Se suma a la lista de “palabras importantes” que en los últimos años ha analizado el profesor. En esta entrevista conversó con El Mostrador sobre su cercanía a la disciplina, la importancia de las humanidades y la muerte de la filosofía.
El ex rector de la Universidad de Valparaíso, ex miembro de la Convención Constitucional y Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2009) Agustín Squella tiene nuevo libro.
Se trata de “Filosofía” (Editorial Universidad de Valparaíso), donde el autor examina la historia y los diversos significados de la filosofía, a la vez que recorre el pensamiento de filósofos y escritores.
Este texto se suma a otras publicaciones de Squella, que también pertenecen a la colección Manifiestos, en las que profundiza en conceptos como «Libertad», «Igualdad», «Fraternidad», «Derechos humanos», «Dignidad» y «Justicia».
Con su nueva obra, Squella aporta una visión enriquecedora basada en su vasta experiencia académica y profesional.
– Ha escrito sobre diversos conceptos, palabras complejas sobre las que existe una antigua discusión, como libertad, dignidad, justicia. ¿Por qué escribe ahora sobre filosofía?
– Desde hace algunos años vengo tomando alguna palabra importante, o que se reputa como tal, y dedicando un libro a cada una de ellas. No son tratados ni extensos volúmenes académicos, sino libros breves, sencillos, ojalá claros, didácticos, sin notas de pie de página ni sofisticados desarrollos eruditos. Libros escritos especialmente para lectores jóvenes que pudieran querer ser excitados e incitados por determinadas palabras, con el fin de entrar en cada una de ellas y procurar entenderlas un poco mejor de lo que comúnmente hacemos con ellas.
– ¿Cómo llegó desde el derecho a la filosofía? ¿Qué relaciona a ambos conceptos?
– No llegué a la “filosofía” desde el derecho. Donde llegué fue a la “filosofía del derecho”, o sea, no a la filosofía general, sino a esa filosofía regional o especializada que se llama “filosofía del derecho”. Lo que he sido durante más de medio siglo no es un filósofo, ni tampoco un filósofo del derecho, sino, más propiamente, un profesor de filosofía del derecho. Y, según me gusta decir, y para ser más exactos, he sido un profesor universitario de provincia.
Por lo mismo, escribir y haber publicado ahora este nuevo libro –“Filosofía”- es todo un atrevimiento de mi parte.
– ¿Cuáles han sido los filósofos y filósofas que han influido en su pensamiento y escritura? ¿Cómo se ha manifestado esta influencia?
– En el campo de la filosofía del derecho, como también en el de la filosofía política, hay para mí dos imperdibles: Hans Kelsen y Norberto Bobbio. Ambos, además de hacerlo sobre el derecho, publicaron libros sobre la democracia como forma de gobierno, lo mismo que el jurista escandinavo Alf Ross, quien publicó hace algunas décadas un libro espléndido: “¿Por qué la democracia?”
En el plano nacional, debo mucho a Jorge Millas y a Antonio Bascuñán Valdés. En el caso español, tengo deudas intelectuales importantes con Manuel de Rivacoba, Elías Díaz, Gregorio Peces-Barba, Albert Calsamiglia, Ernesto Garzón, y prácticamente con toda la generación formada por Díaz y Peces-Barba.
Cuando hice mi doctorado en Madrid, la filosofía del derecho en España tuvo un importante auge. Algunos notables profesores y, más tarde, igualmente notables alumnos y discípulos
– Cada cierto tiempo se discute si la filosofía debe ser una asignatura obligatoria de los colegios o se debería eliminar la obligatoriedad de enseñarla. ¿Cómo afecta esta discusión al estudio de la disciplina? ¿Ha muerto la filosofía?
– La filosofía debe mantener su presencia curricular cuando menos en la enseñanza media, aunque los niños hacen también, a menudo, grandes preguntas filosóficas.
En cuanto a la “muerte de la filosofía”, decretada, como la de tantos otros saberes o disciplinas en nuestra pobremente llamada “posmodernidad”, lo cierto es que se ven muchos féretros camino del camposanto, si bien tengo la impresión que lo que pasa con todos ellos es que pueden haber padecido nada más que un súbito y temporal ataque de catalepsia. Todo lo contrario, lo que hay hoy, y enhorabuena, es una filosofía que podríamos llamar pop, que se expresa en obras serias y a la vez más accesibles que los viejos tratados de filosofía.
– Hace algunos meses un economista calificó de tonterías los productos que emanan de las Humanidades. ¿Cuál es la importancia del pensamiento filosófico en una sociedad democrática? ¿Por qué han perdido espacio las Humanidades frente a las ciencias exactas?
– En cuanto a la patinada del economista a que usted alude, es típica de las bravatas de esos especialistas. Así como en su hora el derecho y la sociología trataron de hegemonizar a buena parte de los saberes, así ha pasado también con no pocos economistas de nuestros tiempos, y a ellos podría decirse que “quien solo sabe economía, no sabe ni siquiera economía”. Pero no le toman el peso a una constatación como esa, sino que repiten, ufanándose, de esta otra frase que les gusta tanto repetir: “¡Es la economía, estúpido!”.
Cuando todos saben algo solo de sus respectivas especialidades, nos encontramos a las puertas de la barbarie.
– ¿Qué les diría a los jóvenes que han decidido dedicar su vida al estudio y enseñanza de la filosofía?
– Les diría que perseveren, que no bajen los brazos ni entreguen la oreja, que no muerdan el anzuelo de creer que las preguntas filosóficas son innecesarias, superfluas, y que nada tienen que ver con la existencia individual y la vida colectiva de las personas.
Las preguntas filosóficas son raras, desconcertantes, y pueden sumirnos en una honda perplejidad, pero no por ello tendríamos que eludirlas. Millas se refería a la filosofía como el acto de poner en tensión la inteligencia y pensar hasta (o hacia) el límite de nuestras posibilidades. Renunciar a un ejercicio como ese es renunciar a la inteligencia.
– ¿Sobre qué otras palabras le gustarían escribir?
Además de las palabras que en los últimos diez años he examinado una a una en distintos libros de la editorial de la Universidad de Valparaíso –igualdad, libertad, fraternidad, democracia, derechos humanos, desobediencia, dignidad, justicia-, me ocuparé en 2025 de la palabra “derecho”. ¿Cómo podría evitarlo? Le he dado muchas vueltas a esa palabra, que solo en apariencia admite una respuesta única, y con la que se designa un fenómeno cultural muy complejo y acerca del cual hay la tendencia contar y contarse cuentos.
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