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Cecilia Astorga: sanar en otoño para volver en primavera CULTURA

Cecilia Astorga: sanar en otoño para volver en primavera

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Cristian González Farfán
Por : Cristian González Farfán Director de la Agencia Trova.
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En esta entrevista conversa de lo humano y lo divino: de los vaivenes de su enfermedad, de su ahijado David Gómez, uno de los presos de la revuelta, y por supuesto de su arte como payadora. Este texto fue publicado originalmente en la Agencia Trova.


Tal como caen las hojas

en estos días de otoño

desde un oculto retoño

emergen las paradojas.

Se caen mis furias rojas

las penas, la rigidez

caigo y vuelvo a la niñez

quizás al agua materna

y siento la fuerza eterna

para nacer otra vez.

***

Como cae la corona

del Santo Cristo de mayo

caen la lluvia y el rayo

con su ausencia juguetona.

Y tal como me abandona

cayendo el dolor recién

como el inmenso vaivén

de primaverales yuyos

emergen con sus arrullos

las voces del Cuncumén.

Estas dos décimas, publicadas el sábado 6 de mayo en su Facebook personal, son las primeras que Cecilia Astorga Arredondo (55) escribe después de mucho tiempo. Las hizo para agradecer el concierto a beneficio suyo que brindaría esa misma noche el legendario conjunto Cuncumén en La Florida. “Tenía muy poca tolerancia al celular y al computador. Solo tenía tres líneas de una décima, y dos de la otra, pero Robinson San Martín, terapeuta maestrísimo que me hace acupuntura, me inspiró a hacer los otros versos”, cuenta a Agencia Trova la primera y más importante payadora de Chile, en su primera entrevista desde que el 4 de marzo pasado recibiera un duro diagnóstico médico: cáncer de mama. Pero ya llevaba arrastrando serias molestias.

“Robinson me dijo que el otoño era ideal para empezar una terapia y hacer un cambio de vida”, agrega Astorga, quien recién por estos días puede decir que está en franca recuperación, tras superar un período inicial de dolores intolerables. Este camino de sanación ha sido posible gracias a las sesiones de quimioterapia -que hasta ahora no le han provocado efectos adversos-, a la medicina tradicional china y a otras terapias complementarias. En principio, acudió al sistema público de salud para someterse a los primeros exámenes, pero luego “no me llamaron más”, por lo que prosiguió su tratamiento a través de la atención particular.

Ello ha significado ingentes gastos para Cecilia. Una vez que hizo pública su enfermedad, la cadena de solidaridad tanto del mundo de la paya como el de la música chilena en general se multiplicó de par en par. La presentación del grupo Cuncumén -anteriormente el Colectivo Violeteras organizó un recital en su apoyo el 27 de abril en el Mesón Nerudiano- se suma a otras actividades a beneficio que se celebrarán durante las próximas semanas: este sábado 13 de mayo a las 19.00 horas habrá una peña solidaria en la Escuela Casa Azul de La Granja (Avenida Yungay 0641), coordinada por la Peña Permanente de La Granja, Asamblea Popular Metro La Granja y Radio El Grito.

Al día siguiente, a las 13.00 horas, artistas de Valparaíso se reunirán en la Casa de la Cultura Ex Piedra Feliz (Blanco 1065) en un almuerzo folclórico solidario; y el sábado 20 de mayo, a las 21.00 horas, habrá una peña multicultural a beneficio en el Club de Cueca Clodomiro Barril de Rancagua (Gamero 240), ciudad natal de la decimista, profesora y cantora. El colectivo Payadores del Puerto, en tanto, organizará un encuentro de payadores el viernes 9 de junio en el restorán Fratelli e Amici de Quilpué, en horario por confirmar. Por último, Agenpoch aún vende números para la rifa de un guitarrón chileno, cuyo sorteo se realizará el domingo 4 de junio en el tradicional Encuentro de Payadores de Pirque.

