Publicidad
Ximena Hinzpeter, fotógrafa: “Me han dicho la vieja cuica que husmea pobres” CULTURA

Ximena Hinzpeter, fotógrafa: “Me han dicho la vieja cuica que husmea pobres”

Publicidad

Así la han vapuleado en redes sociales, las mismas donde hace años descubrimos sus impresionantes retratos callejeros. Entonces nos aliamos para publicar “Ciudad Somos Todos”, un libro que fue el regalo institucional del Hogar de Cristo 2018. Ahora, el 16 de octubre, lanza “La Chimba, Al Otro Lado”.


Me enamoré de las fotos coloridas y provocativas de Ximena Hinzpeter la primera vez que las vi en redes sociales hace más de 7 años. Mostraban la pobreza sin paternalismo ni condescendencia. Sin esa benévola compasión, que Carlos Peña llamaría “buenismo”.

Fue tanta mi fascinación con su trabajo, con la onda, actitud y dignidad que transmitían sus retratados, que le propuse hacer un libro para el Hogar de Cristo, porque esos rostros coincidían en una gran mayoría con nuestros participantes y sus mundos.

“Ciudad Somos Todos”, se tituló la publicación, que presentamos en noviembre de 2018. Pre estallido social y pre pandemia. También hicimos una exposición en el pueblo de Los Dominicos con subasta incluida y hoy varias de esas imágenes visten varias paredes de la casa matriz de la fundación en Estación Central.

Ahora, la periodista, escritora y fotógrafa Ximena Hinzpeter, quien escribe mejor incluso de lo que fotografía, presentará a mediados de octubre “La Chimba, Al Otro Lado”, una nueva muestra impresa de su trabajo.

Han pasado 6 años desde “Ciudad Somos Todos” y ha corrido mucha agua bajo el Mapocho. Ese río escuálido que separa Santiago en dos lados. Uno es el otro lado, ese que recorre Ximena. Sus retratados se multiplican, porque es evidente que la pobreza, el comercio informal, el influjo migrante, la basura y la violencia, se han acrecentado, más por esos andurriales al otro lado del Mapocho que ella recorre con la cámara cargada.

La introducción de “La Chimba, Al Otro Lado” es del reconocido fotógrafo Jorge Brantmayer. “He descubierto a Ximena Hinzpeter a través de Instagram. Quedé asombrado con su desparpajo para capturar los rostros de la gente en el barrio Recoleta, La Vega y los alrededores de Avenida La Paz. Es tan inoportuna y avasalladora su fotografía y su atrevimiento que sorprende”.

Hacia el final del libro, otra talentosa fotógrafa, Pin Campaña, reflexiona sobre el recorrido que ofrece Ximena: “Es un viaje hacia la dureza con un coraje admirable. Seres que parecen vagar solos sin ninguna dirección, humanos que han traspasado la línea de la vergüenza. Ellos son y son como quieren o pueden ser. Están en cada imagen derritiéndose ante nuestros ojos. Impregnándonos de un color imposible de encontrar en la naturaleza. Es un color químico, inventado, que los hace visibles como una capa de superhéroe derrumbado”.

Las inútiles W

Entre los escritos de Brantmayer y Campaña, al principio y al final del libro, hay una suerte de declaración periodística de la autora, quien se guía para explicar su quehacer con las para ella inútiles 7 Ws del periodismo gringo:  When, What, Where, Why, How, What for, Who.

En ese texto se entiende por qué digo que escribe incluso mejor de lo que fotografía.

Antes de entrar a responder las 7 preguntas esenciales que le enseñaron en la universidad, declara: “La fotografía en mi vida nació profesionalmente cuando dejé el periodismo porque ya no podía escuchar las grabaciones de las entrevistas que hacía. Tengo una hipoacusia bilateral (no escucho bien por ambos oídos) que camina a paso rápido hacia el silencio total. Cambié mis largos perfiles humanos —escritos con letras— por estos perfiles a color, escritos sin ellas”.

Y luego entra a las Ws.

Sobre el cuándo —when— empezó a hacer estas fotos escribe: “No sé qué día fue aquel, gris y helado, en el que mi padre abandonó la sociedad de hombres libres y entró cabizbajo, al asilo donde yo le había encontrado una pieza para que pasara sus últimos años”.

Su padre, el doctor Hinzpeter, muy ausente en su infancia, se hizo presente en su vida cuando el Alzheimer ya lo acechaba. Ella se hizo cargo de buscar dónde internarlo, lo dejó ahí y “le robé su cámara, es verdad”, confiesa.

