Diego Figueroa, director: “El cine no debe ser el único medio para definir la memoria de un país”
La película chilena “Patio de Chacales”, ópera prima de Diego Figueroa, combina thriller psicológico y drama para explorar el miedo, la violencia y los fantasmas de la dictadura. Reconocida en festivales internacionales, destaca por su atmósfera inquietante y sus complejos personajes.
Ya está en cines la película chilena Patio de chacales, la ópera prima del Diego Figueroa. Esta película que combina el drama con el thriller psicológico, ha sido aclamada en festivales internacionales y nacionales, consolidando a Figueroa como una de las nuevas promesas del cine chileno.
Tras su exitoso estreno mundial en el prestigioso Tallinn Black Nights Film Festival (PÖFF), en Estonia donde Figueroa fue reconocido como Mejor Director en la categoría de Óperas Primas —siendo la primera vez que este galardón se otorga a un director chilen—, y su paso por FicViña, Patio de chacales llega a la cartelera nacional para cautivar a los espectadores con una historia de suspenso, miedo y crítica social.
Ambientada en 1975, la película cuenta la historia de Raúl, un maquetista que vive tranquilamente en un barrio aparentemente apacible. Sin embargo, la llegada de nuevos vecinos desata una espiral de eventos violentos que revelan los oscuros secretos que se ocultan tras las puertas cerradas. Con una propuesta visual y sonora que pone énfasis en lo no visto, el filme desafía al público a construir la narrativa junto al protagonista, sumergiéndolos en un inquietante juego de percepción.
Protagonizada por Néstor Cantillana y Blanca Lewin, ambos protagonistas tienen una destacada trayectoria en proyectos que han marcado la memoria colectiva del cine y la televisión chilena. En Patio de chacales, sus interpretaciones exploran las profundidades del miedo humano y el impacto de los contextos opresivos, creando una experiencia única e inolvidable para el espectador. En esta entrevista con el director Diego Figueroa nos cuenta como fue el proceso de su gran ópera prima.
—¿Cómo surgió la inspiración para crear esta película?
—El germen de la película comenzó hace varios años, alrededor de 2014, cuando realicé mi proyecto de título en la universidad, un cortometraje titulado “Los vecinos”. Tiene el mismo punto de inicio: un hombre cuyos vecinos nuevos llegan, se instalan y convierten la casa del otro lado en un foco de horror. El hombre no puede ver lo que ocurre, solo escucha. Bajo esa misma premisa comencé a trabajar la idea del largometraje, pero abarcando otros temas y convirtiéndolo principalmente en una pieza de género, en un thriller psicológico. El cortometraje puede servir como un prólogo de una historia bastante distinta. En el largo, quería hacer una película en la que pudiera explorar la capacidad del cine para la subjetividad y la empatía. Siempre me ha llamado mucho la atención cómo el cine tiene la capacidad de provocar que uno se ponga en el papel de un personaje, de vivir la historia a partir de cómo la ve ese personaje. Me pareció interesante hacer este doble juego: que el protagonista tuviera que hacer eso, al mismo tiempo que el espectador.
—Encuentro interesante que se haya abarcado la historia desde un thriller psicológico, ya que la película tiene una atmósfera muy oscura y muy propia de uno de los periodos más sombríos de la historia de nuestro país, entonces, ¿de qué manera nació la idea de hacer un thriller psicológico ambientado en dictadura?
—Yo siento que toda la parte histórica de la dictadura se conoce bastante bien, y creo que uno no tiene que dar por sentado lo que el espectador sabe. Hay que hacerse cargo de ese conocimiento, lo que te permite explorar nuevas formas de contar la historia. La parte histórica de la dictadura no era el foco, sino que la utilicé como un escenario en el que poner en juego a los personajes. Me interesaba particularmente explorar el miedo y la violencia, que eran dos de las vertientes que más me llamaban la atención. Por eso el thriller psicológico, donde la psicología del personaje es el centro de la narrativa, me pareció el enfoque adecuado. Así fue como desarrollé la película, siempre pensando en el género en el que se desenvolvía. Fue una nueva forma de explorar. A partir de archivos que leía, me fui empapando de una gran cantidad de periodismo e investigación sobre distintos aspectos de la dictadura, y siento que es imposible no verse permeado por esas historias, por el sentimiento que queda. La película no es una historia específica, pero sí está impregnada de ese sentimiento de violencia y miedo. La mejor forma en la que pude plasmar eso fue a través del sonido, porque sentí que nada de lo que pudiera mostrar en pantalla iba a generar el mismo efecto que las sensaciones que me quedaron tras realizar toda esta investigación. Creo que el sonido tenía el poder de plantar imágenes en la cabeza de los espectadores que fueran mucho más acordes con el sentimiento que quería transmitir.