“Estoy súper impresionada. No pude ir al concierto del Cuncumén, porque debo ser muy responsable. Y así como ellos, mucha gente apareció de forma natural. Me siento muy afortunada de tener tantos amigos y amigas, y tener gente que me escribe y que me dice: nunca la he saludado, pero la admiro mucho, usted hizo esto o fue a tal parte. Uno ha sembrado mucho y toca recoger nomás”, dice con trémula voz Cecilia Astorga, quien el fin de semana pasado debía estar en Buenos Aires representando a Chile en el IV Encuentro Payadores del Mercosur. Sin embargo, Cecilia declinó la invitación por presentar síntomas que alertaban sobre su condición de salud. Al evento asistieron los payadores chilenos Hugo González y Moisés Chaparro.

Aquí, Cecilia Astorga habla de su mejoría, de los afectos que la han sostenido anímicamente, de sus inicios, de los prejuicios contra los que tuvo que luchar siendo mujer, de sus andanzas con su fallecido hermano Francisco y de experiencias espirituales en el canto a lo divino y en los escenarios como payadora.

-Cecilia, ¿cómo has vivido todo este proceso hasta hoy en que recién estás dando signos de recuperación?

-Hoy estoy súper bien. Ayer tuve la segunda sesión de quimioterapia, la primera fue hace tres semanas. Ha sido una cosa milagrosa. Se acabaron un montón de males en dos días. No he tenido ninguna reacción adversa y mis defensas están súper bien. Sentía mucho dolor, ya que tenía una herida gigantesca en la mama derecha, que es donde tengo el cáncer. Me hicieron una curación avanzada y ya no queda casi nada de esa herida. Antes eso me causaba mucho dolor, con el roce. El tumor se redujo a la nada. Es un cáncer de mama de buen pronóstico. Está en metástasis a los huesos, pero no ha llegado a los órganos. La cantidad de achaques que tuve estos seis meses no los había tenido nunca en mi vida.  Aún ando con muletas y tengo una fractura a la columna. Pero dejé la morfina hace un mes y medio, antes de iniciar el tratamiento. Aparte estoy usando muchos tratamientos complementarios porque sé de dónde viene esto. Lo estoy trabajando. Estoy deshaciendo un montón de cosas que en estos tres años se habían juntado para mí.

-¿Entre ellas la muerte de tu hermano?

-Sí, claro. Fue muy triste su final. Él dejó una siembra profunda en sus alumnos del Pedagógico. Lo recuerdan con mucho cariño en varias partes. También lo de mi ahijado David Gómez, preso de la revuelta desde 2020. El jueves nos fue bien en una audiencia y en junio deberían darle pena remitida, lo que permitiría tener el indulto presidencial. A él le dieron su sentencia el 12 de octubre de 2022. Estaba escondido y lo encontraron el 26 de diciembre del año pasado en Chiloé. Está preso en Puerto Montt y, dentro de todo, es el mejor lugar donde podría estar. Estoy en contacto con él.

-¿En qué momento advertiste que podías tener algo grave?

-Después del Encuentro de Payadores de Casablanca de este año fui al médico por primera vez en mi vida. Allí ya andaba medio a la rastra, disimulando el dolor y sangraba mucho de mi herida. Fui a un médico antroposófico que me mandó a urgencia a un hospital. Luego me enviaron al Padre Hurtado y me ingresaron altiro por cáncer de mama en etapa 4. Pero ahora me he recuperado mucho: no ando con dolores, la acupuntura me enderezó la columna. Pero han sido gastos grandes. De partida, no puedo trabajar. El año pasado venía muy bien artísticamente, y éste también, pero tuve que suspender todo.

-¿Y qué te produce el caudal de cariño de tus pares?