Me gusta cómo describe el dónde -where- desarrolla su trabajo: “Recoleta, donde nací”. “En La Chimba el olor es un punto aparte. Poderoso, se mezcla el de la basura abundante del comercio con el aceite caliente de las ollas. La primera vez que lo hueles pareciera que un roedor entrara corriendo por tu nariz. Es rotundo, juras con biblia y todo que, aunque nunca jures, no volverás a saborear frituras en lo que resta de tu vida. Un carrito robado de supermercado es clave en el barrio: no sólo para hacer el fuego con el que freír los trutros o sopaipillas. También los homeless andan con uno transportando sus posesiones, incluidos perros con los que intercambian besos con lengua. Nunca gatos, los gatos quieren casa”.

El por qué —why— también es elocuente: “`Vieja cuica que husmea pobres`”, me han dicho, me dicen, algunos en las nuevas fiestas a las que acudimos ahora todos aún siendo introvertidos: las redes sociales. No se entiende —parece— que sin que le pongan a una la pistola al pecho, camine por calles peligrosas en los bordes de la ciudad con una cámara enredada dos veces al cuello para que no se la roben. He paseado tanto por La Chimba que mi sensación —se me ocurre— debe ser como la de los gatos sobre las superficies que mean para marcar territorio. Yo a La Chimba la tengo meada”.

Y agrega una declaración de paz y de guerra: “Yo quiero a mis fotografiados, orgullosos de su imperfecta humanidad. Mis fotografiados interpelando al que los mira, son impertinentes como mi lente. Y nosotros —mis retratados y yo unidos como sindicato— gritamos en coro: Oye, tú ¿me quieres?”.

Dior en medio de la torta

Sabiendo que la hipoacusia bilateral que padece Ximena no hace otra cosa que empeorar, le envío un breve cuestionario. Buena para escribir, cada vez más mala para oír, lo escrito con ella funciona mejor.

Parto con una pregunta pesada, porque he oído la crítica.

-Hay quienes dicen que abusas de los pobres al tomarles fotos sin autorización. ¿Es así? Y que, además las distorsionas en forma y color al aplicar filtros y efectos digitales, ¿qué respondes?

-Las fotos sin consentimiento están permitidas en la mayoría de los países del mundo. Y en Chile, por legislación, también. En la calle no estás en un lugar privado, no, es la vía pública, y en ella te encuentras expuesto a ser filmado y fotografiado o pintado, sin que se cometa ningún crimen. Solamente por razones estéticas, educacionales, históricas, informativas, testimoniales. Comerciales sí que no.

Cuenta en que 2006, en Estados Unidos, el fotógrafo Phillip Lorca ganó un juicio en la Corte Suprema por una foto sin consentimiento tomada a un judío religioso que se indignó y lo demandó. “La Corte resolvió que el trabajo del fotógrafo era su creación propia, libre y suya. Le dio la razón al fotógrafo, no al  fotografiado”.

Respecto a las distorsiones de forma y color, responde. “Ese es mi modo de retratar cómo sería si pintara. Fotografía de autor. Si pintara en vez, nadie me diría nada. Es lo mismo, yo me expreso, yo hago una fotografía impresionista. Mi foto no es lo que es, es lo que yo veo, es mi ojo, no la realidad. Aunque igual estoy dejando una huella testimonial importante de 

Cuánto aporta al paisaje urbano el fenómeno migratorio. ¿Ves a Chile más colorido o simplemente te parece más colorinche?

—El fenómeno migratorio, definitiva y rotundamente, modificó el paisaje urbano capitalino sobre todo en la clase baja. Los chilenos éramos mucho más fomes, todos, clase alta y baja. La alta sigue beata y yéndose del país en sus autos de guerra o de aristocracia inglesa. Los haitianos tengo la impresión de que fueron los que trajeron el mayor cambio en este sentido. Ellos son, naturalmente coloridos y lindos, tienen un sentido estético como incrustado en el ADN, es algo muy desarrollado digno de un estudio mayor. Y los chilenos estamos aprendiendo, nos estamos casando con migrantes incluso y están llegando esta nueva generación de chilenos-haitianos preciosos y con parámetros estéticos de lujo. Los haitianos nos enseñaron el gusto por el lujo y la marca, también.

Cuenta que en la panadería más importante de Recoleta, Los Reyes del Pan, “la torta de cumpleaños estrella de la vitrina es toda blanca dice Dior en letras grandes”. Y abunda:

—La vanidad, también la trajeron los migrantes. Hoy, en el Puente La Paz, es raro ver una mujer sin manicure. Hay chilenas que han adoptado las trencitas y los colores artificiales de pelo tipo muñeca o monito animado, muchas.

Esa estética del exceso en las calles, esa exhibición de marcas y falso status, ¿cómo la interpretas?

