Desde nuestra infancia, hemos experimentado momentos maravillosos en la naturaleza, como cuando observamos una bandada volando en el cielo o vemos un cardumen desplazarse en el agua. Notamos la armonía con la que pájaros y peces se integran a un objeto mayor, siguiendo una meticulosa coreografía. Eso nos lleva a preguntarnos cómo logran moverse con esa impresionante y precisa forma colectiva.
Existe también un espectáculo fascinante que protagonizan las luciérnagas en el Parque Nacional Great Smoky Mountains en Tennessee. Allí, durante un período del año, puede observarse el tintineo de luces provocadas por muchas de ellas, generando el fenómeno de sincronización.
La ciencia siempre ha querido comprender este fenómeno, y hasta nuestros días grupos de investigadores en todo el mundo lo estudian desde distintas disciplinas. Por el lado de la física, en la década de los 80, un joven japonés llamado Yoshiki Kuramoto propuso una ecuación para comprender el fenómeno de sincronización, que hoy conocemos como el modelo de Kuramoto.
La importancia fundamental de este modelo radica en su simplicidad, pero también en su variabilidad, porque es la base para establecer de forma cuantitativa cuándo algo está en sincronía.
Existe un gran espectro de situaciones donde el fenómeno ha sido observado. Sin embargo, cuando un grupo de aves, peces o luciérnagas desarrolla la sincronización de forma espontánea y natural, ocasiona algo de lo que no podemos apartar la mirada. Es que quizás sea uno de esos pocos lugares en donde la magnificencia de la naturaleza y la simpleza elegante de las matemáticas confluyen sin conflicto, revelando profundas verdades de nuestro universo.
Inscríbete en el Newsletter Universo Paralelo de El Mostrador, súmate a nuestra comunidad donde el físico Andrés Gomberoff te llevará por un viaje fascinante a través del mundo de la ciencia.