-Esa solidaridad me tiene completamente anonadada. Nunca pensé que iba a ser tanto. He procurado no estar acostada y no recargar mucho el cuerpo. Con la quimio bajan las defensas y tengo que cuidarme de cualquier resfriado. Así que tengo que recibir esa energía a través de las redes. Entre las primeras acciones estuvo una actividad de los payadores del sur, en Puerto Montt. Fue tan hermoso. Allá hay gente que me quiere mucho, y eso que no voy hace 10 años, pero son recuerdos inolvidables. Esa energía para mí es lo fundamental, porque esto nació de muchas penas que no alcancé a procesar. Con la pandemia el trabajo se apagó y la paya para mí es profundamente sanadora.

–¿Te ha cambiado la percepción de la vida?

-De todas maneras. Siempre he sido muy sensible en ese sentido. En ningún momento he sentido miedo, ni en los momentos más terribles. He experimentado cosas nuevas, conocerme. Para Carlos, mi compañero, ha sido muy difícil. Había signos en mí que daban nuevas expectativas de voluntad de sanarme. Nunca he sentido que me voy a morir. En un momento sí sentía que me iba a morir del dolor y de repente apareció un primo que vive en el campo y hace unas pócimas que fueron fundamentales para mí.

-¿Cuánto echas de menos los escenarios?

-Harto. Yo estaba actuando con achaques y nadie se daba cuenta. En una de mis últimas actuaciones, yo había empezado a tomar morfina el día antes y mi cabeza no sabía cómo iba a reaccionar. Cuando me subí a cantar, hice un gesto con la mano y empezó a correr un viento. Un joven emocionado me decía que cuando yo canté, empezó a correr viento y se movían los árboles. Es algo que varias veces me ha pasado. Pasan muchas cosas en el ambiente y hay muchos compañeros testigos de aquello. En la gente también pasan cosas. Me ha pasado con niños con capacidades diferentes que reaccionan de una manera muy especial a la música y a las payas. Chicos que se ponen a llorar o a reír, como una expresión muy primitiva. Y así también pasa con los animales. Hasta con los insectos.

-¿Cómo así?

-Me ha pasado cuando el canto a lo poeta se lleva a momentos de espiritualidad como lo que ocurre con el canto a lo divino. Una vez en la iglesia de Loica (San Pedro de Melipilla) pusieron una sábana en el altar y en todas partes. Estaba cantando, la gente se puso a cuchichear y detrás de mí había una araña pollito trepando por la sábana hacia arriba; a un cantor amigo, un palote que se había parado en el altar voló y se le puso en la cabeza. Todos quienes cantamos a lo divino sabemos que pasan estas cosas. Una vez mi hermano empezó a tocar el guitarrón y se paró una lechuza en la ventana que lo hacía callar (¡shhhhh!); volvía a tocar el guitarrón tras 25 minutos y volvía a aparecer la lechuza con su ¡shhhhh! Estábamos muertos de la risa. Una vez apareció un guarén mientras cantábamos y se puso en el pesebre mismo. Era un show de los animales. Yo siempre he dicho que los cantores que se fueron están ahí cantando con nosotros siempre.

En la paya hay otro tipo de concentración que no nos permite darnos cuenta de lo que ocurre en los cuerpos de las personas. Pero sí me acuerdo que una vez estaba con El Parcito en Castro y un señor me sacó a bailar vals. Me empezó a conversar en la oreja y me dijo que en el programa que hacía con Pedro Yáñez en Radio Chilena, yo había dicho algo que le salvó la vida. Algún día le voy a contar, me dijo. Después se despidió y no lo vi nunca más.

-¿Te han dicho los médicos cuándo podrías volver a los escenarios?

-Siguiendo esto de los ciclos que escribí, espero que sea para primavera. Tengo una invitación para ir al Encuentro de Payadores de Molina en septiembre. Yo creo que podría hacerlo, porque ya no voy a estar tan debilucha y podré tocar la guitarra. Como tengo mi pierna derecha lesionada, no podía afirmar bien la guitarra.

-¿Tampoco has podido tocar guitarra en este tiempo?

-No, no he tocado. La última vez que me presenté públicamente fue en Pirque, para el primer domingo de abril. Y ahí me regodeé de tocadores de guitarrón. Fue espectacular. Lo ideal es que una se acompañe a sí misma, pero se torna más fácil cuando hay otra persona que toca y una canta.