—El desarrollo de personajes tan psicológicamente complejos como el de Raúl es fundamental en la trama. ¿Fue desafiante construir un retrato tan realista del trauma, la inseguridad y la ansiedad de su protagonista?
—Sí, era importante que los personajes, al principio, se sintieran neutros. Y con “neutro” me refiero a que fuera posible empatizar con ellos. No se trata de que militen en algún partido. El protagonista, sobre todo, es un hombre común y corriente, que vive su vida bajo las circunstancias que puede. Era clave que el personaje tuviera un bagaje emocional complejo, porque la película ocurre en pocos escenarios, pero donde suceden muchas cosas. Cuando uno comienza a crear un personaje, el pasado y todo lo que ha vivido juegan un papel fundamental. Esto me permitió desarrollar un espectro emocional amplio para el personaje de Raúl, lo cual trabajamos en conjunto con Néstor Cantillana. Fue por eso que quise trabajar con él; necesitaba a alguien que creara un personaje, no solo que interpretara las líneas de Raúl. La primera aproximación estuvo en el papel y luego fue un trabajo conjunto con Néstor.
—Hablando del sonido, en cierto momento me recordó a la película “Zona de Interés” ¿Hubo alguna película o directores que influyeron en el estilo visual y narrativo de “Patio de Chacales”?
—Es curioso lo de “Zona de Interés”, porque el libro salió un año después de que yo escribiera el cortometraje. Siempre me preguntan sobre esa película y la verdad es que la vi después de haber terminado el rodaje, en 2022. Nosotros grabamos la película antes, y es maravilloso que dos películas, que tratan de una casa de tortura o un centro de exterminio, apelen al mismo recurso de no mostrar, solo escuchar. Eso demuestra que, aunque haya algo en común, no hace que las películas sean iguales. “Patio de Chacales” es un thriller psicológico donde la trama es muy importante, pero también lo es lo sensorial, que forma parte de la narrativa. En ese estilo, la mezcla de lo onírico, lo real y lo violento es clave. Una película que me marcó profundamente es “Mulholland Drive” de David Lynch. Esa es una película que juega mucho con la narrativa, con el punto de vista de quién cuenta la historia, con la interpretación, con lo que nosotros vemos en pantalla y con el horror mismo. Fue una película que me perturbó mucho, y cada cierto tiempo la vuelvo a ver. También me siento influenciado desde joven por el cine de Polanski, por su enfoque psicológico y cómo mezcla el horror, ya sea en “El Inquilino”, que también es la historia de un hombre cuyo apartamento lo enloquece, o “Repulsión”. Son películas que demuestran cómo el cine puede retratar a un personaje y los distintos niveles emocionales que tiene.
—¿Y cómo se construyeron los vecinos del protagonista? ¿En qué medida fueron inspirados por figuras reales de la época, o son completamente ficticios? Por ejemplo, una escena me recordó a Ingrid Olderock, ya que se puede evidenciar su macabro método de tortura.
—La película es una amalgama de distintos hechos reales. No quise hacer una ficcionalización de un solo caso, y por eso los personajes no se parecen a los que están basados. Son más bien una materialización de personajes y hechos ocurridos. No hay un personaje específico, pero sí aparecen métodos de tortura o ciertas presencias. En las escenas de interrogatorio, por ejemplo, especialmente la que incluye el tema de Ingrid Olderock, hay líneas reales de esos interrogatorios. No hay ninguna línea inventada. Estas se mezclan con otros archivos. Nada de lo que ocurre al otro lado de la pared es inventado, por eso la violencia en la película es algo con lo que uno tiene que ser muy responsable. No se debe suavizar, idealizar ni banalizar. Creo que la banalización de la violencia en una película, especialmente en un contexto histórico como el de la dictadura, es un peligro. Incluso programas de ficción como “Mea Culpa”, cuando ficcionalizan un crimen con el único propósito de generar contenido y no de plantear preguntas, se vuelve una imagen peligrosa. El cine y la televisión son distintos. En la televisión, se busca dar respuestas, mientras que el cine ofrece una ventana para generar preguntas. La película que hice intenta generar esas preguntas, más que dar respuestas.
—¿Hay alguna reflexión principal que busque transmitir con “Patio de Chacales”? ¿Qué le gustaría que el público se lleve después de ver la película?
—Lo primero es que siento que hemos perdido un poco la capacidad de empatizar con el otro. No sé si es por el tema de las redes sociales, pero la moralidad que fluye a través de estos medios está muy marcada, y nos olvidamos de que hay una persona detrás de cada cuenta, de cada usuario. Creo que es fundamental, especialmente al abordar un tema histórico como este, tratar de entender que todos somos humanos, que cada uno tiene una historia detrás, y que sería bueno intentar comprender otros puntos de vista. Creo que es importante conocer la historia de todos estos hechos. La película genera opiniones muy distintas sobre los personajes, y esa es una de las oportunidades que me parece interesante, porque tiene que ver con el gran trabajo actoral de todos los involucrados. Los actores no convierten a sus personajes en caricaturas, sino que los mantienen ambiguos, pero siempre bajo un manto de peligro. La película fue pensada para verse en una sala de cine, especialmente por el diseño sonoro y toda la propuesta estética de la fotografía, que está pensada para experimentarla en la oscuridad de una sala con gente alrededor.
