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Pablo Dittborn y la política cultural actual: “¿Es necesario un Ministerio de Cultura?” CULTURA

Pablo Dittborn y la política cultural actual: “¿Es necesario un Ministerio de Cultura?”

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Marco Fajardo Caballero
Por : Marco Fajardo Caballero Periodista de ciencia, cultura y medio ambiente de El Mostrador
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El editor propone revisar políticas y estructuras administrativas actuales del ámbito, y crear una “tarjeta cultural” que sirva para adquirir bienes culturales. Por ejemplo, devolviéndole el IVA al ciudadano si “va a comprar un libro o va al teatro o va al cine o a cualquier actividad cultural”.


Resumen
Síntesis generada con OpenAI
Pablo Dittborn, reconocido editor y gestor cultural, reflexiona sobre la política cultural en Chile, subrayando la importancia de un Ministerio de Cultura que esté alineado con las necesidades de la sociedad. Critica la falta de visión y apoyo estatal en el desarrollo cultural, señalando que el enfoque debe estar en fortalecer la identidad y diversidad cultural del país. Dittborn también cuestiona el acceso desigual a la cultura, afirmando que es clave para la cohesión social y el desarrollo de una ciudadanía crítica.
Desarrollado por El Mostrador

Un duro diagnóstico sobre la política pública cultural actual y una propuesta disruptiva realizó el editor Pablo Dittborn (Santiago, 1947) en una conversación con El Mostrador.

El ex miembro del Consejo de la Cultura y fundador de The Clinic, entre otros, es parte de aquellos que se han visto decepcionados del desempeño del gobierno del Presidente Gabriel Boric en el ámbito.

Dittborn se dio un momento para compartir en medio de su campaña a concejal por Vitacura y evaluar una secretaría de Estado que lleva tres ministros en dos años (Julieta Brodsky, Jaime de Aguirre y Carolina Arredondo), junto con sufrir polémicas como la fallida participación de Chile en la Feria del Libro de Frankfurt y las críticas de los artistas en la Bienal de Venecia.

“Yo tuve grandes expectativas precisamente por las características del presidente Boric, por sus gustos, sus aficiones, sus preocupaciones culturales. Todo lo que él iba manifestando en el transcurso de su campaña, primero, y después en los meses iniciales de su gobierno, entusiasmó a muchos en el ámbito de la cultura. Sin embargo, nos fuimos decepcionando muy rápidamente, porque no teníamos un año de gobierno todavía cuando ya llevábamos dos ministros de Cultura y tres secretarios del mismo ministerio”, comenta.

“Revisión completa”

El profesional apunta a que se esperaba que el mandatario iba a trabajar cercanamente con el ámbito de la cultura, con las industrias culturales, “y nada de eso ha sucedido y mucho menos el ámbito del libro, que es el que el que yo más conozco, donde más me he movido y donde he trabajado”.

Dittborn admite que no todo es responsabilidad del actual presidente y de los ministros que ha tenido.

“Habría que hacer una revisión completa de la estructura y de las leyes que determinan el actuar del Ministerio de las Culturas”, propone, mientras señala que, tras los históricos cuestionamientos a los fondos concursables, las asignaciones directas tampoco han sido una experiencia feliz.

Para él es clave definir si “vamos a hacer un programa cultural que esté preferentemente dirigido a un apoyo a la oferta de bienes culturales o nos vamos a preocupar más bien de los objetos de la cultura, vale decir, de los ciudadanos, de los lectores, de los que asisten al teatro, al cine, a la música”

“En general, en los últimos 20 años, la tendencia es ir a apoyar a quienes producen bienes culturales” y Dittborn cree que es necesario comprobar si esa línea ha sido efectiva o no.

Desidia

Está claro que el Presidente Boric tenía muchos temas para enfrentar al asumir, al cabo del estallido y la pandemia, como son pensiones, salud y educación. La cuestión es si estaba claro la política cultural que se quería implementar, por un lado, y si estaban los cuadros para ejecutarla.

