Las rutinas humorísticas del Festival de Viña no solo entretienen, sino que también son un termómetro que mide las preocupaciones sociales de una nación, según una investigación.
Un estudio reciente de Andrés Mendiburo-Seguel (UNAB) y Gonzalo Serrano (UAI) analizó cómo las rutinas humorísticas del Festival de Viña del Mar entre 2000 y 2019 capturaron y reflejaron el creciente malestar social en Chile. A través de un análisis temático y emocional de 73 rutinas, los autores buscaron evidenciar el vínculo entre el humor y el descontento social que culminó en el estallido social de octubre de 2019.
El estudio tenía como objetivo identificar la evolución de las emociones en las rutinas y su relación con la confianza ciudadana en las instituciones.
Para ello, se utilizaron herramientas como el análisis de contenido y correlación con los datos de confianza en el Congreso, tribunales y otras instituciones recogidas por la encuesta CEP.
“Una vez que se produjo el estallido, hubo varios que lo describieron como un cisne negro, un evento altamente improbable que tiene un gran impacto. Las rutinas de humor del festival de Viña del Mar, cinco años antes del estallido, demuestran lo contrario. Chile llevaba años en crisis y el malestar contra los abusos y la clase política fue creciendo”, comenta Serrano.
A su juicio, las rutinas “fueron mutando de stand up divertidos a reflexiones y críticas que fueron bastante serias y ácidas. Algunas fueron muy agresivas y ofensivas, pero en vez de generar rechazo, fueron apoyadas y ovacionadas por el público”.
“Si antes la clave para sortear un mal momento el humorista recurría a chistes homofóbicos o xenófobos, ahora la clave estaba en atacar a la clase política y a la élite económica con un éxito asegurado. Había mucha rabia acumulada, solo faltaba la chispa y eso fue lo que sucedió el 18 de octubre”.
A lo largo de los años, se observó un aumento sistemático de emociones negativas como el enojo y la ansiedad en las rutinas, mientras que las emociones positivas, como la alegría, disminuyeron. Esta tendencia fue especialmente marcada en las rutinas de comediantes de stand-up, un género conocido por sus críticas sociales.
Además, las emociones negativas reflejadas en las rutinas coincidieron con una caída de la confianza en el sistema judicial y el Congreso, según las mediciones de la encuesta CEP. El análisis mostró que, aunque el humor no causó el estallido social, sirvió como canal para expresar el malestar latente en la sociedad chilena.
Por otro lado, los humoristas apuntaron constantemente a los políticos y las élites económicas como objeto de burla, reflejando la creciente desconfianza y descontento de la ciudadanía con el sistema económico y político.
“Este tipo de estudios permite recurrir a otro tipo herramientas para analizar al país. El análisis sistemático del lenguaje como el que hicimos ayuda a entender mejor los movimientos sociales”, expresa Mendiburo.
“Los y las comediantes no causan los cambios sociales, sino que son los llamados a mostrarnos cómo está la sociedad, a ser el reflejo. Ellos son en parte los que delimitan las normas con la cual las personas manifestarán su descontento al decirnos que hay algunos actores (los políticos) que están fallando y deben ser corregidos”.
Los autores concluyen que el humor, especialmente en un evento masivo como el Festival de Viña, puede ser un medio eficaz para evidenciar las tensiones sociales.
Aunque no es causante directo de movimientos sociales, el humor ofrece una ventana a los sentimientos de frustración y desconfianza que preceden a grandes eventos como el estallido chileno.
El estudio destaca la importancia de analizar expresiones culturales como el humor para entender el malestar social. Las rutinas humorísticas del Festival de Viña no solo entretienen, sino que también son un termómetro que mide las preocupaciones sociales de una nación.
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