—¿Cómo fue trabajar con un elenco tan talentoso como Néstor Cantillana y Blanca Lewin, dos de los grandes actores chilenos del momento? ¿Qué dimensión siente que aportaron ellos a sus respectivos personajes?
—Fue un tremendo honor poder trabajar con ellos, especialmente siendo mi primera película. El guion lo escribí pensando en Néstor, y una vez que él estuvo a bordo, cerramos con Blanca, porque era muy importante que los dos protagonistas tuvieran mucha química. Ellos tienen una disciplina de trabajo muy similar, son muy estudiosos, y confiaron mucho en lo que yo quería hacer. Tenían dudas sobre el guion, ya que la historia es simple, pero en papel puede verse algo engorrosa. Sin embargo, confiaron en mi trabajo y yo confié en el de ellos. Me orientaron y revisamos el guion de arriba a abajo. Un mes antes de rodar, reescribimos las líneas juntos, y lo que más me enseñaron fue a confiar en el proceso de rodaje. El set estaba sumamente concentrado, con el foco principal en grabar. Todo estaba en pos de la película, y ellos entregaban mucha confianza al resto del equipo. En el elenco había actores consagrados como Consuelo Holzapfel y Rodrigo Pérez que están en la parte de voz y también más jóvenes como Juan Cano y María Jesús Marcone, que tuvieron que trabajar directamente con Blanca y Néstor. Ellos hicieron un equipo increíble, entregando a la película todo su corazón y la calidez necesaria para sus papeles.
—¿Y cómo fue la creación de la atmósfera de la película, esa tensión y suspenso tan característicos de “Patio de Chacales”?
—Lo primero que siempre estuvo claro como principio controlador de toda la película fue que no quería mencionar a Pinochet ni mostrar uniformes militares. Quería que la violencia, que era parte fundamental, estuviera presente de una manera que marcara su ausencia, pero que se sintiera a través de otros elementos. Por eso el sonido estuvo presente en el guion desde el principio. El diseño sonoro fue crucial, porque el sonido era como otro personaje más. Cada golpe, cada grito, todo estaba muy marcado en el guion, y después, con el trabajo de Camila Cruz y Carlos Pérez en el diseño sonoro, nos aseguramos de que cada detalle funcionara. La presencia militar se marcó principalmente a través del sonido de los helicópteros, lo que mantenía la película bajo una constante tensión sonora. El balance con la música de Diego de la Fuente fue también esencial, porque la música debía ser el alma de la película, manteniendo la tensión y el peligro. Sin embargo, lo que realmente lograba transmitir ese peligro era la actuación de los actores. El peligro se siente en sus reacciones. Si Néstor y Blanca no hubieran tenido esas actuaciones tan intensas, el peligro no se sentiría, sería solo ruido. Lo que funcionó muy bien en el set fue que, al escuchar los interrogatorios o actos de violencia, ya teníamos maquetas sonoras preparadas y las reproducíamos mientras los actores realizaban la escena. Ellos no veían lo que ocurría, pero sentían lo que pasaba del otro lado, lo que le daba una gran veracidad.
—Ya ha trabajado como montajista en otras películas, como “Perro Bomba”, y ahora se encarga del montaje de su ópera prima. ¿Cómo fue ese proceso? ¿Hubo cambios significativos entre el guion original y la versión final de la película?
—Sí, he trabajado como montajista y sigo haciéndolo. Para mí, las películas se hacen en el montaje. El guion es importante, pero la última versión del guion es el último corte de la película. Haber trabajado en otras películas antes fue mi escuela más importante. Estudié cine en la Universidad de Chile, donde fui compañero de Juan Cáceres, el director de “Perro Bomba”, y de Alejandro Ugarte, el productor de esa película y también de la mía con la productora “Infractor”. Sin duda, contar con el apoyo de montajistas como Andrea Chignoli, que es sumamente reconocida en Chile, fue fundamental. Ella me asesoró mucho y aprendí muchísimo. Esa experiencia me sirvió para editar mi propia película. Es muy difícil ser objetivo con tu propio material, pero yo estaba muy contento, porque en el set logré tener la cantidad necesaria de material para editar. El proceso de montaje tomó un año y medio, en paralelo con otro año de trabajo en sonido, donde marcamos el ritmo de la película. Para mí, el guion fue el primer acercamiento a lo que sería la película. El primer borrador de guion ya me daba una idea de cómo iba a ser el primer corte, pero lo que nos propusimos hacer desde el principio está en un 100% en la película final. Estoy muy orgulloso del trabajo del equipo, porque las películas requieren de muchas manos para salir adelante. Que nos hayan seleccionado para un festival clase A como Tallin fue un reconocimiento increíble para el equipo.
