la Ilustre Municipalidad de Santiago, en 1982. Este trabajo aparece tres años después como segunda parte de Cámara Oscura, publicado por Ediciones Manieristas, en Santiago.
Digo por encargo, pues los poemas corresponden al texto de Paraíso Vano, como llamé a tal conjunto. El sonido val o fal, en lenguas germánicas, me suena como vano o falso. De modo que el vocativo Valparaíso para mí, denominaría, antigua y originalmente, a cierto paraíso equivocado, falso o vano. El proyecto -bautizado como Miércoles ciudad mágica- fue creado por el arquitecto Adolfo Faúndez junto al pintor Sergio Moreira, y a este fui invitado junto a los cantautores Eduardo Peralta y Hugo Moraga y al músico, entonces muy joven, Juan Cristóbal Meza, quien ya era conocido por representar a Julito, en “Julio comienza en julio”, el film de Silvio Caiozzi filmado en 1979 y con guion de Gustavo Frías.
– ¿Cuándo el poeta Cameron se presentó a Juan Cameron?
– Este nombre aparece por primera vez en un periódico de Mercedes, en la Provincia de Buenos Aires, dirigido o codirigido por un librero de esa ciudad, a quien yo atendía como vendedor de la Editorial Juan Goyanarte y de la Distribuidora Edidis, alrededor de 1976 o 77. Eran tiempos difíciles. Este señor, quien también enseñaba en la cárcel de esa ciudad, me advirtió de lo peligroso de mi situación. Fue en cierta oportunidad al preguntarle por Eduardo Parra, mi amigo poeta integrante de Los Jaivas, preso allí en ese tiempo, que me señaló la necesidad de cuidarme, de no correr peligro inútilmente. Nada respondió sobre Eduardo. Pero aceptó mi colaboración (un poema, me parece). Opté entonces por el nombre Juan, elegido por mi padre al hacernos bautizar bajo el rito católico, a mis tres hermanas y a mí, cuando yo contaba ya con 9 años de edad. El Cameron es mi apellido materno. Uní ambos y de allí nació este Juan Cameron. Freud diría algo al respecto. Lo cierto es que lo luminoso, libre, solar y rebelde de mi lado celta, lo prefiero al Zamorano huaso español, oscuro, pesado como iglesia, según bien describo en un poema llamado Entierro del Vicario Bernal.
– El año 1974 se fue de Chile, luego regresó y en 1987 llegó a Suecia donde vivió 10 años. ¿Qué le sucedió, que hizo el poeta Cameron en esos años?
– Libros. Si no son estos son las causas de los viajes: pero al menos conforman hitos significantes en este camino. Ignoro si es el camino de la escritura o de quien soy; al final resulta lo mismo. Salí un par de veces del país.
Mi primer vínculo es Argentina, a través de la antología Nueva Poesía Joven en Chile, de Poni Micharvegas, aparecida bajo el sello de Noé en Buenos Aires, publicación de la cual soy, al menos, coautor. Esto lo afirmo ahora, medio siglo después, pues un investigador inglés radicado en Concepción, atribuye la tarea a otro poeta allí seleccionado. Para mi respaldo he guardado la correspondencia postal, por suerte.
Y ocurre pues el vínculo con ese país, el encuentro casual con un editor, Alberto Alba, en la Feria de las Artes y Artesanía Popular, en la Plaza Italia, en Valparaíso, a fines de febrero de 1971. Una tarde, mientras atendía el puesto de la Sociedad de Escritores de Valparaíso (SEV), se acercó un señor moreno, bajito, de barba, quien paseaba junto a su señora y se mostraba bastante interesado por saber más de la poesía nacional. Es claro, por esos años la visión estaba centrada en el proceso de la Unidad Popular. Le obsequié, a falta de algo más completo, la antología de Undurraga (si bien más joven e ingenuo, era yo bastante desconfiado también) que poco me convencía; pero era la única a mi alcance. Volvió solo al día siguiente y hablamos entonces de la producción vigente en Chile. Y quedamos en mantenernos en contacto.
A poco andar me encargó recibir y conectar con la poetancia a Martín “Poni” Micharvegas, vate, médico y cantautor trasandino quien viajaba junto a Carlos Carlsen y a la novia de este último. Y así lo hice. Le presenté a los poetas de mi ciudad, entre ellos Juan Luis Martínez, Eduardo Embry, Waldo Bastías y Raúl Zurita y, gracias a mi participación en dos encuentros literarios le reuní, además, trabajos de otros colegas alrededor de Chile. Estos fueron el Primer encuentro de Poesía Joven, en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile en Valparaíso (hoy Universidad de Playa Ancha) y 8 Años de Trilce, en Valdivia, al año siguiente.