Sembrando el camino de las mujeres en la paya

Hasta 1998 ninguna mujer había subido a un escenario como payadora. Ese año Cecilia Astorga fue invitada por Pedro Yáñez a un encuentro de payadores que se realizaría en la casona de Carmen 340, la misma que en 1965 viera nacer a la histórica Peña de los Parra. Hugo González y Daniel Vásquez serían los otros dos noveles payadores invitados por Yáñez. “Yo considero que ese es mi inicio oficial como payadora en un escenario. Salí en un afiche de ese encuentro de payadores y fue muy bonito”, recuerda Astorga.

Ese hito, sin embargo, no fue sino el cenit de una veta artística que Cecilia venía desarrollando incluso desde sus primeros años de vida. Cantaba a dúo con su hermano Francisco -que murió de covid en julio de 2021- en distintos escenarios y frecuentaba las radios de la Región de O’Higgins para dar a conocer tonadas, cuecas y versos a lo divino. Luego empezó a escribir versos propios. En 1994 comenzó a improvisar y, tras una pausa de cuatro años, Pedro Yáñez le cursó esa invitación que marcó un camino para el resto de las mujeres que siguieron su ejemplo. Hoy, a diferencia de antes, es común ver a payadoras y payadores compartir escenario en algún encuentro, y entre ellas se articulan para propiciar encuentros sólo de payadoras.

Además, la enfermedad encontró a Cecilia en un momento estelar que cruza la academia con la enseñanza de las artes populares como la paya. El año pasado, Astorga -profesora de educación básica titulada en la Universidad Católica de Curicó- impartía un taller de poesía popular para estudiantes de la Escuela de Educación de la Universidad de O’Higgins; es un programa piloto que ha tenido una acogida formidable en la comunidad universitaria.

Este año Cecilia iba a continuar en esa experiencia académica, pero el cáncer que le detectaron la obligó a desertar, y dos de sus compañeros payadores ocupan su lugar durante este 2023. Sin perjuicio de ello, la aspiración de este taller es transformarse en una cátedra optativa permanente para los estudiantes de la citada escuela. «Yo hubiera estado agradecida de tener un proyecto así cuando estudiaba pedagogía», comenta.

-Con 25 años de trayectoria como payadora, ¿qué aprendizajes tuviste en tu infancia? ¿Te criaste en un entorno propicio para el cultivo de las artes populares?

-Claro, nací en una familia muy chiquita, donde había mucha preocupación por las artes, en los tiempos más oscuros. Partíamos los cuatro -mis papás, mi hermano y yo- adonde fuera. Había algo muy calentito en el entorno familiar para alentar los talentos que teníamos naturalmente con mi hermano. Nuestro abuelo materno era cantor, y había guitarras en todas las casas. Ser poeta era algo común y corriente, no algo extraño; era parte de una normalidad que empezamos a recuperar. Fuimos un eslabón muy importante. A pesar de que mi hermano era ocho años mayor, yo siempre andaba pegado a él. Nos decían “Los Astorga”, igual que podría ser hoy “Los Vásquez” (ríe). Tenía la experiencia de cantar en público. De repente hubo un encuentro de payadores grande y sentí en un momento que podía hacerlo mejor que alguien que yo veía en el escenario. Se lo comenté a alguien y me reafirmó eso. Sí, poh, si tú improvisas, siempre lo has hecho, me dijeron.

-¿Cómo era ese Chile de 1998 cuando era raro ver a una mujer que se subiera a improvisar a un escenario?