“Aunque la prioridad sea Hacienda, Interior con seguridad, Relaciones Exteriores con el resto del mundo,  eso no implica que Cultura no pueda seguir trabajando, haciendo propuestas, modificando cosas que deben modificarse”, analiza Dittborn.

En ese sentido, apunta a la falta de proyectos de ley enviados al Parlamento. De hecho, el primer año de gobierno no envió ninguno.

A modo de ejemplo, Dittborn se pregunta cómo es posible que haya pasado un año sin que se nombren los consejeros reemplazante en el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes.

“Eso no era objeto de ley para nada, pero resulta que todavía no llegan las propuestas a La Moneda, y La Moneda no las ha mandado al Senado”.

En cuanto al tema de falta de cuadros, “si no están, bueno, hay que tener una visión de Estado y decir, mira, voy a invitar a más gente a participar de esto, a discutir estos temas. (…) Yo creo que ahí lo que faltó fue una convocatoria”.

Problemas de gestión

Dittborn ha sido históricamente un hombre de gestión y sabe que la gestión es difícil, y no es para cualquier persona. Por eso admite que un cargo como el de liderar el Ministerio de las Culturas es un desafío. ¿Será que a los que han pasado por ese cargo y debieron irse (Brodsky y De Aguirre) les quedó “grande el poncho”? ¿O sufrieron la falta de un mandato claro respecto a qué hacer en cultura?

“Es difícil, pero mira, a mí me tocó trabajar en el Consejo Nacional de la Cultura con la ministra Brodsky y quedé con bastante frustración porque  no hubo espacio para decir, oye, revisemos esto, hagamos esto otro, revisemos programa por programa en cada una de las áreas culturales, música,  artes visuales, artes plásticas, literatura. Pero no hubo esa intención de revisar”.

Para él, en ese momento “hubo una cosa muy ideologizada, bastante populista, centrada por lo menos en el discurso en el tema regional, pueblo originario”.

“Bueno, no pasó nada, no pasó absolutamente nada. Y luego vino el ministro De Aguirre. Yo reconozco que tuve ahí renacieron las esperanzas, porque Jaime de Aguirre venía de ser un tipo que se creía que tenía una gran capacidad de gestión, porque había estado en Televisión Nacional”, pero al que le explotó la polémica de Frankfurt.

“Yo no le asigno toda la responsabilidad a él, porque él llegó y ya era una cosa decidida. Además no había sido informado el Consejo de la Cultura,  nunca se enteró que Chile estaba siendo invitado como país invitado de honor”.

Dittborn cree que el problema de fondo es que “el programa de gobierno que ellos vienen a cumplir, no es lo suficientemente radical, detallado, serio, profundo y cuestionador de lo que ha sucedido, entonces se viene a hacer más de lo mismo, y por lo tanto sigue empujando el carrito tal cual. Están los llamados a concurso todos los años, se asignan y eso es todo, Yo partiría por preguntarme si es necesario tener un Ministerio de Cultura. Nadie quiere preguntar porque lo van a sacar a patadas”.

Y pone como ejemplo España, donde existe un Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, “y eso significa en que tomamos a los niños y a las niñas desde los cuatro años y le vamos inculcando las tres cosas. Y aquí tenemos tres ministerios para eso, tres ministerios”.

Institucionalidad cultural

El Ministerio de las Culturas ha tenido un recorrido de al menos veinte años, a partir de la creación del Consejo de la Cultura durante el gobierno de Ricardo Lagos (2000-2006). ¿Cuál es la evaluación de Dittborn al cabo de dos décadas?

“Diría que es el momento de revisar si la estructura que creamos en su momento, con Consejo Nacional, con consejos regionales, ha funcionado, cuál ha sido el grado de participación y cuál ha sido el grado de efectividad y eficiencia”, responde.

Dittborn además se pregunta por qué ninguno de los titulares del ministerio ha podido completar su mandato, en un cargo que antes tuvo a encargados como el escritor Roberto Ampuero, el actor Luciano Cruz-Coke o el académico Mauricio Rojas (que ni siquiera logró asumir).

“Entonces yo mi evaluación es negativa, porque en 20 años no hemos sido capaces de hacer un análisis crítico de la estructura que se le dio, de si funciona o no”.