También, una tarde en Valparaíso, mientras tomaba un café con el grupo musical y una poeta rumana, Ana Giugariu, pareja entonces de Jacques D’Arthuys, director el Instituto Francés, al frente de esa fuente de soda, pasó caminando Gitano Rodríguez. Me alcé rápidamente y lo detuve. Osvaldo no mostró entusiasmo por conocer a nadie; pero al indicarle la mesa, y las damas, accedió. Allí nació una enorme amistad entre estos músicos. Muchas de las canciones que el público atribuye a Rodríguez, son obras de Micharvegas. En ese par de años Poni vino tres o cuatro veces al país.
El libro fue publicado en diciembre de 72 y no alcanzó a llegar a Chile. Más bien desapareció entre el equipaje del Quilapayún y las oficinas de DICAP. Nunca pude repartirlos y luego ocurrió la tragedia. Cuando salimos hacia Buenos Aires, Alba me da alojamiento en su oficina y la historia toma otro rumbo.
Regreso entonces a Chile. De Argentina regreso con unos manuscritos, Fe de Ratas, segundo lugar en Casa de las Américas, Cuba, tras Jorge Boccanera y Hernán Miranda Casanova, quienes compartieron el primer lugar. Ese libro fue, definitivamente, Perro de Circo (1979) cuyo premio en un certamen en Chile me salvó una vez más de la miseria.
En 1985 publico Cámara Oscura; y este vínculo con la editorial, en una oficina de la Sociedad de Escritores de Chile, en Santiago, y mi colaboración en el Departamento de Cultura de la SECH me obligan otra vez a salir de Chile, en enero de 1987, pocos días antes de cumplir mis cuarenta de la edad.
En Suecia, tras ser enviado a un campamento de refugiados y ganar un certamen, organizado por el semanario Liberación, de uruguayos asimismo desplazados, consigo ser enviado a Malmö, ya con residencia, y trabajar en este medio hasta mi regreso al país, diez años después.
También la poesía define este giro. Estando en Escandinavia participé y obtuve el Premio Revista de Libros de El Mercurio de Santiago, a fines de 1986. Vine a recibir el galardón y al volver a Suecia, tras cumplir mis cincuenta años, quemé las naves y retorné a la aventura. Venía con un libro publicado en Estocolmo, por mi hermano Sergio Badilla, y otro en España, en Melilla, con un accésit de edición.
Todos estos viajes me han sido generosos. A todo dolor sigue el renacer. Es una norma; o una regla, como lo son el signo y el símbolo. He compartido con maestros del oficio, poseo redes de amistad y hermandad. Y aun así he sumado otros galardones a mi regreso a Chile; volver a casa me abrió las puertas al mundo, literalmente, y he continuado viajando desde entonces. Aquí, en Valparaíso, he encontrado mi lugar después de mucho. Y a Virginia Vizcaíno, la grabadora, mi mujer, mi cómplice y todo, según dice un poeta muy citado, desde hace veintisiete años.
– En 1986, poco después de ganar el premio literario Javiera Carrera, en una entrevista usted afirmaba que los poetas de su generación se enmarcaban en tres tendencias: línea conceptual, poesía urbana y tendencia lírica. ¿Cuál es la tendencia del Juan Cameron actual?
– No recordaba ese premio. Me parece que en prosa lo obtuvo Hernán Rivera Letelier. Sí, algo escribí sobre tendencias: lárica (de los lares teillieranos), urbana (Lihn y otros) y conceptual, principalmente de quienes intentan modificar los parámetros del esquema comunicacional. Eran ideas, nada más. Esta clasificación fue transcrita algunos años después, en un libro, Poesía Chilena Actual, me parece, de Ricardo Yamal y un poeta chileno norteamericano me acusó de copiar sus propuestas las que, presuntamente había obtenido de un “paper”. En verdad, yo sólo leo libros; ese es mi negocio.
– En una entrevista (Rayentru, junio de 2000) reconoció la benéfica influencia que sobre su obra tuvieron Jorge Tellier y Enrique Lihn. ¿En qué aspecto de su poesía influyeron?
– Todas las ulteriores generaciones que siguieron a la del 50, es decir, las del 64, 80 y 93-96, son continuadoras del discurso intimista, vital y barroco (rebelde, no paralelo a nada) de los grandes poetas del Siglo XX, en lo fundamental Nicanor Parra, Gonzalo Rojas, Jorge Teillier y Enrique Lihn. Nuestros más recientes mayores Premios Nacionales de Literatura, es decir, Óscar Hahn y Manuel Silva Acevedo siguen tal trayectoria.
– ¿Cómo surgió Las Manos enlazadas, su libro de 1971?