-No es que fuese raro: no existía. Nunca había pasado. Hay un montón de cosas que pasaron y yo lo he conversado. Por ejemplo, la discriminación positiva. Decir ah, es mujer, entonces hay que invitarla, vamos a invitar a una payadora para llamar la atención. Una no se puede aprovechar de eso: yo misma me fui haciendo un camino y le achunté. No podía anclarme en que por ser mujer me invitaran o me aplaudieran. Todo eso me pasó y mucho más. En algunos momentos sentí que la gente me escuchaba porque cantaba bonito, y muchas personas me criticaron porque cantaba bonito. Me decían que los payadores cantaban mal, y que yo tenía que cantar mal, que pronunciaba muy bien, que había estudiado. Ahora eso no existe, porque hay payadores curas, ingenieros, médicos; las mujeres son todas profesionales. Una no tendría por qué mostrar los títulos, pero sí se discriminaba hacia arriba: tú estudiaste, tú eres profesora, como crítica. Por eso un grupo de compañeros más cercanos -Pedro Yáñez, Eduardo Peralta, Hugo González- fue importante para mí y seguimos juntos trabajando. Ellos con mucha generosidad integraron esta presencia femenina que ahora es muy natural. Pero era difícil.

Una vez, por ejemplo, me bajé del escenario porque estaban todos curados. Ahora eso no ocurre. O antes les faltaban el respeto a las mujeres, diciendo puras cochinadas. Un par de chicos se dio cuenta de que no podían echar las tallas de antes y coincidió con una situación muy bonita: sacar del lenguaje muchas palabras y conceptos machistas y vulgares con respecto a la mujer; y por otro lado el ascenso de la mujer a otras esferas, de la mano del feminismo, que es fantástico. Hoy no es novedoso que haya una mujer en distintos ámbitos y en la paya tampoco.

-¿Sientes que sembraste el camino de otras mujeres? Ya se han hecho varios Encuentros de Payadoras, algo que quizás ni soñabas cuando te iniciaste…

-Sí, claro, pero hay un poquito más. Humildemente me tocó ser parte de una generación que asume la paya con mucha responsabilidad, profesionalmente. Eso es más que ser mujer o llevar a la mujer, que ahora ha recorrido un camino más fácil. Yo ya había hecho esa “limpieza” (ríe). Me tocó ser artífice de lo que es hoy la paya como un acto artístico que es posible de llevar a cualquier escenario, que se adapta a cualquier momento de la vida humana, desde lo más jocoso a lo más espiritual. Me siento súper orgullosa de eso. Y también de lo que sucede bajo el escenario y generar un mundo de aprendizaje. Hoy muchas personas saben cómo hacer un pie forzado en la casa, en una fiesta familiar, en la ducha. Eso ha sido una siembra fantástica y viene pasando desde hace unos 20 años hasta hoy.

-¿Crees también que ayudaste a introducir en la paya nuevas temáticas relativas a los derechos de la mujer, a la violencia de género, cosas que hace 30 años este arte no tocaba?

-Sí, eso es tremendo. En lo profundo esa es la esencia de la paya: tiene que hablar de todos los temas, no tiene que hacerle el quite a nada y ser conocedor de distintos ámbitos. Ahí hay harto que hacer siempre. La vigencia nunca se perderá. Los temas trascendentales de actualidad siempre serán materia prima para la paya.

-¿Cómo sientes que las y los payadores están trabajando para combatir la desinformación de los medios de comunicación respecto de la paya, y que sobre todo se manifiesta en septiembre para las fiestas patrias?

-Yo creo que los medios de comunicación y las escuelas son fundamentales para que eso cambie de una vez por todas a nivel más masivo. Cada vez vamos ganando más terreno, pero hemos experimentado un retroceso de los medios. Ahora estamos comunicados a través de un grupo de Whatsapp, y desde los escenarios que se abren siempre es posible educar a la gente. En los encuentros de payadores siempre hay alguien que llega por primera vez, pero sabe más o menos a lo que va. Los payadores también se están haciendo más responsables de lo que dicen. La pandemia sirvió mucho para la paya. Aparecieron payadores que aprendieron por Zoom. Ese tipo de comunicación virtual tiene mucho que ver con la oralidad, la transmisión es muy similar. Javiera Buzeta es una payadora que aprendió por Zoom. Eso es una ganancia enorme porque se va diseminando por las familias. En el taller que yo hacía en la Universidad de O’Higgins nadie preguntaba por las payas de la tele; se dan cuenta que en realidad la paya es otra cosa.

