Llegó al país charrúa a los 15 años, donde se licenció en Antropología, y ganó el puesto por concurso público. La institución acaba de inaugurar la muestra “Ley reservada”, de la polaca Dagmara Wyskiel, creadora de la Bienal SACO.
La chilena Begoña Ojeda Marchi ha asumido la dirección del Centro Cultural y Museo de la Memoria (MUME) de Uruguay.
Ojeda (Santiago, 1970) llegó al país charrúa a los 15 años. Allí se licenció como antropóloga y luego hizo un magister, ambos en la Universidad de la República. Además actualmente realiza un doctorado en la Universidad Nacional de Rosario (Argentina).
Previamente trabajó en el Ministerio de Educación de Uruguay. Su llegada a dicho país está vinculada a su propia biografía: su padre, Eduardo Ojeda, era un militante del MIR que murió el 11 de septiembre de 1973 mientras defendía el gobierno constitucional del Presidente Salvador Allende. Tras esto, la madre de Ojeda y ella misma salieron al exilio.
El MUME acaba de inaugurar una muestra vinculada a nuestro país. Se trata de “Ley reservada”, una exposición de la artista visual y directora de la Bienal de Arte Contemporáneo SACO, Dagmara Wyskiel (Polonia-Chile).
Está compuesta por 214 placas metálicas que llevan pintados a mano con color rojo los años de violencia y con blanco los de calma, y una pieza sonora que señala los hechos históricos correspondientes a los primeros de estos, presentando una necrología de la historia del Chile republicano.
“Hay evidentes y reiterativas semejanzas en olas de violencia estatal entre los países del sur del continente. Es por eso que esta intervención se vuelve relevante, pudiendo iniciar el proceso de la aplicación de la misma metodología de investigación, sobre la historia uruguaya”, mencionó Wyskiel, cuya exposición estará disponible hasta el 30 de abril de 2025.
– ¿Por qué le interesó asumir la dirección de este museo?
– Bueno, a mí me interesó porque estaba buscando por un lado un cambio en mi vida laboral. Yo trabajé durante mucho tiempo en Uruguay en las políticas culturales, en el Ministerio de Educación y Cultura, específicamente fui coordinadora de fondos concursables. También trabajé la dirección de programas y proyectos culturales. Esto fue en la administración pasada, en un cargo más político. Actualmente estaba en el Parlamento y necesitaba buscar caminos más vinculados a la gestión.
Me gusta mucho la gestión pública, la gestión de políticas públicas y si bien, específicamente, yo no había trabajado la temática de memoria, tiene que ver mucho con lo cultural y la construcción social, en este caso de la memoria colectiva, en relación a lo que pasó con la dictadura. Me preocupaba mucho el intercambio intergeneracional, cómo hacer que las nuevas generaciones supieran lo que había pasado en el pasado reciente, específicamente la dictadura de Uruguay, pero también en el Cono Sur.
– Tú has hecho tu carrera académica y laboral en Uruguay.
– Sí, claro, yo llegué un Uruguay cuando tenía 15 años. Yo salí de Chile cuando tenía cuatro años. El día el golpe de Estado matan a mi papá, el 11 de septiembre, en la fábrica de Indumet, y poco tiempo después mi madre sale a Cuba. Y mi familia me manda a Cuba vía Venezuela. Es un viaje que yo realizo sola teniendo cuatro años de edad. Y después ha sido un periplo de países en los que he vivido. Mi madre en Cuba inicia una relación con un uruguayo, entonces también parte del exilio fue vivido entre uruguayos y chilenos. Por eso también mi vínculo con Uruguay y por eso también el retorno a Uruguay en 1985, cuando ya había democracia acá en Uruguay.
Yo viví en democracia la adolescencia en Uruguay, terminé lo que es el liceo en Uruguay y empecé a estudiar en la universidad en Uruguay. Igualmente hice mi esfuerzo de volver el 92 a Chile, di la Prueba de Aptitud Académica y me traté de insertar en la comunidad chilena, con mi familia chilena, pero bueno, no lo logré, no me fue posible.