—¿Y cómo fue la experiencia de presentar “Patio de Chacales” en festivales internacionales? ¿Qué significaba para usted haber ganado el Gran Paoa de Mejor Película en Competencia Internacional en Viña del Mar y el Premio a Mejor Director en Ópera Prima en Tallin?
—Fue increíble. Solo el hecho de haber sido seleccionado en Tallin ya fue un premio, porque los festivales tienen categorías, y estar en uno clase A es lo más alto que se puede lograr. En esa categoría están Cannes, Venecia, Berlín, San Sebastián y otros. Ya ser seleccionado por un festival así es un reconocimiento absoluto. Gran parte de hacer una película muchas veces es estar encerrado editando y en la sala de mezcla de sonido, entonces uno pierde un poco la perspectiva, pero que te seleccionen y luego te den un premio significa que la audiencia conectó con tu película. En Tallin, Estonia, que está tan lejos de Chile, la película fue muy bien recibida. La segunda función estuvo llena, ¡y ni siquiera habíamos soltado un tráiler! Fue todo gracias al boca a boca después de la primera función. Luego llegamos al Festival Internacional de Cine de Viña del Mar, y ahí estaba mucho más nervioso, porque era la primera vez que el público nacional vería la película. Ganar el premio máximo fue algo impensado, jamás lo esperaba, pero fue un hermoso reconocimiento. Lo tomo como un trabajo colectivo, porque esta película es el resultado de muchas voluntades unidas. Lamentablemente, Grimanesa Jiménez que fue muy importante en todo este proceso, no pudo ver la película. Ella no alcanzó a ver ningún corte, y eso me entristece, pero estoy seguro de que habría estado muy contenta con el resultado.
—¿Tiene algún proyecto cinematográfico en mente para el futuro? ¿Le gustaría seguir explorando el género del thriller?
—El thriller psicológico es un camino muy interesante para explorar distintas facetas de la naturaleza humana, y de hecho, actualmente estoy desarrollando un nuevo proyecto llamado “Mansalva”, un thriller psicológico situado en el presente, relacionado con las redes sociales, las “funas” y la violencia que se genera a partir de ellas. Es un proyecto que recién estamos comenzando, pero ya presentamos el guion en el Festival de Cine de Viña del Mar, en la sección de laboratorio, y ganamos cuatro premios. Ahora también estamos en el Festival de Ñuble, presentando el guion, mientras presentamos en simultáneo “Patio de Chacales”. Espero poder hacer “Mansalva” pronto. La película será igual o más intensa que “Patio de Chacales”, y me siento más preparado para hacerla ahora que ya he pasado por todo el proceso de realizar mi ópera prima.
—¿Cómo espera que el público se relacione con la película en su estreno?
—Lo primero es que espero que, gracias a la campaña que hemos realizado junto con Storyboard Media y Cactus, la película sea conocida y que el público decida si quiere verla en el cine. “Patio de Chacales” se diseñó para las salas de cine, y no hay planes de lanzarla en streaming o plataformas online a corto plazo. La red de salas de cine también es fundamental para la exhibición, porque la película fue pensada para ese espacio. Espero que cumpla su propósito de captar la atención del público y que ellos, al ver la película, se formen su propia opinión. “Patio de Chacales” es una ficción, un thriller psicológico con tintes de horror, y cumple con esa premisa de ofrecer lo que promete: si buscas una película de terror, la vas a encontrar. No tiene un mensaje explícito que te golpee constantemente, lo que la hace una propuesta distinta y entretenida, aunque perturbadora.
—Chile sigue lidiando con los fantasmas de la dictadura. ¿Cómo ve el papel del cine chileno en la construcción de una memoria colectiva en este contexto?
—Es un tema muy interesante. Creo que es importante que el cine abra un espacio para que el espectador se forme su propia opinión. El cine no debe ser el único medio para definir la memoria de un país, pero sí puede contribuir a generar interés y reflexión. Yo no hago distinción entre cine chileno e internacional, de hecho, mis dos películas favoritas son: “Tony Manero” y “Machuca”. Son películas completamente distintas, pero ambas situadas en un período temporal similar y con mensajes diferentes. Creo que cuando el cine es personal, esa autenticidad se transmite al espectador. Por eso hago la invitación a que la gente le dé una oportunidad a “Patio de Chacales”, vea el tráiler y se forme su propia opinión. Estamos sacando mucho contenido en nuestras redes sociales, donde podrán encontrar los horarios y funciones de la película.
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