La conexión con la naturaleza, a través de experiencias multisensoriales como los “baños de bosque”, tiene un profundo impacto en el bienestar humano, destacando el rol del olfato. Este sentido, vinculado al sistema límbico y emociones, es crucial para nuestra memoria y adaptación cultural.
Cuando estamos agobiados, la conexión con la naturaleza nos ayuda a volver al presente y traernos bienestar. Los “baños de bosque”, por ejemplo, son terapias que se han masificado y son ampliamente recomendadas. La naturaleza es una experiencia multisensorial que ha sido el paisaje evolutivo de nuestro bienestar, pero ¿qué tanto entendemos desde la ciencia de la relación entre bienestar y naturaleza?
La naturaleza, con sus múltiples procesos ecológicos, provee de una enriquecedora experiencia multisensorial. Si bien es más fácil asociar la naturaleza con los estímulos visuales, el rol de los estímulos olfativos está poco estudiado. Tendemos a creer que nuestro sistema olfativo es “pobre” en comparación con otras especies de mamíferos o que son estímulos “menos importantes” a la hora de percibir la naturaleza.
Sin embargo, en un trabajo publicado en 2017, el neurocientífico John P. McGanndesmitificó esta creencia heredada del siglo XIX. Lo cierto es que nuestro olfato es similar al de otros mamíferos, pero la evolución nos ha guiado por caminos con sensibilidades diferentes.
El olfato se encuentra asociado al sistema límbico, fundamental en las emociones y memoria, y aquellas respuestas afectivas primarias relacionadas con la supervivencia. Es decir, nuestra percepción olfativa de la naturaleza está profundamente arraigada a nuestras emociones y memorias ancestrales.
La evolución del olfato en los humanos está estrechamente relacionada con decisiones alimentarias. De esta forma, nos hemos sintonizado evolutivamente a olores dulces o a reconocer una fruta madura. En los humanos contemporáneos, la alta diversidad genética asociada a los genes olfativos nos sugiere mayor divergencia en adaptaciones culturales y estilos de vida actuales.
La herencia cultural también es muy relevante en nuestras percepciones olfativas. En las culturas indígenas, por ejemplo, muchas hierbas medicinales, o decisiones alimentarias, se basan en los olores. Algunos pueden ser percibidos como peligrosos, otros como benéficos.
Por último, la herencia olfativa está asociada a prácticas culturales que integran valores identitarios únicos de las comunidades, tal como lo revela un trabajo recientemente publicado en la revista Nature, liderado por Gregory N. Bratman. Ejemplo de esto es el florecimiento del cerezo en Japón o los campos de lavanda en Francia, los cuales poseen olores distintivos que ligan el valor identitario de un grupo con un lugar particular.
Otros estudios mencionados por Bratman demuestran que el “sistema inmune” de los árboles puede impactar el sistema inmune humano mediante los compuestos volátiles; o que los “baños de bosque” se vinculan con beneficios psicofisiológicos y neuroinmunológicos mediados por compuestos volátiles.
De esta forma, el olfato influencia la calidad y satisfacción de la vida. Entender las claves que explican el bienestar humano y su relación con la naturaleza parece ser crucial para conservar, proteger paisajes y evaluar las consecuencias del cambio en el uso de suelo para el bienestar humano y los ambientes olfativos naturales.
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