Yo creo que también tiene que ver mucho con el haber vivido la adolescencia en Uruguay y el empezar a generar esos vínculos tan fuertes que se generan en la adolescencia con la militancia específica. Eso genera una identidad muy fuerte que no pude recomponer en Chile. Me sentía como ajena en un país al que yo tengo mucho afecto porque parte gran parte de mi familia abuelos, tíos, primos están en Chile. Yo en Uruguay me quedé sola, porque mi madre retornó a Chile, mi hermano también.
– Y estudiaste en Uruguay.
– Yo me recibí acá de Antropología, en la Universidad de la República. Estudié primero Antropología y después hice una maestría en políticas culturales, y ahora estoy haciendo un doctorado en Educación donde lo vínculo con la temática de la memoria, en la Universidad Nacional de Rosario.
– ¿Cómo se compara el Museo de la Memoria de Uruguay con el de Chile?
– Bueno, este museo, a diferencia del de Chile, pertenece a la Intendencia de Montevideo (gobernación metropolitana). Y tiene muchísima afluencia de un público que está finalizando la escuela. Estamos hablando de sexto año escolar, de 11, 12 años, que es cuando está en la currícula el tema del pasado reciente. La otra característica que tiene a diferencia del de Chile, es que es una casa, que no fue pensada específicamente para museo, como el caso chileno o el Museo de Reparación y Memoria de Lima. Esta es una casa quinta del año 1870 y perteneció a Máximo Santos, que fue un dictador en una época de militarismo acá del Uruguay.
– ¿Y cuál es su contenido?
– Mucho del acervo que está exhibido tiene unos cuantos años de exhibición y el guión museológico se pensó cuando se inauguró en el 2006. Yo quiero readecuar en términos del guión, para que se puedan ver otras cosas que no están dichas. Por ejemplo, el lugar de la mujer, tanto en la resistencia como las situaciones de privación de libertad, incluso en el exilio. Actualmente el relato del hombre está más presente que el de la mujer o las infancias propiamente dichas.
Actualmente hay cartas de los de los presos hacia los niños, hay unas puertas del Penal de Libertad, donde estuvieron presos los hombres, hay algunos mamelucos, entre ellos del ex presidente de la República José Mujica. Hay muchísimas artesanías de los presos, hechos en las cárceles, todas las las fotos de los desaparecidos que tiene Uruguay, algunas cosas del exilio, que es quizás lo menos representado.
La sala que para mí hay que de alguna manera también revitalizar es la relativa a la instalación de la dictadura, o sea, qué pasaba en los años 60 en este país. Mostrar que en realidad el aparato estatal ya tenía una represión hacia los movimientos sindicales hacia la gente previo a la dictadura.
– ¿Qué nos puedes contar de las políticas de memoria de memoria histórica en Uruguay, en comparación a Chile?
– De Chile conozco algunas acciones que se han hecho, pero no como políticas en sí mismo. Creo que en el caso de Chile hay una intencionalidad por la creación del Museo de la Memoria, de generar una política de memoria histórica. También en Uruguay, con este museo. También políticas en relación a sitios de memoria, de reparación, de generar que se visibilicen los lugares donde se cometieron delitos de lesa humanidad, donde se cometieron torturas.
(En Uruguay) hay una ley específica, que es la ley de sitios de memoria, y una red de sitios de memoria, donde se presentan proyectos concursables para que sean financiados por el Estado a nivel nacional. Hay muchísimos colectivos de la sociedad civil, de presos, de presas, de hijos, y que están desarrollando acciones específicas en eso con apoyo del Estado, como política pública. Yo te diría que es un tanto reciente, pero se está avanzando en esa línea de conformación de una red.
– En Argentina ha habido una ola de negacionismo, y el año pasado, cuando se cumplieron 50 años del golpe de Estado, en Chile también hubo gente que trató de minimizar los hechos, el terrorismo de Estado. ¿Ha habido eso en Uruguay?