-Tú que has estado en tantos encuentros internacionales de payadores, ¿dirías que hay una forma chilena de hacer paya, en cuanto a su interpretación, a ciertas temáticas que toca, respecto de los otros países de Iberoamérica?

-Diría que sí. Todavía tenemos pendiente hacer una descripción más precisa de lo que es la paya chilena, con respecto a sus diferencias con los otros países, porque las diferencias hacen la identidad. El lenguaje y los problemas en América Latina son los mismos. La diferencia es la música: el acompañamiento en Chile es muy diferente y único, con el guitarrón y las melodías chilenas. Eso es muy notable. Se nota mucho cuando hay un chileno en el grupo. De afuera nos han dicho que los payadores chilenos son muy poéticos y sencillos a la vez. Hay algo del payador chileno que no es excesivamente metafórico. Hay una metáfora, pero es muy sencilla. En otros países, además, improvisan lindo pero le hacen el quite a algunos temas: políticos, actualidad, feminismo, por características propias de los países. Nosotros somos una sociedad machista, pero hay otras sociedades cercanas que son más aún más machistas. Ha sido difícil ser payadora para compañeras de otros países.

-Eso te iba a consultar. ¿Cómo ves el tema de la incorporación de la mujer en la paya en los otros países? ¿Tienes contactos con ellas? ¿Cómo está Chile en ese aspecto?

-Sí, yo de verdad te digo que Chile es el país que tiene más payadoras. Te lo doy firmado. En ese encuentro de payadores del Mercosur al que no pude ir había una mesa hablando de la paya femenina. En Argentina, donde la paya es gigante, hay poquitas payadoras; en Uruguay hay una. En eso en Chile somos pioneras. En Puerto Rico y Canarias -donde fui el 2020- también hay poquitas.

-¿Cómo sientes que se recibe la paya chilena en el extranjero?

-Recuerdo el viaje a Islas Canarias de 2020. Por primera vez iba una delegación de cuatro payadores chilenos (Juan Carlos Bustamante, Hugo González, María Antonieta Contreras y yo) hasta allá. Canarias es un mundo aparte, un país dentro de España. Se consideran africanos, tienen mucha cultura cubana. Hasta allí nos invitó Yeray Rodríguez, uno de mis más admirados próceres del canto improvisado en el mundo. Tuvimos como unas 25 salidas a escenario. El público explotó al máximo. Disfrutamos mucho. Tocamos en el Teatro Víctor Jara, que quedaba en un pueblito llamado Vecindario, en la isla Gran Canaria, y que tenía un monumento fuera de él. Me impresionó mucho que Víctor fuera tan conocido. Ese teatro grande fue construido porque ahí hubo una agrupación de solidaridad con Chile en tiempos de dictadura. Víctor se hizo muy conocido ahí por los cantores que llegaron exiliados a Canarias.

-Y en otras latitudes de habla no hispana, ¿cómo es la reacción de la gente ante tu canto?

-En 2019 hice un viaje familiar aprovechando dos invitaciones que nos hicieron: a Estonia y Baskortostán, una república rusa. Ese es el lugar más lejano donde he cantado. Fue una maravilla porque la gente se daba cuenta de todo. Una de las experiencias más fuertes de mi vida fue conocer improvisadores de esas latitudes, en otros ritmos, en otras lenguas imposibles de entender. Ahí hay muchas etnias. En Baskortostán hablan una lengua propia (el bashkir), pero de repente aparecía otra etnia que hablaba diferente y cuyo físico era muy distinto. Cuando improvisaban, terminaban con un relincho de caballo. Me habían invitado a otro encuentro de improvisadores de distintas etnias, pero después vino el estallido y no pude ir. Pero, como sea, el improvisador se nota. Fue muy lindo ver cómo los improvisadores, aun hablando distintas lenguas, podían encontrarse y desafiarse poéticamente.

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