—Es triste ver el amor por las marcas de lujo en gente que tú sabes que a veces ni come. Se me ocurre que es la necesidad de ser amado, aunque no tengas ni uno. Cerca del puente hay una iglesia que regala cajitas de plumavit con almuerzo, entonces puedes toparte a un vendedor ambulante haitiano, delgado y fibroso, guapo, almorzando de pie, vendiendo productos de belleza en un carrito de supermercado robado, con una cartera, pirateada claro, Louis Vuitton, cruzada sobre el pecho, igual como la usa mi vecina en Lo Curro. O con el cinturón con la H de Hermes con el que Cecilia Bolocco suele andar. Es un fenómeno extraño, y planetario, ricos y pobres hoy vestidos todos igual. En Chile, conozco los códigos, pero en el extranjero no sabes quién es de qué clase social por cómo está vestido, arreglado, las joyas que usa… No sabes.

Usted va a terminar acuchillada

¿Podrías secuestrar fotográficamente la imagen de la clase alta tal como haces con la de los pobres?

—De la clase alta en Chile es muy difícil tener un registro así; ellos no pasean en la calle. Me encantaría, lo he intentado, y algo de material tengo, el verano estuve en Zapallar, y el próximo libro de fotos que sacaré se llama La Aldea Sí Es Global, en alusión a la aldea de Mac Luhan. Se basa en fotomontajes donde se ven, claramente, las similitudes actuales de ricos y pobres que, buscando ser diferentes, andan todos iguales por la vida. Y buscando amor, porque eso es lo que te dan las marcas de lujo, la tranquilidad de que recibirás el amor del otro, serás bien t

Sobre este punto en el libro anota: “En La Chimba ves —como en las teleseries mexicanas— al ciego con su bastón y al paralítico en su silla; ves pasar al cojo, al tullido y al manco; desfila el quemado, el sin piernas, el sin brazos; pasa el deficiente mental, te asusta el loco, te conversa el homeless maloliente, la ladrona, el ladrón…no falta nadie. Todos salen a la calle a unirse al tumulto, no como en los sectores altos de la ciudad donde reside la clase alta. Arriba la gente vive puertas adentro, entre las cuatro paredes de sus cómodos hogares”.

¿Cómo ha cambiado la calle desde el libro Ciudad Somos Todos a éste de La Chimba? ¿Que diferencia hay en las calles para tu ojo agudo?

—La calle está infinitamente más peligrosa que desde “Ciudad Somos Todos”. En ese tiempo aún no me habían intentado robar la cámara ni me habían arrancado una cadenita del cuello. Los garabatos han aumentado, hay más tensión que antes, la gente lo está pasando aún peor. Pero si yo no fotografiara a mi gente, los desconocidos de mi I Cloud como los llamo,  nadie lo haría.

En este punto viene al caso una anécdota que relata en “La Chimba”. Leemos: “Entonces el hombre de verde (el carabinero) lanzó sobre mi cabeza esa frase que de inmediato se imprimió en oro en mi mente: ‘Señora ¿por qué no se va a tomar fotos al cerro, mejor? ¿Ah? Ve, le toma a las flooores, a las plaaantas, le van a quedar súuuper boniiitas…’ y continuó así alargando vocales en señal de no sé qué, de mi imbecilidad de estar ahí supongo. ‘Aquí va a terminar apuñalada’, me lanzó cual maldición antes de que yo me diera vuelta y siguiera disparando con mi cámara. No iba a perderme esa luz por un hombre de botas, que me llevara detenida con esposas y todo. Tenemos derecho a hacer fotos. Él lo sabía y se dio la vuelta”.

Entre “Ciudad Somos Todos” que vio la luz en octubre de 2018, con prólogo de José Francisco Yuraszeck, capellán del Hogar de Cristo, y Pedro Gandolfo, crítico y escritor, y “La Chimba, Del Otro Lado”, Ximena y sus hermanos —Daniel, el médico, y Rodrigo, el ex ministro del Interior de Sebastián Piñera— quedaron huérfanos de padre. Ese fue un violento remezón para ella, que compartió con una poderosa columna. Al preguntarle sobre cómo sobrelleva esa orfandad, finaliza con esta respuesta:

—De la orfandad, no puedo hablar, tengo madre y siempre me he sentido huérfana. Justamente es a ellos, mis hermanos sin padres, a los que persigo en la calle.

Como una Kill Bill madura, sin ánimo de venganza, insiste en una idea-fuerza: “Yo amo a mis fotografiados y todo lo que hago en la edición es embellecerlos y empoderarlos, autentificarlos, recrearlos en su mejor versión. 

 

Publicidad

Tendencias