– Es curioso; visto ahora a la distancia me resulta un primer paso, un paso muy frágil e inseguro. La propia imagen encerrada ahí indica una mano o el ala levemente abierta para tocarse e ir junto a otra mano. Ni siquiera puede ahora clasificarse como libro según las normas aceptadas, sino de cuadernillo. Es un conjunto de poemas de amor trazados desde mis inicios universitarios y los años iniciales de mi matrimonio. Reúne textos ingenuos, alejados del concepto de poesía en tanto subversión del gramatical o semántica; pero es un comienzo. Nelson Osorio, académico de la UPLA y el mismo que le indicó a cambiar a Gitano Rodríguez el verso “porque yo nací pobre y siempre tuve” a “porque no nací pobre”, lo criticó en El Siglo, con un demoledor “Sentimentalismo y poesía”. Fue la primera crítica recibida y a pesar de mi molestia y tristeza, la leí con detención y marqué algunas ideas. Hablaba allí de poesía y en ese punto me detuve. Si, visto a lo lejos, los primeros textos son curiosos, prometedores, y leo con cierta ternura a ese que fui (y que de cierto modo sigo siendo). Los dos primeros poemas son rohkianos de respiración larga y visionarios. En el segundo verso del libro ya entro fundando Valparaíso, nada menos, y en el segundo trabajo cito el nombre, o al menos el orden y género de mis tres hijos y cuyos nombres son casi exactos a los que tienen. Esa parte sí rescato de la publicación.
Los consejos de Osorio me fueron muy útiles. Al año siguiente obtuve el primer y segundo lugar en el certamen literario convocado por la FECH local, aunque, en definitiva y por cuestiones políticas de la época, me vi obligado a compartir el galardón principal con Gitano Rodríguez, quien llegó tercero y antes de Badilla. Estos aportes conforman el siguiente cuadernillo, Una vieja joven muerte, de 1972.
Estos trabajos, junto a mi colaboración en la única antología de poesía chilena aparecida durante la Unidad Popular -y aún vigente- cierran cuanto yo denomino como mi prehistoria literaria.
– ¿Qué tal fue su experiencia como periodista en la revista Liberación?
– Como contaba anteriormente, llegué a Liberación gracias a un certamen literario dedicado a Olof Palme, en 1987. Al trasladarme a Malmö los ubiqué y comencé a trabajar con ellos, primero como colaborador y luego de planta, con ayuda laboral del Estado sueco. Mi condición de literato -ya había aparecido en una antología en Estados Unidos- me permitió conocer a los escritores locales. Entre ellos estaba Lasse Söderberg organizador de los Días de Poesía en Malmö congreso que reunía, año tras año, a lo mejor de la poesía universal. Fácil me fue entonces vincular a mi gran amigo Pepe Viñoles, editor del medio donde trabajaba, y a Lasse, generando una amistad vigente hasta estos días. En estas participaciones anuales, ya sea como invitado o periodista, compartí con los más grandes maestros en mi oficio, cuestión que me abrió hacia otros idiomas y percepciones del mundo. Bebiendo copiosamente con Seamus Heaney, en un campo de la Escania, le auguré el Nobel tres años antes de serle otorgado, por ejemplo. Conocí a Tomas Traströmmer en la misma ciudad; era un gran tipo. Su traductor, Roberto Mascaró, un poeta uruguayo, estuvo en el equipo que financió mi viaje a Suecia en 1987, junto al artista plástico Juan Castillo y a mi inolvidable Sergio Badilla. Compartí con Ernesto Cardenal, Daisy Zamora, Juan Gelman; y a varios de ellos les serví de intérprete.
Mi estadía nórdica es, en consecuencia, amplia y generosa. Además de conocer grandes literatos, aprendo idiomas, obtengo un par de premios internacionales, viajo por el viejo continente, desde Noruega a España, y traigo dentro del pecho esas amistades eternas e imprescindibles.
Y mi regreso se debe, también, a la poesía, al Premio Revista de Libros de El Mercurio, como dije un poco antes.
– ¿Cómo surge la Neovanguardia y cuáles son sus características?
– No me ubico dentro de estas escuelas o tendencias propuestas por académicos chilenos. Mi pueblo, mi país, mi patria, es en definitiva el idioma -aunque afirmarlo sea un lugar común. Ese castellano aragonés, madrileño, salmantino e incluso algo aportuguesado que hablo, leo y defiendo.
Desconfío de las vanguardias tanto como del conservadurismo. En todo caso, aunque disfruto algo de Góngora, me establezco en Quevedo, en Garcilaso, en Manrique y después en Hernández, Antonio Machado, Claudio Rodríguez, Ángel González, Valente, Gamoneda.
– ¿En qué proyecto literario se encuentra actualmente?
– Tengo dos proyectos vagando en certámenes por España. Recientemente concluí un cuerpo de textos, por encargo, para grabar con el cineasta Rodrigo; lo haremos pronto, en Valparaíso.
– Se han cumplido 21 años desde que la UNESCO declaro a la zona histórica de Valparaíso como Patrimonio de la Humanidad. ¿Cómo ve usted su ciudad natal en la actualidad y que aspectos de ésta se han convertido en poemas?
– Valparaíso es patrimonio de la humanidad en cuanto a significante. Su voz es hermosa, misteriosa. Pero su significado es la derrota, la pobreza, la decadencia total producida a partir de los ingeniosos quienes la destinaron a ser ciudad patrimonial, turística y universitaria. Valparaíso ya no alcanza para poesía.
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