De hecho, el profesional invita a hacer una revisión también de los centros culturales, partiendo por el Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM), cuyo director ejecutivo Felipe Mella debió renunciar en medio de problemas financieros, una entidad “que tiene un criterio de financiación que no funciona -50% del Estado y 50% privado- porque Chile es un país lo menos filantrópico que hay (…). A lo mejor hay que mejorar aún más la Ley de Donaciones Culturales para atraer al mundo privado a la cultura”.

“Yo los invito a visitar el de Valparaíso, soy muy crítico. Yo he vivido cinco años en Valparaíso, tiene un centro cultural monumental en términos de estructura, pero no va nadie. No va nadie al Parque Cultural de Valparaíso, va la gente hacer un picnic el día sábado, el día domingo a mediodía, al pastito”, aunque “tiene una sala maravillosa”.

Aunque las comparaciones son odiosas, pero útiles, tras vivir veinte años en Argentina, Dittborn ponen como ejemplo al ministerio de dicho país, que tiene las salas de teatro, salas para música, salas para bailes, “o sea, tiene tiene patrimonio que poner a disposición de los creadores y de los productores, y como estos son gratuitos, entonces las entradas son más bajas y naturalmente hay una sociedad que tiene un entusiasmo con el teatro superior al que tenemos nosotros acá. Pero aquí no hay una sala disponible gratis para una compañía de teatro”.

Y de paso apunta un poco más allá, al caso francés:

“El mundo francés en un momento decidió apoyar mucho más a los consumidores. Yo aquí lo mencioné una vez, pero hablar de oferta y demanda en cultura para alguna gente resulta horroroso”. Y resalta que en el país galo el Estado le deposita a los ciudadanos 500 euros al año para consumo cultural.

“Si yo lleno una sala porque le pagué la entrada a un señor, le va a ir muy bien a la compañía. Pero si le doy la plata a la compañía, presenta una obra y no va nadie bueno, entiendo que ese dinero no sirvió para mucho. Esa definición es clave. Y la otra es el desarrollo hacia el interior o hacia el exterior. Hay una obsesión por decir ‘tenemos que salir al exterior en el ámbito de los libros’. Yo me preguntaría quién está escribiendo como escriben hoy día los grandes. No hay ningún autor chileno, salvo quizá hoy día Benjamín Labatut. Entonces, ¿vamos a llevar 50 autores a la Feria del Libro de Frankfurt que nunca han sido traducido? ¿Y por qué no ha sido traducidos?”.

En ese sentido, a su juicio “hay  un desconocimiento, desde luego de la industria, por parte del aparato público, para no decir de este gobierno, sino del aparato público en general, porque no hay nadie ni ha habido que yo recuerde nadie en esos 20 años que conozca la industria, dentro de algún cargo más o menos jerárquico”.

Golpe de efecto

A pesar de eso, para Dittborn aún hay tiempo para dar un golpe de efecto como el que dio el gobierno del Presidente Salvador Allende con la editorial Quimantú, por ejemplo, donde él mismo trabajó, una editorial estatal que imprimió millones de ejemplares a bajo costo para acercar la lectura a los sectores populares.

En aquel tiempo Chile “no tenía una red de bibliotecas y tenía precios altos de los libros, porque la mayoría de los libros eran importados”. Y con Quimantú hubo una estrategia que sin embargo, a su juicio, no era viable en el tiempo, porque “el 70 o el 80% de los libros  no pagaban derechos de autor”. A largo plazo “íbamos a tener que profesionalizar y empezar a comprar derechos”.

Y vuelve a mencionar una “tarjeta cultural” que sirva para adquirir bienes culturales. Por ejemplo, devolviéndole el IVA si “va a comprar un libro o va al teatro o va al cine o va a cualquier actividad cultural”.

Una “devolución que no perjudique a ningún sector de la industria, con una devolución, no eliminación del IVA”. Una tarjeta cultural “que le permita el acceso a todo el mundo actividades culturales y financiadas con una reasignación de los fondos actuales del Ministerio de tal manera que no afecte partidas presupuestarias, ni incrementos de presupuesto”.

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