– Te hablo desde mi percepción, porque no le he estudiado a fondo: Uruguay es un país con una conformación bastante republicana y lo que pasó en la dictadura atravesó a todos los sectores políticos. Esto no es una bandera de la izquierda, por decirlo de alguna manera, en la derecha también consideran lo que pasó en la dictadura, la violación a los derechos humanos, las torturas. Mucha gente fue al exilio, eso no se puede negar. Eso forma parte incluso de la currícula, de los planes de estudio a nivel nacional. La percepción que tengo es que no es lo mismo que en Argentina y en Chile. Quizás algunos hay algunas manifestaciones públicas de algunos, pero no es la generalidad.
– En el año 1985 volvió la democracia a Uruguay, el próximo año serían 40 años de democracia. ¿Cómo podríamos transmitir a la la gente más joven, que no conocieron la dictadura, lo que fue, para que no se repita?
– Bueno, ese es el gran desafío. Por ejemplo, acá en el museo que nosotros tenemos una asociación de amigos y todos peinan canas. Es un desafío cómo incorporar a las nuevas generaciones. Yo no tengo la respuesta sobre eso, pero es lo que me interesa trabajar. De hecho, cuando tú me preguntabas al inicio qué me motivaba a trabajar en el Museo de la Memoria, más allá de esto más personal, del cambio de rumbo que estaba actualmente llevando, me interesa muchísimo, y es lo que quiero trabajar, es como transmitir.
De hecho la palabra “transmitir” me genera dudas, porque no creo que se transmita. Creo que se trata de poder generar con las nuevas generaciones una internalización de lo que se vivió en la dictadura.
Muchos de los que lucharon antes de la dictadura querían que se cambiara el mundo para generar una sociedad más justa, y esto es para mí está vigente: que tengamos una sociedad de mayor equidad, de mayor justicia social, sin infancias descalzas. Pasaron 50 años y seguimos en una sociedad que genera bastantes marginalidades y bastantes situaciones de pobreza.
– Finalmente, leí que cuando tú llegaste al museo, hubo algo que te conectó con Chile y tu historia, ¿cómo fue eso?
– Yo llegué el 9 de septiembre, y obviamente dos días después era el 11 de septiembre. Entonces me parecía muy simbólico y relevante generar una acción específicamente para el 11 que que pueda ser un hecho simbólico, también significativo para mí, por mi historia, pero también para para mostrar esto.
El año pasado incluso, con los 50 años del golpe de Estado, tanto en Chile como en Uruguay, se generaron muchísimas acciones vinculadas en ambos países. De hecho se hizo una placa conmemorativa en el Cajón del Maipo por tres uruguayos que fueron asesinados durante la dictadura. Entonces el 11 de septiembre se exhibió la película “El edificio de los chilenos”, de Macarena Aguiló, y se hizo un conversatorio. Vino muchísima gente y también se puso en valor lo que vivieron estos militantes del MIR en relación a al tomar la decisión de entrar clandestinamente a Chile y combatir a la dictadura. También por el horror que vivieron muchísimos chilenos, como en este caso Macarena, que relata lo que tiene que ver con su secuestro, siendo una niña con tres años de edad, para que su padre se entregara. Todo esto se visibiliza en la película y me gustaría trabajar estas historias no dichas, que están muy ocultas.
También había otras actividades que estaban programadas con la dirección interina anterior, que ya venían de proyectos concursables, y una fue una arpillera creada por un colectivo de mujeres, hijas del exilio, que vivieron en Canadá. Se les ocurrió, en el marco de los 50 años del golpe, generar representaciones textiles de todas las personas que habían muerto en la dictadura, que figuraban en el Informe Rettig. Esas personas vinieron acá, entonces dije, ahí debe estar entonces mi papá, porque mi papá figura entre las víctimas, y me dicen sí. Y al día siguiente me mandan la foto de mi papá, con que aparece en el Informe, y la representación textil de mi papá. Para mí fue muy emocionante encontrarme en esa tremenda obra con 1.607 personas representadas.
Para mí era estar de alguna manera reparando. Fue muy interesante, muy emotivo y sanador en lo personal.
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